Jesús se dedicó más a predicar, que era
más excelente, que a bautizar, 1 Corintios 1:17 Pues no me
envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de
palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo. Honraría a sus discípulos empleándolos para
bautizar. Nos enseña que el beneficio de los símbolos no depende de la mano que
los administra.
Había mucho odio entre samaritanos y
judíos. El camino de Cristo desde Judea a Galilea pasaba por Samaria. No
debemos meternos en lugares de tentación, sino cuando debemos y, entonces, no
debemos permanecer en ellos, sino apresurarnos a pasar por ellos. Es peligroso
coquetear con la tentación, el suelo puede abrirse bajo nuestros pies o
deslizarnos por un tobogán embadurnado de aceite hacia el abismo.
Aquí tenemos a
nuestro Señor Jesús sujeto a la fatiga normal de los viajeros. Así vemos que
era verdadero hombre. El trabajo agotador vino con el pecado; por tanto,
Cristo, habiéndose hecho maldición por nosotros, estuvo sujeto a ella. Además,
era pobre y realizó todos sus viajes a pie. Cansado, pues, se sentó en el pozo;
no tenía un cojín donde descansar. De
este modo se sentó, como se sienta alguien cansado de viajar. Con toda
seguridad debemos someternos rápidamente a ser como el Hijo de Dios en cosas
como esas.
Cristo pidió
agua a la mujer. Ella se sorprendió porque Él no demostró la ira de su nación
contra los samaritanos. Los hombres moderados de todas partes son los hombres
que asombran. Cristo aprovechó la ocasión para enseñarle cosas divinas.
Convirtió a esta mujer demostrándole su ignorancia y pecaminosidad y su
necesidad de un Salvador. Se alude al Espíritu con el agua viva. Con esta
comparación se había prometido la bendición del Mesías en el Antiguo
Testamento. Las gracias del Espíritu y sus consolaciones satisfacen el alma
sedienta que conoce su propia naturaleza y necesidad.
Lo que Jesús
dijo figuradamente, ella lo entendió literalmente. Cristo señala que el agua
del pozo de Jacob daba una satisfacción de breve duración. No importa cuáles
sean las aguas de consolación que bebamos, volveremos a tener sed. Pero a quien
participa del Espíritu de gracia, y del consuelo del evangelio, nunca le
faltará lo que dará abundante satisfacción a su alma.
Los corazones
carnales no miran más alto que las metas carnales. Dame, dijo ella, no para que
yo tenga la vida eterna, propuesta por Cristo, sino para que no tenga que venir
más aquí a buscar agua.
La mente carnal
es muy ingeniosa para cambiar las convicciones e impedir que apremien, pero
¡nuestro Señor Jesús dirige muy certeramente la convicción de pecado a la
conciencia de ella! La reprendió severamente por su presente estado de vida.
La mujer
reconoció que Cristo era profeta. El poder de su palabra para escudriñar el
corazón y convencer de cosas secretas a la conciencia es prueba de autoridad
divina.
Pensar que
desaparecen las cosas por las que luchamos debiera enfriar nuestras contiendas.
El objeto de adoración seguirá siendo el mismo, Dios, como Padre, pero se
pondrá fin a todas las diferencias sobre el lugar de adoración. La razón nos
enseña a considerar la decencia y la conveniencia en los lugares de nuestro
servicio de adoración, pero la religión no da preferencia a un lugar respecto
de otro en cuanto a la santidad y la aprobación de Dios.
Los judíos
tenían, por cierto, la razón. Quienes han obtenido cierto conocimiento de Dios
por las Escrituras, saben a quién adoran.
La palabra de salvación era de los judíos. Llegó a otras naciones a través de
ellos. Cristo prefirió, con justicia, la adoración judía antes que la
samaritana, pero aquí habla de lo anterior como algo que pronto se terminará.
Dios estaba por ser revelado como el Padre de todos los creyentes de toda
nación.
El espíritu o
alma del hombre, influido por el Espíritu Santo, debe adorar a Dios y tener comunión
con Él. Los afectos espirituales, como se demuestran en las oraciones, súplicas
y acciones de gracia fervorosas, constituyen la adoración de un corazón recto,
en el cual Dios se deleita y es glorificado.
La mujer estaba
dispuesta a dejar la cuestión sin decidir hasta la venida del Mesías, pero
Cristo le dijo: Yo soy, el que habla contigo. Ella era una samaritana
extranjera y hostil; el sólo hablar con ella era considerado como desprestigio
para nuestro Señor Jesús. Sin embargo, nuestro Señor se reveló a esta mujer con
más plenitud de lo que había hecho con cualquiera de sus discípulos.
Ningún pecado pasado puede impedir que seamos
aceptados por Él, si nos humillamos ante Él, creyendo en Él como el Cristo, el
Salvador del mundo.
Los discípulos se asombraron de que
Cristo conversara con una samaritana, aunque sabían que era por una buena razón
y para un propósito bueno.
Así, pues,
cuando aparecen dificultades en detalles en la palabra y en la providencia de
Dios, es bueno que nos satisfagamos con que todo lo que Jesucristo dice y hace
está bien.
Dos cosas
afectaron a la mujer. La magnitud de su conocimiento. Cristo conoce todos los
pensamientos, palabras y acciones de todos los hijos de los hombres. El poder
de su palabra. Le habló con poder de sus pecados secretos. Ella se aferró de
esa parte del discurso de Cristo, muchos pensarían que ella se podía mostrar
reacia a repetir, pero el conocimiento de Cristo, al cual somos guiados por la
convicción de pecado, es muy probable que sea sano y salvador.
Ellos fueron a
Él: los que deseen conocer a Cristo deben hallarlo donde Él registre su nombre.
Nuestro Maestro nos ha dejado un ejemplo para que aprendamos a hacer la
voluntad de Dios como Él la hizo; con diligencia como los que hacen su
actividad de ella; con deleite y placer en ella. Cristo compara su obra con la
siega. La siega está determinada y se cuida antes que llegue; así fue el
evangelio.
El tiempo de
cosechar es tiempo de mucho trabajo; entonces, todos deben estar en las
labores. El tiempo de la siega es corto y la obra de la cosecha debe hacerse
entonces, o no se hará; así, pues, el tiempo del evangelio es una temporada que
no puede recuperarse si se pasó. A veces Dios usa instrumentos muy débiles e
improbables para empezar y seguir la buena obra. Nuestro Salvador difunde
conocimiento en todo un pueblo enseñándole a una pobre mujer. Benditos son los
que no se ofenden con Cristo. Desean verdaderamente aprender más aquellos a
quienes Dios enseña. Mucho agrega a la alabanza de nuestro amor por Cristo y su
palabra si vence prejuicios.
La fe de ellos
creció. En cuanto a esto: ellos creyeron que Él era el Salvador no sólo de los
judíos, sino del mundo. Con esa certeza sabemos que el Cristo es verdaderamente
Aquel, y sobre esa base, porque nosotros mismos le hemos oído.
Los honores y los títulos no son garantía
contra la enfermedad y la muerte. Los hombres más grandes deben ir a Dios,
deben volverse mendigos. El noble no se detuvo en su petición hasta que
prevaleció, pero primeramente, descubrió la debilidad de su fe en el poder de
Cristo. Cuesta convencernos de que la distancia de tiempo y lugar no
obstaculizan el conocimiento, la misericordia ni el poder de nuestro Señor
Jesús.
Cristo dio una
respuesta de paz. Si Cristo dice que el alma viva, vivirá. El padre siguió su
camino lo que demostró la sinceridad de su fe. Satisfecho, no se apresuró a
volver a casa esa noche; regresó como quien está en paz con su conciencia. Sus
sirvientes le salieron al encuentro con la noticia de la recuperación de su
hijo.
La buena nueva
saldrá al encuentro de los que esperan en la palabra de Dios. Confirma nuestra
fe que comparemos diligentemente las obras de Jesús con su palabra. Y llevar la
curación a la familia le trajo la salvación.
Así, pues,
experimentar el poder de una palabra de Cristo puede establecer la autoridad de
Cristo en el alma. Toda la familia creyó igualmente. El milagro hizo que
quisieran a Jesús para ellos. El conocimiento de Cristo aún se difunde por las
familias, y los hombres hallan salud y salvación para sus almas.
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