} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JESÚS NOS ANIMA A PERSEVERAR HASTA EL FIN

martes, 14 de septiembre de 2021

JESÚS NOS ANIMA A PERSEVERAR HASTA EL FIN

 Mar 13:1  Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira qué piedras, y qué edificios.

Mar 13:2  Jesús, respondiendo, le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada.

Mar 13:3  Y se sentó en el monte de los Olivos, frente al templo. Y Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le preguntaron aparte:

Mar 13:4  Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse?

Mar 13:5  Jesús, respondiéndoles, comenzó a decir: Mirad que nadie os engañe;

Mar 13:6  porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y engañarán a muchos.

Mar 13:7  Mas cuando oigáis de guerras y de rumores de guerras, no os turbéis, porque es necesario que suceda así; pero aún no es el fin.

Mar 13:8  Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá terremotos en muchos lugares, y habrá hambres y alborotos; principios de dolores son estos.

Mar 13:9  Pero mirad por vosotros mismos; porque os entregarán a los concilios, y en las sinagogas os azotarán; y delante de gobernadores y de reyes os llevarán por causa de mí, para testimonio a ellos.

Mar 13:10  Y es necesario que el evangelio sea predicado antes a todas las naciones.

Mar 13:11  Pero cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo.

Mar 13:12  Y el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres, y los matarán.

Mar 13:13  Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.

 

               El capítulo que ahora comenzamos está lleno de profecías, algunas de las cuales se han cumplido, mientras que otras están aún por cumplirse. Dos grandes  acontecimientos forman su tema principal: la destrucción de Jerusalén y el fin consiguiente de la dispensación judaica por una parte, y por otra, la segunda  venida de nuestro Señor Jesucristo, y la terminación de las condiciones en que ahora vivimos. La destrucción de Jerusalén aconteció tan solo cuarenta años  después de la crucifixión de nuestro Señor. La segunda venida de Cristo está aún por suceder, y quizás vivamos para verla con nuestros ojos.

Capítulos como este deben ser muy interesantes para todo verdadero cristiano. Ninguna historia debería llamar tanto nuestra atención como la historia pasada  y futura de la iglesia de Cristo. Los principios y la caída de los imperios del mundo son relativamente acontecimientos de poca importancia a los ojos de Dios.

Babilonia, Grecia, Roma, Francia e Inglaterra, son nada para El en parangón con el cuerpo místico de Cristo. La marcha de los ejércitos y las victorias de los  conquistadores son meras fruslerías en comparación de los progresos del Evangelio, y del triunfo definitivo del Príncipe de la Paz. ¡Ojalá que recordemos esto  al leer las profecías de las Escrituras! "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca." Apoc. 1.3.

Lo primero que debe atraer nuestra atención en los versículos de que nos estamos ocupando, es la predicción de nuestro Señor respecto al templo de Jerusalén.

Los discípulos, con el orgullo natural de los judíos, habían llamado la atención de su Maestro al esplendor arquitectónico del templo. "Mira," le dijeron, " que  piedras y que edificios" recibieron del Señor una respuesta muy diferente de la que se esperaban, respuesta que debió entristecerles el corazón, y muy  apropiada para despertar en sus espíritus el deseo de indagar. No salió de sus labios ninguna palabra que indicara admiración. No aprobó el plan ni el trabajo  del edificio suntuoso que tenía ante sus ojos. Tal parece que se olvidó de la forma y belleza del edificio material, absorbido en la consideración de la maldad  de la nación en cuyo seno se alzaba. "¿Veis," replica El," esos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada...

Aprendamos de esa frase solemne, que la verdadera gloria de una iglesia no consiste en sus edificios para el culto público, sino en la fe y santidad de sus  miembros. Nuestro Señor Jesucristo no podía complacerse en fijar su vista en ese mismo templo que encerraba el santo de los santos, el candelero de oro, y el  altar de los holocaustos. Bien podemos suponer, que mucho menos placer puede encontrar en los más espléndidos templos de los que se llamaban cristianos,  si Su Palabra y Su Espíritu no se reverencian en ellos.

Gran bien nos hará el recordarlo. Somos naturalmente inclinados a juzgar de las cosas por su apariencia, como los niños que aprecian las margaritas más que  el trigo. Estamos muy dispuestos a suponer que donde hay un suntuoso templo y un ceremonial pomposo, piedras entalladas y vidrios pintados, buena  música y ministros revestidos de trajes resplandecientes, allí debe haber de seguro verdadera religión; y, sin embargo, posible es que no haya ninguna;  quizás todo se reduce a formas, aparato, y excitación de los sentidos. Posible es que no haya nada que satisfaga la conciencia y cure el corazón enfermo.

Posible es que resulte así que investiguemos que Cristo no es predicado en aquel templo espléndido, y que no se explica allí la Palabra de Dios. Puede  suceder que los ministros ignoren completamente el Evangelio, y que los adoradores estén muertos en transgresiones y pecados. Indudable es para nosotros  que Dios no puede encontrar ninguna belleza en semejante edificio; así como no debemos dudar tampoco que el Partenón estaba desnudo de gloria a los ojos de Dios comparado con las cuevas y cavernas en que los primeros cristianos le tributaban culto, que la boardilla más pobre y miserable en que Cristo es  predicado hoy, tiene más mérito a Sus ojos que la basílica de S. Pedro en Roma.

No vayamos, sin embargo, a incurrir en el absurdo de suponer que es indiferente que clase de edificios dedicamos especialmente al servicio de Dios. No es  Papismo fabricar una hermosa iglesia; ni la verdadera religión consiste en tener para el culto un lugar sucio, indigno, sin orden y sin decencia. "pero hágase todo decentemente y con orden." 1 Cor. 14.40. Pero sea un principio fijo de nuestra religión, que aunque nuestras iglesias sean bellas, consideremos como  sus principales ornamentos una doctrina pura y un culto santo; sin estas dos condiciones el edificio eclesiástico más espléndido es radicalmente defectuoso; no  hay gloria en él si Dios no está allí. Pero con estas dos condiciones, la más humilde cabaña de ladrillo en que es predicado el Evangelio, es bella y atractiva;  está consagrada por la presencia de Cristo y por la bendición del Espíritu Santo.

Lo que debe, en segunde lugar, fijar nuestra atención en estos versículos, es la manera notable con que nuestro Señor comienza la gran profecía de este  capítulo.

Se nos dice que cuatro de sus discípulos, excitados sin duda por su predicción respecto al templo, se dirigieron á El para pedirle más informes. "Dinos," le  dijeron, "¿Cuándo serán esas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas vayan a cumplirse?

La respuesta que nuestro Señor da a estas preguntas comienza prediciendo que aparecerán falsas doctrinas y que habrá guerras. Si sus discípulos se  imaginaban que les prometería triunfos inmediatos y prosperidades temporales en este mundo, pronto se desengañaron. Muy lejos de hacerles concebir la  esperanza de una victoria pronta de la verdad, les anuncia que cuenten con ver asomar el error. "Mirad que nadie os engañe. Muchos vendrán en mi nombre,  diciendo: Yo soy Cristo." Muy lejos de despertar en ellos la idea del reinado general de la paz y de la tranquilidad, les ordena que se preparen a guerras y  trastornos. "Nación se levantará contra nación, y reino contra reino. Habrá terremotos por los lugares, y habrá hambres y alborotos; principios de dolores serán  estos.

 

Al leer las profecías de la Biblia concernientes a la iglesia Cristo, encontraremos generalmente en ellas el juicio y la misericordia mezclados juntamente.

Ha veces son amargas sin ninguna dulzura, ni todo oscuridad sin alguna luz. El Señor conoce nuestra debilidad, y la tendencia que tenemos a desmayar; por  eso cuida de mezclar los consuelos a las amenazas, las palabras dulces con las duras, como la hebra y la trama en un tejido. Fácil es descubrir este espíritu en  el libro de Apocalipsis y en toda la profecía que ahora meditamos. Veámoslo en los pocos versículos que hemos acabado de leer.

Observemos, en primer lugar, los disturbios que el Señor anuncia a su pueblo entre la época de su primera venida y la de su segunda. No hay duda que desde  la caída de Adán herencia de los hombres son las penas; aparecieron al mismo tiempo que las espinas y los abrojos. "Pero como las chispas se levantan para volar por el aire, Así el hombre nace para la aflicción.." Job 5.7. Pero hay dolores y penas especiales a que están sujetos los que creen en Jesucristo, y de esos nuestro Señor los  apercibe con mucha claridad.

Deben esperar penas y disgustos de parte del mundo; y no esperar protección de los "gobernadores y reyes." Ya verán que su conducta y sus doctrinas no les  ganarán favor con los poderosos; al contrario, serán aprisionados, golpeados, y llevados ante los tribunales como malhechores, sin otra razón que la de haberse  adherido al Evangelio de Cristo.

Deben esperar penas y disgustos de parte de sus mismos parientes. "El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre a su hijo." Los que son de  su carne y de su sangre se olvidarán con frecuencia de su amor a ellos, por odio a su religión. Descubrirán algunas veces que la enemistad del ánimo carnal  contra Dios es más fuerte que los vínculos de la familia y de la sangre.

Haremos bien en atesorar estas cosas en nuestro corazón, y "calcular el costo" de ser cristianos. No debemos imaginarnos que sea extraño que nuestra fe  nos atraiga amarguras. No hay duda que atravesamos tiempos favorables; no tenemos razón en temer muerte ni cárcel por servir a Cristo en ciertos países;  pero, con todo eso, necesario es que nos resolvamos a sufrir algunos disgustos, si somos cristianos verdaderos, firmes y decididos.

Decidámonos a soportar risas, el ridículo, burlas, murmuraciones, y persecuciones mezquinas, y aun de nuestros parientes más cercanos y queridos tendremos  que recibir palabras duras y poco benévolas. La "ofensa de la cruz" no ha cesado. "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente." 1 Cor. 2.14.   "Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora." Gal. 4.29. La vida más consecuente en todos sus actos no lo impedirá.

Si nos hemos convertido, no debemos sorprendernos al descubrir que somos odiados por causa de Cristo.

Observemos, en segundo lugar, que estímulos tan eficaces el Señor Jesús presenta a su pueblo perseguido. Les ofrece tres cordiales deliciosos que conforten  sus almas.

Nos dice que "el Evangelio debe ser primero predicado a todas las naciones." Debe ser y lo será: a despecho de los hombres y del diablo, la historia de la cruz  será contada en todas las regiones de la tierra. Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A pesar de las persecuciones, de las cárceles, y de la  muerte, nunca faltará una serie de hombres creyentes que proclamarán la buena nueva de la salvación por gracia. Pocos quizás los crean: quizás muchos de sus  oyentes continuarán endurecidos en el pecado; pero nada impedirá la predicación del Evangelio. La palabra no será nunca encadenada, aunque los que la  prediquen sean cargados de cadenas y ejecutados en un patíbulo. 2 Tim. 2.9. en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa.

Nuestro Señor nos dice también, que los que sufren persecuciones especiales por causa del Evangelio, recibirán una ayuda especial en la época de su  necesidad: el Espíritu Santo los asistirá cuando hagan su defensa. Encontrarán palabras y argumentos que sus adversarios no podrán refutar ni resistir. Así  como aconteció con Pedro, Juan, y Pablo cuando fueron llevados ante los concilios judaicos y romanos, así acontecerá con los verdaderos discípulos; y que  esta promesa se ha cumplido nos lo prueban abundantemente las historias de Hus, de Lutero, de Latimer y Bidley y Baxter. Cristo ha sido fiel a su palabra.

Nuestro Señor nos dice además, que la paciencia y la perseverancia producirán la salvación final. "El que sufre hasta el fin, ese será salvado." Ninguno de los  que sufren tribulaciones dejará de recibir recompensa. Todos al fin recogerán rica cosecha, y lo que sembraron con lágrimas, segarán con regocijo. Sus  aflicciones ligeras y transitorias, sus penas de un momento, los guiarán a un tesoro de gloria eterna.

Acopiemos consuelo en esas promesas que se hacen a todos los verdaderos siervos de Cristo. Aunque ahora se vean perseguidos, burlados, vejados,  descubrirán al fin que están con los que triunfan. Aunque algunas veces se vean asediados, perplejos, puestos a prueba, nunca se encontrarán enteramente  abandonados. Aunque derribados, no serán destruidos. Guarden compostura y tengan paciencia, que el fin de todo lo que ven girar en torno suyo, es cierto,  fijo y seguro. Los reinos de este mundo se convertirán en los reinos de Dios y de su Cristo. Y cuando los burladores y los impíos, que tantas veces los  insultaron, queden avergonzados, los creyentes recibirán una corona de gloria inmarcesible.

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