La Omnisciencia de Dios
La Omnisciencia = lo sabe todo
La Omnipresencia = está presente en todo
La Omnipotencia = lo puede todo.
Salmo 139:1 -6 Al Vencedor: de David: Salmo. SEÑOR, tú me has examinado
y conocido.
Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme,
has entendido desde lejos mis pensamientos.
Mi andar y mi reposo has ceñido, y todos mis
caminos has aparejado.
Pues aun no está la palabra en mi
lengua, y he aquí, oh SEÑOR, tú la supiste toda.
Rostro y envés tú me formaste, y sobre
mí pusiste tu mano.
Más maravillosa es su ciencia que mi
capacidad; alta es, no puedo comprenderla.
(La
Biblia de Casiodoro de Reina 1569)
Estas tres perfecciones divinas están
maravillosamente expuestas en el Salmo 139, por lo que basaremos en ese Salmo
gran parte de nuestro estudio de dichas perfecciones. Vemos la omnisciencia en
los versículos 1-6, la omnipresencia en los versículos 7-12, y la omnipotencia
en los versículos 13-18. Insisto en que la Biblia no ofrece lucubraciones
filosóficas, sino que expone las verdades de Dios de una forma concreta,
plástica, acomodada a la mentalidad semítica del pueblo de Israel.
1.
¿Qué relación guarda la omnisciencia de Dios con objetos diferentes?
Ya
hemos dicho que omnisciencia significa «saberlo todo». Dios todo lo conoce de
modo exhaustivo, porque es infinito en cada una de sus perfecciones: Todo lo
conoce totalmente, hasta los más nimios detalles. Y su conocimiento de las
multitudes no es general (el conjunto, la «masa») sino universal (abarcando por
igual al grupo y a cada uno de los individuos particulares). Los objetos del
conocimiento de Dios pueden dividirse en tres grupos, atendiendo a su relación
con la existencia real:
A) Lo posible, que, como lo indica el
vocablo, no halla por parte de la omnipotencia divina ningún obstáculo para
poder existir. Por eso, su ámbito es tan extenso como la propia omnipotencia de
Dios, entendida del modo que explicaremos en la lección 13.
B) Lo
existente, en cualquiera de los tres tiempos de la existencia: pasado,
presente y futuro, ya que todos ellos aparecen presentes al conocimiento de
Dios en su única y simple visión eterna de la Trina Deidad (como los distintos
puntos de una circunferencia respecto al centro del círculo).
C) Lo
futurible, que no es meramente «posible», puesto que guarda cierta conexión
con la existencia real; tampoco es «existente», porque nunca ha existido, ni
existe ni existirá; pero existiría («sucedería») si se diese un determinado
«cuadro« de circunstancias que no se van a dar.
Entre
otros casos de futuribles que la Biblia nos ofrece, voy a seleccionar dos muy
claros:
(a) 1
Samuel 23:10-13.
Saúl
anda persiguiendo a David, y éste va escondiéndose, pero le dan aviso de que
los filisteos atacan la ciudad de Keilá. Tras consultar a Dios, inflige a los
filisteos una gran derrota. «Y fue dado aviso a Saúl que David había venido a
Keilá» (v. 7). Saúl se dispone a descender a Keilá para acabar con David y sus
hombres, pero David se entera de las maquinaciones de Saúl (vv. 8-9) y consulta
a Dios por medio del efod del sumo sacerdote, haciéndole dos preguntas: « ¿Descenderá
Saúl?, ¿Me entregarán los vecinos de Keilá?» Ambas preguntas contesta Dios
afirmativamente (vv. 10-12). «David entonces se levantó con sus hombres… y
salieron de Keilá… Y vino a Saúl la noticia de que David se había escapado de
Keilá, y desistió de salir» (v. 13).
DIOS
SABÍA DE CIERTO LO QUE HABRÍA SUCEDIDO SI DAVID SE QUEDA EN KEILÁ; PERO DAVID
SALIÓ DE ALLÍ, Y SAÚL NO SE HIZO CON ÉL. No sucedió, pero hubiera sucedido si…
(b) Mateo
11:20-24.
El
Señor Jesús asegura que si hubiese hecho en Tiro y Sidón los milagros que había
hecho en Corazín y Betsaida, se habrían arrepentido en saco y ceniza hacía
tiempo. Jesús lo sabe con su ciencia divina y lo asegura, siendo algo que no
había sucedido ni iba a suceder. Se trata, pues, de un «futurible», que entra
de lleno en el ámbito de los objetos de la omnisciencia de Dios.
Verdades importantes que guardan conexión con
el conocimiento de los llamados «futuribles» Como ya anunciamos al comienzo de
la lección 10, verdades tan importantes como la eficacia real de la oración y
la seguridad de la programación eterna de los planes de la providencia de Dios
dependen enteramente del conocimiento cierto que Dios tiene de los
«futuribles».
A)
Primero, en cuanto a la
oración.
Si el conocimiento de Dios se extiende
únicamente a lo posible y a lo existente, Dios ve una oración de un ser humano
en su realidad futura, la tiene presente. Pero, ¿es presente porque la ve, o la
ve porque está presente ante Él? En el primer caso, su visión causa la
existencia de la oración, y ésta ocurrirá forzosamente, siendo el hombre orante
poco menos que una máquina accionada por «control remoto». En el segundo caso,
la visión que Dios tiene de la oración humana va siguiendo el orden de los
acontecimientos, y no puede tenerla programada de antemano. Sin embargo,
mediante el conocimiento de los futuribles, Dios contempla dicha oración en un
cuadro de circunstancias lógicamente anterior a la existencia –uno entre muchos
posibles– y es completamente libre para decretar su existencia futura, al mismo
tiempo que respeta, capacitándola, la espontaneidad de la oración. No podemos
olvidar que la oración no tiene por objeto informar a Dios de nuestras
necesidades o de nuestros problemas, sino tomar conciencia nosotros mismos de
esas necesidades y de que en todo dependemos de Dios, y sólo a Él hemos de
acudir, en último término, a fin de solucionar nuestros problemas.
B)
Segundo, en cuanto a la
seguridad de la programación de los planes de la providencia de Dios.
Me
parece que, después de lo dicho en el párrafo anterior, este punto queda
suficientemente claro. En efecto, si lo «futurible» escapa al conocimiento
cierto, seguro, de Dios, todo lo que acontece en la realidad de cada día es
algo que sucede fatalmente, porque Dios lo decreta así o, por el contrario, los
acontecimientos de cada día van por delante y Dios los ve como quien ve pasar
las distintas secuencias de un programa de televisión. Con el conocimiento de
los «futuribles», la visión de Dios va siempre por delante de los
acontecimientos, pero sin forzar su existencia.
2 ¿Cómo expresa la Biblia la Omnisciencia
de Dios?
A) La
Biblia nos habla del total conocimiento que Dios tiene de todas las cosas. Analicemos brevemente los seis primeros versículos del
Salmo 139: «Yahweh, me has escudriñado y has conocido. Tú conoces mi sentarme y
mi levantarme, Entiendes mi pensamiento desde lejos. Mi senda y mi reposo
abarcas (o, investigas minuciosamente) Y de todos mis caminos estás enterado.
Porque no hay palabra en mi lengua, He aquí, Yahweh, conoces ella entera. Me
has cercado por detrás y por delante, Y has puesto sobre mí tu palma (de la
mano). Asombroso (es ese) conocimiento fuera de mi (comprensión) Elevado está,
no puedo con él». Después de una afirmación general (v. 1), David va detallando
el conocimiento exhaustivo que Dios tiene de su conducta en todas los aspectos
de la vida cotidiana. El «sentarse y levantarse» (v. 2a) especifica las dos
actitudes para estar por casa; y, en todo tiempo el «pensamiento» (el vocablo,
que sólo sale dos veces en la Biblia –significa más bien «inclinación» o
«deseo») no cesa de sacar a nivel de conciencia lo que hay en el fondo del
corazón; «desde lejos» (v. 2b) da a entender que en la distancia que media
entre el Cielo –la morada de Dios– y la tierra, por la que se arrastran los
mortales, tanto los grandes como los pequeños son insignificantes, demasiado
pequeños como para desafiar al conocimiento exhaustivo de Dios (comp. Sal.
138:6). La «senda» y el «reposo» (v. 3), señalan dos actividades que tienen que
ver con el trabajo del hombre: salir de casa para dedicarse al oficio que cada
uno desempeña, y volver a casa a reposar del esfuerzo realizado durante el día.
Los «caminos» (v. 3b) indican aquí el comportamiento con los demás. En sentido
parecido habla el Salmo 138:5 de «los caminos de Yahweh». La «palabra en mi
lengua», a la que se refiere David (v. 4a) y que Dios conoce bien toda
«entera», no es sólo «lo que la boca va a decir de lo que el corazón rebosa»,
ni siquiera –lo que es mucho más– el pensamiento de tal palabra, cosa que
algunos parapsicólogos pueden adivinar por diversos medios, sino hasta el
«deseo» o «inclinación» del corazón (v. el v. 2), prestos a ser expresados,
primero en la mente, después en la lengua. David ve en este conocimiento
exhaustivo de Dios una especie de cerco o asedio (v. 5), en el que él se ve
encerrado totalmente, incapaz de escapar al escrutinio minucioso de Dios: «por
detrás y por delante» le rodea Dios; por debajo le sujeta el suelo; ¿escapará
por arriba? ¡Oh, no! La palma de la mano de Dios le cierra el paso y le sujeta
(comp. v. 10). Todo esto llena de asombro al salmista; resulta demasiado
elevado para él, está fuera completamente de su comprensión. (Otros lugares que
confirman este conocimiento pleno que Dios posee de las cosas y, especialmente,
de los seres humanos, son: 1 S. 2:3; Job 12:13; Sal. 94:9; 147:4; Is. 29:14-16;
40:27-28; 45:9 –citando en Ro. 9:20 con expresiones similares–; Ro. 11:33-34; 1
Jn. 3:20 «Dios es mayor que nuestro corazón y él sabe todas las cosas»
¡sumamente consolador!).
B) La Biblia menciona los «ojos de Dios» que
ven y penetran todo.
Ver,
por ejemplo, Génesis 16:13-14 «Dios que me ve» y que da origen a uno de los
nombres compuestos de Dios: El-roí (heb.); 1 Samuel 16:7; 2 Crónicas 16:9; Job
28:24; 31:4; 34:21; Salmos 33:13-14; Proverbios 5:21; 15:3; Amós 9:4, 8; Mateo
6:4-6.
C)
La Biblia nos dice que
Dios «conoce», «prueba», «escudriña», el corazón (las intenciones) y los
riñones (los impulsos instintivos)
Ver
Salmos 7:9b; Jeremías 11:20; 17:10; 20:12 (la RV1960 emplea los vocablos
«mente» o «pensamiento» en lugar de «riñones» –lo cual sólo sirve para crear
confusión). En el Nuevo Testamento nunca aparece dicho binomio, sino que se
mencionan aparte: el corazón en Lucas 16:15; Hechos 1:24; 15:8; los riñones
(lomos») son mencionados 8 veces, de las que Hebreos 7:10 es iluminador por
muchas razones.
D) En
fin, el «conocimiento» de Dios en
forma de «sabiduría» alcanza tal relieve en los libros Poéticos del A.T., especialmente
en Proverbios, que su personificación literaria parece apuntar a la Persona del
«Logos» preencarnado, como en Proverbios 8:22-31, de donde es más que probable
que Juan tomase su noción del «Verbo de Dios», revelador del Padre.
La verdad como realidad trascendental, y como
objeto del conocimiento.
A)
Hablar del conocimiento es hablar de la verdad, que es el objeto de la mente,
así como el objeto del sentimiento es la belleza, y el objeto de la voluntad es
el bien. Pero la verdad puede ser de tres clases:
(a) Verdad ontológica; es la realidad
cognoscible de cada ser: el «ser» mismo, frente a una mente capaz de captarlo.
(b) Verdad lógica; es la relación correcta de
la mente con la realidad de un ser determinado. Lo contrario es la ignorancia o
el error, no la mentira. Hay juicios falsos que no son mentirosos, y hay
juicios mentirosos que no son falsos.
(c)
Verdad ética; es la «práctica» de la verdad, y puede, a su vez, ser de dos
clases:
(1) la verdad expresada (veracidad);
(2)
la verdad vivida (fidelidad). Ejemplos de cada una, tomados de la Biblia: De la
«ontológica», Juan 14:6 «Yo soy… la verdad»; 1 Tesalonicenses 1:9 «… al Dios
vivo y verdadero». De la «lógica», Juan 17:17 «… tu palabra es verdad»; Juan
8:32 «… y conoceréis la verdad». De la «ética expresada», 1 Juan 1:6 «…
mentirosos, y no practicamos la verdad». De la «ética vivida», Efesios 6:14 «…
ceñidos vuestros lomos con la verdad».
B)
Para un judío, la principal verdad es la ética en su doble vertiente de
fidelidad y veracidad. La verdad ética, como dice Ryrie (Basic Theology, p.
44), «exige del sujeto tres cualidades que garanticen su verdad: debe ser
veraz, fiel y consecuente, esto es, firme -consciente de lo dicho y pensado».
Recordemos, una vez más, que el israelita, como todo semita, no concibe la
verdad como «desvelación» de lo oculto, al estilo de la filosofía griega y
romana, sino como una «seguridad», con la cual pueda pisar siempre en terreno
firme, en «roca», no en «arena».
C)
Dios posee –es– la Verdad infinita en sus cuatro clases: Es la realidad
infinita, tiene un conocimiento perfecto de toda verdad, y es infinitamente
santo para vivir y expresar siempre la verdad: no puede ignorar nada, ni
equivocarse, ni engañar ni mentir: Romanos 4:4 «Dios veraz» Tito 1:2 «… Dios
que no miente»; Hebreos 6:18 «es imposible que mienta». Más aún, la expresión
personal interna y eterna de la verdad por parte del Padre da origen a la
Persona del Hijo (EL VERBO DE DIOS).
D) El predominio del sentido ético en la
noción de verdad explica la preponderancia que adquiere en la Biblia el sentido
íntimo, cordial, experimental, del verbo «conocer» (hebr. yadóa). En este
sentido entran aquí el conocimiento positivo (la aprobación) de Dios (ver,
p.ej., Jer. 1:5; Ro. 8:29 «de antemano conoció»; 1 Co. 8:3; 13:12; Gá. 4:9; 2
Ti. 2:19), así como su conocimiento negativo (la reprobación) de Dios (ver,
p.ej., Mt. 7:23 «Nunca os conocí»; Mt. 25:12 «De cierto os digo que no os
conozco») –¡Qué cosa tan terrible ser un desconocido para Dios! Siempre resulta
incómodo, cuando una persona es
presentada a otra, oír: «No tengo el gusto de conocerle», a pesar de que con
eso, no suele ser mucho lo que se juega uno, pero los desconocidos de Dios
están abocados al Infierno eterno, ¿quién no temblará? También guarda conexión
con esto «el libro de la vida» (v. Sal 69:29; 139:16 –en el hebreo–; Is.
46:9-11; Dn. 7:10; Ap. 3:5; 13:8; 17:8 y 20:12 –en 22:19, la variante más
fidedigna es «árbol de la vida»).
Consecuencias
devocionales de esta perfección divina:
A) La
omnisciencia de Dios, unida a su infinito poder y a su infinito amor, es un
grandísimo consuelo para todo verdadero hijo de Dios. Me consuela y me anima,
hasta despreocuparme de lo que puedan pensar y decir de mí los demás, así como
de cualquier maquinación que puedan planear contra mí (ver Sal. 56:8-11;
especialmente, el v. 8). Lo que ha de preocuparme es lo que Dios piensa de mí,
cómo me ve, sabiendo que sus ojos me siguen por todas partes, si me aprueba o no
en cada acto mío (ver Ap. 2:2, 9, 13, 19; 3:1, 8, 15 «Yo conozco tus obras»).
Además, recordemos que Dios no nos ve como números de una «masa», sino como si
tú o yo fuésemos la única persona que existe en este mundo, y abarcando los
detalles más insignificantes y los problemas de menor envergadura de la vida
cotidiana.
B)
Dios, desde su eternidad (sin principio, sin fin, sin variación), piensa
siempre en mí y en todo el conjunto de factores que cooperan para mi bien (ver,
p.ej., Sal. 40:17 «Aunque yo estoy afligido y necesitado, Yahweh piensa en mí»;
Salmos 144:3 «Oh Yahweh, ¿qué es el hombre para que lo tengas en cuenta, o el
hijo de hombre para que te preocupes de él?»; Romanos 8:28 «Mas sabemos que a
los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien» –lit.). Es una manera
de indicarnos que Dios hace converger la acción de todos los factores que
integran un determinado cuadro de circunstancias a favor de quienes le aman.
Para mí, si soy verdadero hijo de Dios, no existe la suerte, ni buena ni mala,
ni lo que llaman «el destino» o «ya estaba escrito», sino sólo LA PROVIDENCIA
DE MI PADRE CELESTIAL. Para una reflexión de mayor profundidad sobre lo que
acabamos de ver, esto es, que Dios piensa siempre en mí, quiero hacer notar que
la mente divina, como todo lo que pertenece a la esencia y a la naturaleza de
Dios, está siempre en acto, no pasa en
ningún momento del no pensar al pensar, o viceversa –se mueve en una eternidad
sin variación–; ese «paso» sólo es posible en nosotros (y en los ángeles), que
nos movemos en el «antes y después» del tiempo. Por otra parte, el pensamiento
de Dios abarca necesariamente todo detalle, y por entero; ya, que, de lo
contrario, no sería un acto radicado en la infinitud.
C)
Ante un Dios que siempre me ve, no cabe ninguna de estas dos posturas opuestas:
(a) No hay motivo para la timidez, el
desánimo, el desconcierto o la desesperación, puesto que sabemos que la mirada
de nuestro Padre nos protege.
(b)
Por otra parte, ante un Dios que penetra con su mirada hasta los recovecos más
profundos y escondidos de nuestro corazón, no cabe el fariseísmo, la
hipocresía, la autosuficiencia o la hueca justificación de sí mismo. Dice a
este respecto el Apóstol en 1 Corintios 4:3-5 «Yo en muy poco tengo el ser
enjuiciado por vosotros o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo.
Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso quedo absuelto (lit.
justificado); pues el que me enjuicia es el Señor. Así que, no juzguéis nada
antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a la luz también lo
oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y
entonces cada uno recibirá su alabanza de parte de Dios» (RV 1977). Es cierto
que, como decía el antiguo proverbio romano, «la mujer del César no sólo tiene
que ser buena, sino que ha de parecerlo». Para buen testimonio ante nuestro
prójimo (el de dentro y el de fuera de la Iglesia), hemos de mostrar al
exterior la «buena conciencia» que llevamos dentro.
Voy a
referir una anécdota que leí hace algún tiempo y que podrá ser de utilidad a
mis lectores. Dos creyentes están trabajando en la misma oficina, cuando a uno
de ellos se le escapa una palabrota. Avergonzado, se excusa de la manera
siguiente: «No sé cómo se me ha podido escapar tal expresión, pues no la
llevaba dentro». A lo que el otro replicó rápidamente: «Si no la hubieses
llevado dentro, no te habría podido salir afuera». ¡Buena lógica!
(Profesor: Francisco
Lacueva Lafarga)
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