Santiago 1:18 El, (Dios) de su voluntad nos ha engendrado por
la Palabra de verdad, para que seamos las primicias de sus criaturas. La Biblia
Casiodoro de Reina (1569)
Fue voluntad libre de Dios salvarnos a nosotros, pecadores y pobres
criaturas. La voluntad de Dios tiende a nuestra salvación y nada puede
desviarla. No hay ninguna razón para desconfiar del amor paterno y salvador de
Dios, ni siquiera cuando sufrimos tentación. Precisamente en ese caso su ayuda
salvadora es el único apoyo con que contamos, la única razón sólida de nuestra
confianza en que saldremos victoriosos de todas las tentaciones.
Dios opera la salvación de los hombres con palabra de verdad. La
aceptación del mensaje de fe en el Evangelio, que anuncia que Dios ha decidido
salvar, por medio de Jesucristo, el mundo, que estaba perdido, mueve a Dios a
adoptar a los creyentes como hijos, a introducirlos en su familia y a hacerlos
partícipes de su vida. (Ezequiel 36; 24 – 27) El
agua es emblema de la limpieza de nuestras almas contaminadas con pecado. Pero
ningún agua puede hacer más que lavar la inmundicia de la carne. En general, el
agua parece ser el signo sacramental de las influencias santificadoras del
Espíritu Santo; pero esto siempre está relacionado con la sangre de Cristo que
expía. Cuando se aplica por fe esta última a la conciencia para limpiarla de
las malas obras, el primero siempre se aplica a los poderes del alma para
purificarla de la contaminación del pecado. Este corazón nuevo será sensible y abierto a las enseñanzas, lo opuesto
de un corazón de piedra. Espíritu nuevo:
La transformación de la voluntad y el espíritu constituye el segundo paso de la
renovación. Una nueva voluntad y una nueva actitud de espíritu permite al
individuo caminar en los estatutos
de Dios y guardar sus preceptos.
Este pasaje es similar por su mensaje a Jeremías 31:31-34.
Juan 3; 5 Nuestro
Salvador habla de la necesidad y naturaleza de la regeneración o nuevo
nacimiento y, de inmediato llevó a Nicodemo a la fuente de santidad del
corazón. El nacimiento es el comienzo de la vida; nacer de nuevo es empezar a
vivir de nuevo, como los que han vivido muy equivocados o con poco sentido.
Debemos tener una nueva naturaleza, nuevos principios, nuevos afectos, nuevas
miras. Por nuestro primer nacimiento somos corruptos, formados en el pecado;
por tanto, debemos ser hechos nuevas criaturas. No podía haberse elegido una
expresión más fuerte para significar un cambio de estado y de carácter grande y
muy notable. Debemos ser enteramente diferentes de lo que fuimos antes, como
aquello que empieza a ser en cualquier momento, no es, y no puede ser lo mismo
que era antes. Este nuevo nacimiento es del cielo, Juan 1; 13 y tiende al cielo. Es un cambio
grande hecho en el corazón del pecador por el poder del Espíritu Santo.
Significa que algo es hecho en nosotros y a favor de nosotros que no podemos
hacer por nosotros mismos. Algo obra por lo que empieza una vida que durará por
siempre. De otra manera no podemos esperar un beneficio de Cristo; es necesario
para nuestra felicidad aquí y en el más allá.
Nicodemo no entendió mal lo que dijo Cristo, sino que usando el mismo tipo de lenguaje,
decía: como yo que llevo toda la vida metido en una religión de hombres, mi
mente absorbida por las reglas de la Ley, y las costumbres y el ritualismo, ¿Cómo
puedo yo volver a empezar de cero, nacer de nuevo? Sin embargo, reconoció su
ignorancia, lo que muestra el deseo de ser mejor informado. Entonces, el Señor
Jesús explica más. Muestra al Autor de este bendito cambio. No es obra de
nuestra sabiduría o poder propio, sino del poder del bendito Espíritu. Somos
formados en iniquidad, lo que hace necesario que nuestra naturaleza sea
cambiada. No tenemos que maravillarnos de esto, porque cuando consideramos la
santidad de Dios, la depravación de nuestra naturaleza, y la dicha puesta ante
nosotros, no tenemos que pensar que es raro que se ponga tanto énfasis sobre
esto.
La obra regeneradora del Espíritu Santo se compara con el agua.
La misma palabra significa viento y Espíritu. El viento sopla de donde
quiere hacia nosotros; Dios lo dirige. El Espíritu envía sus influencias donde,
y cuando, y a quien, y en qué medida y grado le plazca. Aunque las causas estén
ocultas, los efectos son evidentes, cuando el alma es llevada a lamentarse por
el pecado y a respirar según Cristo.
Todos los que tienen parte en el nuevo pacto, tienen un nuevo corazón
y un espíritu nuevo para andar en novedad de vida. Dios dará un corazón de
carne, blando y tierno, que cumpla su santa voluntad. La gracia renovadora obra
un cambio tan grande en el alma como la conversión de una piedra muerta en
carne viva. Dios pondrá dentro su Espíritu como Maestro, Guía y Santificador.
La promesa de la gracia de Dios para equiparnos para nuestro deber debiera
despertar nuestro cuidado y propósito constante para cumplir nuestro deber.
Estas son promesas que todos los creyentes verdaderos de toda época deben usar
en oración y serán cumplidas.
(Salmos 51; 7-11) Por impura que sea nuestra
vida en este momento, Dios nos ofrece un nuevo comienzo. Puede hacer que nuestros
pecados sean borrados, podemos recibir un nuevo corazón para Dios y tener su
Espíritu si aceptamos su promesa. ¿Por qué tratar de remendar nuestra vida
pasada si podemos tener una vida nueva?
Santiago, usando una palabra poco frecuente para significar la acción
salvadora de Dios: engendrar (apokyein), nos da a entender que la fiel
aceptación del mensaje de fe en Jesucristo salva de hecho al creyente. La
palabra de verdad es en cierto modo el principio materno, mediante el cual Dios
engendra al hombre que quiere salvarse, le introduce en una nueva vida, en la
vida verdadera. Santiago piensa aquí en el mensaje de la fe en Cristo, en que
se funda la salvación, en la palabra de verdad, el Espíritu Santo es el sello y
a da plenitud a esa regeneración que se ha producido ya al aceptar con fe la
palabra de verdad. (Juan 1:13;
1Pedro 1:3, 1Pedro 1:23) La regeneración
del creyente es el ejemplo supremo que prueba que nada sino el bien procede de
Dios.
El propósito de Dios es la manifestación de Su gracia. La Palabra
de la verdad es el Evangelio; y el propósito de Dios al enviarlo es que el
hombre nazca de nuevo a una nueva vida. Las sombras desaparecen cuando la
Palabra de verdad aparece.
Ese nuevo nacimiento nos introduce en la familia y propiedad de Dios.
En el Antiguo Testamento era ley el que todos los primeros frutos eran
consagrados a Dios. Se Le ofrecían a Dios en un culto de acción de gracias,
porque Le pertenecían. Así que, cuando nacemos de nuevo por la Palabra
verdadera del Evangelio, pasamos a ser propiedad de Dios, como se hacía con los
primeros frutos de la cosecha.
Santiago insiste en que, lejos de tentar al hombre, los dones de Dios
son invariablemente buenos. En todos los azares y avatares de un mundo
cambiante, nunca cambian. Y el fin supremo de Dios es re-crear la vida mediante
la verdad del Evangelio para que la humanidad sepa que Le pertenece a Él.
El objetivo de esta regeneración es que los renacidos sean las
primicias, la prenda de todas las criaturas. Dos pensamientos se entrecruzan
probablemente en esta frase: Dios se prepara víctimas escogidas y perfectas
entre las criaturas de este mundo, igual que los hombres presentan como
ofrendas frutos selectos. Estos dones primerizos son muy agradables a Dios y
los acepta complacido. Los renacidos, además, dan testimonio de que en la
Iglesia ha comenzado ya germinalmente la regeneración escatológica del mundo,
que tiende a transformar a toda la humanidad, e incluso a todos los seres
creados. El mundo nuevo apunta ya ahora en los hijos de Dios; la transformación
total de la creación no puede hacerse esperar ya mucho tiempo. El final de los
tiempos ha comenzado ya con Cristo.
Santiago dice: «...para que seamos...» Se alegra de que Dios nos haya
reengendrado, a él y a nosotros, para que seamos hijos suyos y las primicias de
su mundo nuevo. En los renacidos Dios ha hecho brillar una señal de esperanza
para el mundo: que toda la creación llegará a salvarse. Además de alegrarse por
este motivo, Santiago recuerda también la dignidad y la misión de los
renacidos. La palabra de verdad, la fe, hay que vivirla; el nuevo ser tiene que
manifestarse en una nueva vida. Por eso no se contenta con expresar este
pensamiento, que es el punto culminante de la primera parte de la carta: hemos
renacido en Dios, somos hijos de Dios, las primicias del mundo redimido. Esta
afirmación es el punto de partida para los versículos siguientes: ¿cómo tiene
que vivir el que ha renacido para que lo que Dios ha obrado ya en él se
despliegue y llegue a plenitud? Un cristiano verdadero llega a ser una persona
tan diferente de la que era antes de las influencias renovadoras de la gracia
divina, que es como si fuera formado de nuevo. Debemos dedicar todas nuestras
facultades al servicio de Dios, para que podamos ser una especie de primicias
de sus criaturas.
Porque
la acción de Dios exige, como contrapartida, la acción del hombre, para que se
logre lo que Dios pretende, la obra perfecta del hombre nuevo en el reino de
Dios.
¡Maranatha!
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