Nuestro
Señor oró como hombre y como Mediador de su pueblo, aunque habló con majestad y
autoridad, como uno e igual con el Padre. La vida eterna no podía ser dada a
los creyentes a menos que Cristo, su fiador, glorificara al Padre y fuera
glorificado por Él. Este es el camino del pecador a la vida eterna y cuando este
conocimiento sea perfeccionado, se disfrutarán plenamente la santidad y la
felicidad. La santidad y la felicidad de los redimidos son, en especial, la
gloria de Cristo y de su Padre, que fue el gozo puesto delante de Él, por el
cual soportó la cruz y despreció la vergüenza. Esta gloria era el fin del pesar
de su alma y al obtenerla se satisfizo completamente. Así somos enseñados que
es necesario que glorifiquemos a Dios como prueba de nuestro interés en Cristo,
por quien la vida eterna es la libre dádiva de Dios.
Cristo
ora por los que son suyos. Tú me los diste, como ovejas al pastor, para ser
cuidados, como un paciente es llevado al médico, para ser curado, como niños al
tutor, para ser enseñados, de este modo Él entregará su carga. Para nosotros es
una gran satisfacción, en nuestra confianza en Cristo, que sea de Dios Él, todo
lo que Él es y tiene, y todo lo que dijo e hizo, todo lo está haciendo y hará.
Cristo ofreció esta oración por su pueblo solo en cuanto a creyentes, no por el
mundo en general. Aunque nadie que desee ir al Padre y sea consciente de que es
indigno de ir en su propio nombre, tiene que desanimarse por la declaración del
Salvador, porque es capaz y está dispuesto para salvar hasta lo sumo a todos
los que vayan a Dios por Él. Las convicciones y los deseos fervorosos son señal
esperanzadora de una obra ya efectuada en el hombre, empiezan a demostrar que
ha sido elegido para salvación a través de la santificación del Espíritu y la
creencia de la verdad.
Ellos
son tuyos, y los tuyos son los míos. Esto dice que Padre e Hijo son uno. Todo
lo mío es tuyo. El Hijo no considera a nadie como suyo que no sea dedicado al
servicio del Padre.
Cristo
no ora que ellos sean ricos y grandes en el mundo, sino que sean resguardados
del pecado, fortalecidos para su deber, y llevados a salvo al cielo. La
prosperidad del alma es la mejor prosperidad óptima. Rogó a su santo Padre que
los cuidara por su poder y para su gloria, para que ellos se unieran en afecto
y trabajo aun conforme a la unión de Padre e Hijo.
No
oró que sus discípulos sean quitados del mundo, para que pudieran escapar de la
ira de los hombres, porque tenían una gran obra que hacer para la gloria de
Dios, y para beneficio de la humanidad. Él oró que el Padre los resguardara del
mal, de ser corrompidos por el mundo, los remanentes de pecado en sus
corazones, y del poder y astucia de Satanás. Así, pues, ellos pasarían por el
mundo como cruzando territorio enemigo, como Él había hecho. Ellos no son
dejados aquí para procurar los mismos objetivos que los hombres que les rodean,
sino para glorificar a Dios y servir a su generación. El Espíritu de Dios en
los cristianos verdaderos se opone al espíritu del mundo.
Cristo
oró en seguida por los discípulos para que no sólo fueran resguardados del mal,
sino fueran hechos buenos. La oración de Jesús por todos los suyos es que sean
hechos santos. Hasta los discípulos deben orar pidiendo la gracia
santificadora.
El
medio de dar esta gracia es “por tu verdad, tu palabra es la verdad”. Santifícalos,
apártalos para ti mismo y para tu servicio. Recíbelos en el oficio, que tu mano
vaya con ellos.
Jesús
se consagró por entero a su tarea, y a todas las partes de ella, especialmente
al ofrendarse inmaculado a Dios por el Espíritu eterno. La real santidad de
todos los cristianos verdaderos es el fruto de la muerte de Cristo, por la cual
fue adquirido el don del Espíritu Santo; Él se dio por su Iglesia para
santificarla. Si nuestros puntos de vista no tienen este efecto en nosotros, no
son verdad divina, o no los recibimos por una fe activa y viva, sino como
simples nociones.
Nuestro
Señor oró especialmente que todos los creyentes fueran como un cuerpo bajo una
cabeza, animada por una sola alma, por su unión con Cristo y el Padre en Él,
por medio del Espíritu Santo que habita en ellos. Mientras más discutan sobre
asuntos menores, más arrojan dudas sobre el cristianismo. Propongámonos
mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, rogando que todos los
creyentes se unan más y más en un propósito y un criterio. Así convenceríamos
al mundo de la verdad y de la excelencia de nuestra FE y encontraríamos una
comunión más dulce con Dios y sus santos.
Cristo,
como Uno con el Padre, ora por cuenta de todos los que le habían sido dados y
que, en su debido momento, creerían en Él, para que sean llevados al cielo y
que ahí toda la compañía de los redimidos pueda contemplar su gloria como Amigo
y Hermano amado, y en ello hallar la dicha. Había declarado, y declararía
después, el nombre o el carácter de Dios, por su doctrina y su Espíritu, que
siendo uno con Él, también pueda permanecer con ellos el amor del Padre por Él.
Así, estando unidos con Él por un Espíritu, sean llenos con la plenitud de Dios
y disfruten la bendición de la cual no podemos formarnos una idea correcta en
nuestro estado actual.
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