} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 25 diciembre: Estudiando la Palabra de Dios en la Biblia.

martes, 25 de diciembre de 2018

25 diciembre: Estudiando la Palabra de Dios en la Biblia.

  Lucas 2; 12-14
Y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
Y de repente, apareció con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios, diciendo:
Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres, objeto de su amor.

Los pastores podían de una vez confirmar las palabras del ángel. Habría algo excepcional en cuanto al nacimiento del Salvador, no el ser “envuelto en pañales”, sino el ser encontrado “acostado en un pesebre”. 2Co_8:9.
Sin duda el anuncio del ángel era muy impresionante para los pastores, pero ahora ese anuncio recibe aún más importancia cuando los ejércitos celestiales comienzan a proclamar, “¡Gloria a Dios en las alturas…!” Las huestes de la tierra deben alabar a Dios como lo hacen las huestes celestiales.
Es muy cierto que Dios tiene buena voluntad para con los hombres, pero la paz que ofrece es para “los hombres en quienes Él se complace”, es decir, los que hacen su voluntad. “De hecho, la verdadera paz sobre la tierra existe sólo entre aquellos que son los sujetos de la buena voluntad de Dios, que están caracterizados por buena voluntad para con Dios y el hombre” . Véanse Mat_3:17; Mat_17:5.
Cuando los ángeles se volvieron al Cielo y desaparecieron, se dijeron los pastores:
-¡Vamos a Belén a ver lo que Dios nos ha dicho que ha pasado!
Y dicho y hecho, fueron a toda prisa a Belén, y encontraron a María, a José y al bebé acostadito en el pesebre; y tan pronto como le vieron se pusieron a contarle a todos los que estaban por allí lo que los ángeles les habían dicho del bebé, y todos los escuchaban entusiasmados.
María atesoraba todo esto en su memoria, y meditaba luego lo que querría decir cada detalle. Y en cuanto a los pastores, se volvieron al campo dando gloria y gracias a Dios, porque todo lo que habían oído y visto era exactamente como Dios se lo había anunciado.
Es maravilloso que los primeros a los que Dios comunicó la buena noticia fueron unos sencillos pastores. Los más religiosos de aquellos tiempos despreciaban a los pastores porque no podían cumplir todos los detalles de la ley ceremonial; no se podían lavar las manos meticulosamente, ni observar todos los otros preceptos y reglas. Tenían que atender a las necesidades de los rebaños, así es que los religiosos los despreciaban. Fueron hombres sencillos que estaban trabajando en el campo los primeros que recibieron el mensaje de Dios.
Pero es probable que estos fueran unos pastores bastante especiales. Ya hemos visto que en el templo se ofrecía en sacrificio a Dios un cordero sin mancha ni defecto todos los días por la mañana y por la tarde. Para proveer los corderos perfectos para estos sacrificios, las autoridades del templo tenían sus rebaños particulares, y sabemos que los sacaban a pastar en los alrededores de Belén. Es probable que estos pastores se encargaran de cuidar de los rebaños de los que se escogían los sacrificios del templo. Es hermoso pensar que los pastores que cuidaban de los corderos que se sacrificaban en el templo fueron los primeros en ver al Cordero de Dios que había venido a llevar los pecados del mundo.
Ya hemos visto que cuando nacía un niño se reunían los músicos del pueblo para celebrarlo y darle la bienvenida con su sencilla música. Jesús nació en un establo de Belén, que no era donde residían sus padres, así es que no se pudo llevar a cabo la fiesta; pero es hermoso pensar que, aunque no había músicos del pueblo, los músicos del Cielo ocuparon su lugar, y los ángeles le cantaron a Jesús la bienvenida que no pudieron cantarle los hombres.
En estas lecturas nos hemos venido dando cuenta de la ruda sencillez que rodeó al nacimiento del Hijo de Dios. Tal vez habríamos esperado que, si era necesario que naciera en la Tierra, nacería en un palacio o en una mansión señorial.
Hubo una vez un monarca europeo que sorprendía y preocupaba a su guardia desapareciendo de vez en cuando para mezclarse de incógnito con la gente de su pueblo. Cuando le advirtieron que no lo hiciera por razones de seguridad, contestó:
-No puedo gobernar a mis súbditos a menos que sepa cómo viven.
Es una verdad preciosa del Evangelio que tenernos un Dios que sabe cómo vivimos, porque ha asumido nuestra vida sin reservarse ningún privilegio.  
         

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