2 Corintios 4; 7-12
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la
excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en
todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no
desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas
partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en
nuestros cuerpos.
Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por
causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra
carne mortal.
De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la
vida.
Pablo empieza este pasaje expresando la idea de
que podría ser que los privilegios que disfruta un cristiano le movieran al
orgullo. Pero la vida está diseñada para mantenernos libres del orgullo. Por
muy grande que sea su gloria, el cristiano vive todavía al nivel mortal, y es víctima
de las circunstancias; está sujeto todavía a los azares y avatares de la vida
humana, y a la debilidad y el dolor que conlleva un cuerpo mortal. Es como un
cacharro de arcilla, frágil y sin ningún valor, en el que se ha guardado un
tesoro valiosísimo. Ahora se habla mucho del poder de la persona y las grandes
fuerzas que controla; pero lo más característico de la persona humana no es su
poder, sino su debilidad
Pablo ha descrito la gloria
como distintivo del ministerio apostólico. Pero la realidad parece ser muy
diferente. La realidad es sufrimiento, persecución, abatimiento. El mismo Pablo
ve la contraposición. Pero hay otros, tanto judíos como romanos -incluidos los
corintios-, que perciben el contraste con mucha más brutalidad que el apóstol.
Este contraste es lo que intenta explicar ahora.
Desde luego, el ministerio apostólico es un tesoro inapreciable. Pero
depositado en vasos de barro. La imagen tiene un doble sentido. El tesoro está
contenido en un recipiente que no tiene ningún valor, que no permite adivinar
que encierra en su interior una cosa preciosa. Quien sólo ve el vaso de barro,
no sospecha que hay un tesoro. Pero, además, un vaso de barro es un recipiente
extremadamente frágil. Debe ser guardado con suma precaución. Si se rompiera el
vaso, se perdería el tesoro, falto de protección y consistencia. El apóstol
tiene que saber que cuando fue llamado se le concedió un gran tesoro, y debe
conservarlo con un servicio fiel. La imagen es válida además, para todos los
discípulos, en general. El hombre exterior, sometido a la pasión y la muerte,
oculta en su interior, como un tesoro, una naturaleza y una vida espiritual
superior a todo, y la posesión salvífica de una gracia inapreciable.
Pablo descubre el sentido de la contraposición entre el vaso y su
contenido. Si el apóstol fuera un hombre que actuara y llamara la atención por
sus cualidades externas, se le atribuirían a él los éxitos, y entonces la
acción divina no sería ni conocida ni alabada. Por eso Dios hace que los
depositarios de su gracia sean hombres frágiles, para que se conozca que su
fuerza es fuerza de Dios, que emana de Dios, y no pueda ser confundida con la
fuerza humana. Así, la fuerza del apóstol se manifiesta como extraordinario
poder de Dios. Es poder extraordinario porque desborda todas las normas usuales
entre los hombres. El apóstol, como todo cristiano, experimenta siempre dos
cosas: su propia miseria y la ayuda todopoderosa de Dios.
Con este pensamiento Pablo refuta la idea de que sus sufrimientos y
aflicciones probaran que no era embajador de Dios. Es cierto, dice Pablo, que
el tesoro, que es el evangelio o su ministerio en el evangelio, está en un
recipiente muy humilde, en un ser humano como él (un vaso de barro). Pero, hay
una razón en particular de por qué es así. Sigue esa razón:
Ciertamente los grandes éxitos del evangelio,
logrados en las vidas de los conversos (al quitar dicho evangelio las tinieblas
del error e iluminar el corazón para la vida eterna), no se debían a ningún
poder humano, pues como humano Pablo sufría muchas injusticias. Pero el valor
del evangelio que Pablo predicaba, el del "tesoro", se echaba de ver
en que siempre el "vaso de barro", débil en sí, salía victorioso
sobre los impedimentos y obstáculos. Obviamente, el poder para esto venía de
Dios, y no del hombre.
En
su propia persona Pablo no era nada poderoso 2Corintios
10:10. La debilidad del cuerpo hacía evidente que la fuente del poder
del mensaje que predicaba era Dios, y no él mismo. Los que creían a la
predicación de Pablo, usando del poder de Dios para confirmar sus mensaje con
milagros, tenían su fe fundada, no en la sabiduría de los hombres, sino en el
poder de Dios (1Corintios 2:4-5).
Evidentemente los judaizantes en Corinto se gloriaban en su presencia
corporal, en sus recomendaciones, y en su excelencia de oración. Pablo aquí se
contrasta con ellos, reclamando que su poder venía de Dios. Por eso podía
vencer a todo obstáculo, como así se expresa en los versículos siguientes.
Sabiendo que tenía a su cargo un tesoro precioso (1Timoteo 1:11-12), y que el poder de él venía de Dios,
no se angustiaba en las tribulaciones.
Los problemas, como los en Corinto, le dejaban perplejo. También en
otras clases de problemas se encontraba mentalmente estorbado, pero nunca
desesperado, porque sabía de ese "tesoro" y de ese poder.
Cristo
había prometido estar con sus apóstoles hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Les había advertido que serían
perseguidos, pero que él estaría con ellos (Mateo 10:19)
Con estas palabras Pablo en su ministerio se
identifica con la muerte de Cristo, porque sus sufrimientos vinieron a
consecuencia de contender por la fe de Jesús. Por el evangelio de Cristo,
siempre confrontaba la muerte. El apóstol (y todo creyente, absolutamente
hablando) es perseguido por el enemigo, pero nunca es abandonado a su suerte
por el auxiliador divino. Acaso el perseguidor llegue a poner las manos sobre
su víctima y consiga derribarle con su fuerza salvaje. Pero, como a través de
un milagro, se verá imposibilitado de asestar el golpe definitivo y mortal.
Pablo en su vida de apóstol duplicaba la experiencia de Cristo en ser
crucificado y resucitado. "Moría" diariamente. Sus sufrimientos
sirvieron el propósito de declarar al mundo que, como Cristo resucitó de los
muertos para vivir para siempre, Cristo es la vida (Juan
14:6; Juan 11:25), y da vida, la vida eterna, a los suyos. Somos salvos
por su vida (Romanos 5:11). Cristo, quien es la
vida, sostenía a Pablo en sus sufrimientos por él, y esto se declaraba
claramente a los que consideraban su vida de apóstol. Hasta ahora los
contrastes se habían formulado desde aspectos humanos, en general. A partir de
aquí adquieren un carácter íntimamente cristiano y creyente. Pablo se sabe
expuesto a un morir constante, y esto trae a su memoria los continuos peligros
y privaciones, las cargas corporales y espirituales que amenazan aplastarle.
Está siempre en peligro de muerte. Y puede comprender por qué debe ser así,
cuando piensa en el mismo Jesús, que pasó a la vida a través de la muerte. Así
como el apóstol anuncia la pasión de Jesús, así también debe exponerla y
realizarla en su propia vida. Pero, de acuerdo con la historia de la vida de
Jesús, cuando el peligro de muerte es más apurado, sobreviene el cambio. Jesús
pasó, a través de la muerte, a la muerte, a la nueva vida, conseguida en la
resurrección y en la subida al Padre.
También el apóstol, después de su pasión, vive esta vida. La vive ya
ahora como la fuerza que supera todo sufrimiento y preserva de la aniquilación
la vida corpórea, y la vive también, y sobre todo, como la fuerza inmaterial y
espiritual que se afirma frente a todo sufrimiento.
Esta fuerza de la vida actual llegará a su plenitud en la futura vida
eterna. Pablo habla una y otra vez de la vida y la muerte como de la ley del
ser cristiano: «Padecemos con él y así también con él seremos glorificados» (Romanos 8:17). O bien: «Para conocerlo a él, la fuerza
de su resurrección y la comunión con sus padecimientos» (Filipenses 3:10). Estas frases son come el
cumplimiento de la sentencia del Señor: «El que quiera venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame» (Marcos
8:34).
Su ministerio en el evangelio exponía a Pablo a muerte constantemente,
pero Cristo le sostenía y así la vida de Cristo se manifestaba en lo que en sí
era muy débil; es decir, en la carne física. En la vida del apóstol Pablo,
pues, se manifestaba el poder de la vida de Cristo Jesús en un órgano que en sí
era débil.
Pablo habla repetidas veces de esta comunión de muerte y vida con
Cristo, especialmente en el gran capítulo sobre el bautismo en la carta a los
Romanos. En él se dice: «Por medio del bautismo fuimos juntamente con él
sepuItados en su muerte... así como Cristo fue resucitado de entre los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva.
Porque, si estamos injertados en él, por muerte semejante a la suya, también lo
estaremos en su resurrección» (Romanos 6:3-11).
Aquí, la muerte y la vida de Cristo no son sólo un ejemplo de imitación moral,
sino un prototipo, que se repite en el cristiano mediante la eficacia de los
sacramentos, que se extiende hasta él y que él debe llevar a su plenitud en su
propia vida. En 2Corintios 4 Pablo no habla
expresamente de esta muerte y resurrección sacramental. Pero sacramento y vida
son cosas inseparables para Pablo. Así, la doctrina del bautismo de la carta a
los Romanos forma unidad con la doctrina de la vida de la
segunda carta a los Corintios del mismo modo que deben formar unidad en toda
vida cristiana.
El vaso de barro (la persona humana en cuerpo físico; en este caso,
Pablo) llevaba el precioso mensaje de salvación a los hombres. A consecuencia
de esto, Pablo sufría muerte casi diariamente, pero los oyentes obedientes
recibían la vida espiritual que Cristo promete a los suyos. Se contentaba
Pablo, a pesar de sus muchos sufrimientos por Cristo, con que los corintios
gozaran de la vida en Cristo Jesús. No sufría, pues, en vano, como tampoco
Jesús, el ejemplo por excelencia de esto.
Pablo concluye la línea de su pensamiento con un brusco cambio de
dirección. Vuelve a repetir, sintetizando, que la muerte opera en él. Pero no
dice, siguiendo la línea lógica, que también actúa en él la vida, sino que la
vida opera en vosotros. Esta vida es la riqueza espiritual de la comunidad de
Corinto y, rebasando Corinto, de toda la Iglesia. Pablo piensa así no sólo
porque la comunidad ha sido edificada por la palabra y las fatigas del apóstol.
Se da aquí una correspondencia intima de entrega, de representación y de
salvación, en virtud de la cual la muerte de uno es la vida de otro. Se expresa
así la conciencia del apóstol, de que es no sólo maestro, guía y padre de la
comunidad, sino sacerdote e intermediario, que se ofrece a sí mismo por la Iglesia
y de cuyo sacrificio brota la vida de aquélla. La ofrenda de la vida del
Apóstol produce frutos en la Iglesia.
«Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero,
si muere, produce mucho fruto» (Juan 12:24).
Después de detallar
las grandes paradojas de la vida cristiana, Pablo pasa a revelar el secreto de
su propia vida y las razones que le permitieron llevar a cabo su obra y
soportar las adversidades sin rendirse.
Se daba
perfecta cuenta de que si una persona está dispuesta a asumir la vida de Cristo
tiene que estarlo también a asumir sus riesgos; y si quiere vivir con Cristo
tiene que estar dispuesta a morir con Él. Pablo conocía, reconocía y aceptaba
la ley inexorable de la vida cristiana: "No hay Corona sin Cruz.»
Arrostraba todos los embates teniendo presente
el poder de Dios Que levantó a Jesucristo de entre los muertos. Podía hablar
con tanto valor y coraje y con tal menosprecio de su seguridad personal porque
creía que, aunque le alcanzara la muerte, Dios podía hacer que-eso no fuera su
final, sino que le levantaría como levantó a Jesús. Sabía que podía depender de
un poder que era suficiente para todas las necesidades de la vida y más fuerte
que la muerte.
Lo
soportaba todo con la convicción de que sus sufrimientos y luchas eran el medio
para que otros llegaran a participar de la luz y del amor de Dios.
Dios
podría haber enviado a los ángeles para dar a conocer la doctrina gloriosa del
evangelio o podría haber enviado a los hijos de los hombres más admirados para
enseñar a las naciones, pero escogió vasos más humildes, más débiles, para que
su poder sea altamente glorificado al sostenerlos, y en el bendito cambio
obrado por el ministerio de ellos.
Pablo pudo soportar
todo aquello porque sabía que no sería un sacrificio inútil, sino que serviría
para llevar a otros a Cristo. Cuando una persona tiene la convicción de que
todo lo que le sucede está dentro del plan de Dios y forma parte de la causa de
Cristo, es capaz de hacerlo y de sufrirlo todo.
¡Maranatha!
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