En
el capítulo 11, Cristo había reprendido a Marta porque se afanaba con mucho servicio, pero
ella no dejó de servir, como algunos que, con belicosidad, se van al otro
extremo cuando son hallados en falta por exagerar una cosa, ella siguió
sirviendo, pero dentro del alcance de las palabras de la gracia de Cristo.
María
dio una señal de amor a Cristo, que le había dado verdaderas señales de su amor
por ella y su familia. El Ungido de Dios será nuestro Ungido. Como Dios derramó
el óleo de alegría sobre Él, por más que a sus compañeros, así nosotros
derramemos el ungüento de nuestros mejores afectos sobre Él.
El
pecado necio es embellecido con un pretexto creíble por Judas. No debemos
pensar que los que no hacen el servicio a nuestra manera no lo hacen de manera
aceptable. El amor al dinero que reina es robo de corazón. La gracia de Cristo
hace comentarios bondadosos de las palabras y acciones piadosas, sacando lo
mejor de lo que está mal, y el máximo de lo bueno. Se debe aprovechar las
oportunidades y primero y con mayor vigor las que probablemente sean las más
breves.
Confabularse
para impedir el efecto ulterior del milagro, matando a Lázaro, es tanta
iniquidad, malicia y necedad que no se puede entender, salvo por la enemistad
enconada del corazón humano contra Dios. Ellos resolvieron que debía morir el
hombre que el Señor había resucitado. El éxito del evangelio suele enojar tanto
a los impíos que hablan y actúan como si esperaran triunfar sobre el mismo
Todopoderoso.
La
entrada triunfal de Cristo en Jerusalén la registran todos los evangelistas.
Los
discípulos no entienden muchas cosas excelentes de la palabra y de la
providencia de Dios, en la primera instancia de su conocimiento de las cosas de
Dios. El entendimiento recto de la naturaleza espiritual del reino de Cristo
impide que apliquemos mal las Escrituras que hablan al respecto.
El
gran deseo de nuestra alma será ver a Jesús al participar en las santas
ordenanzas, en particular de la pascua del evangelio, verlo como nuestro,
teniendo comunión con Él y derivando gracia de Él.
El
llamado a los gentiles magnificó al Redentor. Una semilla de trigo no produce a
menos que sea sepultada. Así Cristo podría haber poseído solo su gloria
celestial sin volverse hombre. O después de haber asumido la naturaleza humana,
podría haber entrado solo al cielo, por su justicia perfecta, sin sufrimientos
ni muerte, pero entonces, ningún pecador de la raza humana hubiera podido ser
salvo. La salvación de nuestras almas hasta ahora y de aquí en adelante hasta
el fin del tiempo, se debe a la muerte de esa simiente de trigo. Busquemos si
Cristo es en nosotros la esperanza de gloria, roguémosle que nos haga
indiferentes a los afanes triviales de esta vida, para que sirvamos al Señor Jesús
con mente dispuesta, y para seguir su santo ejemplo.
El
pecado de nuestras almas fue la angustia del alma de Cristo cuando emprendió
nuestra redención y salvación, haciendo de su alma la ofrenda por el pecado.
Cristo estaba dispuesto a sufrir, pero oró pidiendo que se le salvara de
sufrir. La oración pidiendo ser librado de la tribulación puede concordar bien
con la paciencia que hay tras ellos, y con el sometimiento a la voluntad de
Dios en ellos. Nuestro Señor Jesús decidió satisfacer la honra de Dios
injuriado, y lo hizo humillándose a sí mismo. La voz del Padre desde el cielo,
que lo había declarado su amado Hijo, en su bautismo y en la transfiguración,
se oyó proclamando que había glorificado su nombre que lo volvería a
glorificar.
Reconciliando
el mundo a Dios por el mérito de su muerte, Cristo rompió el poder de la
muerte, y echó fuera a Satanás como destructor. Llevando el mundo a Dios por la
doctrina de su cruz, Cristo rompió el poder del pecado y echó fuera a Satanás
como engañador. El alma que estaba distanciada de Cristo es llevada a amarle y
confiar en Él. Ahora Jesús se iba al cielo, y llevaría allá los corazones de
los hombres. Hay poder en la muerte de Cristo para atraer las almas a Él. Hemos
oído del evangelio lo que enaltece la libre gracia, y también hemos oído lo que
llama al deber, debemos aceptar ambos de todo corazón sin separarlos.
La
gente sacó nociones falsas de las Escrituras porque pasaron por alto las
profecías que hablan de los sufrimientos y la muerte de Cristo. Nuestro Señor
les advirtió que la luz no seguiría con ellos por mucho tiempo más, y les
exhortó a caminar en ella antes que la oscuridad los alcanzara. Los que quieren
andar en la luz deben creer en ella y seguir las instrucciones de Cristo. Pero
los que no tienen fe, no pueden contemplar lo que se presenta en Jesús,
levantado en la cruz, y son ajenos a su influencia, como lo da a conocer el
Espíritu Santo, hallan miles de objeciones para excusar su incredulidad.
Los
pecadores son llevados a ver la realidad de las cosas divinas y a tener un
cierto conocimiento de ellas, para que se conviertan y se vuelvan
verdaderamente del pecado a Cristo, como su Dicha y Porción. Dios los sanará,
los justificará y santificará, perdonará sus pecados, que son como heridas
sangrantes y mortificará sus corrupciones, que son como enfermedades que
acechan.
El
amor al elogio de los hombres, como subproducto de lo bueno, hará hipócrita al
hombre cuando la religión está de moda y por ella se obtiene mérito. El amor al
elogio de los hombres, como principio vil de lo malo, hará un apóstata del
hombre cuando la religión caiga en desgracia y se pierda el mérito por ella.
Nuestro
Señor proclamó públicamente que todo aquel que creyera en Él, como su discípulo
verdadero, no creería sólo en Él, sino en el Padre que le envió. Contemplando
en Jesús la gloria del Padre, aprendemos a obedecer, amar y confiar en Él.
Mirando diariamente a Aquel que vino como Luz al mundo, somos liberados
crecientemente de las tinieblas de la ignorancia, del error, del pecado y la
miseria, aprendemos que el mandamiento de Dios nuestro Salvador es vida eterna,
aunque la misma palabra sellará la condenación de todos los que la desprecian o
la rechazan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario