Juan
1; 14
Y
el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como
del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Aquí llegamos a la afirmación en la que se
resume todo el tema que Juan desarrolla en su evangelio. Ha meditado y escrito
acerca de la Palabra de Dios, esa Palabra poderosa, creadora y- dinámica, que
fue el Agente de la creación; esa Palabra guiadora, directora, controladora,
que pone orden en el universo y en la mente humana. Estas ideas les resultaban
conocidas y familiares tanto a los judíos como a los griegos. Y ahora dice la
cosa más sorprendente y maravillosa de todas: «Esta Palabra que creó el mundo,
esta Razón que mantiene el orden del universo, se ha hecho una Persona Que
hemos visto con nuestros propios ojos.» La palabra que usa Juan para ver es
theasthai; aparece en el Nuevo Testamento más de veinte veces, y siempre
refiriéndose a la vista física. No se trata de una visión espiritual que se
percibe con los ojos del alma o de la mente. Juan declara que la Palabra vino
de hecho a la Tierra en forma humana, Que podía verse con los ojos de la cara.
Dice: "Si queréis, ver cómo es esta Palabra creadora, esta Razón
ordenadora, mirad a Jesús de Nazaret.»
Aquí es donde
Juan se remonta por encima de todos los pensamientos anteriores. Esto es algo
totalmente nuevo que Juan introdujo en el mundo griego al que dirige su libro.
Agustín de Hipona dijo más tarde que, en los días anteriores a su conversión al
Evangelio había leído y estudiado a los grandes filósofos paganos, que le
habían enseñado muchas cosas; pero que la Palabra se había hecho carne no lo
había leído en ninguno de ellos.
Para los griegos
esto era algo completamente imposible. El que Dios pudiera asumir un cuerpo era
algo que a un griego no se le podía ocurrir ni soñar. Para los griegos, el
cuerpo era un mal, una prisión en la que el alma estaba encerrada, o una tumba
en la que estaba confinado el espíritu.
Plutarco, el antiguo sabio griego, ni siquiera
podía creer que Dios pudiera controlar, directamente los acontecimientos de
este mundo; más bien tenía que hacerlo por medio de diputados o intermediarios;
porque -así lo veía Plutarco- sería sencillamente blasfemo el involucrar a Dios
en los asuntos de este mundo. Filón no podría haberlo dicho nunca. Decía: -«La
vida de Dios no ha descendido a nosotros; ni se ha rebajado a sentir las necesidades de un
cuerpo.»
El gran
emperador romano estoico Marco Aurelio despreciaba el cuerpo en comparación con
el espíritu. «Desprecia por tanto la carne -decía-, la sangre y los huesos y el
entramado revuelto de nervios y venas y arterias.» "La composición del
cuerpo entero está sujeta a corrupción»
Y de pronto
aparece una novedad totalmente sorprendente: que Dios pudiera y estuviera
dispuesto a llegar a ser una persona humana y entrar en esta vida que nosotros
vivimos, que la eternidad pudiera aparecer en el tiempo, que el Creador pudiera
aparecer en la creación de tal manera que los ojos humanos de hecho Le pudieran
ver.
Tan
alucinantemente nueva era esta concepción de Dios en forma humana que no era
sorprendente que hubiera algunos, aun en la Iglesia, que no lo pudieran creer.
Lo que dice Juan es que la Palabra se hizo sarx. Ahora bien sarx es la misma palabra que Pablo usa una y
otra vez para describir lo que él llamaba la carne, la naturaleza humana en
toda su debilidad y propensión al pecado. La misma idea de tomar esta palabra y
aplicársela a Dios era algo que alucinaba sus mentes, así es que surgió en la
Iglesia un grupo de personas que se llamaron los docetistas.
Dokein es la
palabra griega que quiere decir parecer ser. Esas personas mantenían que Jesús,
de hecho, era solamente un fantasma; que Su cuerpo humano no era un cuerpo
real; que Él no podía sentir de veras hambre o cansancio, tristeza o dolor; que
lo que era en realidad era un espíritu desencarnado que se presentaba en una
forma que parecía humana. Juan se opuso a estas personas mucho más directamente
en su Primera Epístola: «En esto se conoce el Espíritu de Dios: todo espíritu
que confiesa que Jesucristo ha venido en la carne es de Dios; y todo espíritu
que no confiesa a Jesús, no es de Dios. Este es el espíritu del anticristo»
(1Jn_4:2 s). Es verdad que esta herejía
surgió de una especie de reverencia equivocada, que se resistía a reconocer que
Jesús era total y real y verdaderamente humano. Para Juan eso contradecía a
todo el Evangelio.
Bien puede pasar
que a veces estemos tan preocupados por conservar la verdad de que Jesús era
plenamente divino que tendamos a olvidar el hecho de que era absolutamente
humano. La Palabra se hizo carne -aquí, mejor que en ningún otro pasaje del
Nuevo Testamento, se proclama gloriosamente la plena humanidad de Jesús. En
Jesús vemos el poder creador de Dios, la Razón ordenadora de Dios, asumiendo la
plena humanidad. En Jesús vemos a Dios viviendo la vida humana de una persona
cualquiera. Suponiendo que no dijéramos nada más de Jesús, todavía podríamos
decir que nos mostró como viviría Dios esta vida que vivimos nosotros.
Aunque no
pudiéramos decir nada más que Le debemos a Jesús, esto sí podemos decir: que
nos mostró cómo viviría Dios esta vida que vivimos nosotros y, por tanto, que
Jesús nos ha mostrado cómo quiere Dios que vivamos.
Bien se podría
decir que este es el versículo más importante de todo el Nuevo Testamento.
Debemos por tanto pasar un tiempo considerable estudiándolo para penetrar más
de lleno en sus riquezas.
Ya hemos visto
que hay algunas grandes palabras que le bullen a Juan en la mente y dominan su
pensamiento y son los temas con los que se elabora todo su mensaje. Aquí
tenemos otras de esas palabras.
(i)
La primera es gracia. Esta palabra
contiene siempre dos ideas básicas.
(a) Siempre incluye la idea de algo que es
totalmente inmerecido, que no podríamos nunca ganarnos o conseguir por nosotros
mismos. El hecho de que Dios viniera a la Tierra a vivir y a morir por
nosotros no fue nada que la humanidad hubiera merecido, sino un acto de puro
amor por parte de Dios. La palabra gracia subraya al mismo tiempo la pobreza
desesperada de la humanidad y la ilimitada generosidad de Dios.
(b) Siempre incluye la idea de belleza. En
griego .moderno quiere decir encanto. En Jesús vemos el atractivo irresistible
de Dios. Se había pensado en Él -en términos de fuerza, de majestad y de
juicio; como un poder capaz de aplastar toda oposición y derrotar toda
rebelión; pero en Jesús nos encontramos con la sencilla amabilidad de Dios.
(ii)
La segunda es verdad. Esta palabra es una de las notas
dominantes del Cuarto Evangelio. Nos la encontramos una y otra vez. Aquí no
podemos más que reunir y resumir lo que Juan tiene que decir acerca de Jesús y
la verdad.
(a) Jesús es la encarnación de la verdad.
Él dijo: «Yo soy la verdad» (14:6). Para ver la verdad tenemos que mirar a
Jesús. Aquí hay algo infinitamente precioso para todas las almas y mentes
sencillas. Son los menos los que pueden captar las ideas abstractas; la mayor
parte de nosotros tenemos que ver las cosas para entenderlas. Podríamos pasar
mucho tiempo pensando y discutiendo, y no nos acercaríamos a una definición
satisfactoria de lo que es la belleza; pero, si podemos señalar a una persona
en la que brille esa cualidad y decir: "¡Eso es belleza!», todos estaremos
de acuerdo y lo veremos claro. Desde que la humanidad empezó a pensar en Dios
se viene intentando definir Quién y Qué es... y sus mentes diminutas no
consiguen llegar a una definición satisfactoria. Pero ahora podemos dejar de
pensar por nosotros mismos, y mirara Jesucristo y decir: «¡Así es como es Dios!»
Jesús no vino para hablar de Dios, sino para mostrar cómo es Dios, para que la
persona más sencilla pudiera conocerle tan íntimamente como el más grande de
los filósofos.
(b) Jesús es el comunicador de la verdad.
Les dijo a Sus discípulos que, si seguían con Él, conocerían la verdad (8:31).
Le dijo a Pilato que el objeto de Su venida a este mundo había sido dar
testimonio de la verdad (18:37). La gente se agolpará para escuchar a un
maestro o predicador que pueda ofrecerles alguna dirección en el embarullado
negocio de la vida y el pensamiento. Jesús es el único Que, en medio de las
sombras; puede aclarar las cosas; el único Que, en las múltiples encrucijadas
de la vida, nos puede indicar el verdadero camino; el único Que, en los
confusos momentos de la decisión, nos permite escoger correctamente; el único
Que, entre las muchas voces que reclaman nuestra atención y nuestra lealtad,
nos dice lo que debemos creer.
(c) Aunque Jesús ya no está corporalmente en la
Tierra, nos ha dejado Su Espíritu para que nos guíe a toda la verdad. Su
Espíritu es el Espíritu de la verdad (14:17; 15:26; 16:13). No se limitó a
dejarnos un libro de instrucciones y un cuerpo de doctrina. No tenemos que
buscar en un libro de texto difícil de entender para descubrir lo que tenemos
que hacer. Todavía, hasta el día de hoy, podemos preguntarle a Jesús lo que
tenemos que hacer, porque Su Espíritu está con nosotros en cada paso del
camino.
(d) La verdad es lo que nos hace libres
(8:32). Siempre hay un cierto poder libertador en la verdad. Los niños
adquieren a menudo ideas fantásticas y erróneas acerca de las cosas cuando
piensan por sí mismos; y a menudo les producen miedo. Cuando se les dice la
verdad, se emancipan de sus temores. Puede- que una persona tenga miedo de
estar enferma; si va al médico, aunque el diagnóstico sea malo, se librará por
lo menos de los temores vagos que antes la asediaban. La verdad que Jesús nos
trae nos libera de la alienación de Dios; nos libera de la frustración, de nuestros
temores y debilidades y derrotas. Jesucristo es el mayor libertador del mundo.
(e) La verdad puede causar resentimiento.
Hubo quienes trataron de matar a Jesús porque les había dicho la verdad (8:40).
La verdad puede que condene a una persona; puede que le indique lo muy
equivocada que estaba. «La verdad -decían los filósofos. cínicos- puede ser tan
irritante como. la luz para los ojos doloridos.» Los cínicos declaraban que el
maestro que no ha molestado nunca a nadie, nunca le ha hecho a nadie ningún
bien. Puede que la gente cierre los oídos y las mentes a la verdad, que maten
al que se la dice... pero la verdad permanece. Nadie ha destruido jamás la
verdad por negarse a escuchar la voz que se la presentaba; y la verdad acabará
por alcanzarle, más, tarde o más temprano.
(f) La verdad se puede rechazar (8:45). Hay
dos razones principales para no creer: porque es demasiado buena para ser
verdad, o porque se está demasiado ligado a medias verdades de las que no se
puede soltar. En muchos casos una media verdad es el peor enemigo de -la verdad
total.
(g) La verdad no es nada abstracto, sino algo
que hay que hacer (3:21). Es algo que hay que conocer con la mente, aceptar
con el corazón y poner por obra en la vida.
Toda una vida de
estudio y pensamiento no podría abarcar',,, toda la verdad de este versículo.
Ya hemos considerado dos de: las grandes palabras temáticas que contiene; ahora
estudiaremos la tercera, gloria. Una y otra vez Juan la usa en relación con
Jesucristo. Primero veremos lo que dice Juan acerca de la gloria de Cristo, y
después veremos si podemos entender un poco de lo que quiso decir.
(i)
La vida de Jesucristo fue una manifestación de gloria.
Cuando realizó el milagro del agua hecha vino en Caná de Galilea, Juan dice que
Jesús manifestó Su gloria (2:11). El ver a Jesús y experimentar Su poder y Su
amor era entrar en una nueva gloria.
(ii)
La gloria que Jesús manifiesta es la gloria de Dios.
No es de la humanidad donde la ha recibido (5:41). Él no buscaba Su propia
gloria, sino la del Que Le había enviado (7:18). Es Su Padre el Que Le
glorifica (8:50, 54). Es la gloria de Dios la que verá Marta en la resurrección
de Lázaro (11:4). La resurrección de Lázaro es para la gloria de Dios, para que
el Hijo sea glorificado (11:4). La gloria que estaba en Jesús, rodeándole, que
brillaba y actuaba en Él, es la gloria de Dios.
(iii)
Y sin embargo, esa gloria Le era exclusiva. Al final Le
pide a Dios que Le glorifique con la gloria que tenía antes que empezara el
mundo (17:5). No irradia una luz prestada; Su gloria es Suya, y lo es por
derecho propio.
(iv)
La gloria que es Suya es la que ha transmitido a Sus discípulos;
El les ha dado la gloria que el Padre Le había dado a Él (17:22). Es como si
Jesús participara de la gloria de Dios, y Sus discípulos participaran de la
gloria de Cristo. La venida de Jesús es la venida de la gloria de Dios a la
humanidad.
¿Qué quiere
decir Juan con todo esto? Para contestar tenemos que volver al Antiguo
Testamento. Entre los judíos era muy entrañable la idea de la Shejina. Shejina
quiere decir lo que mora, y se usaba para la presencia visible de Dios en medio
de Su pueblo. Repetidas veces nos encontramos en el Antiguo Testamento con la
idea de que había ciertos momentos en los que la gloria de Dios se hacía
visible. En el desierto, antes del maná, los israelitas «miraron hacia el
desierto, y he aquí que la gloria del Señor apareció en la nube» (Exo_16:10 ).
Antes de la promulgación de los Diez Mandamientos, «la gloria del Señor reposó
sobre el monte Sinaí» (Exo_24:16 ). Cuando el tabernáculo estuvo instalado y
equipado, «la gloria del Señor llenó el tabernáculo»(Exo_40:34 ). Cuando se
dedicó el templo de Salomón, los sacerdotes no podían entrar a ministrar
«porque la gloria el Señor había llenado la casa del Señor» (1Re_8:11 ). Cuando
Isaías tuvo la visión en el templo, oyó cantar al coro angélico que «toda la
Tierra está llena de Su gloria» (Isa_6:3 ). Ezequiel vio en éxtasis "la
semejanza de la gloria del Señor» (Eze_1:18 ). En el Antiguo Testamento la
gloria del Señor aparecía a veces en situaciones cuando el Señor estaba muy
cerca.
La gloria del
Señor quiere decir sencillamente la presencia de Dios. Juan usa una ilustración
hogareña: Un padre le da a su hijo único su propia autoridad y su propio honor.
El príncipe heredero es investido con toda la gloria regia de su padre. Eso es
lo que sucedió con Jesús: cuando vino a la Tierra, la humanidad vio en Él el
esplendor de Dios, y en el corazón de ese esplendor estaba el amor. Cuando
Jesús vino al mundo se vio en Él la maravilla de Dios, y esa maravilla era
amor. Se vio que la gloria de Dios y el amor de Dios eran una y la misma cosa.
La gloria de Dios no es la de un tirano despótico, sino el esplendor del amor
ante el que caemos, no de terror, sino «perdidos de admiración, amor y alabanza»
como dice un himno famoso.
¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor Jesús!
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