Salmo 115; 11-13
Los
que teméis a Jehová, confiad en Jehová;
Él es
vuestra ayuda y vuestro escudo.
Jehová
se acordó de nosotros; nos bendecirá;
Bendecirá
a la casa de Israel;
Bendecirá
a la casa de Aarón.
Bendecirá
a los que temen a Jehová,
A
pequeños y a grandes.
Cuando
las burlas de “los escribas y fariseos modernos” desaniman a los fieles, hace
falta insistir en una decisión definida de renovar la confianza y el compromiso
en Dios y de recordar todo lo que Dios ha hecho para ayudarnos en el pasado y
para protegernos.
"Jehová se acordó de nosotros" dice el
escritor del salmo. ¡Qué fantástica verdad! Hay muchos momentos cuando nos
sentimos aislados, solos y abandonados, pareciera que incluso de Dios. En
verdad, Él nos ve, comprende y piensa en nosotros. Cuando los problemas te
depriman o luches con tu autoestima, recuerda que Dios te tiene en su
pensamiento. Si piensa en ti, sin duda su ayuda anda en camino.
En
contraposición a la inutilidad de los ídolos está el poder salvador de Jehová.
Todos los componentes del pueblo elegido no deben tener otra confianza que la puesta en Dios, porque sólo Él
es la ayuda y el escudo de sus hijos.
Necio es confiar en imágenes muertas, pero sabio
es confiar en el Dios vivo, porque Él es socorro y escudo para quienes confían
en Él. Donde haya recto temor de Dios, habrá fe gozosa en Él; quienes
reverencian su Palabra pueden apoyarse en ella. Él siempre es hallado fiel. Los
más grandes necesitan su bendición, la que no será negada al más pequeño que
tenga temor de Dios. La bendición de Dios acrecienta especialmente las
bendiciones espirituales. El Señor debe ser alabado: Su bondad es inmensa,
porque ha dado la tierra a los hijos de los hombres para su uso. Las almas de
los fieles siguen alabándole después de ser libradas de las cargas de la carne,
pero el cuerpo muerto no puede alabar a Dios; la muerte pone fin a nuestro
glorificarle en este mundo de pruebas y conflictos. Otros están muertos
espiritualmente, y por ello, se pone fin a su servicio; procuremos, por tanto,
hacer lo más por Dios. No sólo lo haremos nosotros, sino comprometeremos a
otros para hacerlo; para que le alaben cuando nosotros nos hayamos ido.
Señor, Tú eres el único objeto de fe y amor.
Ayúdanos a alabarte mientras vivimos y cuando muramos, que tu nombre sea el
primero y el último en nuestros labios: y que el dulce sabor de tu nombre
refresque nuestras almas para siempre.
¡Maranata!
¡Sí, ven Señor Jesús!
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