} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 26 Junio LA BUENA SEMILLA

lunes, 26 de junio de 2017

26 Junio LA BUENA SEMILLA

Juan 6; 68-69

“Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”

Esta es la versión que Juan nos da de la gran confesión de Pedro en Cesarea de Filipo.

Podemos leer también en (Marcos_8:27; Mateo_16:13; Lucas_9:18).

Fue precisamente una situación así la que produjo la lealtad del corazón de Pedro. Para él, el hecho era que no había absolutamente nadie al que ir después de haber estado con Jesús. Por decirlo de alguna manera, Jesús era el único que tenía palabras de vida eterna.
La lealtad de Pedro tenía sus raíces en su relación personal con Jesucristo. Habría muchas cosas que Pedro no entendía; estaría a veces tan confuso y despistado como lo estamos muchas veces nosotros. Pero había algo en Jesús por lo que habría estado dispuesto a morir.  

El Cristianismo no es una filosofía que podemos aceptar, ni una teoría a la que nos adherimos. Es una respuesta personal a Jesucristo. Es la lealtad y el amor que da una persona porque el corazón no le deja hacer otra cosa.

Después que muchos de los seguidores lo abandonaron, Jesús preguntó a los doce discípulos si también lo dejarían. Pedro respondió: "¿A quién iremos?" En su estilo directo, Pedro respondió por todos nosotros: no hay otro camino.

A pesar de que existen muchas filosofías y autoridades autoproclamadas, únicamente Jesús tiene palabras de Vida Eterna.

La gente busca la vida eterna por todas partes y no ven a Cristo, la única fuente. Permanezcamos con Jesús, sobre todo cuando estemos confundidos o nos sintamos solos.
  
No podemos negar que nosotros nos hemos asustado, lo mismo que aquéllos, y viendo que tantos se iban, quienes pensábamos habrían sido retenidos por una enseñanza menos difícil de comprender, nuestro aguante ha sido probado severamente, ni hemos podido evitar la pregunta de si hemos de seguir a los demás, y abandonar la carrera. Pero cuando se llegó a esto, nuestra luz volvió, y nuestro corazón fue asegurado nuevamente. Porque en el momento que pensamos irnos, se nos presentó aquella pregunta espantosa: “¿A quién iremos?” ¿Al formalismo muerto y a las tradiciones miserables de los ancianos? ¿A los muchos dioses y señores del paganismo que nos rodea? o ¿a la incredulidad hueca?

No, Señor, estamos en callejón sin salida. Aquéllos no tienen nada de aquella “VIDA ETERNA” que ofrecernos, de la cual tú Jesús  estabas hablando, en palabras ricas y encantadoras como también en palabras perturbadoras a la sabiduría humana. Aquella vida no puede faltarnos; aquella vida hemos aprendido a anhelar como una necesidad de la naturaleza más profunda que tú Jesús has despertado en nosotros: “las palabras de aquella vida eterna” (la autoridad a revelarla y el poder de conferirla) tú tienes: Por lo tanto nos quedaremos contigo,  tenemos que quedarnos contigo.”

Hay momentos cuando es probada la fe de uno hasta lo último, particularmente por dificultades especulativas; entonces el ojo espiritual lo ve todo confuso, y parece que toda la verdad se aleja de nosotros. En tales momentos, un claro entendimiento de que abandonar la fe de Cristo es el hacer frente a la desolación vacía, a la ruina y a la muerte; y al reaccionar contra esto, el poder recurrir, no simplemente a principios primarios y a bases firmes, sino a la experiencia personal de un Señor vivo en quien está envuelta toda verdad, y hecho carne para nuestro propio beneficio, esto es un alivio indecible. Buscando refugio bajo aquella ala bendita, hasta hallarnos nuevamente capaces para luchar con las cuestiones que nos confundían, finalmente o hallamos nuestro camino por entre ellas, o lograrnos una satisfacción tranquila en el descubrimiento de que ellas están fuera del límite de los temores actuales.

Cuando admitimos en nuestra mente duros pensamientos acerca de las palabras y obras de Jesús, entramos en la tentación de modo que, si el Señor no lo evitara en su misericordia, terminaríamos retrocediendo.
El corazón corrupto y malo del hombre hace que lo que es materia del mayor consuelo sea una ocasión de ofensa. Nuestro Señor había prometido vida eterna a Sus seguidores en el sermón anterior; los discípulos se adhirieron a esa palabra sencilla y resolvieron aferrarse a Él, cuando los demás se adhirieron a las palabras duras y lo abandonaron.

La doctrina de Cristo es la Palabra de Vida Eterna, por tanto, debemos vivir y morir por ella. Si abandonamos a Cristo, abandonamos nuestras propias misericordias.
Ellos creyeron que este Jesús era el Mesías prometido a sus padres, el Hijo del Dios vivo.

Cuando estamos tentados a descarriarnos, bueno es que recordemos los principios antiguos y nos mantengamos en ellos. Recordemos siempre la pregunta de nuestro Señor: ¿Nos alejaremos y abandonaremos a nuestro Redentor? ¿A quién podemos acudir? Él solo puede dar salvación por el perdón de pecados. Esto solo da confianza, consuelo y gozo y hace que el temor y el abatimiento huyan. Gana la única dicha firme en este mundo y abre el camino a la dicha del próximo.

¡Maranatha! ¡ Si, ven Señor Jesús!

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