Mateo 20; 14-15
"Toma lo que es tuyo, y vete; pero yo quiero darle a este último
lo mismo que a ti.
"¿No
me es lícito hacer lo que quiero con lo que es mío? ¿O es tu ojo malo porque yo
soy bueno?" (LBLA)
Este es el
corazón de la parábola y de la lección que Jesús presenta, a saber, la gracia y
bondad de Dios. Es posible que tuviera una aplicación relativamente limitada
cuando se dijo por primera vez, pero contiene una verdad que penetra hasta el
mismo corazón del Evangelio.
En cierto sentido es una advertencia a
los discípulos. Es como si Jesús les dijera: «Habéis tenido el gran privilegio
de entrar en la comunidad del Reino muy temprano, en su mismo principio. Otros
entrarán después. No debéis reclamar un honor ni un lugar especial por haber
sido cristianos desde antes que ellos. Todas las personas, independientemente
de cuando entraran, Le son igualmente preciosas a Dios.»
Hay personas que
creen que, porque son miembros de una iglesia desde hace mucho, la iglesia les
pertenece y ellos pueden dictar su política. A tales personas les molesta lo
que les parece una intromisión de la nueva sangre que pone de manifiesto sus
fallos cuando no, el orgullo espiritual que los ha cegado durante décadas. En
la Iglesia Cristiana la antigüedad no representa necesariamente un grado, ni mayor
santidad. Muchas veces ocurre todo lo contrario y la hipocresía religiosa, toma
apariencia de piedad desde los pulpitos o aun en las bancas.
Contiene una advertencia igualmente definida
a los judíos. Ellos sabían que eran el pueblo escogido, y por nada del mundo lo
olvidarían. En consecuencia, miraban a los gentiles por encima del hombro.
Corrientemente los odiaban y despreciaban, y no esperaban más que su
destrucción. Esta actitud amenazaba con transmitirse a la Iglesia Cristiana. Si
se dejaba entrar a los gentiles de alguna manera tendría que ser como
inferiores.
Estas son las lecciones originales de
esta parábola, pero tiene mucho más que decirnos.
En ella se encuentra el consuelo de
Dios. Quiere decir que no importa cuándo haya entrado una persona en el
Reino, si más tarde o más temprano, si en el primer hervor de la juventud, o en
el vigor del mediodía, o cuando se alargan las sombras; se es igualmente
querido para Dios. Los rabinos tenían un dicho: «Algunos entran en el Reino en
una hora; otros necesitan toda una vida.» En la descripción de la Santa Ciudad
que encontramos en Apocalipsis hay doce puertas. Hay puertas que dan al Este,
que es por donde amanece, por las que una persona puede entrar en la alegre
aurora de sus días; hay puertas que dan al Oeste, que es por donde se
pone el sol, por las que una persona puede entrar en el ocaso de sus días. No
importa cuándo llegue una persona a Cristo; le es igualmente querida.
¿No podríamos ir todavía más lejos con
este pensamiento del consuelo? Algunas veces una persona muere llena de años y
de honores, con su labor concluida y su tarea completada. Algunas veces muere
joven, casi antes de que se le haya abierto la puerta de la vida y de la
oportunidad. Ambos recibirán de Dios la misma bienvenida, a ambos los estará
esperando Jesucristo, y para ninguno de los dos, en el sentido de Dios, ha
terminado la vida demasiado pronto o demasiado tarde.
Aquí encontramos igualmente la infinita
compasión de Dios. Brilla un elemento de ternura humana en esta parábola.
No hay nada más trágico en este mundo
que una persona que se pasa la vida en el paro, cuyos talentos se están
enmoheciendo en la inactividad porque no se le ofrece ninguna oportunidad.
Además, en estricta justicia, cuantas
menos horas trabajara un hombre, menos paga debía recibir. Pero el amo sabía
muy bien que 10 centimos no era un gran sueldo; sabía muy bien que, si un
jornalero llegaba a casa con menos, se encontraría con una mujer preocupada y
con chicos hambrientos; y por consiguiente fue más allá de la justicia y les
dio más de lo que les correspondía.
Como se ha dicho, esta parábola expresa
implícitamente dos grandes verdades que son la carta magna de los obreros: el
derecho al trabajo, y el derecho a un salario que le permita vivir.
Aquí está también la generosidad de
Dios. Estos hombres no hicieron todos el mismo trabajo, pero recibieron el
mismo jornal. Aquí hay dos grandes lecciones. La primera es, como ya se ha
dicho: «Todo servicio cuenta lo mismo para Dios.» No es la cantidad de servicio
lo que cuenta, sino el amor con que se presta por medio de la fidelidad. Puede
que uno dé de lo que le sobra una ayuda de 100€, y es verdad que se le
agradece; un niño puede que haga un regalo de cumpleaños o de navidad que
cuesta pocos euros que fueron cariñosa y laboriosamente ahorrados para ese
regalo que, aunque costaba poco dinero, llegaba al corazón mucho más que el
otro. Dios no mira solo la magnitud de nuestro servicio. Siempre que sea todo
lo que podemos aportar, todo servicio cuenta lo mismo para Dios.
La segunda lección es aún más grande:
Todo lo que Dios da es pura gracia. Nunca podríamos ganar lo que Dios nos da;
no podemos merecerlo; Dios nos lo da movido por la bondad de Su corazón. Lo que
Dios da no es paga, sino regalo; no es un salario, sino una gracia.
Sin duda esto nos conduce a la suprema lección
de la parábola: Lo más importante del trabajo es el espíritu, la motivación
con que se hace. Los siervos estaban divididos naturalmente en dos clases.
Los de la primera habían llegado' a un acuerdo con el propietario, tenían un
contrato; dijeron: «Trabajaremos para ti si nos das tal jornal.» Como mostró su
comportamiento, todo lo que les interesaba era recibir lo más posible por su
trabajo. Pero los que se incorporaron después, no se menciona ningún contrato;
lo que querían era la posibilidad de trabajar, y dejaron todo lo referente al
jornal al criterio del propietario.
Uno no es cristiano si no tiene interés
nada más que en la paga. Pedro preguntó: "¿Qué vamos a sacar nosotros de
todo esto?» El cristiano trabaja por el gozo de servir a Dios y a sus
semejantes. Por eso es por lo que los primeros serán los últimos, y los últimos
serán los primeros. Muchas personas que han obtenido grandes galardones en este
mundo tendrán un lugar poco importante en el Reino si en lo único en que
pensaban era en las recompensas. Muchos que, según lo valora el mundo, son
pobres, serán grandes en el Reino, porque nunca pensaron en términos de
compensaciones, sino trabajaron por la ilusión de trabajar y por la alegría de
servir. Es la paradoja de la vida cristiana que el que trabaja por la
recompensa, la pierde; y el que olvida la recompensa, la encuentra.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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