Juan 4; 28-29
Entonces la mujer dejó su cántaro,
y fue a la ciudad, y dijo a los hombres:
Venid, ved a un hombre que me ha
dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?
¿Por qué Nicodemo
no salió con el mismo entusiasmo para invitar a otros a escuchar a Jesús? (1Corintios_1:26).
Esta mujer fue al pozo para sacar
agua, agua literal, que es de suma importancia a todo ser humano y para
llevarla a su casa. No pensaba llegar al pozo y volver sin el agua. Solamente
algo muy importante podría afectarle de esa manera. Después de oír palabras de
Jesús acerca del agua viva, por el momento se le olvidó el agua del pozo de
Jacob y, dejando allí su cántaro, volvió a la ciudad para proclamar la más
importante verdad que jamás se había escuchado. Había encontrado el agua viva y
quería que otros también la descubrieran. De la misma manera los apóstoles
dejaron sus redes y Mateo dejó el banco de tributos para seguir a Jesús.
Para entonces la
mujer ya estaba de camino de vuelta al pueblo sin su cacharro de agua. El hecho
de que lo dejara revelaba dos cosas: que tenía prisa en compartir su
experiencia extraordinaria, y que ella daba por sentado que volvería a aquel
lugar. Toda su reacción nos dice mucho de la experiencia cristiana verdadera.
Su
experiencia empezó cuando se vio obligada a enfrentarse consigo misma y a verse
tal como era. Es lo mismo que le sucedió a Pedro. Después de la pesca
milagrosa, cuando Pedro descubrió de pronto algo de la majestad de Jesús, todo
lo que pudo decir fue: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!» (Lucas_5:8). Nuestra
experiencia cristiana empezará a menudo con una ola humillante de desprecio
propio. Suele suceder que lo último que ve una persona es a sí misma. Y pasa a
menudo que lo primero que Cristo hace por una persona es empujarla a hacer lo
que se ha pasado la vida resistiéndose a hacer: mirarse a sí misma.
La
Samaritana estaba alucinada con la habilidad que Cristo tenía para ver su
interior. Le admiraba Su profundo conocimiento del corazón humano, y del suyo
en particular. Al salmista también le había infundido una gran reverencia: «Has
entendido desde lejos mis pensamientos... Hasta antes de que brote la palabra
de mi lengua, ¡oh Señor!, Tú ya sabes lo que quiero decir» (Salmos_139:1-4 )
No
hay tapujos ni disfraces que oculten de la mirada de Cristo. Él puede ver hasta
lo profundo del corazón humano. Y no sólo ve lo malo, sino también al héroe que
hay dormido en el alma de todas las personas. Es como el cirujano que ve la parte
enferma, y lo sana que quedará cuando se quite el mal.
El
primer impulso de la Samaritana fue compartir su descubrimiento. Cuando
encontró a aquella Persona tan maravillosa, se sintió impulsada a decírselo a
otros. La vida cristiana se basa en dos pilares: el descubrimiento y la
comunicación: El descubrimiento no es completo hasta que nos llena el corazón
del deseo de comunicarlo; y no podemos comunicar a Cristo a otras personas a
menos que Le hayamos descubierto por nosotros mismos. Lo primero de todo es
encontrar, mejor dicho somos hallados, luego contar; son los dos grandes pasos
de la vida cristiana.
El
deseo de contarles a otros su descubrimiento acabó con su sentimiento de
vergüenza. No cabe duda de que era una marginada: El mismo hecho de que tuviera
que ir a sacar agua de aquel pozo tan lejano del pueblo demuestra que sus vecinos
la evitaban, y ella tenía que hacer lo mismo con ellos. Pero entonces fue
corriendo a contarles su descubrimiento.
Una persona puede
tener algún problema que le da corte mencionar y que trata de mantener secreto;
pero una vez que lo ha superado, está a menudo tan llena de alegría y de
agradecimiento que tiene libertad para contárselo a todo el mundo. Uno puede
que haya estado siempre tratando de esconder su pecado; pero una vez que
descubre a Jesucristo como su Salvador, su primer impulso es decirles a los
demás: «¡Mira cómo era antes, y mira cómo soy ahora!. ¡Y todo se lo debo a
Cristo!»
Si queremos convencer a otros que Jesús es el Cristo, debemos recordar
las palabras "Ven y ve" (Juan 1:39, 46;
Mat_28:6). De esta manera, tienen que investigar, estudiar y pensar por
sí mismos. Los que tienen verdadera fe en Cristo la proclaman a otros (Juan 1:46). Parece que esta mujer consideraba que su
experiencia con seis hombres era "todo cuanto he hecho".
Algunos han comentado
sobre la obra de Jesús en Samaria diciendo que El no hizo milagros allí. Que
sepamos no sanó a los enfermos ni echó fuera demonios, pero demostró un
atributo divino (la omnisciencia) al decir a la mujer todo cuanto había hecho.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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