Amós 4; 12
Por
tanto, de esta manera te haré a ti, oh Israel; y porque te he de hacer esto,
prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel.
Como
Israel no había retornado a Dios, éste se llegaría a ellos en juicio. Se trata
de una advertencia solemne. Como los israelitas persistieron en rebeldía y
idolatría, el Señor vino contra ellos como adversario.
Sin importar la forma en la que Dios le advirtió
al pueblo, por medio del hambre, la sequía, las plagas, las langostas y la
guerra, todavía seguían ignorándolo. Como los israelitas se negaban a recibir
el mensaje de Dios, tendrían que vérselas con El cara a cara en el juicio. Ya
no pasarían más por alto a Dios; tendrían que enfrentarse al Único que rechazaron,
al que no quisieron obedecer cuando les ordenó que cuidaran a los pobres.
Si miramos en derredor nuestro podemos ver la
necedad de los corazones carnales: deambulan de una a otra criatura buscando
algo para satisfacerse y se esfuerzan por lo que no satisface; pero, después de
todo, no inclinarán su oído a Aquel en quien pueden hallar todo lo que pueden
querer. Predicar el evangelio es como la lluvia y todo se marchita donde falta
lluvia. Bueno sería si la gente fuera tan sabia con sus almas como lo son con
sus cuerpos; y, cuando no tuvieran cerca esta lluvia, fueran y buscaran donde
está para tenerla.
No antes de mucho debemos encontrar a nuestro
Dios en juicio y no seremos capaces de estar delante de Él si nos trata
conforme a nuestras obras. Si deseamos prepararnos para encontrarnos con
nuestro Dios con tranquilidad, en el período aterrador de su venida, ahora
debemos encontrarlo en Cristo Jesús, el eterno Hijo del Padre, que vino a
salvar a los pecadores perdidos. Debemos buscarlo mientras pueda ser hallado.
Algún día
cada uno nos enfrentaremos a Dios cara a cara para rendir cuentas de lo que
hemos hecho o de lo que nos hemos negado a hacer. Tú que lees esto ¿Estás
preparado para enfrentarte con Él?
Romanos 10; 9
que si confesares con tu boca que
Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,
serás salvo.
Aquí está la lección más
relevante sobre la importancia y el poder de la confesión de fe que se puede
hallar en todas las Escrituras. El principio de la fe se establece desde el
comienzo mismo de nuestra vida en Cristo. Exactamente igual a como la salvación
(la obra justa de Dios en nuestro favor) se confirma por el creer del corazón y
la pública confesión de nuestra fe, así también su continua manifestación en
nuestras vidas.
El evangelio (la palabra de fe) predicado (1Corintios_15:1-11)
presenta al hombre los hechos de lo que Dios por su gracia ha hecho para el
hombre pecador. El hombre pecador, oyendo el evangelio cree que Cristo es el
Hijo de Dios, levantado de los muertos para nuestra justificación, se
arrepiente de sus pecados pasados, confiesa delante de los hombres su fe en
Cristo Jesús (Lucas_12:8), y obedeciendo de
corazón es bautizado. Hecho esto, Dios
le justifica, prometiéndole la salvación eterna, pero dándole la salvación de
sus pecados pasados. Esto el judío (incrédulo) no hacía y por eso no estaba
salvo.
La fe y la confesión son “para salvación,” dice Pablo. Por nuestra parte, con nuestras
palabras «contratamos» la salvación que por su parte Dios ha
proporcionado mediante la obra y el poder de Cristo, y esto es un principio en
la vida. Con este espíritu de fe salvadora, crezcamos en una fe activa:
creyendo en el gran poder de Dios para suplir todas nuestras necesidades,
proclamando con nuestros labios lo que nuestros corazones reciben y creen de
las muchas promesas de su Palabra. Aceptemos los «contratos» de Dios para toda
nuestra necesidad, dotándolos con la confesión de nuestra creencia, tal como
cuando fuimos salvos
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