Lucas 2; 12-14
Y
esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado
en un pesebre.
Y
de repente, apareció con el ángel una multitud del ejército celestial que
alababa a Dios, diciendo:
Gloria
a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres, objeto de su amor.
Los pastores
podían de una vez confirmar las palabras del ángel. Habría algo excepcional en
cuanto al nacimiento del Salvador, no el ser “envuelto en pañales”, sino el ser
encontrado “acostado en un pesebre”. 2Co_8:9.
Sin duda el
anuncio del ángel era muy impresionante para los pastores, pero ahora ese
anuncio recibe aún más importancia cuando los ejércitos celestiales comienzan a
proclamar, “¡Gloria a Dios en las alturas…!” Las huestes de la tierra deben
alabar a Dios como lo hacen las huestes celestiales.
Es muy cierto
que Dios tiene buena voluntad para con los hombres, pero la paz que ofrece es
para “los hombres en quienes Él se complace”, es decir, los que hacen su
voluntad. “De hecho, la verdadera paz sobre la tierra existe sólo entre
aquellos que son los sujetos de la buena voluntad de Dios, que están
caracterizados por buena voluntad para con Dios y el hombre” . Véanse Mat_3:17;
Mat_17:5.
Cuando los
ángeles se volvieron al Cielo y desaparecieron, se dijeron los pastores:
-¡Vamos a Belén
a ver lo que Dios nos ha dicho que ha pasado!
Y dicho y hecho,
fueron a toda prisa a Belén, y encontraron a María, a José y al bebé acostadito
en el pesebre; y tan pronto como le vieron se pusieron a contarle a todos los
que estaban por allí lo que los ángeles les habían dicho del bebé, y todos los
escuchaban entusiasmados.
María atesoraba
todo esto en su memoria, y meditaba luego lo que querría decir cada detalle. Y
en cuanto a los pastores, se volvieron al campo dando gloria y gracias a Dios,
porque todo lo que habían oído y visto era exactamente como Dios se lo había
anunciado.
Es maravilloso
que los primeros a los que Dios comunicó la buena noticia fueron unos sencillos
pastores. Los más religiosos de aquellos tiempos despreciaban a los pastores
porque no podían cumplir todos los detalles de la ley ceremonial; no se podían
lavar las manos meticulosamente, ni observar todos los otros preceptos y
reglas. Tenían que atender a las necesidades de los rebaños, así es que los
religiosos los despreciaban. Fueron hombres sencillos que estaban trabajando en
el campo los primeros que recibieron el mensaje de Dios.
Pero es probable
que estos fueran unos pastores bastante especiales. Ya hemos visto que en el
templo se ofrecía en sacrificio a Dios un cordero sin mancha ni defecto todos
los días por la mañana y por la tarde. Para proveer los corderos perfectos para
estos sacrificios, las autoridades del templo tenían sus rebaños particulares,
y sabemos que los sacaban a pastar en los alrededores de Belén. Es probable que
estos pastores se encargaran de cuidar de los rebaños de los que se escogían
los sacrificios del templo. Es hermoso pensar que los pastores que cuidaban de los
corderos que se sacrificaban en el templo fueron los primeros en ver al Cordero
de Dios que había venido a llevar los pecados del mundo.
Ya hemos visto
que cuando nacía un niño se reunían los músicos del pueblo para celebrarlo y
darle la bienvenida con su sencilla música. Jesús nació en un establo de Belén,
que no era donde residían sus padres, así es que no se pudo llevar a cabo la
fiesta; pero es hermoso pensar que, aunque no había músicos del pueblo, los
músicos del Cielo ocuparon su lugar, y los ángeles le cantaron a Jesús la
bienvenida que no pudieron cantarle los hombres.
En estas
lecturas nos hemos venido dando cuenta de la ruda sencillez que rodeó al
nacimiento del Hijo de Dios. Tal vez habríamos esperado que, si era necesario
que naciera en la Tierra, nacería en un palacio o en una mansión señorial.
Hubo una vez un
monarca europeo que sorprendía y preocupaba a su guardia desapareciendo de vez
en cuando para mezclarse de incógnito con la gente de su pueblo. Cuando le
advirtieron que no lo hiciera por razones de seguridad, contestó:
-No puedo
gobernar a mis súbditos a menos que sepa cómo viven.
Es una verdad
preciosa del Evangelio que tenernos un Dios que sabe cómo vivimos, porque ha
asumido nuestra vida sin reservarse ningún privilegio.
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