Efesios 2; 8-9
Porque
por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe.
La fuente,
la base, de la salvación es Dios, no los hombres. Dios provee la
salvación, cosa que el hombre no puede hacer, porque no puede proveerse un
salvador (no puede morir por sus propios pecados). Ninguna filosofía, ningún
código de preceptos morales, ninguna ley humana puede efectuar nuestra
salvación.
Aun la ley de
Moisés, aunque era de Dios, no podía salvar al hombre, porque "la sangre
de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados" (Heb_10:4). "Porque la ley... nunca puede... hacer
perfectos a los que se acercan" (Heb_10:1).
Mucho menos puede la ley de Moisés salvar ahora, ya que fue abrogada (Col_2:14; Heb_7:12; Heb_10:9). La gracia de Dios,
revelada en el evangelio de Jesús, es la única esperanza del hombre.
Si la palabra
"fe" se usa en sentido objetivo, se refiere al evangelio, como en Gál_3:25; Jud_1:3, etc.
Si se usa en sentido subjetivo, se refiere a nuestra fe en su forma
comprensiva; es decir, la obediencia al evangelio.
"Esto",
este asunto (la salvación por gracia) es don de Dios, un regalo de Dios; no es
algo originado por el hombre.
Las buenas obras no pueden ganarnos
nunca la salvación; pero habría algo que no funcionaría como es debido en
nuestro cristianismo si la salvación no se manifestara en buenas obras. Como
decía Lutero, recibimos la salvación por la fe sin aportar obras; pero la fe
que salva va siempre seguida de obras. No es que nuestras buenas obras dejen a
Dios en deuda con nosotros, y Le obliguen a concedernos la salvación; la verdad
es más bien que el amor de Dios nos mueve a tratar de corresponder toda nuestra
vida a ese amor esforzándonos por ser dignos de él.
Romanos
3; 28
Porque concluimos que el hombre es justificado por la fe aparte
de las obras de la ley
Si el camino a
Dios es el de la fe y la aceptación, queda descartada toda presunción por
méritos humanos. Había cierto tipo de religiosidad judía que pretendía llevar
una cuenta de debe y haber con Dios, y el que la llevaba -naturalmente, el
hombre- llegaba al convencimiento de que Dios estaba en deuda con él. Pablo
partía de la base de que todos los seres humanos somos pecadores y estamos en
deuda con Dios, y que nadie puede llegar por su propio esfuerzo a estar en paz
con Dios; por tanto, no hay la menor base para estar satisfecho o presumir de
ningún mérito propio. Y después de conocer a Cristo, «todo lo bueno que haya
podido hacer no he sido yo sino la Gracia de Dios obrando en mí» (1Co_15:10).
Pablo
no comparaba el acto mental de creer en Cristo con actos de obediencia a
doctrinas humanas. Comparaba la justificación por el evangelio (“la ley de la
fe”) con la justificación por la ley
Cuando
uno obedece al evangelio (2Ts_1:8; 1Pe_1:22),
está siendo justificado “por fe”, y no por “las obras de la ley.” Para ser
justificado por las obras de la ley, tendría que ser persona absolutamente sin
culpa y por consecuencia totalmente justa, por haber guardado (obrado) la ley.
Somos salvos por el evangelio, pero este evangelio es condicional (Mar_16:15-16). El hombre pecador, que no puede
justificarse por ley (ya la infringió repetidas veces), obedece al evangelio
por fe (cree, se arrepiente, confiesa su fe, y es bautizado), y Dios le perdona
o justifica. Es “justificado por fe” y no por “las obras de la ley” (que
significa la inocencia o justificación de uno por haber obrado perfectamente
según la ley dice).
Este es el uso de Pablo de los términos
“la fe” y “las obras de ley,” e ignorar este uso y dar otra aplicación es
llegar a conclusiones falsas (doctrinas humanas)
Comparemos esto
con lo que pasa en el nivel humano. Muchas personas se enfrentan con la
tentación de hacer algo que no está bien; y no lo hacen, no porque tienen miedo
a las consecuencias legales -una multa, o la cárcel-,sino porque no podrían
enfrentarse con el dolor o la tristeza en los ojos de algún ser querido o
varios. No es la ley del temor, sino la ley del amor la que les ha evitado dar
el mal paso.
Esa debe ser
nuestra actitud con Dios. Hemos sido liberados de la esclavitud de la ley del
miedo, pero eso no justifica el que vivamos de cualquier manera. Ya no
podemos hacer las cosas buscando sólo nuestro gusto e interés material, porque
lo que ahora nos mueve a la bondad es la ley del amor, a la que nos sentimos
más obligados que antes a la ley del miedo.
¡Maranata! ¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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