Lucas 13; 10-13
Jesús estaba enseñando en una de las sinagogas
un día de reposo, y había allí una mujer que durante dieciocho años había
tenido una enfermedad causada por un espíritu; estaba encorvada, y de ninguna
manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, has
quedado libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella, y al instante se
enderezó y glorificaba a Dios.
Esta es la última vez que se nos dice
que Jesús estuvo en una sinagoga. Está claro que a estas alturas las
autoridades ya le tenían marcado para pillarle en alguna palabra o acción por
la que pudieran condenarle.
El
tiempo de Jesús es un tiempo de decisión otorgado por Dios: comienzo de la
eterna perdición, comienzo de la salvación eterna. La curación de la mujer
encorvada es señal del alborear del tiempo de salvación. En pocos rasgos, pero
con profundo sentido, se representa lo que significa el tiempo de Jesús.
Delante de Jesús, la gran miseria: una mujer que lleva dieciocho años bajo el
dominio del mal espíritu, enferma, encorvada, sin posibilidad de erguirse,
completamente inclinada hacia la tierra, sin dirigir la mirada hacia arriba.
Jesús se enfrenta con esta miseria: mira a la mujer lleno de compasión, la llama,
le dirige su palabra, le impone las manos. Con esto se esboza todo lo que Jesús
hacía siempre. La salvación alborea en esta mujer: ella se ve libre de las
cadenas de Satán y de la enfermedad, se yergue y cobra alientos, se ve en
libertad para glorificar a Dios. Lo que la primera aparición en la sinagoga
había mostrado en forma programática, se cumplió también ahora: «Proclamar
libertad a los cautivos y recuperación de la vista a los ciegos» (Luc 4,18). La
salud está aquí.
Jesús sanó a una mujer que no había podido ponerse derecha
en dieciocho años; y entonces intervino el presidente de la sinagoga. No tuvo
valor para decírselo, a Jesús en la cara, sino dirigió sus protestas al
público, aunque iban contra Jesús. Jesús había obrado una curación en sábado;
técnicamente, eso era hacer un trabajo, así es que había quebrantado el sábado.
Pero Él contestó a sus oponentes con los argumentos de estos. Los rabinos
denunciaban la crueldad con los animales, y aun en sábado era perfectamente
legal soltar a los animales de los establos para llevarlos a beber. Y Jesús les
preguntó: " Si se puede desatar a un animal para llevarlo a beber el
sábado, Dios ve bien el que se desate a esta pobre mujer de su enfermedad en
sábado.»
(i) El presidente de la sinagoga y sus semejantes eran personas
que amaban más el sistema que a la gente. Les parecía más importante que se
cumplieran sus leyecillas que se curara a una mujer.
Uno de los grandes problemas de la civilización y del
desarrollo es la relación del individuo con el sistema. En tiempo de guerra el
individuo no cuenta. Deja de ser una persona para convertirse en un número de
un conjunto por edad, trabajo que puede hacer, etc. Se mete en el mismo saco a
un grupo de hombres, no como individuos, sino como munición viva; se los
designa con una terrible palabra: " prescindibles». Una persona se
convierte en un mero artículo en una estadística, incluso en muchas
denominaciones “cristianas”.
En el Evangelio, el individuo está por encima del sistema.
Se puede decir que sin el Evangelio no puede haber democracia, porque el
Evangelio es lo único que garantiza y defiende el valor de la persona
individual. Si se llegan a desterrar de la vida política y económica los
principios cristianos, no quedará nada que pueda mantener a raya el estado
totalitario en el que el individuo se pierde en el sistema y existe, no por sí,
sino por y para el sistema.
Lo sorprendente es que el culto del sistema también suele
invadir la iglesia. Hay muchos eclesiásticos -sería un error llamarlos
cristianos- que están más interesados en métodos de gobierno eclesiástico que
en el culto a Dios y el servicio a los hombres. Trágicamente es verdad que la
mayor parte de los problemas y conflictos de las iglesias se producen por
cuestiones legalistas de procedimiento.
En el mundo y en la iglesia corremos siempre peligro de amar
el sistema más que a las personas.
(ii) La intervención de Jesús en este asunto deja
suficientemente claro que no es la voluntad de Dios que ningún ser humano sufra
ni un momento más de lo que sea absolutamente necesario. La ley judía
establecía que era legal el ayudar a alguien el sábado si estaba en peligro de
muerte. Si Jesús hubiera pospuesto la curación de aquella mujer hasta el día
siguiente, nadie se lo habría criticado; pero para Él no se debe permitir que
el sufrimiento continúe hasta mañana si se puede remediar hoy. Una y otra vez
se pospone en la vida un buen proyecto hasta que se cumplan ciertos requisitos
técnicos o legales. " El que da pronto da dos veces», decía un proverbio
latino. No hay razón suficiente para dejar para mañana la ayuda que se puede
prestar hoy.
¡Maranatha! Si, ven Señor Jesús.
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