Aquí
hay tres palabras sobre las cuales puede ponerse todo el énfasis: La palabra turbe.
No os deprimáis ni os angustiéis. La palabra corazón. Que nuestro
corazón esté guardado con toda confianza en Dios. La palabra vuestro.
Por más que el prójimo esté abrumado por las penas de esta época actual, vosotros no estéis así.
Los
discípulos de Cristo deben mantener su mente en paz, más que el prójimo, cuando
todo lo demás está turbado. He aquí el remedio contra este trastorno de la
mente, “Creed”. Creyendo en Cristo como Mediador entre Dios y el hombre,
recibimos consuelo. Se habla de la dicha del cielo como estar en la casa del Padre.
Hay muchas mansiones, porque hay muchos hijos para ser llevados a la gloria.
Las mansiones son viviendas que duran. Cristo será el Consumador de aquello, de
lo cual es el Autor o Iniciador; si tiene preparado el lugar para nosotros, nos
preparará para eso.
Cristo
es el Camino al Padre que los pecadores tienen en su persona como Dios
manifestado en carne, en su sacrificio expiatorio, y como nuestro Abogado. Él
es la Verdad, que cumple todas las profecías del Salvador; creyendo eso los
pecadores van por Él, el Camino. Él es la Vida, por su Espíritu vivificador
reciben vida los muertos en pecado. Nadie que no sea vivificado por Él, la
Vida, y enseñado por Él, la Verdad, puede acercarse a Dios como Padre por Él,
el Camino. Por Cristo, el Camino, nuestras oraciones van a Dios y sus
bendiciones vienen a nosotros; este es el Camino que lleva al reposo, el buen
Camino antiguo. Él es la Resurrección y la Vida. Todo el que ve a Cristo por
fe, ve al Padre en Él. A la luz de la doctrina de Cristo vieron a Dios como
Padre de las luces y, en los milagros de Cristo vieron a Dios como el Dios del
poder. La santidad de Dios brilló en la pureza inmaculada de la vida de Cristo.
Tenemos que creer la revelación de Dios al hombre en Cristo; porque las obras
del Redentor muestran su gloria, y a Dios en Él.
Cualquier
cosa que pidamos en el nombre de Cristo, que sea para nuestro bien y adecuada
para nuestro estado, nos la dará. Pedir en el nombre de Cristo es invocar sus
méritos y su intercesión, y depender de estos argumentos. El don del Espíritu
es un fruto de la mediación de Cristo, comprado por su mérito y recibido por su
intercesión. La palabra aquí empleada significa abogado, consejero, monitor y
consolador. Él permanece con los discípulos hasta el fin del tiempo; sus dones
y gracias alientan sus corazones.
El
don del Espíritu Santo es dado a los discípulos de Cristo, y no al mundo. Este
es el favor que Dios da a sus elegidos, como fuente de santidad y dicha, el
Espíritu Santo permanecerá con cada creyente para siempre.
Cristo
promete que seguirá cuidando a sus discípulos. No os dejaré huérfanos o sin
padre, porque, aunque os dejo, de todos modos os dejo este consuelo: Vendré a
vosotros. Vendré prontamente a vosotros en mi resurrección. Vendré diariamente
a vosotros en mi Espíritu; en las señales de su amor y en las visitas de su
gracia. Por cierto vendré al fin del tiempo. Sólo los que ven a Cristo con los
ojos de la fe, lo verán para siempre: el mundo no lo ve más hasta su segunda
venida, pero sus discípulos tienen comunión con Él en su ausencia. Estos
misterios serán plenamente conocidos en el cielo. Es un acto ulterior de gracia
que ellos lo sepan y tengan este consuelo.
Teniendo
los mandamientos de Cristo debemos obedecerlos. Y al tenerlos sobre nuestra
cabeza, debemos guardarlos en nuestro corazón y en nuestra vida. La prueba más
segura de nuestro amor a Cristo es la obediencia a las leyes de Cristo. Hay
señales espirituales de Cristo y su amor dadas a todos los creyentes. Cuando el
amor sincero a Cristo está en el corazón, habrá obediencia. El amor será un principio
que manda y constriñe y donde hay amor, el deber se desprende de un principio
de gratitud. Dios no sólo amará a los creyentes obedientes, pero se complacerá
en amarlos, reposará en amor a ellos. Estará con ellos como en su casa. Estos
privilegios están limitados a los que tiene la fe que obra por amor, y cuyo
amor a Jesús los lleva a obedecer sus mandamientos. Los tales son partícipes de
la gracia del Espíritu Santo que los crea de nuevo.
Si
deseamos saber estas cosas para nuestro bien, tenemos que orar por ellas y
depender de la enseñanza del Espíritu Santo, así serán traídas a nuestra
memoria las palabras de Jesús, y muchas dificultades serán aclaradas, hasta las
que no son claras para otros. El Espíritu de gracia es dado a todos los santos
para que les haga recordar, y debemos encomendarle, por fe y orando, que
mantenga lo que oigamos y sepamos. La paz es dada para todo bien, y Cristo nos
ha guiado a todo lo que es real y verdaderamente bueno, a todo lo bueno
prometido. La paz mental a partir de
nuestra justificación ante Dios. Cristo llama su paz a esto, porque Él mismo es
nuestra paz. La paz de Dios difiere ampliamente de la de los fariseos o
hipócritas, como se demuestra por sus efectos santos y humillantes.
Cristo
eleva las expectativas de sus discípulos a algo que está más allá de lo que
pensaban que era su mayor dicha. Ahora su tiempo era poco, por tanto, les habló
largamente. Cuando lleguemos a enfermarnos, y a morirnos, podemos ser incapaces
de hablar mucho a quienes nos rodeen, el consejo bueno que tengamos que dar,
démoslo mientras estamos sanos. Fijémonos en la perspectiva de un conflicto
inminente que tenía Cristo, no sólo con los hombres, sino con las potestades de
las tinieblas. Satanás tiene algo en nosotros con que nos deja perplejos,
porque todos pecamos, pero cuando quiere perturbar a Cristo, nada pecaminoso
halla que le sirva. La mejor prueba de nuestro amor al Padre es que hagamos
como Él nos manda. Regocijémonos en las victorias del Salvador sobre Satanás,
el príncipe de este mundo. Copiemos el ejemplo de su amor y obediencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario