Cristo
se da a conocer a su pueblo habitualmente en sus ordenanzas pero, a veces, por
su Espíritu los visita cuando están ocupados en sus actividades. Bueno es que
los discípulos de Cristo estén juntos en la conversación y en las actividades
corrientes. Aún no había llegado la hora para que entraran en acción.
Contribuirían para sustentarse a sí mismos a fin de no ser carga para nadie.
El
tiempo de Cristo para darse a conocer a su pueblo es el momento en que ellos
están más perdidos. Él conoce las necesidades temporales de su pueblo y les ha
prometido no sólo gracia suficiente, sino alimento conveniente. La providencia
divina se extiende a las cosas más minuciosas, y felices son los que reconocen a Dios en todos sus caminos. Los
humildes, diligentes y pacientes, serán coronados aunque sus labores sean
terribles, a veces, viven para ver que sus asuntos toman un giro favorable
después de muchas luchas. Nada se pierde con obedecer las órdenes de Cristo, es
tirar la red al lado derecho del bote. Jesús se manifiesta a su pueblo haciendo
por ellos lo que nadie más puede hacer, y lo que ellos no esperaban. Él cuidará
que a los que dejaron todo por Él, no les falte ningún bien. Y los favores
tardíos deben traer a la memoria los favores previos, para que no se olvide el
pan comido.
Aquel
a quien Jesús amaba fue el primero en decir: Es el Señor. Juan se había aferrado
más estrechamente a su Maestro en sus sufrimientos y lo conoció mucho antes.
Pedro era el más celoso, y alcanzó primero a Cristo. ¡Con qué variedad dispensa
Dios las dádivas y cuánta diferencia puede haber entre uno y otro creyente en
su modo de honrar a Cristo, pero todos son aceptados por Él! Otros se quedan en
el bote, arrastran la red y traen la pesca a la playa, y no debemos culpar de
mundanas a esas personas, porque ellos, en sus puestos, están sirviendo
verdaderamente a Cristo, como los demás.
El
Señor Jesús tenía provisión lista para ellos. No tenemos que curiosear
inquiriendo de dónde provino, pero consolémonos con el cuidado de Cristo por
sus discípulos. Aunque había tantos peces y tan grandes, no perdieron ninguno
ni dañaron su red. La red del evangelio ha capturado a multitudes, pero es tan
fuerte como siempre para llevar almas a Dios.
,Nuestro Señor se dirigió a Pedro por su
nombre original, como si hubiera dejado el de Pedro cuando lo negó. Ahora
contestó: Tú sabes que te amo, pero sin declarar que ama a Jesús más que los
otros. No debemos sorprendernos con que nuestra sinceridad sea cuestionada
cuando nosotros mismos hemos hecho lo que la vuelve dudosa. Todo recuerdo de
pecados pasados, aun de pecados perdonados, renueva la tristeza del penitente
verdadero. Consciente de su sinceridad, Pedro apeló solemnemente a Cristo, que
conoce todas las cosas, hasta los secretos de su corazón. Bueno es que nuestras
caídas y errores nos vuelvan más humildes y alertas. La sinceridad de nuestro
amor a Dios debe ser puesta a prueba. Y nos conviene rogar con oración
perseverante y ferviente al Dios que escudriña los corazones, que nos examine y
nos pruebe a ver si somos capaces de resistir esta prueba. Nadie que no ame al
buen Pastor más que a toda ventaja u objeto terrenal, puede ser apto para
apacentar las ovejas y los corderos de Cristo.
El
gran interés de todo hombre bueno, cualquiera sea la muerte de que muera, es
glorificar a Dios en ella, porque ¿cuál es nuestro objetivo principal sino este:
morir por el Señor cuando lo pida?
,Los sufrimientos, los dolores, y la
muerte parecen formidables aun al cristiano experimentado, pero, en la
esperanza de glorificar a Dios, de dejar un mundo pecador, y estar presente con
su Señor, aquel se vuelve presto a obedecer el llamado del Redentor y seguirle
hacia la gloria a través de la muerte.
La
voluntad de Cristo es que sus discípulos se ocupen de su deber sin andar
curioseando hechos futuros, sea acerca de sí o del prójimo. Somos buenos para
ponernos ansiosos por muchas cosas que nada tienen que ver con nosotros. Los
asuntos de otras personas nada son para que nos entrometamos, debemos trabajar
tranquilamente y ocuparnos de nuestros asuntos. Se hacen muchas preguntas
curiosas sobre los consejos de Dios, y el estado del mundo invisible, a las
cuales podemos responder, ¿qué a nosotros? Si atendemos el deber de seguir a
Cristo, no hallaremos corazón ni tiempo para meternos en lo que no nos
corresponde. ¡Cuán poco se puede confiar
en las tradiciones orales! Que la Escritura se interprete y se explique a sí
misma, porque en gran medida, es evidencia y prueba en sí misma, porque es luz.
El lenguaje de la Escritura es el canal
más seguro para la verdad de la Escritura, las palabras que enseña el Espíritu
Santo. Los que no concuerdan en los mismos términos del arte, y su aplicación,
pueden, no obstante, estar de acuerdo en los mismos términos de la Escritura, y
amarse unos a otros.
Se
escribió sólo una pequeña parte de los actos de Jesús, pero bendigamos a Dios
por todo lo que está en las Escrituras y agradezcamos que haya tanto en tan
poco espacio. Suficiente quedó escrito para dirigir nuestra fe, y regir nuestra
práctica, más, hubiera sido innecesario.
Mucho
de lo escrito es pasado por alto, mucho se olvida, y mucho es hecho cuestión de
controversias dudosas. Sin embargo, podemos esperar el gozo que recibiremos en
el cielo del conocimiento más completo de todo lo que Jesús hizo y dijo, y de
la conducta de su providencia y gracia en sus tratos con cada uno de nosotros.
Sea esta nuestra felicidad. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús
es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.
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