Jn 15:16 No me elegisteis
vosotros a mí, sino que yo
os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro
fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os
lo dé.
La idea clave de este pasaje es lo que dice Jesús de que no han sido Sus
discípulos los que Le han escogido a Él, sino Él a Sus discípulos. No hemos
sido nosotros los que hemos escogido a Dios, sino Dios Quien, en Su gracia, Se ha acercado a nosotros con
la llamada y la invitación de Su amor.
De este pasaje podemos sacar una lista de las
cosas para las que Jesús nos ha escogido y llamado.
(i) Nos
ha escogido para la alegría. Por muy difícil que sea el camino cristiano
es, tanto por su recorrido como por su destino, un camino de alegría. Siempre hay alegría en hacer lo
que es debido. El cristiano es una persona alegre, un sonriente
caballero de Cristo. Un cristiano lúgubre es una contradicción en términos; y
nada ha producido más daño al Cristianismo en toda su historia que su
identificación con las togas negras y las caras largas. Es verdad que el cristiano es un pecador, pero un pecador redimido; y
de ahí su alegría. ¿Cómo puede dejar de ser feliz una persona que camina
por los senderos de la vida con Jesús?
(ii) Nos
ha escogido para el amor. Jesús nos envía al mundo para que nos amemos los
unos a los otros. A veces vivimos como si se nos hubiera echado al mundo para
competir, o para discutir, o hasta para pelearnos los unos con los otros. Pero
el cristiano ha de vivir de tal manera que muestre lo que quiere decir amar a
sus semejantes. Aquí Jesús hace otra de Sus grandes proclamas. Si Le
preguntáramos: "¿Qué derecho tienes Tú a exigirnos que nos amemos unos a
otros?» Su respuesta sería: «Nadie puede llegar a mostrar más amor que dando la
vida por sus amigos: y eso es lo que Yo he hecho.» Muchos les han dicho a los
demás que se amaran, cuando toda la vida de los que lo decían era una
demostración de que eso era lo último que hacían o harían ellos. Jesús nos dejó
un mandamiento que El mismo fue el primero en cumplir. Por eso nos dice: «Como
Yo os he amado.»
(iii) Jesús
nos ha llamado para que seamos Sus amigos. Dijo a los Suyos que ya no los
iba a llamar más esclavos, sino amigos. Ahora bien: ese dicho sería aún más
glorioso para los que Se lo oyeron por primera vez que para nosotros. Dulos, el
esclavo, el siervo de Dios, no era un título vergonzoso, sino del mayor honor.
Moisés fue dulos de Dios (Deu_34:5 Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab,
conforme al dicho de Jehová. ); y lo mismo Josué (Jos_24:29 Después de estas cosas murió Josué
hijo de Nun, siervo de Jehová, siendo de ciento diez años. ), y David (Salmo_89:20 Hallé a David mi
siervo; Lo ungí con mi santa unción.). Era
un título que Pablo se sentía orgulloso de usar (Tit_1:1 Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la
fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la
piedad,), lo mismo que Santiago (Stg_1:1 Santiago,
siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la
dispersión: Salud). Los más grandes del pasado tenían a gala el ser
duloi (plural), esclavos de Dios. Y Jesús dice: «Yo
tengo algo todavía mejor para vosotros: ya no vais a ser esclavos, sino
amigos.» Cristo, desde que vino al mundo, nos ofrece una confianza con
Dios que ni los mayores del pasado se atrevieron a soñar.
La idea de ser amigo de Dios tiene su
trasfondo. Abraham fue el amigo de Dios (Isa_41:8 Pero tú, Israel, siervo mío eres;
tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo ).
Jesús nos llama para que seamos Sus amigos y
los amigos de Dios. Ese es un ofrecimiento tremendo. Quiere decir que ya no
tenemos que mirar a Dios anhelantemente desde lejos. No somos como los
esclavos, que no tienen el menor derecho a entrar a la presencia de su amo; ni
como las multitudes, que sólo consiguen vislumbrar al rey cuando pasa en alguna
ocasión especial. Jesús nos ha introducido en esta intimidad con Dios, Que ya
no es para nosotros un extraño inasequible, sino nuestro Amigo íntimo.
(iv) Jesús
no nos escogió sólo para otorgarnos una serie de privilegios tremendos. Nos
llamó para que fuéramos Sus socios. Un esclavo no puede ser nunca un socio; la
ley griega le definía como una herramienta viva. Su amo no compartía con él sus
pensamientos. El esclavo tenía que hacer lo que se le mandara, sin discusión ni
demora. Pero Jesús dijo: «Vosotros no sois Mis esclavos, sino Mis socios. Os he
dicho todo lo que hay, lo que estoy tratando de hacer y por qué. Os he dicho
todo lo que Dios Me ha dicho.» Jesús nos ha hecho el honor de hacernos Sus
socios en Su obra. Nos ha comunicado Su pensamiento, y nos ha abierto Su
corazón. La gran opción que se nos presenta es aceptar o rehusar colaborar con
Jesús en la obra de llevarle el mundo a Dios.
(v) Jesús
nos escogió como Sus embajadores. «Yo os he escogido dijo- para enviaros.»
No nos ha escogido para que vivamos una vida retirada del mundo, sino para que
Le representemos en el mundo. Cuando venía un caballero a la corte del rey
Arturo de la leyenda, no venía a pasar el resto de su vida en fiestas y
banquetes, sino que se llegaba al rey y le decía: «Envíame a alguna gran
empresa que pueda hacer por la caballería y por ti.» Jesús nos escogió,
primero, para que viniéramos a Él, y luego, para que saliéramos al mundo. Y ese
debe ser el esquema y ritmo diario de nuestra vida.
(vi) Jesús
nos escogió para que fuéramos Su publicidad. Nos escogió para que nos
pusiéramos a dar fruto, y un fruto que resistiera la prueba del tiempo. La
manera de extender el Cristianismo es siendo cristianos. La manera de traer a
otros a la fe cristiana es mostrarles el fruto de la vida cristiana. Jesús nos envía, no a hacer
cristianos a base de discutir, y menos a base de meter miedo, sino atrayéndolos
con nuestro ejemplo; viviendo de tal manera que el fruto sea tan maravilloso
que otros lo quieran para sí mismos.
(vü) Jesús
nos escogió para que fuéramos miembros privilegiados de la familia de Dios.
Nos escogió para que el Padre nos diera todo lo que Le pidiéramos en Su nombre.
Aquí nos encontramos otra vez ante uno de esos grandes dichos acerca de la
oración que debemos entender rectamente. Si lo pensamos superficialmente, suena
como si el cristiano pudiera pedir lo que le diera la gana, y recibirlo. Ya
hemos pensado en esto; pero no nos vendrá mal hacerlo otra vez. El Nuevo Testamento establece ciertas leyes
sobre la oración.
(a) La
oración tiene que hacerse con fe (Stg_5:15 Y la
oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere
cometido pecados, le serán perdonados.). Está claro que Dios no se
compromete a contestar cuando la oración no es más que un formulismo, una
repetición rutinaria de cosas que no se sienten, un cumplimiento -«cumplo y
miento» religioso. Cuando la oración es de pena no puede ser efectiva. No tiene
sentido pedirle a Dios que nos cambie si no creemos que es posible cambiar.
Para pedir con efectividad hay que tener una fe inalterable en el amor
todopoderoso de Dios.
(b) La
oración tiene que hacerse en el nombre de Cristo. No podemos pedir cosas
que sabemos que Jesús no aprueba. No podemos pedir que se nos entregue alguna
persona o cosa prohibida; no podemos pedir que se haga realidad alguna ambición
personal cuando eso supone que alguien tenga que sufrir por ello. No podemos
pedir la venganza de nuestros enemigos en el nombre de Uno Que es amor. Siempre
que tratemos de convertir la oración en algo que nos permita realizar nuestras
ambiciones y satisfacer nuestros deseos tiene que ser ineficaz por fuerza,
porque no es oración.
(c) La
oración debe incluir siempre: «Hágase Tu voluntad." Cuando oramos
debemos empezar por darnos cuenta de que nunca sabemos más que Dios. La esencia
de la oración no es pedirle a Dios: «Cambia Tu voluntad», sino «Haz Tu voluntad.»
A menudo, la oración auténtica debe ser, no que Dios nos envíe las cosas que
nosotros queremos, sino que nos capacite para aceptar lo que Él quiera
enviarnos.
(d) La
oración nunca debe ser egoísta. Casi de pasada, Jesús dijo una cosa muy
esclarecedora. Dijo que, si dos personas estuvieran de acuerdo en pedir algo en
Su nombre, se les concedería (Mat_18:19 Otra vez os
digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de
cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los
cielos. ). No debemos tomar esto
con un literalismo mecánico, porque entonces querría decir que, si podemos
hacer que muchas personas se pongan de acuerdo en lo que van a pedir, lo
conseguirían. Lo que quiere decir es que nadie debe orar pensando
exclusivamente en sus propias necesidades y preferencias. Para poner un ejemplo
muy simple: el que va de vacaciones puede que pida que no llueva, cuando el
granjero está pidiendo lluvia. Cuando oramos, debemos preguntarnos, no sólo si
lo que pedimos es para nuestro bien, sino si lo es también para los demás. La
tentación que nos puede asaltar cuando oramos es no tener en cuenta
absolutamente a nadie más que a nosotros mismos.
Jesús nos ha escogido para que seamos miembros
privilegiados de la familia de Dios. Podemos y debemos llevarle todo a Dios en
oración; pero, cuando lo hayamos hecho, debemos aceptar la respuesta que Dios
nos envíe en Su perfecta sabiduría y perfecto amor. Y cuanto más amemos a Dios,
tanto más fácil nos resultará.
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