Nuestro
Señor Jesús tiene un pueblo en el mundo que es suyo, los compró y pagó caro por
ellos, y los puso aparte para sí, ellos se rinden a Él como pueblo peculiar. A
los que Cristo ama, los ama hasta lo sumo. Nada puede separar del amor de
Cristo al creyente verdadero.
No
sabemos cuándo llegará nuestra hora, por eso, lo que tenemos que hacer como
preparativo constante para ella, nunca debe quedar sin hacer. Quedarse
estancados en el conocimiento de la Palabra de Dios es tanto como conformarse,
y nunca se sabe donde podemos caer. Por eso haríamos bien en permanecer
atentos a su enseñanzas, pero ¿Cómo las
vamos a conocer, si no escudriñamos la Biblia? No podemos saber qué camino de acceso a los
corazones de los hombres tiene el diablo, pero algunos pecados son tan
excesivamente pecaminosos, y es tan poca la tentación a ellos de parte del
mundo y la carne, que es evidente que vienen directamente de parte de Satanás.
Jesús
lavó los pies de los discípulos para enseñarnos a pensar que nada nos rebaja si
podemos fomentar la gloria de Dios y el bien de nuestros hermanos. Debemos
dirigirnos al deber y dejar de lado todo lo que impida lo que tenemos que
hacer. Cristo lavó los pies de los discípulos para representarles el valor del
lavado espiritual, y la limpieza del alma de las contaminaciones del pecado.
Nuestro
Señor Jesús hace muchas cosas cuyo significado ni sus discípulos saben en el
presente, pero lo sabrán después. Al final vemos qué era lo bueno de los hechos
que parecían peores. No es humildad, sino incredulidad rechazar la oferta del
evangelio como si fueran demasiado ricos para que sea para nosotros o noticia
demasiado buena para ser cierta.
Todos
los que son espiritualmente lavados por Cristo tienen parte en Él, y solamente
ellos. A todos los que Cristo reconoce y salva, los justifica y santifica. Pedro
se somete más de lo requerido, ruega ser lavado por Cristo. ¡Cuán ferviente es
por la gracia purificadora del Señor Jesús, y el efecto total de ella, hasta en
sus manos y cabeza! Los que desean verdaderamente ser santificados, desean ser
santificados por completo, y que sea purificado todo el hombre, en todas sus
partes y poderes. El creyente verdadero es así lavado cuando recibe a Cristo
para su salvación. Entonces, cuál debe ser el afán diario de quienes, por
gracia, están en un estado justificado, esto es, lavar sus pies del polvo del
caminar diario, limpiar la culpa diaria, y estar alertas contra toda cosa
contaminante. Esto debe hacernos sumamente cautos. Desde el perdón de ayer
debemos ser fortalecidos contra la tentación de este día. Cuando se descubren
hipócritas, no debe ser sorpresa ni causa de tropiezo para nosotros.
Los
deberes son mutuos, debemos aceptar ayuda de nuestros hermanos y debemos darles
ayuda. Cuando vemos que nuestro Maestro sirve, no podemos sino ver cuán
inconveniente es dominar para nosotros.
Nuestro
Señor había hablado, a menudo, de sus sufrimientos y muerte, sin esa turbación
de espíritu como la que ahora devela cuando habla de Judas. Los pecados de los
cristianos son la tristeza de Cristo.
No
tenemos que limitar nuestra atención a Judas. La profecía de su traición puede
aplicarse a todos los que participan de las misericordias de Dios, y las
reciben con ingratitud. Véase al infiel que sólo mira las Escrituras con el
deseo de quitarles su autoridad y destruir su influencia; al hipócrita que
profesa creer las Escrituras, pero no se gobierna por ellas; y al apóstata que
se aleja de Cristo por una menudencia. Así, pues, la humanidad, sustentada por
la providencia de Dios, luego de comer pan con Él, ¡alza contra Él su calcañar!
Judas salió como uno cansado de Jesús y de sus apóstoles. Aquellos cuyas obras
son malas aman las tinieblas más que la luz. Apartémonos de los tales y
roguemos al Señor para que su infinita misericordia los haga volver al redil,
para estar al lado del Buen Pastor.
Cristo
había sido glorificado en muchos milagros que obró, pero habla de ser
glorificado, ahora, en sus sufrimientos, como si eso fuera más que todas sus
otras glorias en su estado de humillación. Así fue hecha satisfacción por el
mal hecho a Dios por el pecado del hombre. No podemos seguir ahora a nuestro
Señor a su dicha celestial, pero si creemos verdaderamente en Él, lo seguiremos
en el más allá, mientras tanto, debemos esperar su tiempo y hacer su obra.
Antes
que Cristo dejara a los discípulos, les daría un nuevo mandamiento. Ellos
tenían que amarse unos a otros por amor a Cristo y, conforme a su ejemplo,
buscar lo que beneficie al prójimo, y fomente la causa del evangelio, como un
solo cuerpo animado por una sola alma. Este mandamiento aún parece nuevo para muchos profesantes. En
general, los hombres notan cualquiera otra palabra de Cristo antes que estas.
Por esto se revela, si los seguidores de Cristo no se demuestran amor unos a
otros, dan causa para sospechar de su sinceridad.
Pedro
pasó por alto lo que Cristo dijo sobre el amor fraternal, pero habló de aquello
sobre lo cual Cristo los mantuvo ignorantes. Común es tener más celo por saber
cosas secretas, que corresponden sólo a Dios, que por cosas reveladas que nos
corresponden a nosotros y a nuestros hijos. Tener más deseo de satisfacer
nuestra curiosidad que dirigir nuestra conciencia, saber qué se hace en el
cielo más de lo que debemos hacer para llegar allá. ¡Qué pronto se deja de
hablar sobre lo que es claro y edificante, mientras se sigue el debate dudoso
como lucha interminable de palabras! Somos dados a tomar mal que nos digan que
no podemos hacer esto o aquello, aunque sin Cristo nada podemos hacer. Cristo
nos conoce mejor que nosotros mismos, y tiene muchas maneras de descubrir a los
que ama, y esconder el orgullo para ellos.
Dediquémonos
a mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, a amarnos
fervientemente unos a otros con corazón puro, y a andar humildemente con
nuestro Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario