1 Timoteo 1:1-2
Pablo, apóstol
de Jesucristo por mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo
nuestra esperanza,
a
Timoteo, verdadero hijo en la fe: Gracia, misericordia y paz, de Dios nuestro
Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor.
La primera carta a Timoteo forma, junto con la
segunda y con la carta a Tito, el grupo de las cartas pastorales. Todas son muy
semejantes entre sí por la forma y por el contenido. Las tres van dirigidas a
individuos particulares y son al mismo tiempo escritos oficiales destinados a
las comunidades que Timoteo y Tito gobiernan como pastores. Las tres tratan de
las obligaciones del cargo de pastor y se ajustan a un esquema semejante. Las
tres presuponen una misma situación histórica y forman, por su estilo, su
vocabulario y su tono, una unidad.
Estas cartas pastorales proceden del último
periodo de la vida del apóstol Pablo. Después de la liberación de la primera
cautividad romana, en el año 63, el Apóstol hizo probablemente un viaje a
España, del que no poseemos noticias ciertas. Luego se dirigió de nuevo al Asia
Menor y a Grecia, visitó Éfeso y dejó allí a Timoteo, su colaborador, como representante
suyo.
Timoteo, hijo de padre pagano y cuya madre era
una piadosa cristiana de origen judío, de nombre Eunice (Hechos 16:1; 2Timoteo 1:5), y natural de Listra, en
Licaonia, fue convertido por Pablo probablemente en su primer viaje misionero (Hechos 14:6; 1Timoteo 1:2); en su segundo viaje
misionero a Listra, Pablo le convenció, cuando aún era joven (1Timoteo :12), para que le acompañase en su misión (Hechos 16:1-3). Desde entonces acompañó casi
continuamente al Apóstol. En el segundo viaje misionero, el Apóstol de los
gentiles lo envió de Atenas a Tesalónica con una misión importante (1Tesalonicenses_3:2-6); en el tercero, lo envió de
Éfeso a Corinto con un encargo difícil (1Corintios_4:17;
1Corintios_16:10 ss; Hechos_19:22). Permaneció con Pablo en el viaje de
regreso de Corinto a Jerusalén (Hechos_20:4) y
durante su primera cautividad en Roma, en los años 61-63 (Filipenses_1:1; Filipenses2:19;
Colosenses_1:1; Filemón_1:1). En seis cartas se le nombra
como remitente y como colaborador del Apóstol (1
Tesalonicenses; 2Tesalonicenses; 2Corintios; Colosenses; Filemón; Filipenses).
En la primera carta a Timoteo, que Pablo escribió hacia el año 65, poco después
de su partida de Éfeso y durante una breve estancia en Macedonia, recuerda a su
representante lo que debe hacer en Éfeso: luchar contra los falsos maestros
dentro de la comunidad y velar por la organización y por la vida de la Iglesia
que se le ha encomendado.
El mismo
Pablo se había dedicado al trabajo misionero en Éfeso durante tres años, desde
el 54 al 57 (Hechos 19); ahora ha dejado a
Timoteo en Éfeso como representante suyo, con el encargo de oponerse a los
falsos maestros que amenazaban seriamente la vida de la comunidad. De lo que se
nos dice en la carta no es posible obtener una imagen clara de estos falsos
maestros. Son miembros de la comunidad cristiana; por tanto, no se han separado
totalmente de ella. Proceden del judaísmo, ya que se ocupan de fábulas judías y
de genealogías. Pretenden orgullosamente ser doctores de la ley, a pesar de que
no conocen el significado de la ley. Se glorían de su agudeza al interpretar la
Escritura y de su estricto legalismo (Tito_1:14).
Establecen severas exigencias ascéticas, extrañas al judaísmo, como la
prohibición del matrimonio (Tito_4:3). Exigen además
abstenerse de determinados alimentos. Todos estos rasgos muestran que se trata
de una forma de falsa doctrina judaizante, que ya nos es conocida por Colosenses_2:16-18. La razón más profunda de que estos
hombres se separen de la comunidad y deserten de ella es que han abandonado
«las saludables palabras» de Jesucristo y «la doctrina conforme con la piedad»
(1Timoteo_6:3). Esta desviación no se debe, como
los falsos maestros pretextan, a una comprensión más clara de las verdades
reveladas, sino a orgullo y presunción (1Timoteo_6:4).
Esta actitud desviada destruye el amor en la comunidad, desgarra la hermandad
de los cristianos. Con palabras especialmente duras fustiga el Apóstol la
ambición de los falsos maestros, que de la religión hacen un negocio (1Timoteo6:5). Contra los falsos maestros muestra Pablo
el objetivo de toda predicación cristiana: la caridad (1Timoteo_1:5),
y describe cuál es, según la doctrina del Evangelio, el cometido de la ley del
Antiguo Testamento (1Timoteo1:8-11). A la ambición
de los falsos maestros contrapone la sobriedad de los cristianos (1Timoteo_6:7 s) y señala los peligros que amenazan a
todo aquel que corre tras las riquezas (1 Timoteo_6:9).
Como los falsos maestros representan un gran peligro en el seno de la comunidad
de Éfeso, Pablo ha arrojado ya de la comunidad, con su autoridad, a dos
hombres: Himeneo y Alejandro (1Timoteo_1:20).
Pero el surgir de estos falsos maestros, a pesar de lo peligrosos que son para
la comunidad, no debe sorprender ni a Timoteo ni a la comunidad, pues el
Espíritu de Dios lo ha predicho ya (1Timoteo_4:1);
también estos acontecimientos forman parte del plan salvador de Dios. Los
falsos maestros no son más que instrumentos de Satán; se caracterizan por una
piedad hipócrita y llevan en su conciencia
el estigma del pecado. Sus severas exigencias ascéticas en lo relativo a la
abstención del matrimonio y de determinados alimentos van contra el orden instituido
por Dios en la creación. Sus doctrinas no son más que «fábulas profanas, propias
de viejas», a las que Timoteo debe oponerse decididamente, sin enredarse en
discusiones con ellos (1 Timoteo_4:7; 6:20). En
vez de correr tras los bienes y el dinero, Timoteo debe perseguir las virtudes
que regulan su relación con Dios y con los hombres (1Timoteo_6:11)
y luchar en el buen combate de la fe. Conjurándole solemnemente, el Apóstol le
exige guardar la fe cristiana, viviendo una vida auténticamente cristiana,
hasta el advenimiento de Jesucristo para el juicio final. Brevemente resume
Pablo al final de la carta lo que quiere de Timoteo: debe guardar fielmente la
doctrina cristiana de la fe, que le ha sido confiada, y oponerse enérgicamente
a los falsos maestros (1Timoteo_6:20).
Otra tarea de Timoteo en Éfeso es la de seguir
organizando la comunidad. La comunidad tiene ya tras sí los primeros años de su
existencia; la división de ministros en «obispos» y diáconos está ya
consagrada. Pablo establece en esta carta Ios requisitos que Timoteo debe pedir
y observar al constituir «obispos» (1Timoteo_3:1-7)
y diáconos (1Timoteo_3:8-13). Estas normas,
según deseo del Apóstol, no deben aplicarse sólo en Éfeso, sino en toda la
Iglesia del Asia Menor, que forma parte de la Iglesia total, «columna y
fundamento de la verdad». En la gloria del «misterio de la piedad» confiado a
la Iglesia se encuentra la razón de las
exigencias que Pablo impone a los ministros. En un magnifico himno cristológico
explica el Apóstol este «misterio de la piedad». Pablo da también instrucciones
a su representante sobre los requisitos necesarios para otro cargo: el de
viuda. Estas mujeres, que deben dedicarse, sobre todo, a tareas de caridad
dentro de la comunidad cristiana, deben ser personas maduras, realmente probadas
en la vida cristiana. El Apóstol no quiere que se admitan viudas jóvenes a este
cargo. Los peligros que se derivaban del trabajo de las viudas al servicio de
la comunidad motivaron esta actitud de Pablo. Se añade a esto su triste
experiencia de que algunas viudas jóvenes son ya presa de Satán. Su deseo es
que estas viudas jóvenes se casen de nuevo y atiendan a sus obligaciones de
madre.
Una tercera tarea de Timoteo es la de
preocuparse por la vida cristiana de la comunidad de Éfeso. Debe preocuparse de
que la comunidad esté bien instruida. Frente a la predicación de los falsos
maestros, que conduce a sutilezas, litigios y disputas, debe darse cuenta de
que la instrucción cristiana tiene por objetivo la caridad, el amor auténtico y
sólido, que procede de un corazón puro, de una conciencia sana y de una fe
sincera. El Apóstol tiene especial interés en que su representante se ocupe del
culto (1 Timoteo 2,1-15). La oración de la
comunidad cristiana debe incluir a todos los hombres, incluso a la autoridad
civil (2,1-7). Sólo una oración que abarque a
todos estará de acuerdo con la voluntad salvadora universal de Dios, que quiere
salvar a todos los hombres (2,4). La oración de
los cristianos debe brotar de un corazón puro, libre de ira y de doblez (2,8). Las mujeres cristianas no deben acudir a la
oración con exceso de atavíos, sino adornadas con una vida temerosa de Dios y
con buenas obras (2,9). Movido tal vez por
inconvenientes surgidos en la comunidad, prohíbe el Apóstol que las mujeres
intervengan públicamente en las reuniones de la comunidad y les señala sus
deberes de madre, impuestos por Dios (2,12-15).
La relación y la conducta de Timoteo con cada uno de los grupos y edades de los
miembros de la comunidad debe estar determinada por la convicción de que la
comunidad es una gran familia.
Especialmente interesante y significativo es el
hecho de que Pablo insista a su representante en que se preocupe de los más
pobres de la comunidad, de las viudas ( 1 Timoteo 5,3-8)
y de los esclavos (6,1s). Llama la atención la
forma en que el Apóstol, como pastor experimentado de almas, separa los
diversos grupos de viudas y se preocupa de que la ayuda caritativa y el apoyo
de la comunidad se apliquen sólo a las viudas realmente necesitadas y
desamparadas (5,3-5). Con gran insistencia
señala la obligación seria que los cristianos tienen con sus padres y mayores (5,4-8).
Pablo conoce la pesada suerte de los numerosos
esclavos que en las primeras comunidades cristianas «están sometidos al yugo» (6,1). Las instrucciones que da a su representante en Éfeso
se refieren a los esclavos cristianos, ya pertenezcan a un señor pagano o
cristiano (6,2). Deben preocuparse siempre, con su vida cristiana y cumpliendo
fielmente sus obligaciones, de que «no se desacredite el nombre de Dios y
nuestra doctrina».
Pero la comunidad cristiana de Éfeso, confiada a
los cuidados pastorales de Timoteo, no está formada sólo por círculos
socialmente débiles; hay también ricos en ella. Por eso es obligación de
Timoteo advertir a esos cristianos ricos de los peligros de la riqueza (1 Timoteo 6,17-19). No deben poner su confianza en las
posesiones y en las riquezas, sino en Dios que, en su bondad paterna, vela por
todos. Deben utilizar sus riquezas para hacerse ricos en buenas obras y ser así
«ricos ante Dios» (Lucas_12:21).
Pablo da después importantes instrucciones a su
representante en relación a los presbíteros que, como colegio, están al frente
de la comunidad (Lucas_5:17-25). Le encarga
preocuparse de la paga de los presbíteros, que presiden la comunidad y
«trabajan en la predicación y en la enseñanza», y establece la obligación que
la comunidad tiene de sostener a esos hombres. Intenta proteger su honra contra
las acusaciones y sospechas infundadas. Da disposiciones sobre disciplina
eclesiástica y desea que a los
presbíteros que falten se les someta a un juicio imparcial y justo: Con
especial insistencia recuerda a Timoteo que la elección y consagración de un
presbítero debe ser ocasión de reflexión y examen serio y maduro, si no quiere
hacerse culpable de pecados ajenos.
Cuanto más ejemplar es la vida del pastor, más
floreciente es la vida de la comunidad. Por eso Timoteo, a pesar de su juventud
(Lucas_4:12), debe mostrarse en toda su vida
como «buen servidor de Cristo Jesús», guiándose siempre por las «palabras de la
fe» y por la «buena doctrina». Dejando de lado las severas exigencias ascéticas
de los falsos maestros, debe ejercitarse en la religión, a la que está prometida
la vida eterna como don saludable. Debe preocuparse también de su salud, que es
débil. Hasta la llegada de Pablo debe dedicarse «a la lectura, a la exhortación
y a la enseñanza». Al ser constituido en su cargo, le ha sido dada una gracia
especial para desempeñarlo, que no puede desperdiciar. Su fidelidad a la
doctrina cristiana de fe y su vida ejemplar será lo que le conducirá, a él y a
su comunidad, a la salvación.
Aunque la carta está dirigida a Timoteo,
colaborador y discípulo suyo durante años, Pablo insiste enérgicamente en su
dignidad y en su cargo de apóstol. Es «apóstol», enviado plenipotenciario de
Cristo Jesús, y lo es por mandato de Dios. ¿Por qué esta alusión a sus plenos
poderes, a su misión? No se trata de una carta privada, dirigida sólo a
Timoteo. Es un escrito oficial, una palabra del Apóstol, válida ante todo para
Timoteo, pero también para toda la comunidad de Éfeso. Tras Timoteo está el
Apóstol de los gentiles con toda su autoridad; tras Pablo están el mismo Cristo
y Dios. Hay que comunicar algo a la comunidad de parte de Dios y por eso se les
pide que presten gran atención.
Con esta carta, Pablo quiere robustecer la
posición de su colaborador y actual representante en el seno de la comunidad;
quiere darle el apoyo necesario en todos los problemas relativos a la lucha
contra la falsa doctrina, a la organización y a la vida de la comunidad. Frente
al mensaje de la carta es necesaria, además de la atención, la obediencia, pues
este mensaje que Pablo nos comunica «proviene de Dios, nuestro Salvador»,
nuestro liberador. La salvación de los hombres, su redención, tiene su último
fundamento en Dios. «Quiso él salvar a los creyentes mediante la predicación de
la locura» (1Corintios, 1;21). Si, por la
redención, los cristianos han llegado a ser una «nueva creación» (2Corintios_5:17), se lo deben a Dios, «que nos ha
reconciliado consigo por medio de Cristo» (2Corintios_5:18).
«Por la gracia habéis sido salvados... y esto... es don de Dios» (Efesios 2,8). Pablo escribe «por mandato... de Cristo Jesús,
nuestra esperanza». Jesucristo es la esperanza de los cristianos para esta vida
y sobre todo para la eternidad, porque llevó a cabo, en la cruz, la acción
redentora y con ella ganó todas las gracias para los hombres. Su acción
redentora es la causa y el fundamento de toda salvación para los hombres. Sin
Cristo, los cristianos serían como los paganos, «que no tienen esperanza» (1Tesalonicenses_4:13).
El destinatario de la carta es Timoteo, «su
verdadero hijo en la fe». Era hijo de padre pagano y su madre era una piadosa
cristiana de origen judío. Por eso le llama «hijo querido y fiel en el Señor» (1Corintios_4:17); tiene los mismos sentimientos que
Pablo, su padre espiritual. En la carta a los filipenses le elogia así: «Pues
no tengo otro que participe de mi disposición de alma, como para ocuparse con
tanta sinceridad de vuestras cosas... Pero de él ya sabéis las pruebas que ha
dado, ya que, como un hijo al lado de su padre, ha estado conmigo al servicio
del Evangelio» (Filipenses_2:20-22). ¡Qué
semejante tiene que haber llegado a ser el discípulo al maestro, cómo tiene que
parecerse el hijo al padre, qué unido tiene que estar con él en fidelidad y
amor, para que Pablo llegue a decir estas palabras magníficas de Timoteo!
Pablo desea al destinatario gracia, misericordia
y paz. Eleva el saludo ordinario, entonces usual, a un plano superior,
cristiano, y desea lo que le parece más importante: «gracia», la benevolencia
total, inagotable; «misericordia», tan necesaria al hombre pecador, y «paz»,
que podríamos calificar, mejor, como salvación. Fuente de estos dones sólo
pueden ser Dios y Jesucristo, que como Hijo de Dios y Señor ensalzado es
equiparado al Padre. Dios, como «Padre» nuestro, y Jesucristo, como «Señor»
nuestro, garantizan que este saludo no será un deseo vano, sino eficaz, y que a
Timoteo se le comunicará toda la plenitud de la benevolencia, de la
misericordia y de la salvación.
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