Romanos 4; 7
¿Qué hacemos con la culpa? El rey David
cometió pecados terribles: adulterio, homicidio, mentiras, y aun así
experimentó el gozo del perdón. Nosotros también podemos experimentarlo cuando:
dejamos de negar nuestra culpabilidad y reconocemos que hemos pecado,
reconocemos nuestra culpa ante Dios y pedimos su perdón, y desechamos la culpa
y creemos que Dios nos ha perdonado. Esto puede ser difícil, sobre todo cuando
el pecado ha echado raíces y se ha enraizado por años, cuando es muy serio o
cuando involucra a otro. Debemos recordar que Jesús quiere y está dispuesto a
perdonar todos los pecados. Si tomamos en cuenta el alto precio que El pagó en
la cruz, es arrogancia pensar que algún pecado nuestro sea demasiado grande
para que Él lo perdone. Aunque nuestra fe sea débil, nuestra conciencia sea
sensible y los recuerdos nos atormenten, la Palabra de Dios declara que pecado
confesado es pecado perdonado.
La bienaventuranza del Salmo 32; 1-2 pertenece claramente, según Pablo, al hombre a quien Dios imputa justicia sin obras. Ciertamente que esto no se dice de forma directa en ninguno de los dos versículos. Se habla de la felicidad, consecuencia del perdón de los pecados. Dios no imputa el pecado. Esto, según el Apóstol, sólo puede entenderse en el sentido de su mensaje sobre la gracia, justo porque no se imputa nada según mérito sino según gracia, es decir, sin obras de por medio.
La bienaventuranza del Salmo 32; 1-2 pertenece claramente, según Pablo, al hombre a quien Dios imputa justicia sin obras. Ciertamente que esto no se dice de forma directa en ninguno de los dos versículos. Se habla de la felicidad, consecuencia del perdón de los pecados. Dios no imputa el pecado. Esto, según el Apóstol, sólo puede entenderse en el sentido de su mensaje sobre la gracia, justo porque no se imputa nada según mérito sino según gracia, es decir, sin obras de por medio.
Marcos 2; 10
El eje del relato lo constituye el
perdón de los pecados por Jesús que suscita los pensamientos injuriosos de los
doctores de la ley que le observaban con desconfianza. Jesús demuestra la
potestad del Hijo del hombre para perdonar pecados sobre la tierra, y ésa es la
perenne vigencia del relato para la Iglesia primitiva. La curación del enfermo
y la remisión de los pecados están en estrecha relación, y para una mente
jurídica incluso en una relación de causa-efecto, pues en las enfermedades
graves se veían las consecuencias del pecado. Al empezar Jesús por pronunciar
la palabra de perdón, elimina la raíz más profunda del mal, y la liberación de
la dolencia corporal no es sino el remate de la «curación» al tiempo que la
confirmación de que al hombre se le han perdonado los pecados. Incluso la
demostración en favor de la potestad de Jesús para perdonar pecados tiene lugar
según la fórmula jurídica que va «de lo mayor a lo menor»: si Jesús realiza lo
que es más «difícil» desde el punto de vista humano, a saber, la curación corporal
que podía comprobarse y demostrarse, evidencia con ello que también lo «más
fácil», la absolución de los pecados de aquel hombre, no era una palabra vacía.
Con ello se sitúa Jesús en el terreno de aquellos críticos y maestros de la ley
y los vence con sus mismas armas, pues ¿habría Dios otorgado a un blasfemo la
facultad de restituir la salud a un hombre paralítico? Mas, repensando la
pregunta del versículo anterior, ¿es realmente más fácil declarar que a un
hombre le han sido perdonados sus pecados o liberarle de su dolencia corporal?
La comunidad comprende que aquella acción de Jesús es más poderosa, y que sigue
aconteciendo en medio de ella por la palabra perdonadora del Resucitado que
tiene plenos poderes para ello. Para la comunidad la acción salutífera de Jesús
sobre la tierra no era sino un signo de la salvación completa, que Dios
prometió entonces y de la que ahora participa ella. No sólo al final, en la
consumación de los tiempos, será realidad la salvación de Dios, sino que
empieza ya ahora, sobre la tierra, aun cuando escape a la visión exterior, con
la maravilla del perdón. Dios se vuelve compasivo hacia el hombre pecador y
desvalido, le reconcilia consigo e introduce con ello el proceso de la plena
curación para la humanidad y el mundo. De este modo se rompe también la
conexión causal entre pecado y enfermedad, pues no todos aquellos a quienes se
les han perdonado los pecados han obtenido también la salud corporal; esto es
algo que Jesús hace por añadidura en el caso del paralítico.
La curación de las enfermedades era figura del perdón del pecado, porque el pecado es la enfermedad del alma; cuando es perdonado, es sanada. Cuando vemos lo que Cristo hace al sanar almas debemos reconocer que nunca vimos algo igual.
La mayoría de los hombres se piensan íntegros; no sienten necesidad de un médico, por tanto desprecian o rechazan a Cristo y su evangelio. Pero el pecador humilde y convicto, que desespera de toda ayuda, excepto del Salvador, mostrará su fe recurriendo a Él sin demora.
La curación de las enfermedades era figura del perdón del pecado, porque el pecado es la enfermedad del alma; cuando es perdonado, es sanada. Cuando vemos lo que Cristo hace al sanar almas debemos reconocer que nunca vimos algo igual.
La mayoría de los hombres se piensan íntegros; no sienten necesidad de un médico, por tanto desprecian o rechazan a Cristo y su evangelio. Pero el pecador humilde y convicto, que desespera de toda ayuda, excepto del Salvador, mostrará su fe recurriendo a Él sin demora.
¡ Maranatha! ¡ Si, ven Señor
Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario