Luc 22:54 Y prendiéndole, le llevaron, y le condujeron a casa
del sumo sacerdote. Y Pedro le seguía de lejos.
Luc 22:55 Y habiendo ellos encendido fuego en medio del
patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos.
Luc 22:56 Pero una criada, al verle sentado al fuego,
se fijó en él, y
dijo: También éste estaba con él.
Luc 22:57 Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco.
Luc 22:58 Un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de
ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy.
Luc 22:59 Como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente
también éste estaba con él, porque es galileo.
Luc 22:60 Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él
todavía hablaba, el gallo cantó.
Luc 22:61 Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la
palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás
tres veces.
Luc 22:62 Y
Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.
Los versículos arriba trascritos describen la
caída de Pedro. Pasaje es este que hiere profundamente el corazón del hombre; pero que al mismo tiempo es para el
verdadero cristiano sumamente instructivo. La caída de Pedro ha servido de escarmiento a la iglesia, y tal vez ha
evitado la perdición de millares de almas. Por otra parte, este pasaje
suministra una prueba bastante convincente
de que la Biblia ha sido inspirada, y de que el Cristianismo ha emanado de
Dios. Si la religión cristiana hubiera
sido una mera invención de hombres no inspirados, sus primeros historiadores no
nos hubieran referido que uno de los
apóstoles había negado tres veces a su Maestro.
La historia de la caída de Pedro nos enseña, en primer lugar, que el descenso que termina en el pecado es a
veces muy gradual.
Los evangelistas han marcado con cuidado los
varios pasos que Pedro dio hacia el abismo en el que se precipitó.
El
primero fue la confianza inconsiderada en sus propios méritos. ¡Él había dicho que aunque todos los
demás hombres negaran a Jesucristo, él
nunca lo haría; y que estaba pronto a seguir a su Maestro hasta la prisión y la
muerte misma!
El
segundo paso consistió en que dejó de hacer sus oraciones. Cuando su Maestro le dijo que orase no fuese
que cayera en tentación, se dejó vencer
del cansancio y se durmió.
El tercer paso fue su vacilación. Cuando la cohorte vino a aprehender a Cristo, el peleó primero, luego huyó,
después regresó y más tarde siguió a su Maestro de lejos.
El cuarto consistió en asociarse con mala compañía. Habiendo ido a la casa del sumo sacerdote se
sentó con los criados junto al fuego, e hizo
esfuerzos por ocultar a estos su religión, y vio y oyó cosas malas.
El quinto y último paso fue el resultado
natural de los otros cuatro. Cuando se le acusó de ser discípulo de Jesús
se sobrecogió de terror, y se sumergió en el error mucho más que antes, negando a su Maestro tres veces.
Guardémonos
de cualquiera cosa, por pequeña que sea, que pueda resultar en un desliz. No
sabemos a dónde vendremos a parar, si
dejamos el camino real señalado por Dios.
El cristiano que, en disculpa de algún vicio o mal hábito a
que es adicto, dice que dicho vicio o hábito es insignificante, se halla en peligro inminente, pues está
sembrando en su pecho semillas que brotarán algún día y producirán acerbos
frutos.
La historia de la caída de Pedro nos enseña, en segundo lugar, hasta
qué punto puede llegar el desliz de un cristiano.
Para percibir esto con claridad es preciso
hacer un examen detenido de las circunstancias en que Pedro cayó. Había gozado de grandes privilegios espirituales:
había acabado de recibir la cena del Señor; había acabado de oír ese
admirable discurso que se registra en
los capítulos 14, 15 y 16 de S. Juan; había sido avisado del peligro que lo
amenazaba; había protestado
enérgicamente que estaba listo para cualquier cosa que le sucediese; y sin
embargo de todo esto negó a su Maestro,
y varias veces, aunque mediaron intervalos en que pudo reflexionar.
Aun los hombres más buenos y más piadosos son
débiles y están expuestos a errar. Cuando leemos acerca de la caída de Noé, de Lot, y de Pedro, solo leemos lo
que nos pudiera acontecer a nosotros mismos. No seamos
presuntuosos. No nos formemos ideas
demasiado elevadas de nuestra fuerza de carácter; antes bien que nuestra
oración sea que "nos humillemos
para andar con Dios..
La historia de la caída de Pedro nos enseña, en tercer lugar, que la
misericordia de Jesucristo es infinita.
Un hecho que solo se registra en el Evangelio
de S. Lucas nos lo enseña de una manera la más completa. Narra que, cuando Pedro negó a Cristo por tercera
vez, y el gallo cantó, "vuelto el Señor, miró a Pedro." Esas palabras son muy
conmovedoras. Rodeado de crueles enemigos que lo escarnecían, esperando
como esperaba ser víctima de ultrajes sin
cuento, de una sentencia injusta y de una muerte dolorosa, el
misericordioso Jesús pensó en su pobre y extraviado discípulo. Esa mirada tuvo una significación
profunda: fue un sermón que Pedro no
pudo olvidar jamás.
El amor de Jesucristo hacia su pueblo es
inagotable. No puede comparársele con el amor del hombre o de la mujer.
Excede a cualquiera otro amor como el
brillante resplandor del sol a la pálida luz de un cirio. Ningún mortal, por
mucho que se haya sumergido en el
pecado, debe perder las esperanzas, si está pronto a arrepentirse y a acudir a
Cristo. Si Jesús tuvo un corazón tan
misericordioso cuando se hallaba en el pretorio, no hay razón alguna para temer
que no tenga el mismo corazón ahora que
se halla a la diestra de Dios Padre.
La
historia de la caída de Pedro nos enseña, en cuarto lugar, cuánto pesar causa
el pecado a los creyentes tan luego como
descubren su error.
Cuando Pedro se acordó de las palabras de
nuestro Señor y percibió cuan mal había obrado, "salió y lloró
amargamente." Por experiencia
aprendió cuan ciertas son aquellas palabras de Jeremías: "Cuan malo y
amargo es dejar a tu Jehová, tu
Dios." Jer_2:13. Y aquellas de Salomón: "De sus caminos será
harto el apartado de razón." Pro_14:14. Y a semejanza de Job pudo haber dicho: "Yo me condeno a
mí mismo y me arrepiento en polvo y ceniza...
Un
pesar de esta naturaleza acompaña siempre el verdadero arrepentimiento. En esto consiste la diferencia que
existe entre el "arrepentimiento
que salva" y el vano remordimiento. Este hace al hombre desgraciado
como sucedió con Judas Iscariote; mas
eso es todo: no lo encamina hacia Dios. Cuando el que no se ha convertido de todo
corazón cae, no se vuelve a levantar;
mas, cuando el creyente peca, siempre concluye por sentirse contrito y
humillado y por hacer enmienda de vida.
Aleccionados por lo acontecido a Pedro,
velemos y oremos para que no caigamos en tentación. Más, si por desgracia caemos, estemos seguros de que hay esperanza
para nosotros como la había para él. No olvidemos, sin embargo, que en tal caso es necesario que nos arrepintamos
como él se arrepintió, pues de otra manera no obtendremos la salvación.
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