Lucas 12; 22-31
22 Dijo luego a sus
discípulos: Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis; ni
por el cuerpo, qué vestiréis.
23 La vida es más que la
comida, y el cuerpo que el vestido.
24 Considerad los
cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen despensa, ni granero, y Dios
los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que las aves?
25 ¿Y quién de vosotros
podrá con afanarse añadir a su estatura un codo?
26 Pues si no podéis ni
aun lo que es menos, ¿por qué os afanáis por lo demás?
27 Considerad los
lirios, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con
toda su gloria se vistió como uno de ellos.
28 Y si así viste Dios
la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a
vosotros, hombres de poca fe?
29 Vosotros, pues, no os
preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis
en ansiosa inquietud.
30 Porque todas estas
cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad
de estas cosas.
31 Mas buscad el reino
de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas.
Jesús era visto comúnmente como maestro,
o sea como parte de una clase que trataba tanto asuntos religiosos como
civiles. Por eso no sorprende que pidieran su opinión en una disputa legal
sobre un tema de propiedad. Posiblemente un hermano menor estaba reclamando que
había sido defraudado en cuanto a su porción de la herencia. Sin embargo, Jesús
se negó a resolver el asunto. No era un rabino ordenado y prefería ir a la raíz
del asunto dando una advertencia contra la avaricia o, como dicen algunas de
las versiones bíblicas más antiguas, la codicia. La
codicia es el deseo de tener más de lo que uno realmente tiene y no
necesariamente por envidia de lo que tengan los demás. No sólo lleva a la
lucha, sino que también expresa una actitud fundamental errada hacia la vida,
según la cual las posesiones son todo lo que realmente importa. Sólo se
necesita que Dios saque ese sentimiento de la vida y en seguida se hará
evidente lo inútiles que son las posesiones. El dinero no puede comprarlo todo.
El rico no ha alcanzado las verdaderas riquezas de una correcta relación con
Dios, para lo cual un paso ciertamente sería dar a los pobres. De ese modo
sería un necio; un impío y por lo tanto insensible. Para el rico significan los
bienes un gran peligro: el de olvidar a Dios y de vivir sola para conservar y
acrecentar la riqueza, en la que ha cifrado su seguridad. Pero también el pobre
está amenazado. Su preocupación es su sustento cotidiano. Uno y otro, el rico y
el pobre, están expuestos al peligro de dejarse absorber por el cuidado de las
cosas de la tierra y dejar a un lado el cuidado más importante, el de buscar el
reino de Dios. En estas palabras habla Jesús
de una preocupación que desasosiega, que se apodera completamente del hombre,
que procede de la ilusión de creer que el hombre puede asegurar su vida con los
bienes de la tierra. La frase decisiva, según la cual se ha de entender el texto
entero, se halla en el versículo 31: buscad el reino,
y estas cosas se os darán por añadidura.
En
Mt se dice: «Buscad primeramente el reino.» Esta es la redacción destinada al
pueblo. Lucas, en cambio, suprime el primeramente, pues escribe para los
discípulos, que siguiendo a Cristo deben renunciar a toda posesión, a fin de
estar completamente libres para escuchar la palabra de Jesús y proclamar su
mensaje.
La
preocupación por las cosas de la tierra no debe hacer olvidar la búsqueda del
reino de Dios. Por eso Dios mismo se encarga de que el hombre no se deje
dominar por la solicitud por la subsistencia. Jesús proclama la providencia
paternal de Dios. Lo que dice Jesús se comprende fácilmente, pero estas
palabras sólo se pueden vivir si se creen. Los hombres de poca fe no lo
comprenden ni se aventuran a ello. En la primera estrofa hay dos razones que
tienen por objeto librar de la preocupación afanosa por la comida, la bebida y
el vestido. Nosotros nos preocupamos por el alimento y por el vestido, pero no
tenemos en nuestra mano la vida a que deben servir estas cosas.
Los
cuervos, que eran tenidos por pájaros impuros por los judíos (Lev_11:15;
Deu_14:14) y de los que se decía que son los animales más abandonados de la
tierra, pues son descuidados hasta por sus mismos padres (Sal_147:9;
Job_38:41), son alimentados por Dios sin que ellos mismos tomen medidas
preventivas. ¿No se cuidará Dios mucho más del hombre, que al fin y al cabo
vale más que un cuervo?
También
la segunda estrofa, que habla dos veces de las preocupaciones afanosas, quiere
inducir al abandono de las preocupaciones y a la confianza en la providencia de
Dios mediante la consideración de la propia vida y de la naturaleza. Por mucho
cuidado que ponga el hombre, no puede prolongar su vida (o aumentar su
estatura). Quizá sea la frase deliberadamente ambigua; en todo caso es una
verdad escueta, que todos tenemos que reconocer. Si nosotros no podemos modificar lo más mínimo la duración de nuestra vida,
o nuestra estatura, ¿por qué nos preocupamos tanto por lo demás, por la comida
y por el vestido, que son mucho menos que la duración de la vida o que la
estatura? Los espléndidos lirios en las praderas de Galilea son testigos
luminosos de la magnánima solicitud de Dios. El fasto del «rey sol» de Israel
queda muy por debajo del esplendor de las flores, y sin embargo, las flores del
campo no son sino pobres hierbas. El que
se preocupa angustiosamente por su subsistencia, carece de fe; cree en la
providencia divina, pero vive como si la existencia terrena fuera independiente
de Dios y sólo el hombre debiera cuidar de ella.
La
tercera estrofa no habla ya de preocupaciones afanosas, sino del buscar, del
empeño desasosegado, de una vida suspendida entre el temor y la esperanza. Lo que ha de
buscar el discípulo de Cristo no debe ser la comida y la bebida. Los paganos tienen esa preocupación. En ellos se
comprende, pues no creen en el Padre, que cuida de los discípulos, que son sus
hijos. Los paganos no tienen conocimiento de las promesas de Dios, por lo cual
se preocupan por la vida de la tierra. El discípulo conoce una preocupación mayor, la del reino de
Dios, que es lo único que busca.
Entonces,
¿cómo deben verse las posesiones? Los discípulos no deben preocuparse por la
comida y el vestido (las dos necesidades esenciales para el cuerpo) como si
fueran las cosas más importantes. La persona misma es más importante. Si Dios
alimenta a toda ave que vive sin preocupaciones y viste a las flores,
seguramente más aun proveerá lo que es necesario para sus hijos. En cualquier
caso, las preocupaciones no pueden de modo alguno prolongar la vida de una
persona. En un mundo donde la gente vive
en una carrera desesperada, buscando mejores condiciones de vida, los
discípulos deben buscar primero la voluntad de Dios y su salvación;
entonces encontrarán que hay quien cuida de todas sus necesidades materiales.
Por lo tanto, que vendan sus posesiones y las den a los necesitados, y fijen su
deseo de un tesoro celestial que no pasará.
Jesús
quiere dar a Dios y a su reino la preferencia ante todas las cosas y librar al
hombre de la preocupación agobiante que atormenta al que piensa que sólo puede
y debe asegurar su existencia humana. Los discípulos de Jesús, que viven del Evangelio,
saben que no se les garantiza una vida sin fatiga, una jauja, si buscan sólo el
reino de Dios. También los santos pasaron hambre y sufrieron fatigas y
necesidad (2Co_11:23…). Cualquier
cosa que Dios disponga sobre el discípulo, siempre viene del Padre, que quiere
darle lo más grande de todo, el reino, en el que está contenida la plenitud de
las bendiciones.
Una
enseñanza tal puede parecer un estímulo a la pereza y a la falta de
preocupación por los aspectos prácticos de cada día: “Dios proveerá; ¡por lo
tanto no necesito hacer nada!” Sin embargo, Jesús no está hablando a los perezosos sino a
los preocupados y a aquellos que son tentados a unirse a aquella carrera
desenfrenada. Deben confiar en Dios y poner en orden sus prioridades.
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