Salmo 19:12 ¿Quién podrá entender sus propios
errores? Líbrame de los que me son ocultos.
La Palabra de Dios en la Biblia, advierte al
impío que no siga su mal camino, y advierte al justo que no se salga de su buen
camino. Hay recompensa, no sólo después de obedecer los mandamientos de
Dios, sino en obedecerlos. La fe genuina en Cristo endulza nuestro
consuelo y aligera nuestras cruces, hace verdaderamente valiosa nuestra vida y
verdaderamente deseable la muerte misma.
Aquí tenemos a alguien que ha llegado a estar
bajo la influencia de la palabra divina. Es amonestado, “iluminado” y
enriquecido a través de la obediencia; convencido de pecado y presto para pedir
perdón le son dadas nuevas aspiraciones y anhelo de ser íntegro,
“perfecto”, en cada parte e integralmente como un todo: Como la palabra
misma y en particular aceptable a Dios
en lo que dice. Si es conocido por la palabra que habla, ¿no hemos de serlo
igualmente nosotros? La creación guarda silencio pero nosotros no debemos hacerlo.
¿Cómo se sostendrá tal vida de obediencia? Sólo por medio de restaurar al
Señor mismo en su Roca de poder y de veracidad, y en su bondad como Redentor,
el pariente más cercano que se hace cargo de todas nuestras necesidades.
David no sólo deseaba ser perdonado y limpiado de
los pecados que había descubierto y confesado, sino de los que había olvidado o
pasado por alto.
Todas las revelaciones de pecado que nos hace la
ley, deben llevarnos a orar ante el trono de la gracia. Su dependencia era la
misma que la de todo cristiano que dice: Ciertamente en el Señor Jesús tengo
justicia y fuerza. Ninguna oración es aceptable para Dios si no se ofrece en el
poder de nuestro Redentor Divino por medio de Aquel que tomó nuestra naturaleza
sobre sí mismo, para redimirnos para Dios y restaurar la herencia perdida hace
mucho tiempo. Que nuestro corazón sea muy afectado con la excelencia de Palabra
de Dios; y muy afectado por la vileza del pecado y el peligro que corremos de
y por este.
Muchos cristianos se ven plagados de sentimientos
de culpa. Les preocupa la posibilidad de haber pecado inconscientemente, o
haber hecho algo bueno pero con intenciones egoístas, o no haber hecho el mejor
esfuerzo en alguna tarea, o haber olvidado hacer algo. La culpabilidad puede
jugar un papel importante al llevarnos a Cristo y al hacer que nos comportemos
apropiadamente, pero no debe debilitarnos ni atemorizarnos. El perdón de Dios
es total y completo, aun cuando se trate de pecados inconscientes.
Cuanto más clara nuestra
comprensión de la ley, tanto más manifiestos son nuestros pecados. Sin embargo,
para los efectos plenos de la ley, necesitamos la gracia divina que nos enseñe
nuestras faltas, que nos encamine, que nos refrene de la práctica del pecado y
nos liberte de su poder. Así sólo puede ser nuestra conducta sin tacha, y
aceptos a Dios nuestras palabras y pensamientos.
El verdadero hijo de Dios escucha correcciones; sabe que no es
perfecto. Deja que la Palabra de Dios, usada por el Espíritu Santo, le corrija
en sus prácticas cotidianas. Y siempre hay más que aprender en la vida
práctica. La correcta reacción al
ver y escuchar las revelaciones de Dios es la introspección personal (Santiago 1:21-25).
A menudo el cristiano está ciego a sus propias
flaquezas. Un uso concienzudo de la Palabra de Dios ayudará a mostrar estos
errores. A veces enfatizamos ciertas partes o ciertos temas de la Biblia, pero
hacemos caso omiso de otros. Nuestra oración debe ser, con el salmista: ¡Librarme
de los que me son ocultos!
¡Maranatha!
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