1Tesl 5:9 Porque no nos ha destinado Dios para ira,
sino para obtener salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo,
1Tesl 5:10 que murió por nosotros, para que ya sea que
estemos despiertos o dormidos, vivamos juntamente con El.
Jesús dijo (Jua_3:17), “Porque no envió Dios a su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Al
llamarnos por el evangelio (2Ts_2:14), no nos llamó para ponernos bajo su ira,
sino para librarnos “de la ira venidera”.
Más bien, nos ha “escogido desde el principio para
salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad”
(2Ts_2:13). “Por gracia sois salvos por medio de la fe” (Efe_2:8) en el sentido
de ser perdonados de los pecados pasados (Hch_2:38). Otros textos, sin embargo,
hablan de la salvación futura: Rom_5:9, “por él seremos salvos de la ira”.
Alcanzamos la
salvación por medio de Cristo. Pablo dice a los romanos (3:23), “por cuanto
todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, 24 siendo justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a
quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para
manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los
pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin
de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Dice a
Tito (3:5), “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho,
sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la
renovación en el Espíritu Santo”. Las obras de justicia que “nosotros
hubiéramos hecho” (p. ej., como las de Cornelio, Hch_10:2; Hch_10:22) nunca nos
hubieran salvado, porque todos hemos pecado (Rom_3:23) y el hombre pecador no
puede salvarse solo, sino que necesita un Salvador. Sin embargo, aunque Dios
provee la salvación por medio de Cristo, la actividad humana es necesaria; es
decir, Dios provee la salvación y el hombre tiene que aceptarla. La acepta al
obedecer al evangelio (Hch_2:38). Los que no lo obedecen no estarán listos para
la venida del Señor, sino que “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de
la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día”
(2Ts_1:7-9).
Como es natural, los autores del Nuevo Testamento
identificaron para todos los propósitos el Día del Señor con la Segunda Venida
de Jesucristo. Haremos bien en tener presente que estas son lo que podríamos
llamar figuras tradicionales. No se supone que se deben tomar literalmente. Son
visiones pictóricas de lo que sucederá cuando Dios intervenga en el tiempo.
Naturalmente, se quería saber cuándo llegaría ese Día. El
mismo Jesús había dicho claramente que nadie sabía el día ni la hora cuando se
produciría, ni siquiera Él mismo, sino sólo el Padre (Mar_13:32 ; cp. Mat_24:36
; Hec_1:7 ). Pero aquello no hizo que algunos dejaran de especular, como se
sigue haciendo, aunque es casi blasfemo el buscar conocimientos que no poseía
Jesús. De esas especulaciones Pablo tiene dos cosas que decir.
Ratifica que la llegada de ese Día será repentina. Vendrá
como ladrón en la noche. Pero también insiste en que eso no es razón para que
nos pille desapercibidos. Será sólo a los que vivan en las tinieblas y cuyas
obras sean malas a los que los sorprenda desprevenidos. El cristiano vive a la
luz; y no importa cuándo se produzca ese Día, si está vigilante y sobrio le
encontrará preparado. Andando o durmiendo, el cristiano ya vive con Cristo, y
por tanto está siempre preparado.
Nadie sabe cuándo le llamará Dios, y hay ciertas cosas que
no se deben dejar para el último momento. Ya es demasiado tarde para preparar
un examen cuando se le presenta el tema a desarrollar. Ya es tarde para
asegurar la casa cuando ha empezado a derrumbarse. Cuando la reina María de
Orange estaba muriendo, su capellán quería hacerle una lectura. Ella le
replicó: " No he aplazado esa cuestión hasta ahora.» Lo mismo sucedió con
un viejo escocés a quien alguien ofrecía palabras de consuelo ya cerca del
final, que dijo: «Yo ya trencé mi soga cuando hacía buen tiempo.» Si una
llamada llega repentinamente, no tiene por qué pillarnos desprevenidos. La
persona que ha vivido toda la vida con Cristo está siempre dispuesta para
entrar a Su más íntima presencia.
¡Maranatha! Si, ven Señor Jesús.
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