Salmo
51; 6
He aquí, tú deseas la verdad en lo más íntimo, y en lo secreto
me harás conocer sabiduría.
La
culpabilidad de David es agravada por su esencial pecaminosidad natural, la que
es tan contraria a la pureza interior que Dios requiere, como lo son los
pecados externos a las leyes de la buena conducta. Me
harás conocer, expresa el propósito benigno de Dios en vista de su estricto
requerimiento: propósito del que David podría haberse aprovechado como un freno
para su natural amor al pecado, para así no agravar su culpa. En su
arrepentimiento, a David se le estimula a esperar que Dios le acepte por
gracia. Tú amas la verdad en lo íntimo; Dios mira esto en el pecador que se
vuelve a Él. Donde haya verdad Dios dará sabiduría. Quienes sinceramente se
proponen cumplir con su deber, serán enseñados lo que corresponde a su deber;
pero esperarán el bien sólo de la gracia divina que vence la naturaleza
corrupta de ellos.
Entendemos
que Dios penetra hasta lo más íntimo del ser. Calvino tenía razón en decir que
para ser aprobado por Dios lo último del corazón tiene que ser purificado. Los
pecados que se mantienen en secreto también desagradan a Dios.
En
toda la naturaleza humana el pecado no tiene excusa porque es contrario a lo
que Dios quiere, y contrario a la sabiduría
de Dios enseñada por medio de la conciencia que todo lo penetra.
Salmo 51; 10
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu
recto dentro de mí.
Debido
a que nacemos pecadores, nuestra inclinación natural es complacernos a nosotros
y no a Dios. David siguió esta inclinación cuando tomó la esposa de otro
hombre. También nosotros la seguimos cuando pecamos en cualquier forma. Al
igual que David, debemos pedir a Dios que nos limpie desde adentro, que nos
limpie el corazón y el espíritu para tener pensamientos y deseos nuevos. La
buena conducta solo proviene de un corazón y un espíritu limpios. Pidamos a
Dios que nos los dé.
El
penitente auténtico anhela librarse del pecado por medio de la creación de una
nueva naturaleza que tenga el poder de la constancia, el favor continuo de Dios
y la presencia de su Espíritu Santo, el gozo de la liberación y el don de un
espíritu, es decir, espíritu listo para hacer la voluntad de Dios.
El
creyente desea su renovación para santidad tanto como el gozo de su salvación.
David ve, ahora más que nunca, qué corazón inmundo tiene, y lo lamenta con
pesar; pero entiende que no está en su poder enmendarlo y, por tanto, le ruega
Dios la creación de un corazón limpio en él. Cuando el pecador siente que este
cambio es necesario, y lee la promesa de Dios en ese sentido, empieza a
pedirlo. Sabía que había entristecido al Espíritu Santo con su pecado y lo
había provocado a alejarse. Esto es lo que él teme más que nada.
Pide
que le sean restauradas las consolaciones divinas. Cuando nos damos motivo para
dudar de nuestro interés en la salvación, ¿cómo podemos esperar el gozo de
ella? Esto lo había debilitado; él ora: Estoy pronto a caer ya sea en pecado o
en la desesperación, por tanto, sostenme con tu Espíritu. Tu Espíritu es un
Espíritu libre, en sí mismo un Agente libre que obra con libertad. Y mientras
más contentos estemos en nuestro deber, más constantes seremos en eso. ¿Qué es
esto sino la libertad con que Cristo hace libre a su pueblo, en contraste con el
yugo de la esclavitud? Gálatas 5, 1. Es el
Espíritu de adopción que habla al corazón.
A
quienes tienen a Dios como el Dios de la salvación, Él los librará de la culpa;
porque la salvación de la cual Él es Dios, es la salvación del pecado. Por lo
tanto, debemos pedirle: Señor, tú eres el Dios de mi salvación, por tanto,
líbrame del dominio del pecado. Y cuando se abren los labios, ¿qué debemos
decir sino alabanzas a Dios por Su misericordia perdonadora?
¡Maranata! ¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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