Si
Cristo hubiera dado su vida en rescate sin volver a tomarla, no se hubiera
manifestado que su ofrenda había sido aceptada como satisfacción.
Fue
una gran prueba para María que el cuerpo hubiera desaparecido. Los creyentes
débiles suelen hacer materia de lamento precisamente aquello que es fundamento
justo de esperanza, y materia de gozo. Está bien que los más honrados que otros
con los privilegios de los discípulos sean más activos en los deberes de los
discípulos, más dispuestos a aceptar dolores y correr riesgos en una buena
obra. Debemos hacer lo mejor que podamos sin envidiar a quienes puedan hacer
aun mejor, ni despreciar a los que hacen lo mejor que pueden aunque se queden
atrás.
El
discípulo a quien Jesús amaba de manera especial y que, por tanto, amaba de
manera especial a Jesús, llegó primero. El amor de Cristo nos hará abundar en
todo deber más que en cualquier otra cosa. El que se quedó atrás fue Pedro, que
había negado a Cristo. El sentido de culpa nos obstaculiza en el servicio de Dios.
Todavía
los discípulos no sabían la Escritura, no consideraban ni aplicaban lo que
conocían de la Escritura: que Cristo debía resucitar de entre los muertos.
Probablemente
busquemos y encontremos cuando buscamos con afecto y buscamos con lágrimas. Sin
embargo, muchos creyentes se quejan de las nubes y tinieblas bajo las cuales se
hallan, que son métodos de la gracia para humillar sus almas, mortificar sus
pecados y hacerles querido a Cristo. No basta con ver ángeles y sus sonrisas,
sin ver a Jesús y la sonrisa de Dios en Él. Nadie, sino quien las ha saboreado,
sabe las penas de un alma abandonada, que tuvo las consoladoras pruebas del
amor de Dios en Cristo, y esperanzas del cielo, pero que, ahora, las perdió y
anda en tinieblas; ¿quién puede soportar ese espíritu herido? Al manifestarse a quienes le buscan, Cristo
sobrepasa a menudo sus expectativas. El modo de Cristo para darse a conocer a su
pueblo es su Palabra que, aplicada a sus almas les habla en particular. Podría
leerse: ¿Es mi Maestro? Con cuánto
placer quienes aman a Jesús hablan de su autoridad sobre ellos. Él le impide
esperar que su presencia corporal continúe, Él no estaba más en el mundo, María
debe mirar más arriba y más allá del estado presente de las cosas.
Al
participar nosotros de la naturaleza divina, el Padre de Cristo es nuestro
Padre, y, al participar Él de la
naturaleza humana, nuestro Dios es su Dios. La ascensión de Cristo al cielo
para interceder por nosotros allí es como un consuelo inexplicable. Que ellos
no piensen que esta tierra será su hogar y reposo, sus ojos y sus miras y sus
deseos anhelosos deben estar en otro mundo y aun hasta en sus corazones, yo
asciendo, por tanto, debo procurar las cosas que están en lo alto. Y que los
que conocen la palabra de Cristo se propongan que otros obtengan el beneficio
de su conocimiento.
Este
era el primer día de la semana y, después, este día es mencionado a menudo por
los escritores sagrados, porque fue evidentemente apartado como el día de
reposo cristiano en memoria de la resurrección de Cristo. Los discípulos habían
cerrado las puertas por miedo a los judíos y cuando no tenían esa expectativa, el mismo
Jesús vino y se paró en el medio de ellos, habiendo abierto las puertas en
forma milagrosa aunque silenciosa. Consuelo para los discípulos de Cristo es
que ninguna puerta puede dejar fuera la presencia de Cristo, cuando sus
asambleas pueden realizarse sólo en privado. Cuando Él manifiesta su amor por
los creyentes por medio de las consolaciones de su Espíritu, les asegura que
debido a que Él vive, también ellos vivirán. Ver a Cristo alegrará el corazón
del discípulo en cualquier momento, y mientras más veamos a Cristo, más nos
regocijaremos. Él dijo: Recibid el
Espíritu Santo, demostrando así que su vida espiritual, y su habilidad para
hacer la obra, derivará y dependerá de Él. Toda palabra de Cristo que sea
recibida por fe en el corazón, viene acompañada de ese soplo divino y sin Él no
hay luz ni vida. Nada se ve, conoce, discierne ni siente de Dios sino por medio
de éste.
Cristo
mandó, después de esto, a los apóstoles a que anunciaran el único método por el
cual será perdonado el pecado. Este poder no existía en absoluto en los
apóstoles en cuanto poder para dar juicio, sino sólo como poder para declarar
el carácter de aquellos a quienes Dios aceptará o rechazará en el día del
juicio. Ellos han sentado claramente las características por medio de las
cuales puede discernirse a un hijo de Dios y ser distinguido de un falso
profesante y, conforme a lo que ellos hayan declarado, cada caso será decidido
en el día del juicio.
Cuando
nos reunimos en el nombre de Cristo, especialmente en su día santo, Él se encontrará
con nosotros y nos hablará de paz. Los discípulos de Cristo deben emprender la
edificación de su santísima fe de unos a otros, repitiendo a los que estuvieron
ausentes lo que oyeron, y dando a conocer lo que han experimentado. Tomás
limitó al Santo de Israel, cuando quería ser convencido por su propio método, y
no de otra manera. Podría haber sido dejado, con justicia, en su incredulidad,
luego de rechazar tan abundantes pruebas. Los temores y las penas de los
discípulos suelen ser prolongadas para castigar su negligencia.
Desde
el principio quedó establecido que uno de siete días debería ser religiosamente
observado. Y que en el reino del Mesías el primer día de la semana sería ese
día solemne, fue señalado en que en ese día Cristo se reunió con sus discípulos
en asamblea. El cumplimiento de ese día nos ha llegado a través de toda era de
la Iglesia.
No
hay en nuestra lengua una palabra de incredulidad ni pensamiento en nuestra
mente que no sean conocidos por el Señor Jesús y le plació acomodarse aun a Tomás en vez de
dejarlo en su incredulidad
Si
somos infieles, estamos sin Cristo, desdichados, sin esperanzas y sin gozo.
Tomás
se avergonzó de su incredulidad y clamó: ¡Señor mío, y Dios mío! Los creyentes sanos y sinceros serán aceptados
de gracia por el Señor Jesús aunque sean lentos y débiles. Deber de los que
oyen y leen el evangelio es creer y aceptar la doctrina de Cristo y el
testimonio acerca de Él.
Hubo
otras señales y pruebas de la resurrección de nuestro Señor, pero estas se han
escrito para que todos crean que Jesús era el Mesías prometido, el Salvador de
pecadores y el Hijo de Dios, para que, por esta fe, reciban la vida eterna, por
su misericordia, verdad y poder. Creamos que Jesús es el Cristo, y creyendo,
tengamos vida en su nombre.
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