} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 28 Diciembre LA BUENA SEMILLA

miércoles, 28 de diciembre de 2016

28 Diciembre LA BUENA SEMILLA


Romanos 4; 7
¿Qué hacemos con la culpa? El rey David cometió pecados terribles: adulterio, homicidio, mentiras, y aun así experimentó el gozo del perdón. Nosotros también podemos experimentarlo cuando: dejamos de negar nuestra culpabilidad y reconocemos que hemos pecado, reconocemos nuestra culpa ante Dios y pedimos su perdón, y desechamos la culpa y creemos que Dios nos ha perdonado. Esto puede ser difícil, sobre todo cuando el pecado ha echado raíces y se ha enraizado por años, cuando es muy serio o cuando involucra a otro. Debemos recordar que Jesús quiere y está dispuesto a perdonar todos los pecados. Si tomamos en cuenta el alto precio que El pagó en la cruz, es arrogancia pensar que algún pecado nuestro sea demasiado grande para que Él lo perdone. Aunque nuestra fe sea débil, nuestra conciencia sea sensible y los recuerdos nos atormenten, la Palabra de Dios declara que pecado confesado es pecado perdonado.
La bienaventuranza del
Salmo 32; 1-2 pertenece claramente, según Pablo, al hombre a quien Dios imputa justicia sin obras. Ciertamente que esto no se dice de forma directa en ninguno de los dos versículos. Se habla de la felicidad, consecuencia del perdón de los pecados. Dios no imputa el pecado. Esto, según el Apóstol, sólo puede entenderse en el sentido de su mensaje sobre la gracia, justo porque no se imputa nada según mérito sino según gracia, es decir, sin obras de por medio.
Marcos 2; 10
El eje del relato lo constituye el perdón de los pecados por Jesús que suscita los pensamientos injuriosos de los doctores de la ley que le observaban con desconfianza. Jesús demuestra la potestad del Hijo del hombre para perdonar pecados sobre la tierra, y ésa es la perenne vigencia del relato para la Iglesia primitiva. La curación del enfermo y la remisión de los pecados están en estrecha relación, y para una mente jurídica incluso en una relación de causa-efecto, pues en las enfermedades graves se veían las consecuencias del pecado. Al empezar Jesús por pronunciar la palabra de perdón, elimina la raíz más profunda del mal, y la liberación de la dolencia corporal no es sino el remate de la «curación» al tiempo que la confirmación de que al hombre se le han perdonado los pecados. Incluso la demostración en favor de la potestad de Jesús para perdonar pecados tiene lugar según la fórmula jurídica que va «de lo mayor a lo menor»: si Jesús realiza lo que es más «difícil» desde el punto de vista humano, a saber, la curación corporal que podía comprobarse y demostrarse, evidencia con ello que también lo «más fácil», la absolución de los pecados de aquel hombre, no era una palabra vacía. Con ello se sitúa Jesús en el terreno de aquellos críticos y maestros de la ley y los vence con sus mismas armas, pues ¿habría Dios otorgado a un blasfemo la facultad de restituir la salud a un hombre paralítico? Mas, repensando la pregunta del versículo anterior, ¿es realmente más fácil declarar que a un hombre le han sido perdonados sus pecados o liberarle de su dolencia corporal? La comunidad comprende que aquella acción de Jesús es más poderosa, y que sigue aconteciendo en medio de ella por la palabra perdonadora del Resucitado que tiene plenos poderes para ello. Para la comunidad la acción salutífera de Jesús sobre la tierra no era sino un signo de la salvación completa, que Dios prometió entonces y de la que ahora participa ella. No sólo al final, en la consumación de los tiempos, será realidad la salvación de Dios, sino que empieza ya ahora, sobre la tierra, aun cuando escape a la visión exterior, con la maravilla del perdón. Dios se vuelve compasivo hacia el hombre pecador y desvalido, le reconcilia consigo e introduce con ello el proceso de la plena curación para la humanidad y el mundo. De este modo se rompe también la conexión causal entre pecado y enfermedad, pues no todos aquellos a quienes se les han perdonado los pecados han obtenido también la salud corporal; esto es algo que Jesús hace por añadidura en el caso del paralítico.
La curación de las enfermedades era figura del perdón del pecado, porque el pecado es la enfermedad del alma; cuando es perdonado, es sanada. Cuando vemos lo que Cristo hace al sanar almas debemos reconocer que nunca vimos algo igual.
La mayoría de los hombres se piensan íntegros; no sienten necesidad de un médico, por tanto desprecian o rechazan a Cristo y su evangelio. Pero el pecador humilde y convicto, que desespera de toda ayuda, excepto del Salvador, mostrará su fe recurriendo a Él sin demora.

¡ Maranatha! ¡ Si, ven Señor Jesús!

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