} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: ¿PODEMOS CORREGIR A NUESTROS HERMANOS?

martes, 20 de diciembre de 2016

¿PODEMOS CORREGIR A NUESTROS HERMANOS?


Mateo 7:1-5

   No juzguéis, para que no seáis juzgados.
   Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir.
   Y ¿por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu ojo?
   O ¿cómo dirás a tu hermano: Espera, echaré de tu ojo la mota, y he aquí hay una viga en tu ojo?
   ¡Hipócrita! Echa primero la viga de tu ojo, y entonces mirarás en echar la mota del ojo de tu hermano.
                                                                   (La Biblia de Casiodoro de Reina 1569)

Nuestra trastornada naturaleza tiende a enjuiciar  a otros. De este juicio se origina fácilmente la condenación. A esto se  refiere Jesús, cuando prohíbe juzgar al prójimo. El motivo de esta  prohibición es que no seamos juzgados nosotros, es decir, no seamos  condenados con especial rigor.  El que juzga a los demás, se atribuye un derecho que no tiene. Se inmiscuye en el derecho de Dios, a quien sólo es posible e incumbe  juzgar certeramente. El que enjuicia a los demás, sobrepasa la  medida del hombre y ahora es remitido a esta medida. De este modo  también se dice que cualquier condenación humana es transitoria e  insegura, que nunca hace plena justicia. Más vale callar diez veces  que hablar injustamente una vez. En el perdón Jesús ya ha  convertido la conducta con el prójimo en la norma de la conducta de  Dios con nosotros: sólo quien perdona al prójimo, puede también  confiar en el perdón de Dios. Aquí se aplica al juicio este  principio. La misma sentencia con que gravamos al hermano, Dios la  pronunciará sobre nosotros. Con la medida que aplicamos al  hermano, Dios también nos medirá a nosotros. El que espera de Dios  indulgencia y misericordia y un juicio magnánimo, debería también  tenerlos con su prójimo. El que juzga de una forma acerba y fría,  injusta cuando no calumniosa, tiene que esperar que Dios también la  trate sin misericordia. ¿Qué sería de nosotros, si Dios nos tratara  como tratamos con frecuencia a nuestros prójimos? «Pues habrá un  juicio sin misericordia para quien no practicó misericordia. La  misericordia triunfa sobre el juicio» (Santiago  2; 13).   
Es un ejemplo drástico. El que condena al prójimo está a punto para el juicio en que todos somos deudores de Dios. Las críticas y la  voluntad de corregir faltas ajenas son similares al juicio. En esta  voluntad con frecuencia no notamos las propias debilidades,  solamente vemos las otras agigantadas. Mírate primero a ti, dice  Jesús, y corrige tu propia vida. Cuando ya lo hayas logrado, entonces  también puedes ayudar al hermano. Si procedes de otra manera, eres  un hipócrita, que parece o quiere parecer mejor de lo que realmente  es.  El Evangelio dice después todavía con mayor claridad   lo  que aquí se afirma sobre el deber de la mutua corrección fraterna.  Aquí se pretende decir que sólo tiene derecho a la censura fraterna,  el que antes se ha examinado y corregido a sí mismo. Así debe  hacerse entre cristianos. ¿Ha penetrado esta norma en nuestra carne  y en nuestro espíritu?   
Hay tres grandes razones para no juzgar a nadie.
  Nunca conocemos totalmente los Hechos o a la persona.
  «No juzgues a nadie hasta que hayas estado tú en sus mismas circunstancias o situación." Nadie conoce la fuerza de la tentaciones de otro. Uno que tenga un temperamento plácido y equilibrado no sabe nada de las tentaciones de otro que tenga un genio explosivo y unas pasiones volcánicas. Una persona que se haya criado en un buen hogar y en círculos cristianos no sabe nada de las tentaciones de la que se ha criado en una chabola, o entre gente del hampa. Un hombre que haya tenido buenos padres no sabe nada de las tentaciones del que ha recibido de los suyos un mal ejemplo y una mala herencia. El hecho es que, si supiéramos lo que algunas personas tienen que pasar, en vez de condenarlas, nos admiraría el que hubieran conseguido ser tan íntegras como son.
Y todavía conocemos menos a la persona total. En un cúmulo de circunstancias, una persona puede ser vulgar y desagradable, mientras que en otro entorno esa misma persona sería una torre de gracia y fortaleza.
Hay una clase de cristal, el espato que, a primera vista está turbio y sin brillo; pero si se va moviendo poco a poco, se llega de pronto a una posición en la que la luz le penetra de cierta manera y centellea con una belleza casi deslumbrante. Hay personas que son así. Pueden resultar antipáticas simplemente porque no las conocemos del todo. Hay algo bueno en todo el mundo. Nuestro deber es no condenar ni juzgar por lo que aparece a la superficie, sino buscar la belleza interior. Eso es lo que querríamos que los demás hicieran con nosotros, y lo que debemos hacer con ellos.
  A todos nos es prácticamente imposible el ser estrictamente imparciales en nuestros juicios.
Una y otra vez presentamos reacciones instintivas e irracionales con la gente.
Se dice que a veces, cuando los griegos tenían un juicio particularmente importante y difícil, lo tenían a oscuras para que ni el juez ni el jurado pudieran ver a la persona que juzgaban, para que no fueran influenciados nada más que por los Hechos del caso.
Sólo una persona totalmente imparcial tendría derecho a juzgar. No le es posible a la naturaleza humana ser completamente imparcial. Sólo Dios puede juzgar.
  Pero fue Jesús Quien estableció la razón suprema por la que no debemos juzgar a los demás. Nadie es lo bastante bueno para juzgar a otro. Jesús hace la caricatura de un hombre que tiene una viga metida en un ojo, que se ofrece para quitarle una mota de polvo que tiene otro en el ojo. El humor de esa escena provocaría una carcajada.
Sólo uno que no tuviera ninguna falta tendría derecho a buscarles a los demás las suyas. Nadie tiene derecho de criticar a otro a menos que por lo menos esté preparado a intentar hacer mejor lo que critica. En todos los partidos de fútbol o del deporte que sea están las gradas llenas de críticos violentos que harían un pobre papel si bajaran al terreno de juego. Todas las asociaciones y todas las iglesias están llenas de personas dispuestas a criticar desde sus puestos, y aun sillones, de miembros, pero que no están dispuestos a asumir ninguna responsabilidad, ni de ayuda, ni de exhortación; miran para otro lado o esconden la cabez. El mundo está lleno de personas que reclaman su derecho a criticarlo todo y a mantener su independencia cuando se trata de arrimar el hombro.


Nadie tiene derecho a criticar a otro si no está dispuesto a ponerse en la misma situación. Nadie que no haya vivido o pasado por las mismas circunstancias, puede reconocer los síntomas por los que están pasando los demás. Ahora bien, si exhortas con ánimo de llevar a tu hermano a reconocer, no ante ti, sinoi ante Dios y se arrepienta, eso se llama amor por tu hermano, porque le estás enseñando la voluntad de Dios para su vida.
 ¡Maranatha!

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