} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: SOMOS LLAMADOS (3)

miércoles, 3 de noviembre de 2021

SOMOS LLAMADOS (3)


Efesios 1; 4-5 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 5  en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad

Efesios 1; 11 En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad,

 

        Pablo dice: "nos escogió en El", para enfatizar que la salvación depende por completo de Dios. No somos salvos porque lo merezcamos, sino por la gracia de Dios que se nos da gratuitamente. No influimos en la decisión de Dios para que nos salve, lo hizo de acuerdo a su plan. Por lo tanto, no hay lugar para creer que la salvación dependa de nosotros ni lugar para el orgullo. El misterio de la salvación se originó en la mente eterna de Dios mucho antes de que existiéramos. Es difícil entender cómo Dios pudo aceptarnos, pero gracias a Él somos santos e inocentes ante sus ojos. Dios nos escogió y cuando llegamos a pertenecerle por medio de Jesucristo, nos mira como si nunca hubiéramos pecado. Todo lo que podemos hacer es agradecerle por su maravilloso amor.

En esta sección Pablo está pensando en los cristianos como pueblo escogido de Dios, y su mente discurre por tres líneas.

(i) Piensa en el hecho de la elección de Dios. Pablo no pensaba nunca que había sido él el que había escogido hacer la obra de Dios. Siempre pensó que había sido Dios Quien le había escogido a él. Jesús les dijo a Sus discípulos: «No Me elegisteis vosotros a Mí, sino que fui Yo Quien os escogí a vosotros» (Jn_15:16). Aquí es donde está precisamente la maravilla. No sería tan maravilloso si fuera el hombre el que escogiera a Dios; la maravilla es que Dios escoja al hombre.

(ii) Pablo piensa en la generosidad de la elección de Dios. Dios nos escogió para bendecidnos con las bendiciones que no se pueden encontrar nada más que en el Cielo. Hay ciertas cosas que una persona puede descubrir por sí misma; pero hay otras que están totalmente fuera de su capacidad. Una persona puede adquirir por sí misma una cierta habilidad; puede llegar a una cierta posición; puede poseer una cierta cantidad de bienes de este mundo; pero, por sí misma, nunca puede alcanzar la bondad y la paz interior. Dios nos escogió para darnos esas cosas que solo Él puede dar.

(iii) Pablo piensa en el propósito de la elección de Dios. Dios nos escogió para que fuéramos santos e irreprensibles. Aquí tenemos dos grandes palabras. Santo es en griego haguios, que siempre conlleva la idea de diferencia y de separación. Un templo es santo porque es diferente de los otros edificios; un creyente es santo porque es diferente de las demás personas; una víctima es santa porque es diferente de los otros animales; Dios es supremamente santo porque es supremamente diferente de todas las criaturas. Así que Dios escogió a los cristianos para que fueran diferentes de las demás personas.

Aquí tenemos un desafío que las iglesias modernas se resisten a arrostrar. En la Iglesia original, los cristianos no tenían nunca la menor duda de que tenían que ser diferentes de la gente, del mundo. De hecho sabían que tenían que ser tan diferentes que lo más probable sería que el mundo los odiara, y hasta quisiera acabar con ellos. Pero la tendencia de las iglesias modernas es difuminar su diferencia con el mundo. De hecho, muchas veces se les dice a los creyentes: «Mientras vivas una vida decente y respetable, está bien que seas miembro de iglesia y que te consideres cristiano. No tienes por qué ser tan diferente de las demás personas.» De hecho, a un cristiano se le debería poder distinguir siempre en el mundo.

Tenemos que recordar siempre que esta diferencia en la que Cristo insiste no es la que saca a una persona del mundo; le hacen diferente dentro de él. Debería ser posible identificar al cristiano en la escuela, la tienda, la fábrica, el hospital, en cualquier sitio. Y la diferencia está en que el cristiano se comporta, no de acuerdo con las normas humanas, sino como le exige la ley de Cristo. Un profesor cristiano trata de cumplir la normativa, no de las autoridades educacionales o del director de su centro, sino de Cristo; y eso representa una actitud muy diferente de la corriente para con los estudiantes que tiene a su cargo. Un obrero cristiano no se conforma con cumplir las consignas del sindicato, sino las directrices de Jesucristo; y eso le hará ser sin duda una clase muy diferente de obrero, lo que puede muy bien hacer que le echen -pero siempre como persona, como obrero. Un empresario cristiano se preocupará de mucho más que de pagar el salario mínimo, o de crear las condiciones laborales mínimas. Es el simple hecho del asunto que, si los cristianos fuéramos haguios, diferentes, produciríamos la mayor revolución en la sociedad.

Irreprensibles es la palabra griega amómos. Su interés radica en que es una palabra del lenguaje de los sacrificios. Bajo la ley judía, antes de ofrecer un animal en sacrificio había que inspeccionarlo; y, si se le encontraba algún defecto, se rechazaba como impropio para ofrecerlo a Dios. Solamente lo mejor era adecuado para ofrecerse a Dios. Amómos indica que la persona total debe ser una ofrenda a Dios. Considera todos los aspectos de nuestra vida -trabajo, placer, deporte, vida familiar, relaciones personales-, y nos dice que deben ser tales que se los podamos ofrecer a Dios. Esta palabra no quiere decir que los cristianos deben ser respetables; quiere decir mucho más que eso: que deben ser perfectos. Decir que un cristiano tiene que ser ámómos es descartar conformarse con algo menos que lo mejor; quiere decir que el baremo del cristiano no es nada menos que la perfección.

Pablo nos habla del plan de Dios. Una de las alegorías que usa más de una vez acerca de lo que Dios hace por los hombres es la de la adopción (Rom_8:23y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.  ; Gal_4:5 para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.). Dios nos ha adoptado en Su familia como hijos.

En el mundo antiguo, donde estaba en uso la ley romana, esto resultaría todavía más claro que entre nosotros. Porque allí la familia se basaba en lo que se llamaba la patria potestas, la autoridad del padre. Un padre tenía poder absoluto sobre sus hijos durante toda su vida. Podía vender a un hijo suyo corno esclavo, y hasta matarle. Dión Casio nos dice que " la ley de los Romanos le confiere al padre una autoridad absoluta sobre sus hijos, y sobre la totalidad de la vida de sus hijos. Le confiere autoridad, si así lo desea, de meterle preso, azotarle, hacerle trabajar en sus propiedades como esclavo encadenado y hasta matarle. Ese derecho continúa existiendo aunque el hijo sea lo suficientemente mayor como para cumplir una parte activa en asuntos políticos, aunque se le haya tenido por digno de ocupar el puesto de magistrado, y aunque le tengan respeto todas las personas.» Es absolutamente cierto que, cuando un padre estaba juzgando a su hijo, se suponía que convocara a los varones adultos de la familia a consulta; pero no lo tenía que hacer por obligación.

Según la ley romana, un hijo no podía poseer nada; y cualquier herencia que se le legara o cualquier regalo que se le hiciera eran propiedad de su padre. No importaba la edad del hijo, ni los honores y responsabilidades que hubiera alcanzado; estaba siempre totalmente bajo el poder de su padre.

En tales circunstancias, es obvio que la adopción era una decisión muy seria. Era, sin embargo, bastante frecuente, porque se adoptaban hijos muchas veces para asegurarse de que no se extinguiera la familia. El ritual de la adopción tiene que haber sido muy impresionante. Se llevaba a cabo mediante una venta simbólica, en la que se usaban monedas y balanzas. El padre real vendía a su hijo dos veces, y dos veces le recuperaba simbólicamente; finalmente le vendía por tercera vez, y a la tercera iba la vencida. Después, el padre adoptivo tenía que ir al praetor, uno de los magistrados Romanos principales, y solicitar la legalización de la adopción. Solamente después de completar todo esto se consideraba definitiva la adopción.

Cuando la adopción se había realizado, era totalmente vinculante. La persona que había sido adoptada tenía todos los derechos de un hijo legítimo en la nueva familia, y perdía todos los derechos que le correspondieran por su familia anterior. A los ojos de la ley era una nueva persona; hasta tal punto que hasta todas las deudas y obligaciones que le pudieran corresponder por su familia anterior quedaban abolidas como si no hubieran existido nunca.

Eso es lo que Pablo dice que Dios ha hecho por nosotros. Estábamos totalmente en poder del pecado y del mundo. Dios, por medio de Jesús, nos ha liberado de ese poder, y Su adopción borra el pasado y nos hace nuevas criaturas.

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