} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL ARREPENTIMIENTO DE PEDRO (2)

miércoles, 1 de septiembre de 2021

EL ARREPENTIMIENTO DE PEDRO (2)

 

 

Luc 22:54  Y prendiéndole, le llevaron, y le condujeron a casa del sumo sacerdote. Y Pedro le seguía de lejos.

Luc 22:55  Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos.

Luc 22:56  Pero una criada, al verle sentado al fuego, se fijó en él, y dijo: También éste estaba con él.

Luc 22:57  Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco.

Luc 22:58  Un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy.

Luc 22:59  Como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste estaba con él, porque es galileo.

Luc 22:60  Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó.

Luc 22:61  Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces.

Luc 22:62  Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.

 

      

          Los versículos arriba trascritos describen la caída de Pedro. Pasaje es este que hiere profundamente el corazón del  hombre; pero que al mismo tiempo es para el verdadero cristiano sumamente instructivo. La caída de Pedro ha servido de  escarmiento a la iglesia, y tal vez ha evitado la perdición de millares de almas. Por otra parte, este pasaje suministra una  prueba bastante convincente de que la Biblia ha sido inspirada, y de que el Cristianismo ha emanado de Dios. Si la  religión cristiana hubiera sido una mera invención de hombres no inspirados, sus primeros historiadores no nos hubieran  referido que uno de los apóstoles había negado tres veces a su Maestro.

La historia de la caída de Pedro nos enseña, en primer lugar, que el descenso que termina en el pecado es a veces muy  gradual.

Los evangelistas han marcado con cuidado los varios pasos que Pedro dio hacia el abismo en el que se precipitó.

El  primero fue la confianza inconsiderada en sus propios méritos. ¡Él había dicho que aunque todos los demás hombres  negaran a Jesucristo, él nunca lo haría; y que estaba pronto a seguir a su Maestro hasta la prisión y la muerte misma!

El  segundo paso consistió en que dejó de hacer sus oraciones. Cuando su Maestro le dijo que orase no fuese que cayera en  tentación, se dejó vencer del cansancio y se durmió.

El tercer paso fue su vacilación. Cuando la cohorte vino a aprehender  a Cristo, el peleó primero, luego huyó, después regresó y más tarde siguió a su Maestro de lejos.

El cuarto consistió en  asociarse con mala compañía. Habiendo ido a la casa del sumo sacerdote se sentó con los criados junto al fuego, e hizo  esfuerzos por ocultar a estos su religión, y vio y oyó cosas malas.

El quinto y último paso fue el resultado natural de los  otros cuatro. Cuando se le acusó de ser discípulo de Jesús se sobrecogió de terror, y se sumergió en el error mucho más  que antes, negando a su Maestro tres veces.

Guardémonos de cualquiera cosa, por pequeña que sea, que pueda resultar en un desliz. No sabemos a dónde vendremos a  parar, si dejamos el camino real señalado por Dios.

El cristiano que, en disculpa de algún vicio o mal hábito a que es adicto, dice que dicho vicio o hábito es insignificante, se  halla en peligro inminente, pues está sembrando en su pecho semillas que brotarán algún día y producirán acerbos frutos.

La historia de la caída de Pedro nos enseña, en segundo lugar, hasta qué punto puede llegar el desliz de un cristiano.

Para percibir esto con claridad es preciso hacer un examen detenido de las circunstancias en que Pedro cayó. Había  gozado de grandes privilegios espirituales: había acabado de recibir la cena del Señor; había acabado de oír ese admirable  discurso que se registra en los capítulos 14, 15 y 16 de S. Juan; había sido avisado del peligro que lo amenazaba; había  protestado enérgicamente que estaba listo para cualquier cosa que le sucediese; y sin embargo de todo esto negó a su  Maestro, y varias veces, aunque mediaron intervalos en que pudo reflexionar.

Aun los hombres más buenos y más piadosos son débiles y están expuestos a errar. Cuando leemos acerca de la caída de  Noé, de Lot, y de Pedro, solo leemos lo que nos pudiera acontecer a nosotros mismos. No seamos presuntuosos. No nos  formemos ideas demasiado elevadas de nuestra fuerza de carácter; antes bien que nuestra oración sea que "nos  humillemos para andar con Dios..

La historia de la caída de Pedro nos enseña, en tercer lugar, que la misericordia de Jesucristo es infinita.

Un hecho que solo se registra en el Evangelio de S. Lucas nos lo enseña de una manera la más completa. Narra  que, cuando Pedro negó a Cristo por tercera vez, y el gallo cantó, "vuelto el Señor, miró a Pedro." Esas palabras son muy  conmovedoras. Rodeado de crueles enemigos que lo escarnecían, esperando como esperaba ser víctima de ultrajes sin  cuento, de una sentencia injusta y de una muerte dolorosa, el misericordioso Jesús pensó en su pobre y extraviado  discípulo. Esa mirada tuvo una significación profunda: fue un sermón que Pedro no pudo olvidar jamás.

El amor de Jesucristo hacia su pueblo es inagotable. No puede comparársele con el amor del hombre o de la mujer.

Excede a cualquiera otro amor como el brillante resplandor del sol a la pálida luz de un cirio. Ningún mortal, por mucho  que se haya sumergido en el pecado, debe perder las esperanzas, si está pronto a arrepentirse y a acudir a Cristo. Si Jesús  tuvo un corazón tan misericordioso cuando se hallaba en el pretorio, no hay razón alguna para temer que no tenga el  mismo corazón ahora que se halla a la diestra de Dios Padre.

La historia de la caída de Pedro nos enseña, en cuarto lugar, cuánto pesar causa el pecado a los creyentes tan luego como  descubren su error.

Cuando Pedro se acordó de las palabras de nuestro Señor y percibió cuan mal había obrado, "salió y lloró amargamente."  Por experiencia aprendió cuan ciertas son aquellas palabras de Jeremías: "Cuan malo y amargo es dejar a tu Jehová, tu  Dios." Jer_2:13. Y aquellas de Salomón: "De sus caminos será harto el apartado de razón." Pro_14:14. Y a semejanza de  Job pudo haber dicho: "Yo me condeno a mí mismo y me arrepiento en polvo y ceniza...

Un pesar de esta naturaleza acompaña siempre el verdadero arrepentimiento. En esto consiste la diferencia que existe  entre el "arrepentimiento que salva" y el vano remordimiento. Este hace al hombre desgraciado como sucedió con Judas  Iscariote; mas eso es todo: no lo encamina hacia Dios.   Cuando el que no se ha convertido de todo corazón cae, no se  vuelve a levantar; mas, cuando el creyente peca, siempre concluye por sentirse contrito y humillado y por hacer enmienda  de vida.

Aleccionados por lo acontecido a Pedro, velemos y oremos para que no caigamos en tentación. Más, si por desgracia  caemos, estemos seguros de que hay esperanza para nosotros como la había para él. No olvidemos, sin embargo, que en  tal caso es necesario que nos arrepintamos como él se arrepintió, pues de otra manera no obtendremos la salvación.

 

 

 

 

 

 

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