Job 11; 7
¿Descubrirás
tú los secretos de Dios?
¿Llegarás
tú a la perfección del Todopoderoso?
Zofar era la clase de persona que tenía una
respuesta para todo: fue totalmente insensible a la situación única de Job.
Zofar es el menos comprensivo de los tres amigos. Su mensaje a Job es sencillo:
Estás sufriendo porque Dios sabe que eres un pecador secreto, por lo tanto,
¡arrepiéntete!
Zofar
habla bien respecto de Dios, su grandeza y su gloria, tocante al hombre, su
vanidad y su necedad. Véase aquí qué es el hombre; y que se humille. Dios ve
esto tocante al hombre vano: que se piensa sabio aunque nace como cría de asno
salvaje, tan indomable y nada enseñable. El hombre es una criatura vana;
pueril, ese es el calificativo correcto. No obstante, es criatura orgullosa que
se engaña a sí misma. Se piensa que es sabio aunque no se someta a las leyes de
la sabiduría. Él sería sabio si va tras la sabiduría prohibida y, como sus
primeros padres, apuntando a ser sabio por encima de lo que está escrito,
pierde el árbol de la vida por el árbol del conocimiento. ¿Una criatura así es
apta para contender con Dios? Dios es
insondable en su vida y perfecciones. Por su inmensidad llena todo el orbe,
desde la altura de los cielos a lo profundo del Seol, o región tenebrosa de los
muertos; sobrepasa a la tierra y al mar. ¿Cómo va a conocer, pues, el hombre la
esencia secreta de Dios y sus misterios? Toda la creación le está sometida: el
cielo, la región de los difuntos, la tierra y el mar.
Dios como omnipotente, dirige la historia humana y actúa sin dar
cuentas a nadie: aprisiona y cita a juicio y nadie puede oponerse . En realidad,
esto no lo hace por capricho, sino que con su ciencia superior escudriña las
intenciones de los hombres falaces y sin esfuerzo ve la iniquidad de ellos.
Conforme a esta ciencia superior, envía correctivos a los hombres. Es el único
medio de que el necio se haga discreto, pues el hombre al nacer es rebelde e
incipiente como el asno salvaje; pero con los castigos se domesticar.
Isaías 43; 10-11
Vosotros sois mis testigos, dice
Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis
que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí.
Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay
quien salve.
Aquí se presenta a Israel como testimonio viviente del
cumplimiento de las profecías. Así, pues, invita a que se presente, ante los
pueblos reunidos en juicio, a Israel, pueblo
ciego, aunque tiene ojos, un pueblo que, si bien no ha sabido captar el
sentido de los hechos según los designios de la divina Providencia, no
obstante, tiene ojos, porque ha
sido testigo de los hechos materiales que en su historia han ocurrido. Por eso
está capacitado para dar un testimonio en este juicio entre Dios y las naciones, que para este acto judicial
se han reunido. Dios quiere que
Israel confiese públicamente las predicciones antiguas que se le comunicaron
para resolver el litigio judicial en cuestión. Dios se dirige directamente a
sus contrincantes en el juicio: ¿quién
de entre ellos (los adoradores de los ídolos) anuncia. esto? , es
decir, la redención y liberación de Israel de la cautividad y su repatriación.
Nos hace oír cosas antiguas,
los hechos ocurridos que habían sido profetizados, que deben ser las pruebas para probar la veracidad de
los ídolos, es decir, los vaticinios sobre el futuro, señal inequívoca del
conocimiento sobrenatural, propio de la divinidad. Los hechos deben comprobar
las profecías. Los gentiles deben presentar sus pruebas históricas del
cumplimiento de las supuestas profecías de sus dioses, para que, una vez
razonadas, puedan todos decir convencidos: es verdad. Al ver que los idólatras no pueden aportar pruebas de
este género, se dirige Jehová a sus propios testimonios, que son los mismos
israelitas. Israel es el siervo de
Jehová, y con su historia excepcional, salpicada de intervenciones divinas,
es la mejor prueba de la divinidad de Jehová, Dios único. Mientras que
los ídolos son obra de sus adoradores: ninguno
fue formado antes de Yahvé. No se declara con esto que Yahvé fuera “formado,” sino que los ídolos no son
eternos y no pueden pretender la antigüedad de Yahvé, pues son fabricación de
sus adoradores. Por otra parte, ninguno
habrá después de Yahvé es la
afirmación de la eternidad divina. Yahvé solo es el Salvador. Ningún dios puede anunciar el futuro y salvar
a su pueblo como Yahvé, y los israelitas son testigos de esto por su
historia, llena de intervenciones milagrosas de Dios. Pero este carácter de
Dios no sólo lo mantuvo desde la eternidad,
sino que lo mostrará en adelante (desde
ahora), liberando a su pueblo oprimido. Con ello se
manifestará realmente salvador. Y
nadie podrá torcer un designio de Yahvé si El se propone realizarlo: lo que hago, ¿quién lo volverá?
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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