Salmo 91;
14-15
Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también
lo libraré; Le pondré en alto, por
cuanto ha conocido mi nombre. Me
invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la angustia; Lo libraré y le glorificaré.
Pase lo que pase, nada
dañará al creyente, aunque se desaten problemas y aflicciones, no será para
dañarlo, sino para su bien, aunque momentáneamente no sean causa de gozo sino
de tristeza. Quienes conocen rectamente a Dios depositarán su amor en Él.
Orando le invocan constantemente. Su promesa es que, a su debido tiempo,
librará al creyente de la dificultad y, mientras tanto, está con él en la
tribulación. El Señor administrará todas sus preocupaciones mundanas y
preservará su vida en la tierra, en tanto cuanto sea bueno para él. Para
animarse en esto, mira a Jesús. Vivirá lo suficiente hasta que haya acabado la
obra para la cual fue enviado a este mundo, y esté listo para el cielo. ¿Quién
desearía vivir un día más de lo que Dios tenga establecido para hacer alguna obra
sea por Él o en Él? Un hombre puede morir joven, pero estar satisfecho con su
vida. Pero el impío no está satisfecho ni siquiera con una vida larga. El
conflicto del creyente termina en el largo plazo; ha terminado para siempre con
los problemas, el pecado y la tentación.
Santiago
5; 16
Confesaos vuestras ofensas
unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz
del justo puede mucho.
Hay una obvia conexión
entre este versículo y los dos anteriores. La confesión y la oración aquí son
mandadas como requisitos para la sanidad del enfermo que había pecado.
Los verbos
"confesaos" y "orad" aparecen en imperativo presente, y por
eso significan "estar confesándose (u orando) de continuo", o
"habitualmente". Es un deber diario que tienen los cristianos de
estar confesando sus pecados (al cometerlos) unos a otros, y de estar orando
unos por otros. Hch_8:24; 1Jn_5:16. Hch_12:5; Flp_1:3; Col_1:3; 2Ts_3:1. No hay
nada de "confesión auricular" aquí en este pasaje (como tampoco en
ningún otro). En la confesión auricular los unos se confiesan a otro, pero el
"otro" ¡no se confiesa a ellos!
Se tiene la idea de
que, para ser eficaz, la confesión de pecados se ha de hacer a hombres, y
especialmente a la persona que se ha ofendido, además de a Dios. Realmente, es
mucho más fácil confesarle los pecados a Dios que a las personas; pero en cuanto
al pecado, hay que deshacer dos barreras: la que se ha establecido entre
nosotros y Dios, y la que hay entre nosotros y nuestros semejantes. Si se han
de quitar ambas, deberá hacerse una doble confesión. Esta era, de hecho, la
costumbre de la iglesia morava, que Wesley adoptó en las primeras clases
metodistas. Se solían reunir dos o tres veces a la semana «para confesarse sus
faltas unos a otros y orar los unos por los otros para ser sanados.» Está claro
que este es un principio que hay que usar con sabiduría. Es totalmente cierto
que puede haber casos en los que la confesión de pecados de unos a otros es más
perjudicial que beneficiosa; pero, cuando se ha erigido una muralla con un mal
que se ha cometido, uno tiene que ponerse en paz con Dios y con su semejante al
que ha ofendido.
El verbo seáis sanos en
este versículo es otro (en el griego) que ése que se encuentra en el versículo
anterior (salvar, o sanar), pero tiene la misma aplicación. Este pensamiento
vuelve a hacer conexión con los versículos 14 y 15. El hermano enfermo, con
pecados no perdonados, sería sanado con tal que estuviera arrepentido y que
hiciera confesión de sus pecados. Entonces los ancianos podrían ungirle con
aceite y orar por él, y se le aseguraba que la oración lograría su fin deseado.
--"La oración...
puede mucho". Más bien, "súplica" o "ruego". El justo
es el hombre (como los ancianos de las iglesias) que está haciendo la voluntad
de Dios (1Jn_2:29; 1Jn_3:7). Sus oraciones de súplica logran mucho en su
actividad de importunar a Dios. "La súplica del justo, puesta en acción,
tiene gran poder" (Versión Hispanoamericana). El
justo sigue suplicando. Luc_11:5-8; Luc_18:1-8; Mat_15:21-28. Dios quiere que
estemos haciéndole nuestras peticiones y súplicas de continuo. El justo lo
hace, y Dios le concede las peticiones de su corazón.
¡Maranata! ¡Sí, ven
Señor Jesús!
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