Cristo, el Hijo de Dios, encarnado;
Cristo, el Cordero de Dios, muriendo por el pecado; Cristo, el Señor
resucitado; Cristo, el Salvador perfecto.
No se debe presentar a la Persona de Cristo aparte de su obra salvadora.
A veces se afirma que es la presentación de la Persona de Cristo, en lugar de
las doctrinas acerca de él, lo que atrae a los pecadores a sus pies. Es cierto
que es el Cristo viviente quien salva y que ninguna teoría sobre la expiación,
por más ortodoxa que sea, puede sustituirlo. Pero cuando alguien hace esta
observación, lo que usualmente sugiere es que una enseñanza doctrinal no es
indispensable en la predicación evangelista, y que lo único que el evangelista
necesita hacer es presentar una descripción vívida del hombre de Galilea que
iba por todas partes haciendo el bien, y luego asegurar a sus oyentes que este
Jesús todavía está vivo para ayudarles en sus dificultades. Pero a un mensaje
así no se le puede llamar evangelio. No sería en realidad más que una
adivinanza, que sirve solo para desconcertar… la verdad es que la figura
histórica de Jesús no adquiere sentido hasta no saber de la Encarnación: que
este Jesús era realmente Dios, el Hijo, hecho hombre para salvar a los
pecadores de acuerdo con el propósito eterno del Padre. Tampoco tiene sentido
la vida de Jesús hasta que uno sabe de la expiación, que él vivió como hombre a
fin de morir como hombre para los hombres, y que su Pasión y su homicidio
judicial fueron realmente su acción salvadora de quitar los pecados del mundo.
Ni puede uno saber sobre qué base acudir a él hasta saber acerca de su
resurrección, ascensión y actividad celestial: que Jesús ha sido levantado, entronizado
y coronado Rey, y que vive para salvar eternamente a todos los que aceptan su
señorío. Estas doctrinas, sin mencionar otras, son esenciales al evangelio… La
realidad es que sin estas doctrinas no tendríamos ningún evangelio que
predicar.
Pero hay un segundo punto complementario: no debemos presentar la obra salvadora
de Cristo separadamente de su Persona. Los predicadores del Evangelio de Jesús y
los que hacen obra personal a veces cometen este error. En su preocupación por enfocar
la atención en la muerte expiatoria de Cristo como el fundamento único y suficiente
para que los pecadores puedan ser aceptados por Dios, presentan la invitación a
tener una fe salvadora en estos términos: “Cree que Cristo murió por tus pecados”.
El efecto de esta exposición es representar la obra salvadora de Cristo en el pasado,
disociada de su Persona en el presente, como el objeto total de nuestra
confianza.
Pero no es bíblico aislar de este modo
la obra del Señor y Salvador Jesucristo. En ninguna parte del Nuevo Testamento
el llamado a creer es expresado en estos términos. Lo que requiere el Nuevo
Testamento es fe en o adentrarse en o sobre
Cristo mismo, poner nuestra fe en el Salvador viviente quien murió por
los pecados. Por lo tanto, hablando estrictamente, el objeto de la fe salvadora
no es la expiación, sino el Señor Jesucristo, quien hizo la expiación. Al presentar
el evangelio, no debemos aislar la cruz y sus beneficios del Cristo a quien
pertenecía la cruz. Porque las personas a quienes les pertenecen los beneficios
de la muerte de Cristo son simplemente las que confían en su Persona y creen,
no simplemente por su muerte salvadora, sino en él, el Salvador viviente “Cree
en el Señor Jesucristo, y serás salvo” dijo Pablo (Hech. 16:31). “Venid a mí…y
yo os haré descansar,” dijo nuestro Señor (Mat.11:28).
Siendo esto así, enseguida vemos
claramente que la cuestión de la amplitud de la expiación, que es algo de lo
cual se habla mucho en algunos ambientes, no tiene ninguna relación con el
contenido del mensaje evangelístico en este sentido en particular.
No me propongo discutir esta cuestión
ahora, ya lo he hecho en otro lugar.
No estoy preguntando aquí si piensas
que es cierto decir que Cristo murió a fin de salvar o no a cada ser humano del
pasado, presente y futuro. Ni le estoy invitando ahora a decidirse sobre esta
cuestión, si no lo ha hecho ya. Lo único que quiero recalcar aquí es que aun si
cree que la afirmación anterior es cierta, su presentación de Cristo al
evangelizar no debería diferir de la que presenta al hombre que no cree que sea
cierta.
Lo que quiero decir es esto: resulta
obvio que si un predicador cree que la afirmación “Cristo murió por cada uno de
ustedes”, hecha a cualquier congregación, sería algo que no se puede verificar
y que probablemente no es cierta, se cuidaría de incluirla en su predicación
del evangelio. Pero ahora, la cuestión
es que, aun si alguien piensa que esta afirmación sería cierta si la hiciera,
no es algo que necesita decir ni tendría jamás razón para decirla cuando
predica el evangelio. Porque predicar el evangelio, como acabamos de ver,
significa llamar a los pecadores a acudir a Jesucristo, el Salvador viviente,
quien, en virtud de su muerte expiatoria, puede perdonar y salvar a todos los
que ponen su fe en él. Lo que tiene que decirse acerca de la cruz cuando se predica
el evangelio es sencillamente que la muerte de Cristo es el fundamento sobre el
cual Cristo perdona. Y eso es lo único que hay que decir. La cuestión de la amplitud
designada de la expiación no viene para nada al caso… El hecho es que el Nuevo
Testamento nunca llama a nadie al arrepentimiento sobre el fundamento de que
Cristo murió específica y particularmente por él.
El evangelio no es: “Cree que Cristo
murió por los pecados de todos, y por lo tanto por los tuyos” como tampoco lo
es: “Cree que Cristo murió solo por los pecados de ciertas personas, y entonces
quizá no por los tuyos”… No nos corresponde pedir a nadie que ponga su fe en
ningún concepto de la amplitud de la expiación. Nuestro deber es conducirlos al
Cristo vivo, llamarlos a confiar en él. Esto nos trae al ingrediente final del
mensaje del evangelio.
El evangelio es un llamado a la fe y al arrepentimiento. Todos los que
escuchan el evangelio son llamados por Dios a arrepentirse y creer. “Pero Dios…
manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan,” le dijo Pablo a
los atenienses (Hechos 17:30)
¿En
qué consiste el mensaje del evangelio?
Cuando sus oyentes le preguntaron qué debían hacer para “poner en
práctica las obras de Dios”, nuestro Señor respondió: “Esta es la obra de Dios,
que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:29). Y en 1 Juan 3:23 leemos: “Y
este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo...”.
El arrepentimiento y la fe pasan a ser
una cuestión de deber por el mandato directo de Dios, por lo tanto la
impenitencia e incredulidad son señaladas en el Nuevo Testamento como pecados
muy serios. Estos mandatos universales, como lo hemos indicado anteriormente,
van acompañados con promesas universales de salvación para todos los que
obedecen: “Que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su
nombre” (Hech. 10:43). “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”
(Apoc. 22:17). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna” (Juan 3:16). Estas palabras son promesas que Dios cumplirá mientras
dure el tiempo.
Necesitamos decir que la fe no es
meramente un sentido de optimismo, así como el arrepentimiento no es un mero
sentido de lamentarse o de remordimiento.
La fe y el arrepentimiento son
acciones, y acciones del hombre integral… la fe es esencialmente entregarse,
descansar y confiar en las promesas de misericordia que Cristo ha dado a los
pecadores, y en el Cristo que dio esas promesas. De igual modo, el
arrepentimiento es más que sentir tristeza por el pasado, el arrepentimiento es
un cambio de la mentalidad y del corazón, una vida nueva de negarse a uno mismo
y servir al Salvador como Rey en lugar de uno mismo…
Necesitamos presentar también dos
puntos más:
Se requiere fe al igual que arrepentimiento. No basta con decidir
apartarse del pecado, renunciar a hábitos malos y tratar de poner en práctica
las enseñanzas de Cristo siendo religiosos y haciendo todo el bien posible a
otros. Aspiraciones, resoluciones, moralidad y religiosidad no son sustitutas
de la fe… sino que si ha de haber fe, primero tiene que haber un fundamento de
conocimiento: el hombre tiene que saber acerca de Cristo, su cruz y sus
promesas antes de que la fe salvadora pueda ser una posibilidad para él. Por lo
tanto, en nuestra presentación del evangelio, tenemos que enfatizar estas
cosas, a fin de llevar a los pecadores a abandonar toda confianza en sí mismos
y confiar totalmente en Cristo y en el poder de su sangre redentora para
hacerlos aceptos a Dios. Nada que sea menos que esto es fe.
Se requiere arrepentimiento al igual que fe… Si ha de haber
arrepentimiento, tiene que haber, volvemos a decirlo, un fundamento de
conocimiento… Más de una vez, Cristo deliberadamente llamó la atención a la
ruptura radical del pasado que involucra ese arrepentimiento. “Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame… todo el que
pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mat. 16:24-25). “Si alguno viene a
mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y
hermanas, y aun también su propia vida (o
sea: considerarlos a todos en segundo lugar) no puede ser mi discípulo…
cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi
discípulo” (Luc. 14:26,33). El arrepentimiento que Cristo requiere de su pueblo
consiste del rechazo contundente a poner cualquier límite a las demandas que él
pueda hacer a sus vidas…
Él,Jesucristo, no tenía interés en juntar grandes
gentíos que profesaran ser sus seguidores para luego desaparecer en cuanto se
enteraban de lo que seguirle requería de ellos. Por lo tanto, en nuestra propia
presentación del evangelio de Cristo, tenemos que poner un énfasis similar en
lo que cuesta seguir a Cristo, y hacer que los pecadores lo enfrenten con
seriedad antes de instarlos a responder al mensaje de perdón gratuito.
Simplemente por honestidad, no debemos
ignorar el hecho de que el perdón gratuito en un sentido cuesta todo; de otro
modo, nuestro evangelizar se convierte en una especie de estafa. Y donde no
existe un conocimiento claro, y por ende nada de reconocimiento realista de las
verdaderas demandas de Cristo, no puede haber arrepentimiento y por lo tanto
tampoco salvación.
Tal es el mensaje del Evangelio de Jesús
que somos enviados a anunciar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario