Mar 14:3 Pero estando él en
Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer con
un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio; y quebrando el
vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza.
Mar 14:4 Y hubo algunos que
se enojaron dentro de sí, y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este desperdicio de
perfume?
Mar 14:5 Porque podía haberse
vendido por más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres. Y
murmuraban contra ella.
Mar 14:6 Pero Jesús dijo:
Dejadla, ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho.
Mar 14:7 Siempre tendréis a
los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no
siempre me tendréis.
Mar 14:8 Esta ha hecho lo que
podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura.
Mar 14:9 De cierto os digo
que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se
contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella.
Lo conmovedor de esta historia está en que nos cuenta casi el último
acto de amabilidad que Le hicieron a Jesús.
Estaba en la casa de un hombre llamado Simón el
leproso, en la aldea de Betania. Entonces los comensales no se sentaban para
comer, sino se reclinaban en sofás bajos. Se apoyaban sobre un brazo, y usaban
el otro para llevarse el alimento a la boca. Cualquiera que se acercara a uno
de los que estaban tendidos de esta manera se encontraría por encima de él. A
Jesús se Le acercó una mujer con un frasquito de alabastro con perfume. Era
costumbre echarle unas gotitas de perfume a un invitado cuando llegaba a la
casa o cuando se disponía a comer. En esta ocasión, el frasco de alabastro
contenía un perfume muy costoso de una planta exótica de la lejana India; pero
no fueron unas gotitas lo que derramó esta mujer sobre la cabeza de Jesús, sino
que rompió el frasco y Le ungió con todo lo que contenía.
Puede que hubiera más de una razón para que rompiera
el frasco. Puede que fuera en señal de que había usado todo su contenido.
Tenían la costumbre en el Oriente de que, cuando se usaba un recipiente o vaso
con un invitado distinguido, se rompía para asegurarse de que nunca lo usaría
ninguna otra persona. Puede que la mujer tuviera algo así en mente; pero había
una cosa que ella no se podía figurar ni remotamente, y que Jesús sí vio. Era
la costumbre oriental primero bañar y luego ungir los cuerpos de los muertos.
Después de ungir el cuerpo se rompía el frasco que había contenido el perfume,
y se depositaban los trozos con el cadáver en la tumba. Aunque no era eso lo
que ella quería expresar, ese había sido en realidad el sentido de su gesto.
Su detalle provocó la crítica mordaz de algunos de
los presentes. El frasquito valía más de 300 denarius. Un denarius era una
moneda romana que equivalía al jornal de un obrero. Le habría costado a
cualquier persona casi el salario de todo un año el comprar aquel frasco de
perfume. A algunos les pareció un derroche vergonzoso; aquel perfume se podría
haber vendido, y el dinero se les podría haber dado a los pobres. Donde Marcos
dice "algunos que se enojaron", Juan específicamente menciona a Judas
(Jn_12:4 Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote
hijo de Simón, el que le había de entregar:). La indignación de Judas
por el acto de adoración de María no la motivó el interés en los pobres, sino
la avaricia. Como era el tesorero del ministerio de Jesús y robaba de los
fondos (Jn_12:6 Pero dijo esto, no porque se cuidara de
los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se
echaba en ella.), es evidente que lo que quería era que ese perfume se
hubiera vendido y el producto se hubiera puesto bajo su cuidado. Pero Jesús
comprendió. Les citó de sus propias Escrituras: «Porque
no faltarán menesterosos en medio de la tierra; por eso yo te mando, diciendo:
Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra Deu_15:11).
«Podéis hacer algo por los pobres en cualquier momento -les dijo Jesús-, pero
no tenéis mucho tiempo para hacer nada por Mí." Y añadió: " Esto ha
sido como ungir Mi cuerpo anticipadamente para la tumba.»
Desgraciadamente es muy común esa tendencia de
las almas mezquinas que se empeñan en
buscar faltas para tener el placer de criticarlas. Sus continuadores y
sucesores se encuentran por do quiera en el seno de la iglesia visible de Cristo. Nunca faltan personas que
desacreditan lo que llaman "exageraciones" de religión, y que
incesantemente recomiendan la "moderación" en el servicio de Cristo. Si un hombre consagra tiempo,
dinero y afecciones a la prosecución de objetos mundanos, no lo critican; si se
hace siervo del dinero, del placer, de
la política, nadie cree que sea una falta; pero si se dedica él, y todo
lo que tiene, a Cristo, no se encuentran palabras bastante fuertes para
expresar la enormidad de su locura.
"Está fuera de sí." "Ha perdido el seso." "Es un
fanático, un entusiasta." "Es demasiado exagerado." En una
palabra, lo consideran como un "
desperdicio.
Que estas acusaciones no nos perturben, si llegan a
nuestros oídos cuando nos empeñamos en servir a Cristo. Sufrámoslas con
paciencia, y recordemos que datan desde
el principio del Cristianismo. Compadezcamos a los que así acusan a los
verdaderos creyentes, pues muestran que no comprenden cuales son nuestras obligaciones respecto a Cristo. El
corazón frió hace que la mano sea lenta. Si se llegara a comprender bien lo
criminal que es el pecado, y lo grande
de la misericordia de Cristo al morir por el hombre pecador, nada se
juzgaría demasiado bueno ni demasiado costoso para dárselo a Cristo. El hombre
más bien sentiría y diría, " ¿Qué
podré dar al Señor por sus beneficios?" Salmo 116.12. Temería desperdiciar
tiempo, talentos, dinero, y afecciones en la
prosecución de objetos mundanos y no de desperdiciarlos consagrándolos a
su Salvador. Temería ser exagerado en todo lo que se refiere a negocios,
dinero, política, o placeres; pero no
temería hacer demasiado por Cristo.
Esta historia nos muestra la acción del amor.
(i) Jesús
dijo que había sido algo precioso lo que había hecho la mujer. En griego
hay dos palabras para bueno. Está agathós, que describe una cosa como física o
moralmente buena; y está kalós, que describe algo, no sólo como bueno, sino
como encantador. Una cosa puede ser agathós, y sin embargo dura, seria,
austera, nada atractiva; pero lo que es kalós es atractivo y agradable, con una
cierta aureola de encanto. kalós: «algo
bonito.» Así calificó Jesús lo que había hecho esta mujer. El amor no se limita
a hacer cosas meramente buenas, sino cosas que son, además, encantadoras.
(ii) Si el
amor es como es debido, hay siempre en él un cierto derroche. No tiene en
cuenta lo menos que es decente que dé. Si diera todo lo que tiene, el don
seguiría pareciéndole demasiado pequeño. Hay un desmadre en el amor que se
niega a calcular el costo.
(iii) El amor
puede ver que hay cosas que no se pueden dejar para otra ocasión, porque puede
que se presente la oportunidad una sola vez. Una de las tragedias de la vida es que a menudo nos sentimos movidos a
hacer algo bonito, y no lo hacemos. Puede que seamos demasiado tímidos y
nos dé corte hacerlo, o que otra vocecita nos sugiera una actitud más prudente.
Sucede con las cosas más simples -el impulso de mandar una carta de saludo, de
expresarle a alguien nuestro cariño o agradecimiento, de hacer algún regalito o
decir alguna palabra amable. Lo trágico es que ese impulso se ahoga muchas
veces al nacer. Este mundo
sería mucho más agradable si hubiera muchas personas como esta mujer, que actuó
movida por el impulso del amor porque sabía en lo íntimo de su corazón que, si
no lo hacía entonces, nunca lo haría. ¡Cómo tiene que haberle animado el
corazón a Jesús aquella última amabilidad impulsiva y pródiga!
(iv) Una vez
más descubrimos aquí la confianza irrenunciable de Jesús. La Cruz se dibujada en el
horizonte, esperándole; pero Jesús nunca creyó que la Cruz fuera el fin. Creía
que la Buena Noticia llegaría a todo el mundo; y con ella se contaría la
historia de esta acción amable y generosa mujer surgida del impulso de un
momento que sintió un corazón enamorado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario