} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL SECRETO DE LA VIDA ESPIRITUAL

lunes, 26 de junio de 2017

EL SECRETO DE LA VIDA ESPIRITUAL



2 Corintios 4; 7-12

Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos;    llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.
    Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.
De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida.

      Pablo empieza este pasaje expresando la idea de que podría ser que los privilegios que disfruta un cristiano le movieran al orgullo. Pero la vida está diseñada para mantenernos libres del orgullo. Por muy grande que sea su gloria, el cristiano vive todavía al nivel mortal, y es víctima de las circunstancias; está sujeto todavía a los azares y avatares de la vida humana, y a la debilidad y el dolor que conlleva un cuerpo mortal. Es como un cacharro de arcilla, frágil y sin ningún valor, en el que se ha guardado un tesoro valiosísimo. Ahora se habla mucho del poder de la persona y las grandes fuerzas que controla; pero lo más característico de la persona humana no es su poder, sino su debilidad

 Pablo ha descrito la gloria como distintivo del ministerio apostólico. Pero la realidad parece ser muy diferente. La realidad es sufrimiento, persecución, abatimiento. El mismo Pablo ve la contraposición. Pero hay otros, tanto judíos como romanos -incluidos los corintios-, que perciben el contraste con mucha más brutalidad que el apóstol. Este contraste es lo que intenta explicar ahora.

Desde luego, el ministerio apostólico es un tesoro inapreciable. Pero depositado en vasos de barro. La imagen tiene un doble sentido. El tesoro está contenido en un recipiente que no tiene ningún valor, que no permite adivinar que encierra en su interior una cosa preciosa. Quien sólo ve el vaso de barro, no sospecha que hay un tesoro. Pero, además, un vaso de barro es un recipiente extremadamente frágil. Debe ser guardado con suma precaución. Si se rompiera el vaso, se perdería el tesoro, falto de protección y consistencia. El apóstol tiene que saber que cuando fue llamado se le concedió un gran tesoro, y debe conservarlo con un servicio fiel. La imagen es válida además, para todos los discípulos, en general. El hombre exterior, sometido a la pasión y la muerte, oculta en su interior, como un tesoro, una naturaleza y una vida espiritual superior a todo, y la posesión salvífica de una gracia inapreciable.

Pablo descubre el sentido de la contraposición entre el vaso y su contenido. Si el apóstol fuera un hombre que actuara y llamara la atención por sus cualidades externas, se le atribuirían a él los éxitos, y entonces la acción divina no sería ni conocida ni alabada. Por eso Dios hace que los depositarios de su gracia sean hombres frágiles, para que se conozca que su fuerza es fuerza de Dios, que emana de Dios, y no pueda ser confundida con la fuerza humana. Así, la fuerza del apóstol se manifiesta como extraordinario poder de Dios. Es poder extraordinario porque desborda todas las normas usuales entre los hombres. El apóstol, como todo cristiano, experimenta siempre dos cosas: su propia miseria y la ayuda todopoderosa de Dios.

Con este pensamiento Pablo refuta la idea de que sus sufrimientos y aflicciones probaran que no era embajador de Dios. Es cierto, dice Pablo, que el tesoro, que es el evangelio o su ministerio en el evangelio, está en un recipiente muy humilde, en un ser humano como él (un vaso de barro). Pero, hay una razón en particular de por qué es así. Sigue esa razón:
  Ciertamente los grandes éxitos del evangelio, logrados en las vidas de los conversos (al quitar dicho evangelio las tinieblas del error e iluminar el corazón para la vida eterna), no se debían a ningún poder humano, pues como humano Pablo sufría muchas injusticias. Pero el valor del evangelio que Pablo predicaba, el del "tesoro", se echaba de ver en que siempre el "vaso de barro", débil en sí, salía victorioso sobre los impedimentos y obstáculos. Obviamente, el poder para esto venía de Dios, y no del hombre.
En su propia persona Pablo no era nada poderoso 2Corintios 10:10. La debilidad del cuerpo hacía evidente que la fuente del poder del mensaje que predicaba era Dios, y no él mismo. Los que creían a la predicación de Pablo, usando del poder de Dios para confirmar sus mensaje con milagros, tenían su fe fundada, no en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (1Corintios 2:4-5).
Evidentemente los judaizantes en Corinto se gloriaban en su presencia corporal, en sus recomendaciones, y en su excelencia de oración. Pablo aquí se contrasta con ellos, reclamando que su poder venía de Dios. Por eso podía vencer a todo obstáculo, como así se expresa en los versículos siguientes.
Sabiendo que tenía a su cargo un tesoro precioso (1Timoteo 1:11-12), y que el poder de él venía de Dios, no se angustiaba en las tribulaciones.
Los problemas, como los en Corinto, le dejaban perplejo. También en otras clases de problemas se encontraba mentalmente estorbado, pero nunca desesperado, porque sabía de ese "tesoro" y de ese poder.
Cristo había prometido estar con sus apóstoles hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Les había advertido que serían perseguidos, pero que él estaría con ellos (Mateo 10:19)
  Con estas palabras Pablo en su ministerio se identifica con la muerte de Cristo, porque sus sufrimientos vinieron a consecuencia de contender por la fe de Jesús. Por el evangelio de Cristo, siempre confrontaba la muerte. El apóstol (y todo creyente, absolutamente hablando) es perseguido por el enemigo, pero nunca es abandonado a su suerte por el auxiliador divino. Acaso el perseguidor llegue a poner las manos sobre su víctima y consiga derribarle con su fuerza salvaje. Pero, como a través de un milagro, se verá imposibilitado de asestar el golpe definitivo y mortal.

Pablo en su vida de apóstol duplicaba la experiencia de Cristo en ser crucificado y resucitado. "Moría" diariamente. Sus sufrimientos sirvieron el propósito de declarar al mundo que, como Cristo resucitó de los muertos para vivir para siempre, Cristo es la vida (Juan 14:6; Juan 11:25), y da vida, la vida eterna, a los suyos. Somos salvos por su vida (Romanos 5:11). Cristo, quien es la vida, sostenía a Pablo en sus sufrimientos por él, y esto se declaraba claramente a los que consideraban su vida de apóstol. Hasta ahora los contrastes se habían formulado desde aspectos humanos, en general. A partir de aquí adquieren un carácter íntimamente cristiano y creyente. Pablo se sabe expuesto a un morir constante, y esto trae a su memoria los continuos peligros y privaciones, las cargas corporales y espirituales que amenazan aplastarle. Está siempre en peligro de muerte. Y puede comprender por qué debe ser así, cuando piensa en el mismo Jesús, que pasó a la vida a través de la muerte. Así como el apóstol anuncia la pasión de Jesús, así también debe exponerla y realizarla en su propia vida. Pero, de acuerdo con la historia de la vida de Jesús, cuando el peligro de muerte es más apurado, sobreviene el cambio. Jesús pasó, a través de la muerte, a la muerte, a la nueva vida, conseguida en la resurrección y en la subida al Padre.

También el apóstol, después de su pasión, vive esta vida. La vive ya ahora como la fuerza que supera todo sufrimiento y preserva de la aniquilación la vida corpórea, y la vive también, y sobre todo, como la fuerza inmaterial y espiritual que se afirma frente a todo sufrimiento.

Esta fuerza de la vida actual llegará a su plenitud en la futura vida eterna. Pablo habla una y otra vez de la vida y la muerte como de la ley del ser cristiano: «Padecemos con él y así también con él seremos glorificados» (Romanos 8:17). O bien: «Para conocerlo a él, la fuerza de su resurrección y la comunión con sus padecimientos» (Filipenses 3:10). Estas frases son come el cumplimiento de la sentencia del Señor: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame» (Marcos 8:34).


Su ministerio en el evangelio exponía a Pablo a muerte constantemente, pero Cristo le sostenía y así la vida de Cristo se manifestaba en lo que en sí era muy débil; es decir, en la carne física. En la vida del apóstol Pablo, pues, se manifestaba el poder de la vida de Cristo Jesús en un órgano que en sí era débil.  

Pablo habla repetidas veces de esta comunión de muerte y vida con Cristo, especialmente en el gran capítulo sobre el bautismo en la carta a los Romanos. En él se dice: «Por medio del bautismo fuimos juntamente con él sepuItados en su muerte... así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva. Porque, si estamos injertados en él, por muerte semejante a la suya, también lo estaremos en su resurrección» (Romanos 6:3-11). Aquí, la muerte y la vida de Cristo no son sólo un ejemplo de imitación moral, sino un prototipo, que se repite en el cristiano mediante la eficacia de los sacramentos, que se extiende hasta él y que él debe llevar a su plenitud en su propia vida. En 2Corintios 4 Pablo no habla expresamente de esta muerte y resurrección sacramental. Pero sacramento y vida son cosas inseparables para Pablo. Así, la doctrina del bautismo de la carta a los Romanos   forma unidad con la doctrina de la vida de la segunda carta a los Corintios   del mismo modo que deben formar unidad en toda vida cristiana.

El vaso de barro (la persona humana en cuerpo físico; en este caso, Pablo) llevaba el precioso mensaje de salvación a los hombres. A consecuencia de esto, Pablo sufría muerte casi diariamente, pero los oyentes obedientes recibían la vida espiritual que Cristo promete a los suyos. Se contentaba Pablo, a pesar de sus muchos sufrimientos por Cristo, con que los corintios gozaran de la vida en Cristo Jesús. No sufría, pues, en vano, como tampoco Jesús, el ejemplo por excelencia de esto.

Pablo concluye la línea de su pensamiento con un brusco cambio de dirección. Vuelve a repetir, sintetizando, que la muerte opera en él. Pero no dice, siguiendo la línea lógica, que también actúa en él la vida, sino que la vida opera en vosotros. Esta vida es la riqueza espiritual de la comunidad de Corinto y, rebasando Corinto, de toda la Iglesia. Pablo piensa así no sólo porque la comunidad ha sido edificada por la palabra y las fatigas del apóstol. Se da aquí una correspondencia intima de entrega, de representación y de salvación, en virtud de la cual la muerte de uno es la vida de otro. Se expresa así la conciencia del apóstol, de que es no sólo maestro, guía y padre de la comunidad, sino sacerdote e intermediario, que se ofrece a sí mismo por la Iglesia y de cuyo sacrificio brota la vida de aquélla. La ofrenda de la vida del Apóstol produce frutos en la Iglesia.
«Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero, si muere, produce mucho fruto» (Juan 12:24).
Después de detallar las grandes paradojas de la vida cristiana, Pablo pasa a revelar el secreto de su propia vida y las razones que le permitieron llevar a cabo su obra y soportar las adversidades sin rendirse.
  Se daba perfecta cuenta de que si una persona está dispuesta a asumir la vida de Cristo tiene que estarlo también a asumir sus riesgos; y si quiere vivir con Cristo tiene que estar dispuesta a morir con Él. Pablo conocía, reconocía y aceptaba la ley inexorable de la vida cristiana: "No hay Corona sin Cruz.»
  Arrostraba todos los embates teniendo presente el poder de Dios Que levantó a Jesucristo de entre los muertos. Podía hablar con tanto valor y coraje y con tal menosprecio de su seguridad personal porque creía que, aunque le alcanzara la muerte, Dios podía hacer que-eso no fuera su final, sino que le levantaría como levantó a Jesús. Sabía que podía depender de un poder que era suficiente para todas las necesidades de la vida y más fuerte que la muerte.
  Lo soportaba todo con la convicción de que sus sufrimientos y luchas eran el medio para que otros llegaran a participar de la luz y del amor de Dios.
      Dios podría haber enviado a los ángeles para dar a conocer la doctrina gloriosa del evangelio o podría haber enviado a los hijos de los hombres más admirados para enseñar a las naciones, pero escogió vasos más humildes, más débiles, para que su poder sea altamente glorificado al sostenerlos, y en el bendito cambio obrado por el ministerio de ellos.

Pablo pudo soportar todo aquello porque sabía que no sería un sacrificio inútil, sino que serviría para llevar a otros a Cristo. Cuando una persona tiene la convicción de que todo lo que le sucede está dentro del plan de Dios y forma parte de la causa de Cristo, es capaz de hacerlo y de sufrirlo todo.


¡Maranatha!

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