Jesucristo
es la Vid, la Vid verdadera. La unión de la naturaleza divina con la humana y
la plenitud del Espíritu que hay en Él, recuerdan la raíz de la vida que
fructifica por la humedad de la buena tierra. Los creyentes somos los pámpanos
de esta Vid. La raíz no se ve y nuestra vida está escondida con Cristo, la raíz
sustenta al árbol, le difunde la savia, y en Cristo están todos los sustentos y
provisiones. Los pámpanos de la vid son muchos, pero al unificarse en la raíz
no son sino una sola vid, de este modo, todos los cristianos verdaderos, aunque
disten entre sí en cuanto a lugar y opinión, nos unimos en Cristo. Los
creyentes, como los pámpanos de la vid, somos débiles e incapaces de
permanecer, sino como nacimos.
El
Padre es el Dueño de la vid. Nunca hubo un dueño tan sabio, tan cuidadoso con
su viña como Dios por su Iglesia que, por eso, debe prosperar. Debemos ser
fructíferos. Esperamos uvas de una vid y del cristiano esperamos un
temperamento, una disposición y una vida cristiana. Debemos honrar a Dios y
hacer el bien, esto es, llevar fruto. Los estériles son cortados. Hasta las
ramas fructíferas necesitan poda, porque, en el mejor de los casos, tenemos
ideas, pasiones y humores que requieren ser quitados, cosa que Cristo ha prometido
hacer por su Palabra, Espíritu y providencia. Si se usan medios drásticos para
avanzar la santificación de los creyentes, ellos estarán agradecidos por ellos.
La Palabra de Cristo se da a todos los creyentes y hay en esa Palabra una
virtud que limpia al obrar la gracia y deshacer la corrupción. Mientras más
fruto demos, más abundaremos en lo que es bueno, y más glorificado será nuestro
Señor.
Para
fructificar debemos permanecer en Cristo, debemos estar unidos a Él por la fe.
El gran interés de todos los discípulos de Cristo es mantener constante la
dependencia de Cristo y la comunión con Él. Los cristianos verdaderos hallamos,
por experiencia, que toda interrupción del ejercicio de su fe hace que mengüen
los afectos santos, revivan las corrupciones y languidezcan las consolaciones.
Los que no permanecen en Cristo, aunque florezcan por un tiempo en la profesión
externa, llegan, no obstante, a nada. El fuego es el lugar más adecuado para
las ramas marchitas; no son buenas para otra cosa. Procuremos vivir más
simplemente de la plenitud de Cristo, y crecer más fructíferos en todo buen
decir y hacer, para que sea pleno nuestro gozo en Él y en su salvación.
Aquellos
a quienes Dios ama como Padre pueden despreciar el odio de todo el mundo. Como
el Padre amó a Cristo que fue digno hasta lo sumo, así amó a sus discípulos,
que eran indignos. Todos los que aman al Salvador deben perseverar en su amor
por Él, y aprovechar todas las ocasiones para demostrarlo. El gozo del
hipócrita dura sólo un momento, pero el gozo de los que permanecen en Cristo es
una fiesta continua. Tienen que demostrar su amor por Él obedeciendo sus
mandamientos. Si el mismo poder que primero derramó el amor de Cristo en
nuestros corazones, no nos mantuviera en ese amor, no permaneceríamos en ese
amor por mucho tiempo.
El
amor de Cristo por nosotros debe llevarnos a amarnos mutuamente.
Qué
poco piensan muchas personas que al oponerse a la doctrina de Cristo como
Profeta, Sacerdote y Rey, se muestran ignorantes del único Dios vivo y
verdadero, al cual profesan adorar! El nombre en el cual son bautizados los
discípulos de Cristo es aquel por el cual vivirán y morirán. Consuelo es para
los grandes dolientes si sufren por amor al nombre de Cristo. La ignorancia del
mundo es la causa verdadera de su odio por los discípulos de Jesús. Mientras
más claros y plenos sean los descubrimientos de la gracia y verdad de Cristo,
más grande es nuestro pecado si no le amamos ni creemos en Él.
El
Espíritu Santo mantendrá la causa de Cristo en el mundo, a pesar de la
resistencia que encuentra. Los creyentes enseñados y exhortados por sus
influencias debemos dar testimonio de Cristo y su Salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario