1 Reyes 18:21 Y acercándose Elías a todo el
pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si
Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió
palabra.
Pero hubo ocasiones en que los
israelitas intentaron servir a Dios y a Baal. Tenían cierto conocimiento de
Jehová, pero Jezabel y su hueste de falsos profetas habían turbado sus mentes.
El ejemplo del rey les sedujo y su influencia les corrompió. El culto a Baal
era popular y sus profetas eran festejados; el culto a Jehová fue abolido y sus
siervos muertos. Ello hizo que el pueblo en general escondiera el poco aprecio
que pudiera tener por el Señor; le indujo a adherirse al culto idólatra con el
fin de evitar el encono y la persecución. En consecuencia, los israelitas se
tambaleaban entre los dos bandos. Eran como lisiados: vacilantes, y cojeando de
un lado al otro. Vacilaban en sus sentimientos y conducta. Pensaban acomodarse
a los dos bandos para agradar y asegurarse el favor de ambos. Su caminar era
inseguro, sus principios inestables, su conducta inconsistente. De esta forma,
deshonraban a Dios y se envilecían a si mismos a causa de esa clase de religión
mixta por la que “Temían a Jehová, y honraban a sus
dioses, según la costumbre de las naciones de donde habían sido trasladados.”
(II Reyes 17:33). Empero Dios no acepta el corazón dividido; Él lo quiere todo
o nada. El Señor es Dios celoso, que demanda todo nuestro afecto y que no
acepta dividir su imperio con Baal. Debes estar con Él o contra Él. No acepta
los términos medios. Has de manifestarte. Cuando Moisés vio al pueblo de Israel
que danzaba alrededor del becerro de oro, destruyó el ídolo, reprendió a Aarón
y dijo: “se puso Moisés a la puerta del campamento, y
dijo: ¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los
hijos de Leví.” (Éxodo 32:26). Mi estimado lector de este blog, si
todavía no la has hecho, haz la resolución que hizo el piadoso Josué: “Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros
padres, cuando estuvieron al otro lado
del río, o a los dioses de los amorreos
en cuya tierra habitáis; pero yo y mi
casa serviremos a Jehová.” (Josué 24:15). Considera estas solemnes
palabras de Cristo: " El que no es conmigo, contra
mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12:30).
Nada le es tan repulsivo como el profesante tibio: “Yo
conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!
Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”
(Apocalipsis 3:15-16), una cosa u otra. Nos ha advertido de que “ninguno puede
servir a dos señores”. Así pues, “¿hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos
pensamientos?” Haced una decisión, en un sentido u otro, porque no puede haber
concordia entre -Cristo y Belial. Algunos han sido educados bajo la protección
y la influencia santificadora de un hogar piadoso. Más tarde, salen al mundo y
suelen deslumbrarse con el 'brillo del oropel y ser arrastrados por su
felicidad aparente. Sus corazones necios apetecen las distracciones y los
placeres. Se les invita a participar de ellos, y, si vacilan, son despreciados.
Y a menudo, debido a que no tienen gracia en sus corazones ni presencia de
ánimo para resistir la tentación, corren y andan en consejo de malos y están en
camino de pecadores. Cierto es que no pueden olvidar por completo las
enseñanzas que recibieron y que, a veces, su turbada conciencia les mueve a
leer un capítulo de la Biblia y a decir algunas palabras de oración; y de esta
forma claudican entre dos pensamientos e intentan servir a dos señores. No
quieren acogerse sólo a Dios, ni abandonarlo todo por É1, ni seguirle con
corazón no dividido. Son gentes vacilantes, que aman y siguen al mundo, y que aún
conservan alguna de las formas de la
piedad. Hay otros que se aferran a un credo ortodoxo, y aun así, se unen a la
algazara del mundo y siguen los apetitos de la carne. “Profésanse
conocer a Dios; mas con los hechos lo niegan” (Tito 1:16). Asisten con
regularidad a los cultos religiosos, alardean de adorar a Dios a través del
único Mediador, y pretenden ser morada del Espíritu, por cuya operación de
gracia el pueblo de Dios recibe el poder de volverse del pecado y andar por los
senderos de justicia y de verdadera santidad. Pero, si penetraseis en sus
hogares, pronto tendríais motivos para dudar de su profesión de fe. No
encontraríais señales de que adoran a Dios en el círculo familiar, o, a lo sumo
hallaríais un mero culto formalista en privado; no oiríais nada acerca de Dios
o Sus demandas en su conversación diaria, y no veríais nada en su conducta que
les distinga de las personas mundanas respetables; por el contrario, veríais
algunas cosas de las cuales los incrédulos más decentes se avergonzarían. Hay
tanta falta de integridad y consistencia en su carácter que les hace ofensivos
a Dios y despreciables a los ojos de los hombres de entendimiento. Hay aun
otros que deben ser clasificados entre los que claudican y vacilan, y que son
inconsistentes en su posición y práctica. Estos pertenecen a una clase menos
numerosa, los cuales han crecido en el mundo, entre locuras y vanidades.
Empero, a causa de la aflicción de la predicación de la Palabra de Dios, o
algún otro medio, se les ha hecho sentir que deben volverse al Señor y servirle,
si quieren escapar de la ira que vendrá y echar mano de la vida eterna. Se han
sentido insatisfechos con su vida mundana, y sin embargo, al estar rodeados de
amigos y familiares mundanos, temen alterar su norma de conducta, no fueran a
ofender a sus compañeros que están sin Dios y acarrear sobre si burlas y
oposición. Por esta causa hacen componendas pecaminosas, y tratan de esconder
sus mejores convicciones descuidando las demandas que Dios hace de ellos. De
este modo, claudican entre dos pensamientos: lo que Dios pensará de ellos, y lo
que pensará el mundo. No tienen esa confianza firme en el Señor que les lleve a
romper con Sus enemigos y a ser Suyos abiertamente. Hay otra clase que debemos
mencionar, los cuales, aunque difieren radicalmente de los que hemos descrito,
deben ser considerados dignos de hacerles la pregunta: "¿Hasta cuándo
claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?” Aunque son dignos de lástima,
deben ser también reprendidos. Nos referimos a los que saben que hay que amar
al Señor y servirle con todo el corazón y en todo lo que manda, pero que, por
alguna razón, dejan de manifestarse abiertamente como Suyos. Exteriormente
están separados del mundo, no toman parte en sus placeres vacíos, y no hay
nadie que pueda señalar nada en su conducta que sea contrario a las Escrituras.
Guardan el Día del Señor, participan regularmente de los medios de la gracia, y
gustan de la compañía del pueblo de Dios. Con todo, no ocupan su lugar entre
los seguidores de Cristo ni se sientan a Su mesa. 0 bien temen ser demasiado
indignos de hacerlo, o que al hacerlo puedan ser motivo de reproche a Su causa.
Empero, semejante debilidad e inconsistencia es mala. Si Jehová es Dios,
seguidle como É1 manda, y esperad de ÉI confiadamente toda la gracia necesaria.
“Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él". "El hombre de doblado ánimo es inconstante en todos sus
caminos” (Santiago 1:8). Debemos ser tan decididos en nuestra práctica
como lo somos en nuestras creencias u opiniones; de otro modo -no importa lo ortodoxo
de nuestro credo denominacional, nuestra profesión carece de valor.
Era
evidente que no podía haber dos Dioses Supremos y, por lo tanto, Elías amonestó
al pueblo a decidir cuál era realmente Dios; y como que no podían servir a dos
señores, hablan de dar sus corazones enteros y sus energías íntegras al Ser que
decidieran ser el Dios verdadero y vivo. Y eso es lo que el Espíritu Santo te
está diciendo a ti, mi querido lector no salvo: sospesa al uno y al otro, al
ídolo al cual has estado dando tus afectos, y a Aquél a quien has
menospreciado; y si estás seguro de que el Señor Jesucristo “es el verdadero
Dios" (1 Juan 5:20), escógele como tu porción, ríndete a Él como Señor
tuyo, únete a Él como tu todo. El Redentor no quiere ser servido a medias, ni
con reservas. “Y el pueblo no respondió palabra", bien porque no estaban
dispuestos a reconocer su culpa, y de este modo ofender a Acab; bien porque
eran incapaces de refutar a Elías y, por lo tanto, estaban avergonzados de sí
mismos. No supieron qué decir. No sabemos si estaban convictos o confusos; pero
sí estaban azorados, incapaces de encontrar un error en el razonamiento del
profeta. Parece que quedaron aturdidos al presentarse ante ellos semejante
elección; pero no fueron suficientemente sinceros para reconocer, ni bastante
osados para decir, que obraban de acuerdo con la orden del rey, y siguiendo a
la multitud en hacer lo malo. Por consiguiente, buscaron refugio en el
silencio, lo cual es muy preferible a las excusas frívolas que profieren la
mayoría de las personas hoy en día cuando se les reprenden sus malos caminos.
Poca duda cabe de que estaban aterrados por las preguntas escudriñadoras del
profeta. "Y el pueblo no respondió palabra.”
Bendita
la predicación llana y fiel que revela de tal modo a los hombres lo irrazonable
de su posición, que expone así su hipocresía, que barre las telarañas de su
sofistería, que les denuncia de tal modo ante el tribunal de sus propias
conciencias que todas sus objeciones son acalladas, y les lleva a verse
condenados a si mismos. Vemos por todas partes a los que tratan de servir a
Dios y a Mammón, que intentan ganar la sonrisa del mundo y oír el "Bien,
buen siervo y fiel” de Jesucristo. Como Jonatan en la antigüedad, desean
conservar su lugar en el palacio de Saúl, y también retener a David. Cuántos
hay hoy en día que profesan ser cristianos y que pueden oír ultrajar a Cristo y
a su pueblo sin que de su boca salga una palabra de reprensión, temerosos de
mantenerse firmes por Dios; avergonzados de Cristo y su causa, aunque sus conciencias
aprueben las cosas por las cuales oyen cómo se critica al pueblo del Señor. Oh,
culpable silencio, que va a encontrar un cielo silencioso cuando quieran clamar
por misericordia.
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