Jeremías
12; 3
Cuando
estemos más en tinieblas acerca de las dispensaciones de Dios, pensemos en
forma justa de Dios, creyendo que Él nunca hizo el menor mal a ninguna de sus
criaturas. Cuando encontramos difícil entender sus tratos con nosotros, u
otros, debemos mirar las verdades generales como nuestros primeros principios y
permanecer en ellas: el Señor es justo. El Dios con quien tenemos que ver, sabe
cómo es nuestro corazón para con Él. La actitud de los creyentes debe ser
dejarlo todo en manos de Dios, especialmente sus propias vidas. Conoce la culpa
del hipócrita y la sinceridad del justo.
Jeremías sabía que al final llegaría la justicia de Dios, pero él se impacientaba debido a que quería que la justicia llegara pronto. Dios no da una respuesta doctrinal, en vez de eso nos hace un desafío: Si Jeremías no pudo resolver esto, ¿cómo enfrentaría las injusticias venideras? Es natural que demandemos un juego justo y que clamemos por justicia en contra de los que se aprovechan de los demás. Pero cuando pidamos justicia, debemos darnos cuenta que nosotros mismos estaremos en grandes dificultades si Dios nos da a cada uno lo que realmente merecemos.
Jeremías sabía que al final llegaría la justicia de Dios, pero él se impacientaba debido a que quería que la justicia llegara pronto. Dios no da una respuesta doctrinal, en vez de eso nos hace un desafío: Si Jeremías no pudo resolver esto, ¿cómo enfrentaría las injusticias venideras? Es natural que demandemos un juego justo y que clamemos por justicia en contra de los que se aprovechan de los demás. Pero cuando pidamos justicia, debemos darnos cuenta que nosotros mismos estaremos en grandes dificultades si Dios nos da a cada uno lo que realmente merecemos.
Juan
16; 27
Jesús
habla de una nueva relación entre el creyente y Dios. Antes, la gente se
acercaba a Dios a través de los sacerdotes. Después de la resurrección de
Cristo, cualquier creyente podía acercarse a Dios directamente. Ha nacido un
nuevo día y ahora todos los creyentes son sacerdotes, hablan con Dios personal
y directamente (Hebreos_10:19-23). Nos acercamos a Dios, no por mérito propio,
sino porque Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, nos ha hecho aceptos a Dios.
Pedirle al Padre muestra la percepción de las necesidades espirituales, y el deseo de bendiciones espirituales con el convencimiento de que deben obtenerse sólo de Dios. Pedir en el nombre de Cristo es reconocer nuestra indignidad para recibir favores de Dios, y demuestra nuestra total dependencia de Cristo como Jehová justicia nuestra.
Nuestro Señor había hablado hasta aquí con frases cortas y de peso o con parábolas, cuya magnitud no captaban plenamente los discípulos, pero después de su resurrección tenía pensado enseñarles claramente cosas referidas al Padre y del camino a Él, por medio de su intercesión. La frecuencia con que nuestro Señor pone en vigencia la ofrenda de peticiones en su nombre, señala que el gran fin de la mediación de Cristo es imprimir en nosotros el profundo sentido de nuestra pecaminosidad y del mérito y poder de su muerte, por lo cual tenemos acceso a Dios.
Con el mensaje de Jesús acerca de Dios, como Padre, se abrió una nueva experiencia divina, que se caracteriza, sobre todo, por una nueva relación con Dios de confianza y amor.
Los cristianos somos una nueva familia de Dios, a ello alude, sobre todo, el hecho de que los miembros de la comunidad cristiana nos tratemos como hermanos y hermanas. Aunque a veces no sean más que palabras.
La primitiva fraternidad cristiana es un fenómeno escatológico, que no cabría imaginar en modo alguno sin la idea de la paternidad de Dios, tal como la había proclamado Jesús. No se trata de un fervor entusiástico, sino que es más bien la idea que la comunidad tiene de sí misma, sacada de la tradición de Jesús como «el primogénito entre muchos hermanos» (Romanos_8:29). María Magdalena recibe del Resucitado este encargo: «Vete a mis hermanos y diles: Voy a subir a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» (Juan_20:17).
Pedirle al Padre muestra la percepción de las necesidades espirituales, y el deseo de bendiciones espirituales con el convencimiento de que deben obtenerse sólo de Dios. Pedir en el nombre de Cristo es reconocer nuestra indignidad para recibir favores de Dios, y demuestra nuestra total dependencia de Cristo como Jehová justicia nuestra.
Nuestro Señor había hablado hasta aquí con frases cortas y de peso o con parábolas, cuya magnitud no captaban plenamente los discípulos, pero después de su resurrección tenía pensado enseñarles claramente cosas referidas al Padre y del camino a Él, por medio de su intercesión. La frecuencia con que nuestro Señor pone en vigencia la ofrenda de peticiones en su nombre, señala que el gran fin de la mediación de Cristo es imprimir en nosotros el profundo sentido de nuestra pecaminosidad y del mérito y poder de su muerte, por lo cual tenemos acceso a Dios.
Con el mensaje de Jesús acerca de Dios, como Padre, se abrió una nueva experiencia divina, que se caracteriza, sobre todo, por una nueva relación con Dios de confianza y amor.
Los cristianos somos una nueva familia de Dios, a ello alude, sobre todo, el hecho de que los miembros de la comunidad cristiana nos tratemos como hermanos y hermanas. Aunque a veces no sean más que palabras.
La primitiva fraternidad cristiana es un fenómeno escatológico, que no cabría imaginar en modo alguno sin la idea de la paternidad de Dios, tal como la había proclamado Jesús. No se trata de un fervor entusiástico, sino que es más bien la idea que la comunidad tiene de sí misma, sacada de la tradición de Jesús como «el primogénito entre muchos hermanos» (Romanos_8:29). María Magdalena recibe del Resucitado este encargo: «Vete a mis hermanos y diles: Voy a subir a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» (Juan_20:17).
Ojalá
fuera la familia de la fe tal y como el Señor demanda. Su testimonio seria luz
para los incrédulos. Pero ¿qué ejemplo puede dar una familia dividida, donde
priman los clanes, los intereses familiares, la división y la falta de perdón?
¿Estará Dios de acuerdo con esa imagen que damos? Mientras el Señor por medio
de Su Espíritu Santo no ponga orden y a cada uno en su sitio, será muy tenue la
luz e incluso ocurra como a la Iglesia de Sardis donde estaban muertos
espiritualmente. Se creían vivos, muy activos, pero al Señor nadie puede
engañar. Nadie es imprescindible, todos somos prescindibles, pero cuando un
individuo o individuos se otorgan un cargo para el cual no tienen la excelencia
moral demandada, ocurre lo mismo que en la curia romanista donde reina la corrupción.
Sin arrepentimiento no hay perdón. Y todo lo que se haga en el nombre de Dios es puro teatro, pues ahí no está Dios; donde hay pecado no está Su Presencia.
¡Maranatha! ¡Si, ven Señor Jesús!
Sin arrepentimiento no hay perdón. Y todo lo que se haga en el nombre de Dios es puro teatro, pues ahí no está Dios; donde hay pecado no está Su Presencia.
¡Maranatha! ¡Si, ven Señor Jesús!
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