Isaías 57; 15
Porque
así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el
Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de
espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el
corazón de los quebrantados.
A pesar de habitar en las alturas y en santidad,
Dios se abre camino para reencontrarse con los anhelos y expectativas de su
pueblo, porque Él está con el de espíritu contrito y humillado para
vivificar el corazón de los oprimidos.
El orgullo y la justicia propia
del judío eran las piedras de tropiezo que había en el camino que conducía al
reconocimiento de Cristo. La contrición de Israel en los últimos días
estará seguida de la interposición de Dios en su favor. De esa manera, su
humillación expresada en el cap. 66:2, 5, 10, etc., precede a su final
prosperidad (Zacarías_12:6, Zacartías_12:10-14);
habrá probablemente un período previo de incredulidad aun después de su retorno
(Zacarías_12:8-9).
Una voz anónima dará un grito de alerta ante la manifestación misericordiosa de Dios. Un enviado encargado
de preparar la marcha triunfal de Jehová invitaba a la naturaleza a convertirse
en una espléndida avenida para que pasara el cortejo triunfal de Dios con sus
repatriados de Babilonia. Aquí los tropiezos
del camino de mi pueblo son los obstáculos morales que se oponen a esta manifestación salvadora de Jehová.
Es una invitación al arrepentimiento y al retorno a Dios. El anuncio va a
proclamar una era de gracia, y con todo énfasis destaca que El que otorga el
perdón es el que habita en un lugar
elevado y es santo, Jehová, que, a pesar de su trascendencia, se desciende
al contrito y humillado, porque
esta atmósfera de contrición y de
humildad es la que debe respirar el hombre para acercarse a Dios. Sólo
entonces la santidad de Dios puede entrar en relaciones con el
pecador. Dios conoce el fondo frágil de los seres humanos, y por eso está
dispuesto a perdonarles; de ahí que no quiere estar siempre contendiendo, ni enojado.
Una de las causas del enojo divino ha
sido la desmesurada avaricia de los israelitas. Sabemos que, en la época de
Nehemías y Esdras, la avaricia era el pecado más generalizado, pues hasta se
escatimaban a Dios las víctimas de calidad para los sacrificios. Jehová, por
este estado de transgresión, ocultó su
rostro, retirando su protección sobre su pueblo. Pero el pueblo judío siguió, rebelde, los caminos de su corazón
sus sendas descarriadas, sin reconocer sus yerros.
La codicia es un pecado que pone en particular a
los hombres bajo el desagrado divino. Vemos
también que los problemas no pueden reformar a los hombres a menos que la
gracia de Dios obre en ellos.
Se publicará paz, la paz perfecta. Frutos de
labios que predican y oran. Cristo vino y predicó paz a los gentiles y a los
judíos; a épocas futuras aún lejanas en el tiempo, y a los de su misma era.
Pero los impíos no quieren ser sanados por la
gracia de Dios, por tanto no serán sanados por sus consolaciones. Sus
concupiscencias y pasiones sin gobierno los hacen como el mar tempestuoso.
También, los temores de conciencia les turban sus goces. Dios lo dijo, y no
puede todo el mundo desdecirlo: no hay paz para los que se permiten cualquier
pecado. Si somos recuperados de un estado tan espantoso, es sólo por la gracia
de Dios. La influencia del Espíritu Santo y el nuevo corazón del cual brota
alabanza agradecida, fruto de nuestros labios, son su regalo. La salvación, con
todos sus frutos, esperanzas y consuelos es obra Suya y toda la gloria Le
pertenece. No hay paz para el impío, pero deje el impío su camino y el inicuo
sus pensamientos; y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia y al
Dios nuestro que será amplio en perdonar.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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