Juan 9; 1-2
Al pasar Jesús, vio a un hombre
ciego de nacimiento.
Y le preguntaron sus discípulos,
diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?
Esta es la sexta de las siete señales hechas por Jesús que Juan
registra. Todo el capítulo se dedica a ese evento y al efecto que tuvo sobre el
hombre que nació ciego, sus padres, los vecinos y los líderes de los judíos.
Cristo
curó a muchos que eran ciegos por enfermedad o accidente; aquí sana a uno que
nació ciego. El vio una oportunidad para "hacer las obras del que" le
envió. Nosotros también, "al pasar" (al ocuparnos en las actividades
normales) veremos muchas oportunidades si abrimos los ojos. Muchos lo habían
visto pero no como Jesús lo vio. De los seis milagros registrados en los que
Jesús abrió los ojos de los ciegos, este es el único caso en que el individuo
era ciego de nacimiento. "Desde el principio no se ha oído decir que
alguno abriese los ojos a uno que nació ciego"
A
los discípulos este hombre presentó una oportunidad para la especulación
teológica, mientras que a Jesús se le presentó una oportunidad para manifestar
en sí mismo la gloria de Dios y la autoridad de Dios, pues el abrir los ojos
era una señal convincente de que el Mesías había venido (Isaias_35:5; Isaias_29:18; Mateo 12:22; Lucas_4:18-19)
Parece que los discípulos compartían la idea errónea de que las
enfermedades y otros sufrimientos son el resultado de algún pecado específico. En
el caso del hombre que nació ciego creían que había solamente dos alternativas:
"¿quién pecó, éste o sus padres?" Hoy en día muchos preguntan por qué
algunos sufren grandes aflicciones y otros no, algunos sufren mucho por causa
de los desastres de la naturaleza (tormentas, inundaciones) y otros no.
En sentido general es
cierto que el pecado es la causa de todas las aflicciones, así como es la causa
de todo mal. Jesús dijo al hombre que sanó en Betesda, "no peques más,
para que no te venga alguna cosa peor", pero no es cierto que todo caso específico
de aflicción es causado por algún pecado específico. Pablo dice, "llorad
con los que lloran" (Romanos_12:15), pero
¿por qué llorar con ellos si están sufriendo lo que merecen? El sufrimiento de
los más inocentes puede ser la consecuencia de los pecados de otros,
pero los inocentes no sufren la pena de tales pecados.
Éxodo_20:5 dice, "visito
la maldad de los padres sobre los hijos", es decir, los hijos sufren
las consecuencias de los pecados de los padres. También los hijos heredan
debilidades físicas y mentales de sus padres, pero Ezequiel_18:20
dice claramente que "el hijo no llevará el pecado del padre"
(el hijo no es culpable del pecado del padre). Los calvinistas citan Salmos_51:5, "He aquí, en maldad he sido formado,
y en pecado me concibió mi madre" para probar que los niños nacen
pecadores, pero David no habla de nacer con "maldad en mí", sino de
nacer en un mundo lleno de pecado. Compárese Job_31:18,
"desde el vientre de mi madre fui guía de la viuda"
Una creencia común en la cultura judía era que la calamidad y el
sufrimiento eran el resultado de algún gran pecado. Pero Cristo utilizó el
sufrimiento de este hombre para enseñar acerca de la fe y glorificar a Dios.
Vivimos en un mundo caído donde la buena conducta no recibe siempre una
recompensa y la mala conducta no recibe siempre un castigo. Por lo tanto, los
inocentes a veces sufren. Si Dios quitase el sufrimiento cada vez que lo
pidiésemos, lo seguiríamos por comodidad y conveniencia, no por amor y devoción.
Sean cuales fueren las razones de nuestro sufrimiento, Jesús tiene poder para
ayudarnos a lidiar con él.
Cuando suframos debido a una enfermedad, una tragedia o una
incapacidad, tratemos de no preguntar: "¿Por qué me sucedió esto?" ni
"¿En qué me equivoqué?" Más bien pidamos a Dios que nos dé fortaleza
para la prueba y una perspectiva más clara de lo que está sucediendo.
Juan 9; 38
(El ciego curado) Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró.
Primero, dijo, "Aquel hombre que se llama Jesús" (9:11);
entonces dijo "Que es profeta" (9:17); que vino de Dios (9:33); y
ahora "Creo, Señor; y le adoró".
Se debe recalcar con
todo énfasis que Jesucristo era adorado por los hombres, y que aceptó la
adoración. El verbo adorar aquí es el mismo que se usa de la adoración divina ("Dios es
Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que
adoren", Juan 4:24). Recordemos que los
apóstoles no permitieron que los hombres le adoraran (Hechos_10:25;
Hechos 14:18) y que el ángel no permitió que el apóstol Juan le adorara
(Apocalipsis_19:10), pero Cristo nunca rehusó
la adoración de los hombres.
Los hermanos que
desprecian la deidad de Cristo enseñan dos errores graves al respecto:
(1) dicen que Cristo recibió la adoración porque en esencia Él era
Dios, pero que no tenía los atributos de Dios (la omnipotencia, la
omnisciencia), pero los atributos de Dios incluyen también su perfecta
santidad, perfecto amor, etc. y son las cualidades básicas e inherentes de su
naturaleza divina, las características que constituyen su deidad. En
primer lugar esta enseñanza es pura locura e insensatez porque Dios no puede
deshacerse de sus atributos divinos, y en segundo lugar, un ser sin estos
atributos no sería Dios en ningún sentido podría ser adorado.
2) Dicen también que Cristo recibió la adoración, pero que no la requería,
pero este argumento se hace con pura astucia para ocultar el hecho de que si
Cristo no era Dios (en el sentido bíblico, con todos sus atributos divinos), no
habría permitido la adoración (Hechos_10:25-26;
Apocalipsis_19:10).
Jesús mismo le
reveló a este hombre Su verdadera identidad como Mesías. La lealtad nos conduce
a la Revelación; es a la persona que Le es leal a la que Jesús se revela más
plenamente. El castigo del mundo por esa lealtad bien puede ser la persecución
o el ostracismo; pero la recompensa de Dios es un caminar más íntimo con Cristo
y un conocimiento más íntimo de Su maravillosa Persona.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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