Malaquías 1:10-11
¿Quién también hay de vosotros que
cierre las puertas o atiende el fuego de mi altar de balde? Yo no recibo
contentamiento en vosotros, dijo el SEÑOR de los ejércitos, ni de vuestra mano
me será agradable el presente.
Porque desde donde el
sol nace hasta donde se pone, mi Nombre es grande entre los gentiles; y en todo
lugar se ofrece a mi Nombre perfume, y presente limpio; porque grande es mi
Nombre entre los gentiles, dice el SEÑOR de los ejércitos.
(La Biblia
Casiodoro de Reina 1569)
Dios acusó a los sacerdotes de no haberlo honrado y no haber dado
buenos ejemplos espirituales al pueblo. El templo había sido reconstruido en el
año 516 a.C., y la adoración se llevaba a cabo allí, pero los sacerdotes no
adoraban a Dios de manera adecuada. Esdras, el sacerdote, había llevado a cabo
un gran avivamiento, pero en los tiempos de Malaquías, muchos años después de
la muerte de Esdras, el sacerdocio estaba en decadencia. La adoración a Dios
había perdido su vitalidad y se había vuelto más un negocio para los sacerdotes
que una adoración sincera. Los sacerdotes, representantes y guías del pueblo,
sin darse cuenta demostraban por medio de sus ofrendas y sacrificios la vileza
de su vida. En la degradación de sus ofrendas, ellos mostraban qué tan bajo
habían llegado. Ellos en realidad eran los “ciegos”, los “cojos” y los
“enfermos” (Mateo_23:1-36). ¡Cómo podían
entender lo que estaban haciendo! La estrechez y miopía de su propia manera de
ver y juzgar no les permitía mirar las cosas desde la perspectiva de Dios.
La Ley de Dios requería que se
sacrificaran animales vivos y sin defectos (Levítico_1:3).
Pero estos sacerdotes estaban ofreciendo animales ciegos, cojos y algunos ya
muertos. Dios acusó a Israel de deshonrarlo al ofrecer sacrificios imperfectos.
Nuestras vidas deben ser sacrificios vivos a Dios (Romanos_12:1). Si damos a Dios solo el tiempo, el
dinero y la energía que nos sobran, repetiremos el mismo pecado de estos
adoradores que no querían entregar nada valioso a Dios. Lo que entregamos
refleja nuestra verdadera actitud hacia Él.
El pueblo
ofrecía sacrificios impropios a Dios al: (1) pensar solo en lo que les
convenía: ser lo más barato posible, (2) ser negligentes: no les importaba lo
que ofrecían en sacrificio, y (3) desobedecer totalmente, ofreciendo
sacrificios a su manera y no como Dios se los había ordenado. Estos métodos que
utilizaban al ofrecer sacrificios mostraban su verdadera actitud hacia Dios.
Mejor no ofrecer sacrificios, que ofrecer sacrificios vanos (Isaías_1:11-15). Era el deber de algunos de los
sacerdotes estar a las puertas del patio del altar de las ofrendas encendidas,
para excluir las víctimas defectuosas. Hasta traían al altar, como ofrenda, lo
robado y lo defectuoso.
Las demandas divinas no son, como algunos comentaristas han dicho, una
puerta hacia el legalismo y el ritualismo. Son, en realidad, una invitación a
la fidelidad a todo nivel de la vida humana. En esta sección Malaquías nos
enseña que si no somos fieles en lo menos, no podremos serlo en lo más.
Como intermediarios entre Dios
y el pueblo, los sacerdotes tenían la responsabilidad de reflejar las actitudes
de Dios y su carácter. Al aceptar sacrificios impuros, estaba llevando al
pueblo a creer que Dios aceptaba esos sacrificios también.
Como cristianos, a menudo estamos en la misma posición de estos
sacerdotes debido a que reflejamos a Dios en nuestras familias y con nuestros
amigos. ¿Cómo refleja nuestro carácter y actitud la imagen de Dios? Si aceptamos el pecado a la ligera, estamos
siendo como estos sacerdotes de los tiempos de Malaquías.
Un tema
escuchado a lo largo del Antiguo Testamento se reafirma en este libro:
"Porque grande es mi nombre entre las naciones". Dios tenía un pueblo
escogido, los judíos, a través de los cuales había planeado salvar y bendecir
al mundo entero. Puesto que vosotros, sacerdotes y pueblo judío, “despreciáis
mi nombre” , yo encontraré a otros que me engrandezcan (Mateo_3:9). No penséis que no tendré adoradores porque no os tenga
a vosotros; porque desde el oriente hasta el occidente mi nombre será grande
entre las gentes (Isaías_66:19-20), esos mismos
pueblos que vosotros despreciáis como abominable.
En la actualidad, Dios todavía quiere salvar y bendecir al mundo por
medio de su pueblo, pero ahora su pueblo son todos los que creen en El: judíos
y gentiles. Los cristianos son ahora su pueblo escogido, y nuestro sacrificio
agradable al Señor es nuestra nueva vida en Cristo (2Co_2:14-15).
¿Estamois a la disposición de Dios para ser utilizados para engrandecer su
nombre ante las naciones? Esta misión comienza en nuestra casa y en nuestra
comunidad.
Muchas
personas piensan que seguir a Dios debe hacer la vida más fácil o más cómoda.
Están buscando a Dios por conveniencia. La verdad es que a menudo se requiere
de un trabajo arduo para vivir de acuerdo con los duros requerimientos de Dios,
y sólo con el auxilio del Espíritu Santo somos capacitados para lograrlo. Quizá
nos llame a vivir en la pobreza o en el sufrimiento. Sin embargo, si el servir
a Dios es más importante para nosotros que cualquier otra cosa, todas las cosas
a las que renunciemos tienen poca importancia comparadas con lo que obtenemos:
vida eterna con Dios. Un culto sacrílego no puede agradar a Dios, sino más bien
enojarle
En este sentido se puede
admitir la referencia a la Cena del Señor, sostenida por muchos de los padres;
ella, como la oración, es una ofrenda espiritual, aceptada por medio de la
ofrenda literal del “Cordero sin tacha,” muerto una vez por todas. En la “mesa”
hay referencia al mismo sostén de los sacerdotes; ellos no decían literalmente
que la mesa del Señor era despreciable; pero sus actos virtualmente lo decían.
No obraban como para guiar al pueblo a la reverencia y a ofrecer lo mejor suyo
sobre el altar del Señor. El pueblo estaba pobre, y apartaba para Dios las
peores ofrendas. Los sacerdotes permitían que lo hiciesen por temor de
ofenderlos y así perder toda ganancia de parte de ellos.
Los que viven en negligente descuido de las santas ordenanzas, los que
asisten a ellas sin reverencia, y se van de ellas sin preocupación, dicen en
efecto: La mesa de Jehová es despreciable. Ellos despreciaron el nombre de Dios
en lo que hicieron. Evidente es que éstos no entendieron el significado de los
sacrificios, como sombras del inmaculado Cordero de Dios; ellos reclaman por el
gasto, pensando que todo era desperdicio si no les daba ganancia. Si adoramos a
Dios con ignorancia y sin entendimiento, ofrecemos animal ciego como
sacrificio; si lo hacemos despreocupadamente, si somos fríos, torpes y muertos
en esto, llevamos la enferma; si nos apoyamos en el ejercicio corporal y no lo
hacemos obra de corazón, llevamos el cojo; y si toleramos que se alojen en
nosotros vanos pensamientos y distracciones, llevamos al despedazado. ¿Y esto
no es malo? ¿No es una gran afrenta a Dios y un gran mal y lesión para nuestra
propia alma? Para la aceptación de nuestras acciones por parte de Dios, no basta
hacer lo bueno sólo por hacerlo, sino que debemos hacerlo por un principio
bueno, en la manera buena y para un fin bueno. Nuestras constantes
misericordias de parte de Dios, empeoran la pereza y tacañería de nuestra
respuesta de deber a Dios. Será establecida la adoración espiritual. Se
ofrecerá incienso al nombre de Dios, lo que significa oración y alabanza. Y ser
una ofrenda pura.
Cuando llegó la hora en que los verdaderos adoradores adorarían al
Padre en espíritu y en verdad, entonces se ofrendó el incienso, la ofrenda
pura.
Podemos reposar en la misericordia de Dios por el perdón para lo
pasado, pero no como indulgencia para el pecado en el futuro. Si hay una mente
dispuesta, será aceptada, aunque esté defectuosa pero si hay un engañador
dedicando lo mejor suyo a Satanás y a sus lujurias, está bajo maldición. Ahora
los hombres profanan el nombre del Señor, aunque en manera diferente,
contaminan su mesa, y muestran desprecio por su adoración.
¡Maranatha!
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