Mar 12:41 Estando Jesús sentado delante del arca de la
ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban
mucho.
Mar 12:42 Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o
sea un cuadrante.
Mar 12:43 Entonces llamando a sus discípulos, les dijo:
De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en
el arca;
Mar 12:44 porque todos han echado de lo que les sobra;
pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento.
Entre el Atrio de los
Gentiles y el Atrio de las Mujeres estaba la Puerta Hermosa. Bien puede ser que
Jesús hubiera ido a sentarse allí tranquilamente después de la discusión y
tensión del Atrio de los Gentiles y los claustros. En el Atrio de las Mujeres
había trece bolsas de la colecta que se llamaban «las Trompetas», porque tenían
esa forma. Cada una de ellas era para un fin especial; por ejemplo: para
comprar grano o vino o aceite para los sacrificios. Eran para las aportaciones
para los sacrificios diarios del templo. Muchas personas echaban contribuciones
considerables. Y entonces llegó una viuda, que echó dos blancas. La moneda que
se llamaba un leptón, que quiere decir literalmente una fina, era la más
pequeña de todas las monedas, y valía 1/128 del denario, que era el jornal de
un obrero, un céntimo de euro en España actualmente. Y sin embargo Jesús dijo
que su minúscula contribución era mayor que la de los otros, porque ellos
habían echado de lo que tenían de sobra y podían prescindir con facilidad
porque les quedaba suficiente para sus necesidades, y la viuda había echado
todo lo que tenía para su sustento.
Aquí tenemos una lección sobre el dar:
(i) El
verdadero dar debe ser sacrificial. La cantidad del don no importa nunca
tanto como lo que le cuesta al dador; no el tamaño del don, sino el sacrificio.
La verdadera generosidad da hasta que
duele. Para muchos de nosotros la cuestión es si lo que damos para la
obra del Señor llega alguna vez a suponernos algún sacrificio. Pocas personas
se pasarán sin sus placeres para dar un poco más para la obra del Señor. Bien
puede ser una señal de la decadencia de la iglesia y del fracaso de nuestro
cristianismo el que las aportaciones se tienen que obtener fuera de la iglesia,
y que a menudo los miembros no darán nada a menos que obtengan algo en
compensación en la forma de entretenimiento o artículos. Es de temer que haya
pocos entre nosotros que puedan leer esta historia sin llegar a avergonzarse.
(ii) El
verdadero dar tiene algo de derroche. La mujer podría haberse guardado una
moneda. No habría hecho mucha diferencia, pero habría sido algo. Sin embargo
dio todo lo que tenía. Hay aquí una gran verdad simbólica. Lo trágico es que a
menudo hay parte de nuestra vida, y de nuestras actividades, y de nosotros
mismos, que no Le entregamos a Cristo. Sea como sea, casi siempre nos las
arreglamos para retener algo. Rara vez llegamos al sacrificio total y a la
rendición total.
(iii) Lo extraño y precioso es que la persona
que el Nuevo Testamento y Jesús transmiten a la Historia como modelo de
generosidad fue una persona que dio dos céntimos de euro. Podemos tener el
sentimiento de que no disponemos de mucho en materia de dones materiales o
personales que ofrecer a Cristo. Pero, si ponemos todo lo que tenemos y estamos
a Su disposición, Él puede hacer cosas con ello y con nosotros que no nos
podemos imaginar.
De las palabras de nuestro Salvador estas son
las que más se pasan por alto. Hay millares de personas que recuerdan todos sus
discursos doctrinales, y olvidan, sin
embargo, este pequeño incidente de su ministerio terrestre. Pruebas de ello
tenemos en las mezquinas y pobres contribuciones que se hace anualmente a
la iglesia de Cristo y que han de
aplicarse al bien del mundo. Pruebas tenemos de ello en las miserables y cortas
entradas de todas las sociedades misioneras, en
proporción de la riqueza de las iglesias. La parsimonia de los que hacen profesión de
cristianos, en todo lo que se refiere a Dios y a la fe, es uno de los pecados
más escandalosos de la época, y uno de
los peores signos de los tiempos. Los donantes a la causa de Cristo forman una
pequeña fracción de la iglesia visible.
Probablemente uno de cada veinte bautizados
sabe lo que es ser "rico para con Dios." Lucas 12.21. La mayoría
gasta euros cuando de ellos se trata, y no da ni un céntimo a Cristo.
Lamentemos este estado de cosas, y reguemos a
Dios que lo enmiende. Supliquémosle que abra los ojos de los hombres, que despierte sus corazones, y que suscite en
ellos un espíritu de liberalidad. Sobre todo, hagamos cada uno de nosotros nuestro deber, y demos liberal y alegremente
para toda empresa cristiana mientras podamos; que no podremos dar cuando nos muramos. Demos recordando que Cristo
tiene sus ojos fijos en nosotros. Aun ve exactamente lo que cada cual da,
y sabe exactamente cuánto se reserva.
Sobre todo, demos como los discípulos de un Salvador crucificado, que se dio a
Sí mismo por nosotros en la cruz...
Libremente hemos recibido, libremente demos.
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