} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JUAN CAPÍTULO 18

viernes, 8 de agosto de 2014

JUAN CAPÍTULO 18




 El pecado empezó en el huerto de Edén, allí se pronunció la maldición, allí se prometió el Redentor  y en un huerto esa Simiente prometida entró en conflicto con la serpiente antigua. Cristo fue sepultado también en un huerto. Entonces, cuando paseemos por nuestros huertos, meditemos en los sufrimientos de Cristo en un huerto.
Nuestro Señor Jesús, sabiendo todas las cosas que le sobrevendrían, se adelantó y preguntó, ¿a quién buscáis? Cuando el pueblo quiso obligarlo a llevar una corona, Él se retiró,  pero cuando vinieron a obligarlo a llevar la cruz, Él se ofreció, porque vino a este mundo a sufrir, y fue al otro mundo a reinar. Él demostró claramente lo que podría haber hecho cuando los derribó, pudiera haberlos dejado muertos, pero no lo hizo así. Debe de haber sido el efecto del poder divino que los oficiales y los soldados dejaran que los discípulos se fueran tranquilamente después de la resistencia que ofrecieron.
Cristo nos da el ejemplo de mansedumbre en los sufrimientos y la pauta del sometimiento a la voluntad de Dios en toda cosa que nos concierna.
Es solo la copa, cosa de poca monta. Es la copa que nos es dada; los sufrimientos son dádivas. Nos es dada por el Padre que tiene la autoridad de padre y no nos hace mal, el afecto de un padre, y no tiene intención de herirnos. Del ejemplo de nuestro Salvador debemos aprender a recibir nuestras aflicciones más ligeras y preguntarnos si debemos resistir la voluntad de nuestro Padre o desconfiar de su amor.
Estamos atados con la cuerda de nuestras iniquidades, con el yugo de nuestras transgresiones. Cristo, hecho ofrenda del pecado por nosotros, para librarnos de esas ataduras, se sometió a ser atado por nosotros. Debemos nuestra libertad a sus ataduras, así el Hijo nos hace libres.
 Simón Pedro niega a su Maestro. Los detalles han sido comentados en los otros evangelios. El comienzo del pecado es como dejar correr el agua. El pecado de mentir es un pecado fértil,  una mentira necesita otra para apoyarse, y esa, otra. Si el llamado a exponernos a un peligro es claro, podemos esperar que Dios nos dé poder para honrarle, si no es así, podemos temer que Dios permitirá que seamos avergonzados. Ellos nada dijeron acerca de los milagros de Jesús, por los cuales había hecho tanto bien, y que probaban su doctrina. De esa manera, los enemigos de Cristo, aunque pelean contra la verdad, cierran voluntariamente sus ojos ante ella. Él apela a los que le oyen. La doctrina de Cristo puede apelar con seguridad a todos los que la conocen, y los que juzgan según verdad dan testimonio de ella. Nunca debe ser apasionado nuestro resentimiento por las injurias. Él razonó con el hombre que le injurió y nosotros también podemos.

Era injusto mandar a la muerte a uno que había hecho tanto bien, por tanto, los judíos estaban dispuestos a salvarse de reproche. Muchos temen más el escándalo que el pecado de algo malo. Cristo había dicho que sería entregado a los gentiles y que ellos lo matarían, aquí vemos que eso se cumplió. Había dicho que sería crucificado, levantado. Si los judíos lo hubieran juzgado conforme a su ley, le hubieran lapidado, la crucifixión nunca fue usada por los judíos. Aunque no se nos haya revelado, está determinado en lo que a nosotros concierne, de qué muerte moriremos, esto debiera librarnos de la inquietud relativa a ese asunto. Señor, que sea cuándo y cómo hayas designado.

¿Eres el Rey de los judíos, ese Rey de los judíos que ha sido esperado tanto tiempo? Mesías, el Príncipe, ¿eres tú? ¿Te llamas así y deseas que así se piense de ti? Cristo respondió esta pregunta con otra, no por evadirla, sino para que Pilato considerara lo que hizo. Él nunca se tomó ningún poder terrenal, nunca hubo principios ni costumbres traicioneras atribuidas a Él.
Cristo da cuenta de la naturaleza de su reino. Su naturaleza no es de este mundo, es un reino dentro de los hombres, instalado en sus conciencias y corazones, sus riquezas son espirituales, su poder es espiritual, y su gloria es interior. Sus sustentos no son mundanos, sus armas son espirituales, no necesita ni usa fuerza para mantenerse y avanzar, ni se opone a ningún reino, sino al del pecado y Satanás. Su objetivo y designio no son mundanos. Cuando Cristo dijo: Yo soy la Verdad, dijo efectivamente Yo soy Rey. Él vence por la evidencia de la verdad que convence, Él reina por el poder autoritativo de la verdad. Los súbditos de este reino son los que son de la verdad.
Pilato hizo una buena pregunta cuando dijo, ¿qué es la verdad? Cuando escudriñamos las Escrituras y atendemos al ministerio de la palabra, debe ser con esa interrogante, ¿qué es la verdad? Y con esta oración: Guíame a tu verdad, a toda la verdad. Sin embargo, muchos de los que formulan esta pregunta no tienen paciencia para perseverar en la búsqueda de la verdad ni tienen la humildad suficiente para recibirla.
De esta solemne declaración de la inocencia de Cristo surge que, aunque el Señor Jesús fue tratado como el peor de los malhechores, nunca mereció ese trato. Pero eso muestra el objetivo de su muerte: que Él murió como Sacrificio por nuestros pecados. Pilato quería complacer a ambos bandos y era gobernado más por la sabiduría mundana que por las reglas de la justicia.
El pecado es un ladrón, pero es neciamente escogido por muchos en vez de Cristo, que verdaderamente nos enriquece. Propongámonos avergonzar a nuestros acusadores, como lo hizo Cristo, y cuidémonos de volver a crucificar a Cristo.

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