Tito 3:1-15
Amonéstales que se sujeten a los
príncipes y potestades, que obedezcan, que estén prontos a toda buena obra.
Que a
nadie infamen, que no sean pendencieros, sino modestos, mostrando toda
mansedumbre para con todos los hombres.
Porque también éramos nosotros locos en otro tiempo, rebeldes, errados,
sirviendo a las concupiscencias
y los deleites diversos, viviendo
en malicia y en envidia, aborrecibles, aborreciéndonos los unos a los otros.
Pero cuando se manifestó la bondad del Salvador nuestro Dios, y su amor
para con los hombres,
no por obras de justicia que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia,
nos salvó por el lavamiento de la regeneración, y de la renovación del Espíritu
Santo;
el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesús, el Cristo, nuestro
Salvador,
para que, justificados por su gracia, seamos hechos herederos según la
esperanza de la vida eterna.
La palabra es fiel, y esto quiero que afirmes que los que creen a Dios
procuren conducirse en buenas obras. Esto es lo bueno y útil a los hombres.
Mas las cuestiones locas, y las genealogías, y contenciones, y debates acerca de la ley, evita; porque son
sin provecho y vanas.
El hombre hereje, después de una y otra corrección, deséchalo;
estando cierto que el tal es trastornado, y peca, siendo condenado de su propio juicio.
Cuando enviare a ti a Artemas, o a Tíquico, procura venir a mí, a
Nicópolis, porque allí he determinado invernar.
A Zenas doctor de la ley, y a Apolos, envía delante, procurando que nada
les falte.
Y aprendan asimismo los nuestros a conducirse en buenas obras para los
usos necesarios, para que no sean inútiles.
Todos los que están conmigo te saludan. Saluda a los que nos aman en la
fe. La gracia sea con todos
vosotros. Amén.
(La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)
Como cristianos, nuestra primera fidelidad es a Jesús como Señor, pero
también debemos obedecer a nuestros gobernantes y líderes. Los cristianos no
estamos sobre la ley, obedecer la ley civil es sólo el comienzo de nuestra
responsabilidad cristiana; debemos hacer lo que podamos para ser buenos
ciudadanos. En una democracia esto significa participación y voluntad de
servicio. Seguir una vida de placer y ceder ante cada deseo sensual nos lleva a
la esclavitud.
Muchos piensan que la libertad consiste en hacer todo lo que deseen.
Pero este camino lleva a la adicción servil de gratificación sensual. La
persona deja de ser libre si se deja dominar de lo que su cuerpo le pide (2Pedro_2:19). Cristo nos libera de los deseos y del
control del pecado.
Pablo resume lo que Cristo hace cuando nos salva. Nos trasladamos de
una vida llena de pecado a una que es guiada por el Espíritu Santo. Fuimos
lavados de todos nuestros pecados, no sólo de algunos. Al hacerse
cristiano, el creyente reconoce a Cristo como el Señor y su obra de salvación.
Ganamos la vida eterna con todos sus tesoros. Tenemos la renovación del
Espíritu Santo y El continuamente renueva nuestros corazones. Nada de esto
tiene lugar por haberlo ganado o merecido, todo es un regalo de Dios.
Aquí se establecen
los deberes cívicos del cristiano; una enseñanza que era especialmente
relevante para los cretenses, que eran agresivos y peleones y resentidos de
toda autoridad que se les impusiera. El historiador griego Polibio dijo de
ellos que siempre se estaban involucrando en «insurrecciones, asesinatos y
guerras intestinas.»
Este pasaje establece seis cualificaciones del
buen ciudadano cristiano.
El buen cristiano vive de
acuerdo con la ley.
Reconoce que a menos que se
cumplan las leyes la vida es un caos. Presta el debido respeto a los que están
en autoridad, y cumple las disposiciones que le conciernen. El Cristianismo no
enseña que uno tiene que dejar de ser un individuo, pero sí insiste en que
tenga presente que es también un miembro de la sociedad. «El hombre -decía
Aristóteles- es un animal político,» con lo que quería decir que como mejor
expresa el hombre su personalidad no es en un individualismo aislado, sino en
el marco de la sociedad.
El buen cristiano está dispuesto a prestar
servicios.
Está dispuesto a
aceptar cualquier trabajo con tal que sea bueno. La enfermedad característica
de nuestro tiempo es el aburrimiento, que es el resultado directo del egoísmo.
Mientras uno viva de acuerdo con el principio de " ¿Por qué lo tengo que
hacer yo? ¡Que lo haga otro!,» está abocado a estar aburrido. Es el servicio lo
que hace la vida interesante.
El buen cristiano pone cuidado en lo que dice.
No tiene por qué
difamar a nadie. Nadie debiera decir de los demás lo que no le gustaría que
dijeran de él. El buen cristiano debe poner tanto cuidado en lo que dice como
en lo que hace.
El buen cristiano es tolerante.
No
es agresivo. La palabra griega es ámajos, que quiere decir no peleón.
Esto no quiere decir que el buen cristiano no defienda los principios que
cree que son correctos, sino que no es nunca tan porfiado como para creer que
no hay más camino que el suyo. Concede a los demás el mismo derecho que reclama
para sí mismo de tener sus propias convicciones.
El buen cristiano es amable.
La palabra original
es epieikés, que describe a la persona que no se basa en la letra de la
ley. Aristóteles decía de esta cualidad que denota cuna consideración
indulgente con las flaquezas humanas,» y la habilidad «de considerar no solo la
letra de la ley, sino también la mentalidad y la intención del legislador.» El
que es epieikés siempre está dispuesto a evitar la injusticia de la
extrema justicia, de pasarse de justo» (Eclesiastes_7:16).
El buen cristiano es cortés.
La palabra griega es prays, que
describe a la persona que controla su genio; que sabe cuándo debe enfadarse, y
cuándo no; que soporta pacientemente las ofensas que se le hacen, pero que está
dispuesta a salir en ayuda de otros cuando son ofendidos.
Cualidades como
estas son solo posibles para la persona en cuyo corazón reina supremo Cristo.
El bienestar de cualquier comunidad depende de la aceptación por los cristianos
que viven en ella del deber de mostrarle al mundo la nobleza de la ciudadanía
cristiana.
Los privilegios espirituales no vacían ni debilitan, antes bien
confirman los deberes civiles. Sólo las buenas palabras y las buenas
intenciones no bastan sin las buenas obras. No deben ser belicosos, sino
mostrar mansedumbre en todas las ocasiones, no sólo con las amistades sino a
todos los hombres, pero con sabiduría, Santiago 2;13.
Aprendamos de este texto cuán malo es que un cristiano tenga malos
modales con el peor, el más débil y el más abyecto.
Los siervos del pecado tienen muchos amos, sus lujurias los apresuran
a ir por diferentes caminos; el orgullo manda una cosa, la codicia, otra. Así
son odiosos, y merecen ser odiados. Desgracia de los pecadores es que se odien
unos a otros, y deber y dicha de los santos es amarse los unos a los otros.
Somos librados de nuestro estado miserable sólo por la misericordia y
la libre gracia de Dios, el mérito y los sufrimientos de Cristo, y la obra de
su Espíritu.
Dios Padre es Dios nuestro Salvador. Él es la fuente de la cual fluye
el Espíritu Santo para enseñar, regenerar y salvar a sus criaturas caídas; y
esta bendición llega a la humanidad por medio de Cristo. El brote y el surgimiento
de ellos son la bondad y el amor de Dios al hombre. El amor y la gracia tienen
gran poder, por medio del Espíritu, para cambiar y volver el corazón a Dios.
Las obras deben estar en el salvado, pero no son la causa de su salvación. Obra
un nuevo principio de gracia y santidad, que cambia, gobierna y hace nueva
criatura al hombre. Pablo resume lo que Cristo hace cuando nos salva. Nos
trasladamos de una vida llena de pecado a una que es guiada por el Espíritu
Santo. Fuimos lavados de todos nuestros pecados, no sólo de algunos.
Lavamiento se refiere a las aguas del bautismo, lo cual es señal de salvación.
Al hacerse cristiano, el creyente reconoce a Cristo como el Señor y su obra de
salvación. Ganamos la vida eterna con todos sus tesoros. Tenemos la renovación
del Espíritu Santo y El continuamente renueva nuestros corazones. Nada de esto
tiene lugar por haberlo ganado o merecido, todo es un regalo de Dios. Las tres
personas de la Trinidad se mencionan en este versículo porque participan en la
obra de salvación. Basándose en la obra de redención de su Hijo, el Padre
perdona y envía al Espíritu Santo para limpiar y renovarnos continuamente.
La mayoría de la cristiandad pretende que al final tendrá el cielo,
aunque ahora no les importa la santidad: ellos quieren el final sin el
comienzo. He aquí el signo y sello externo de ello en el bautismo, llamado el
lavamiento de la regeneración. La obra es interior y espiritual; es significada
y sellada exteriormente en esta ordenanza. No se reste importancia al signo y
sello exterior; pero no descanséis en el lavamiento exterior, pero busca la
respuesta de una buena conciencia, sin la cual el lavado externo no sirve de
nada. El que obra en el interior es el Espíritu de Dios; es la renovación del
Espíritu Santo. Por Él mortificamos el pecado, cumplimos el deber, andamos en
los caminos de Dios; toda la obra de la vida divina en nosotros, los frutos de
la justicia afuera, son por este Espíritu bendito y santo.
El Espíritu y sus dones y gracias salvadoras vienen por medio de
Cristo, como Salvador, cuya empresa y obra es llevar a los hombres a la gracia
y la gloria. La justificación, en el sentido del evangelio, es el perdón
gratuito del pecador; aceptarlo como justo por la justicia de Cristo recibida
por fe. Dios es bueno con el pecador cuando lo justifica según el evangelio,
pero es justo consigo mismo y con su ley. Como el perdón es por medio de la
justicia perfecta, y Cristo satisface la justicia, esta no puede ser merecida
por el pecador mismo. La vida eterna se presenta ante nosotros en la promesa;
el Espíritu produce la fe en nosotros y la esperanza de esa vida; la fe y la
esperanza la acercan y llenan de gozo por la expectativa de ella.
Pablo advierte a Tito, tal como lo hizo con Timoteo, que no se
involucre en argumentos necios y sin provecho con preguntas (2Timoteo_2:14). Esto no significa que debamos rehusar
estudiar, discutir y examinar diferentes interpretaciones de pasajes bíblicos
que tienen cierta dificultad. Pablo advierte en contra de cuestionamientos sin
importancia y no en contra de discusiones honestas que no conducen a la
sabiduría. Cuando se desarrollan argumentos necios, lo mejor es reencaminar la
discusión en una dirección provechosa o amablemente excusarse para no
participar en la polémica.
Los falsos maestros basaban sus herejías en genealogías y especulaciones
acerca de la ley (1Timoteo_1:3-4). Similar a los
métodos usados por los falsos maestros en Efeso y Colosas, ellos construían su
caso en genealogías de ángeles.
Debemos evitar a los falsos maestros, ni siquiera molestarnos a
responder a sus posiciones pretenciosas. Reaccionar en exceso puede algunas
veces darle más atención a sus puntos de vista.
La dinámica de la vida cristiana es doble.
Procede en primer
lugar de la convicción del converso cristiano de no haber sido en el pasado en
nada mejor que sus prójimos paganos. La bondad cristiana no le hace a uno
orgulloso, sino agradecido. No mira a los demás con desprecio.
Procede de la
convicción de lo que Dios ha hecho por la humanidad en Jesucristo. Tal vez no
haya otro pasaje en el Nuevo Testamento que presente de una manera tan
resumida, y sin embargo tan completa como este, la obra de Cristo por los
hombres.
Hay aquí siete Hechos sobresalientes acerca de
esa obra.
a)
Jesús nos puso en una nueva relación con Dios.
Hasta que Él vino, se creía que
Dios era el Rey al Que todos temían, el Rey ante Quien todo el mundo se encogía
de terror, el Potentado al Que solo se podía considerar con miedo. Jesús vino a
decirles a los hombres que Dios es el Padre que tiene el corazón abierto y los
brazos extendidos de amor. Vino a hablarles, no de la justicia que los
perseguiría por siempre jamás, sino del amor que no los abandonaría nunca.
b) El amor y la gracia de Dios son dones que
nadie podría ganarse nunca; solo se pueden aceptar con perfecta confianza y
con un naciente amor. Dios les ofrece Su amor a los hombres solamente por la
incalculable bondad de Su corazón, y el cristiano no piensa nunca en lo que ha
ganado, sino en lo que Dios le ha dado. La clave de la vida cristiana debe ser
siempre una gratitud admirada y humilde, nunca una orgullosa autosatisfacción.
Todo el proceso se debe a dos grandes cualidades de Dios.
Es debido a Su bondad.
La palabra original
es jréstótés, que quiere decir benignidad. Quiere decir ese
espíritu que, por pura bondad, está siempre dispuesto a dar todo lo que sea
necesario. Jréstótés es la amabilidad que todo lo abarca y abraza, que
se manifiesta no solo en un sentimiento cálido sino también en una actitud
siempre generosa.
Es debido al amor de Dios a los hombres.
La palabra original
es filanthrópía, que se define como el amor al ser humano en cuanto tal.
Los griegos apreciaban mucho esta hermosa palabra. La usaban refiriéndose a la
amabilidad de un hombre bueno hacia sus semejantes, a la generosidad de un rey
bueno hacia sus súbditos, a la activa compasión de un hombre caritativo hacia
los que estaban en cualquier angustia, y especialmente a la compasión que movía
a un hombre a redimir a un semejante que había caído cautivo.
Detrás de todo esto
no hay mérito alguno por parte del hombre, sino solo la benigna amabilidad y el
amor universal del corazón de Dios.
c) El amor y la gracia de Dios se transmiten a
la humanidad por medio de la Iglesia.
En relación con
esto Pablo usa dos palabras.
Habla del nuevo nacimiento (palinguenesía).
Aquí
tenemos una palabra que tenía muchas asociaciones. Cuando se recibía un
prosélito en la comunidad judía, después de ser bautizado se le trataba como si
fuera un bebé. Era como si acabara de nacer otra vez, y la vida empezara para
él de nuevo Lo importante es que cuando uno acepta a Cristo como Salvador y
Señor, la verdadera vida empieza para él. Hay una calidad nueva en la vida que
solo se puede expresar diciendo que se ha experimentado un nuevo y superior
nacimiento.
Habla de una renovación.
Es como si la vida
estuviera desgastada; y, cuando una persona descubre a Cristo, tiene lugar un
acto de renovación, que no se consuma en un momento de tiempo sino que se
repite cada día.
Cuando se ha declarado la gracia de Dios para con la humanidad, se
insta la necesidad de las buenas obras. Los que creen en Dios deben cuidar de
mantener las buenas obras, buscando oportunidades para hacerlas, influidos por
el amor y la gratitud. Hay que evitar las cuestiones necias y vanas, las
distinciones sutiles y las preguntas vanas; tampoco debe la gente desear lo
novedoso, sino amar la sana doctrina que tiende mayormente a edificar. Aunque
ahora pensemos que algunos pecados son leves y pequeños, si el Señor despierta
la conciencia, sentiremos que aun el menor pesa mucho en nuestras almas.
d) El amor y la gracia de Dios se transmiten a
la humanidad por medio del poder del Espíritu Santo. El
avivamiento no viene a la Iglesia de una creciente eficacia en la organización,
sino de esperar en Dios. No es que la eficacia no sea necesaria; pero no hay
eficacia que pueda insuflar vida en un cuerpo del que se ha apartado el
Espíritu.
e) El efecto de todo esto es triple.
Trae el perdón de
los pecados pasados. En Su misericordia, Dios no nos los tiene en cuenta. Una
vez había un hombre lamentándole lúgubremente sus pecados a Agustín. "
¡Pero, hombre -le dijo Agustín-, deja ya de contemplar tus pecados, y pon tu
mirada en Dios!» No es que uno deba estar arrepentido de sus pecados toda su
vida, sino que su mismo recuerdo debería moverle a maravillarse de la
misericordia perdonadora de Dios.
f) El efecto es también la vida presente.
El Cristianismo no
limita su oferta a las bendiciones del mundo venidero; ofrece a cada cual aquí
y ahora una vida de una calidad que no había conocido antes. Cuando Cristo
entra en la vida, empieza a vivir de veras por primera vez.
g) Por último, está la esperanza de cosas aún
mayores.
Los cristianos son
personas para las que lo mejor está todavía por venir; saben que, por muy
maravillosa que sea la vida presente con Cristo, la vida venidera lo será
incalculablemente más. Los cristianos conocen la maravilla de que sus pecados
hayan sido perdonados, la emoción de la vida presente con Cristo, y la
esperanza de una vida más plena por venir.
También se nos habla de la necesidad de cultivar
la acción cristiana, y advierte del peligro de cierta clase de discusión.
La palabra que
hemos traducido por practicar las buenas obras es proístasthai, que
quiere decir literalmente estar de pie delante, y era la palabra que se
usaba para un tendero que se ponía delante de su tienda voceando sus productos.
La frase puede querer decir una de dos cosas. Podría ser una orden a los
cristianos para que no se dedicaran más que a oficios respetables y útiles.
Había ciertas profesiones que la Iglesia Primitiva insistía en que se debían
abandonar aun antes de solicitar el ingreso en la iglesia. Pero es más probable
que la frase tenga el sentido más amplio de que un cristiano debe practicar
buenas obras que sean útiles a otros.
La segunda parte
del pasaje advierte contra las discusiones inútiles. Los filósofos griegos
pasaban el tiempo discutiendo problemas imaginarios; y los rabinos judíos,
construyendo genealogías imaginarias de los personajes del Antiguo Testamento.
Los escribas judíos pasaban las horas muertas discutiendo lo que se podía y lo
que no se podía hacer en sábado, y lo que era y lo que no era inmundo. Se ha
dicho que existe el peligro de que uno se considere religioso porque discute
cuestiones religiosas. Es mucho más fácil discutir cuestiones teológicas que
ser amable y considerado y ayudar en casa, o eficiente y diligente y honrado en
el trabajo. No tiene ningún mérito sentarse a discutir profundas cuestiones
teológicas cuando están sin hacer las tareas sencillas de la vida cristiana.
Tales discusiones puede que no sean más que disculpas para no cumplir los
deberes cristianos.
Pablo estaba seguro
de que la verdadera misión del cristiano estaba en la acción cristiana. Eso no
es decir que no cabe la discusión cristiana; pero la discusión que no conduce a
la acción es casi siempre tiempo perdido.
Pablo aconseja
evitar al contencioso y testarudo. La antigua versión Reina-Valera le llamaba hombre
hereje. En griego es hairetikós. El verbo haírein quiere
decir escoger; y haíresis quiere decir partido, escuela o secta. En un
principio la palabra no tenía un sentido negativo; este aparece cuando uno
erige su propia opinión contra la enseñanza, el consenso de la Iglesia. Un
hereje es sencillamente un hombre que ha decidido que tiene razón y los demás
no. La advertencia de Pablo es contra el que ha convertido sus ideas en la
piedra de toque de toda la verdad.
Una persona debe
ser amonestada cuando está causando división que amenaza la unidad de la
iglesia. Esta amonestación no debiera ser una acción dura sino que debe tender
a corregir la naturaleza divisiva del individuo y buscar su restauración a la
comunión. Una persona que rechaza la corrección debería ser apartada de la
comunión. Como dice Pablo: ese hombre es "condenado por su propio
juicio", está pecando y lo sabe. Una persona
debe siempre tener cuidado con cualquier opinión que la separe de la comunión
con sus hermanos en la fe. La verdadera fe no separa a las personas, sino las
une.
Como era su costumbre, Pablo termina esta carta
con recuerdos y saludos de y para los hermanos. De Artemas no sabemos nada.
Tíquico fue uno de los mensajeros de Pablo en los que más confiaba. Fue el
portador de las cartas a las iglesias de Colosas y Éfeso (Colosenses_4:7; Efesios 6:21).
Nicópolis estaba en el Epiro, y era el mejor centro para el trabajo en la
provincia romana de Dalmacia. Es interesante recordar que fue allí donde el
gran filósofo estoico Epicteto tuvo su escuela años más tarde.
Apolos era un maestro muy conocido (Hechos_18:24). De
Zenas tampoco sabemos nada. Aquí se le llama nomikós, que puede querer
decir dos cosas. Es la palabra corriente para un escriba, y es posible
que Zenas fuera un rabino judío convertido. También es la palabra para abogado;
y, si es ese el sentido aquí, Zenas sería el único abogado que se menciona
en todo el Nuevo Testamento.
El último consejo
de Pablo es que los cristianos cultiven las buenas obras para llegar a ser
independientes y estar en la posición de ayudar a otros más necesitados. El
obrero cristiano trabaja, no solo para tener bastante para sí, sino también
para poder dar a otros en necesidad.
A continuación
viene el saludo final; y por último, como en todas sus cartas, la palabra final
de Pablo es gracia.
El cristianismo no es una profesión infructuosa, y quienes lo profesan
deben estar llenos de los frutos de justicia que son por Jesucristo, para la
gloria y alabanza de Dios. Deben hacer el bien y mantenerse lejos del mal. Que
los ‘nuestros ’tengan labores y ocupaciones honestas para proveer para sí
mismos y para sus familias. El cristianismo obliga a todos a buscar algún
trabajo y vocación honesta, y en ellos, permanecer con Dios.
El apóstol termina con expresiones de consideración amable y una
oración ferviente. La gracia sea con todos vosotros; el amor y el favor de
Dios, con sus frutos y efectos, para los casos de necesidad; y abunden en ellos
en sus almas cada vez más. Este es el deseo y la oración del apóstol que
muestra su afecto por ellos, y su deseo de bien para ellos, y quiere que sea el
medio de obtener y traigan sobre sí, lo pedido. La gracia es la cosa principal
que se debe desear y rogar orando, con respecto a nosotros o al prójimo; es
“todo bien”.
¡Maranatha!
No hay comentarios:
Publicar un comentario