Efesios
1; 4-5 según nos escogió en él antes de la fundación
del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 5 en amor habiéndonos predestinado para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su
voluntad
Efesios
1; 11 En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido
predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el
designio de su voluntad,
Pablo dice: "nos escogió en El",
para enfatizar que la salvación depende por completo de Dios. No somos salvos
porque lo merezcamos, sino por la gracia de Dios que se nos da gratuitamente.
No influimos en la decisión de Dios para que nos salve, lo hizo de acuerdo a su
plan. Por lo tanto, no hay lugar para creer que la salvación dependa de
nosotros ni lugar para el orgullo. El misterio de la salvación se originó en la
mente eterna de Dios mucho antes de que existiéramos. Es difícil entender cómo
Dios pudo aceptarnos, pero gracias a Él somos santos e inocentes ante sus ojos.
Dios nos escogió y cuando llegamos a pertenecerle por medio de Jesucristo, nos
mira como si nunca hubiéramos pecado. Todo lo que podemos hacer es agradecerle
por su maravilloso amor.
En esta sección Pablo está pensando en los
cristianos como pueblo escogido de Dios, y su mente discurre por tres líneas.
(i) Piensa
en el hecho de la elección de Dios. Pablo no pensaba nunca que había sido
él el que había escogido hacer la obra de Dios. Siempre pensó que había sido
Dios Quien le había escogido a él. Jesús les dijo a Sus discípulos: «No Me
elegisteis vosotros a Mí, sino que fui Yo Quien os escogí a vosotros» (Jn_15:16).
Aquí es donde está precisamente la maravilla. No sería tan maravilloso si fuera
el hombre el que escogiera a Dios; la maravilla es que Dios escoja al hombre.
(ii) Pablo
piensa en la generosidad de la elección de Dios. Dios nos escogió para
bendecidnos con las bendiciones que no se pueden encontrar nada más que en el
Cielo. Hay ciertas cosas que una persona puede descubrir por sí misma; pero hay
otras que están totalmente fuera de su capacidad. Una persona puede adquirir
por sí misma una cierta habilidad; puede llegar a una cierta posición; puede
poseer una cierta cantidad de bienes de este mundo; pero, por sí misma, nunca
puede alcanzar la bondad y la paz interior. Dios nos escogió para darnos esas
cosas que solo Él puede dar.
(iii) Pablo
piensa en el propósito de la elección de Dios. Dios nos escogió para que
fuéramos santos e irreprensibles. Aquí tenemos dos grandes palabras. Santo es
en griego haguios, que siempre conlleva la idea de diferencia y de separación.
Un templo es santo porque es diferente de los otros edificios; un creyente es
santo porque es diferente de las demás personas; una víctima es santa porque es
diferente de los otros animales; Dios es supremamente santo porque es
supremamente diferente de todas las criaturas. Así que Dios escogió a los
cristianos para que fueran diferentes de las demás personas.
Aquí tenemos un desafío que las iglesias
modernas se resisten a arrostrar. En la
Iglesia original, los cristianos no tenían nunca la menor duda de que tenían
que ser diferentes de la gente, del mundo. De hecho sabían que tenían que
ser tan diferentes que lo más probable sería que el mundo los odiara, y hasta
quisiera acabar con ellos. Pero la tendencia de las iglesias modernas es
difuminar su diferencia con el mundo. De hecho, muchas veces se les dice a los
creyentes: «Mientras vivas una vida decente y respetable, está bien que seas
miembro de iglesia y que te consideres cristiano. No tienes por qué ser tan
diferente de las demás personas.» De hecho, a un cristiano se le debería poder distinguir siempre en el mundo.
Tenemos que recordar siempre que esta diferencia en la que Cristo insiste
no es la que saca a una persona del mundo; le
hacen diferente dentro de él. Debería
ser posible identificar al cristiano en la escuela, la tienda, la fábrica, el
hospital, en cualquier sitio. Y la
diferencia está en que el cristiano se comporta, no de acuerdo con las
normas humanas, sino como le exige la
ley de Cristo. Un profesor cristiano trata de cumplir la normativa, no de
las autoridades educacionales o del director de su centro, sino de Cristo; y
eso representa una actitud muy diferente de la corriente para con los
estudiantes que tiene a su cargo. Un
obrero cristiano no se conforma con cumplir las consignas del sindicato, sino las directrices de Jesucristo; y eso le hará ser sin duda una clase muy
diferente de obrero, lo que puede muy bien hacer que le echen -pero siempre
como persona, como obrero. Un empresario cristiano se preocupará de mucho más que de
pagar el salario mínimo, o de crear las condiciones laborales
mínimas. Es el simple hecho del asunto que, si
los cristianos fuéramos haguios, diferentes, produciríamos la mayor revolución
en la sociedad.
Irreprensibles
es la palabra griega amómos.
Su interés radica en que es una palabra del lenguaje de los sacrificios. Bajo
la ley judía, antes de ofrecer un animal en sacrificio había que
inspeccionarlo; y, si se le encontraba algún defecto, se rechazaba como
impropio para ofrecerlo a Dios. Solamente lo mejor era adecuado para ofrecerse
a Dios. Amómos indica que la persona total debe ser una ofrenda a Dios.
Considera todos los aspectos de nuestra vida -trabajo, placer, deporte, vida
familiar, relaciones personales-, y nos dice que deben ser tales que se los
podamos ofrecer a Dios. Esta palabra no quiere decir que los cristianos deben
ser respetables; quiere decir mucho más que eso: que deben ser perfectos. Decir
que un cristiano tiene que ser ámómos es descartar conformarse con algo menos
que lo mejor; quiere decir que el baremo del cristiano no es nada menos que la
perfección.
Pablo
nos habla del plan de Dios. Una
de las alegorías que usa más de una vez acerca de lo que Dios hace por los hombres
es la de la adopción (Rom_8:23y no sólo ella, sino que
también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros
también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención
de nuestro cuerpo. ; Gal_4:5 para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de
que recibiésemos la adopción de hijos.). Dios nos ha adoptado en Su familia como hijos.
En el mundo antiguo, donde estaba en uso la
ley romana, esto resultaría todavía más claro que entre nosotros. Porque allí
la familia se basaba en lo que se llamaba la patria potestas, la autoridad del
padre. Un padre tenía poder absoluto sobre sus hijos durante toda su vida.
Podía vender a un hijo suyo corno esclavo, y hasta matarle. Dión Casio nos dice
que " la ley de los Romanos le confiere al padre una autoridad absoluta
sobre sus hijos, y sobre la totalidad de la vida de sus hijos. Le confiere
autoridad, si así lo desea, de meterle preso, azotarle, hacerle trabajar en sus
propiedades como esclavo encadenado y hasta matarle. Ese derecho continúa
existiendo aunque el hijo sea lo suficientemente mayor como para cumplir una
parte activa en asuntos políticos, aunque se le haya tenido por digno de ocupar
el puesto de magistrado, y aunque le tengan respeto todas las personas.» Es
absolutamente cierto que, cuando un padre estaba juzgando a su hijo, se suponía
que convocara a los varones adultos de la familia a consulta; pero no lo tenía
que hacer por obligación.
Según la ley romana, un hijo no podía poseer
nada; y cualquier herencia que se le legara o cualquier regalo que se le
hiciera eran propiedad de su padre. No importaba la edad del hijo, ni los
honores y responsabilidades que hubiera alcanzado; estaba siempre totalmente
bajo el poder de su padre.
En tales circunstancias, es obvio que la
adopción era una decisión muy seria. Era, sin embargo, bastante frecuente,
porque se adoptaban hijos muchas veces para asegurarse de que no se extinguiera
la familia. El ritual de la adopción tiene que haber sido muy impresionante. Se
llevaba a cabo mediante una venta simbólica, en la que se usaban monedas y
balanzas. El padre real vendía a su hijo dos veces, y dos veces le recuperaba
simbólicamente; finalmente le vendía por tercera vez, y a la tercera iba la
vencida. Después, el padre adoptivo tenía que ir al praetor, uno de los
magistrados Romanos principales, y solicitar la legalización de la adopción.
Solamente después de completar todo esto se consideraba definitiva la adopción.
Cuando la adopción se había realizado, era
totalmente vinculante. La persona que había sido adoptada tenía todos los
derechos de un hijo legítimo en la nueva familia, y perdía todos los derechos
que le correspondieran por su familia anterior. A los ojos de la ley era una
nueva persona; hasta tal punto que hasta todas las deudas y obligaciones que le
pudieran corresponder por su familia anterior quedaban abolidas como si no
hubieran existido nunca.
Eso es lo que Pablo dice que
Dios ha hecho por nosotros. Estábamos totalmente en poder del pecado y del
mundo. Dios, por medio de Jesús, nos ha liberado de ese poder, y Su adopción
borra el pasado y nos hace nuevas criaturas.
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