} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 16 Noviembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)

jueves, 16 de noviembre de 2017

16 Noviembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)


Juan 9; 1-2
Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento.
Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?

Esta es la sexta de las siete señales hechas por Jesús que Juan registra. Todo el capítulo se dedica a ese evento y al efecto que tuvo sobre el hombre que nació ciego, sus padres, los vecinos y los líderes de los judíos.
Cristo curó a muchos que eran ciegos por enfermedad o accidente; aquí sana a uno que nació ciego. El vio una oportunidad para "hacer las obras del que" le envió. Nosotros también, "al pasar" (al ocuparnos en las actividades normales) veremos muchas oportunidades si abrimos los ojos. Muchos lo habían visto pero no como Jesús lo vio. De los seis milagros registrados en los que Jesús abrió los ojos de los ciegos, este es el único caso en que el individuo era ciego de nacimiento. "Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego"
A los discípulos este hombre presentó una oportunidad para la especulación teológica, mientras que a Jesús se le presentó una oportunidad para manifestar en sí mismo la gloria de Dios y la autoridad de Dios, pues el abrir los ojos era una señal convincente de que el Mesías había venido (Isaias_35:5; Isaias_29:18; Mateo 12:22; Lucas_4:18-19)
Parece que los discípulos compartían la idea errónea de que las enfermedades y otros sufrimientos son el resultado de algún pecado específico. En el caso del hombre que nació ciego creían que había solamente dos alternativas: "¿quién pecó, éste o sus padres?" Hoy en día muchos preguntan por qué algunos sufren grandes aflicciones y otros no, algunos sufren mucho por causa de los desastres de la naturaleza (tormentas, inundaciones) y otros no.
            En sentido general es cierto que el pecado es la causa de todas las aflicciones, así como es la causa de todo mal. Jesús dijo al hombre que sanó en Betesda, "no peques más, para que no te venga alguna cosa peor", pero no es cierto que todo caso específico de aflicción es causado por algún pecado específico. Pablo dice, "llorad con los que lloran" (Romanos_12:15), pero ¿por qué llorar con ellos si están sufriendo lo que merecen? El sufrimiento de los más inocentes puede ser la consecuencia de los pecados de otros, pero los inocentes no sufren la pena de tales pecados.

Éxodo_20:5 dice, "visito la maldad de los padres sobre los hijos", es decir, los hijos sufren las consecuencias de los pecados de los padres. También los hijos heredan debilidades físicas y mentales de sus padres, pero Ezequiel_18:20 dice claramente que "el hijo no llevará el pecado del padre" (el hijo no es culpable del pecado del padre). Los calvinistas citan Salmos_51:5, "He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre" para probar que los niños nacen pecadores, pero David no habla de nacer con "maldad en mí", sino de nacer en un mundo lleno de pecado. Compárese Job_31:18, "desde el vientre de mi madre fui guía de la viuda"
Una creencia común en la cultura judía era que la calamidad y el sufrimiento eran el resultado de algún gran pecado. Pero Cristo utilizó el sufrimiento de este hombre para enseñar acerca de la fe y glorificar a Dios. Vivimos en un mundo caído donde la buena conducta no recibe siempre una recompensa y la mala conducta no recibe siempre un castigo. Por lo tanto, los inocentes a veces sufren. Si Dios quitase el sufrimiento cada vez que lo pidiésemos, lo seguiríamos por comodidad y conveniencia, no por amor y devoción. Sean cuales fueren las razones de nuestro sufrimiento, Jesús tiene poder para ayudarnos a lidiar con él.
Cuando suframos debido a una enfermedad, una tragedia o una incapacidad, tratemos de no preguntar: "¿Por qué me sucedió esto?" ni "¿En qué me equivoqué?" Más bien pidamos a Dios que nos dé fortaleza para la prueba y una perspectiva más clara de lo que está sucediendo.




Juan 9; 38
(El ciego curado) Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró.

Primero, dijo, "Aquel hombre que se llama Jesús" (9:11); entonces dijo "Que es profeta" (9:17); que vino de Dios (9:33); y ahora "Creo, Señor; y le adoró".
            Se debe recalcar con todo énfasis que Jesucristo era adorado por los hombres, y que aceptó la adoración. El verbo adorar aquí es el mismo que  se usa de la adoración divina ("Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren", Juan 4:24). Recordemos que los apóstoles no permitieron que los hombres le adoraran (Hechos_10:25; Hechos 14:18) y que el ángel no permitió que el apóstol Juan le adorara (Apocalipsis_19:10), pero Cristo nunca rehusó la adoración de los hombres.
            Los hermanos que desprecian la deidad de Cristo enseñan dos errores graves al respecto:
(1) dicen que Cristo recibió la adoración porque en esencia Él era Dios, pero que no tenía los atributos de Dios (la omnipotencia, la omnisciencia), pero los atributos de Dios incluyen también su perfecta santidad, perfecto amor, etc. y son las cualidades básicas e inherentes de su naturaleza divina, las características que constituyen su deidad. En primer lugar esta enseñanza es pura locura e insensatez porque Dios no puede deshacerse de sus atributos divinos, y en segundo lugar, un ser sin estos atributos no sería Dios en ningún sentido podría ser adorado.
2) Dicen también que Cristo recibió la adoración, pero que no la requería, pero este argumento se hace con pura astucia para ocultar el hecho de que si Cristo no era Dios (en el sentido bíblico, con todos sus atributos divinos), no habría permitido la adoración (Hechos_10:25-26; Apocalipsis_19:10).


Jesús mismo le reveló a este hombre Su verdadera identidad como Mesías. La lealtad nos conduce a la Revelación; es a la persona que Le es leal a la que Jesús se revela más plenamente. El castigo del mundo por esa lealtad bien puede ser la persecución o el ostracismo; pero la recompensa de Dios es un caminar más íntimo con Cristo y un conocimiento más íntimo de Su maravillosa Persona.

¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!

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