} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JUAN CAPÍTULO 12

lunes, 4 de agosto de 2014

JUAN CAPÍTULO 12




En el capítulo 11, Cristo había reprendido a Marta  porque se afanaba con mucho servicio, pero ella no dejó de servir, como algunos que, con belicosidad, se van al otro extremo cuando son hallados en falta por exagerar una cosa, ella siguió sirviendo, pero dentro del alcance de las palabras de la gracia de Cristo.
María dio una señal de amor a Cristo, que le había dado verdaderas señales de su amor por ella y su familia. El Ungido de Dios será nuestro Ungido. Como Dios derramó el óleo de alegría sobre Él, por más que a sus compañeros, así nosotros derramemos el ungüento de nuestros mejores afectos sobre Él.
El pecado necio es embellecido con un pretexto creíble por Judas. No debemos pensar que los que no hacen el servicio a nuestra manera no lo hacen de manera aceptable. El amor al dinero que reina es robo de corazón. La gracia de Cristo hace comentarios bondadosos de las palabras y acciones piadosas, sacando lo mejor de lo que está mal, y el máximo de lo bueno. Se debe aprovechar las oportunidades y primero y con mayor vigor las que probablemente sean las más breves.
Confabularse para impedir el efecto ulterior del milagro, matando a Lázaro, es tanta iniquidad, malicia y necedad que no se puede entender, salvo por la enemistad enconada del corazón humano contra Dios. Ellos resolvieron que debía morir el hombre que el Señor había resucitado. El éxito del evangelio suele enojar tanto a los impíos que hablan y actúan como si esperaran triunfar sobre el mismo Todopoderoso.

La entrada triunfal de Cristo en Jerusalén la registran todos los evangelistas.
Los discípulos no entienden muchas cosas excelentes de la palabra y de la providencia de Dios, en la primera instancia de su conocimiento de las cosas de Dios. El entendimiento recto de la naturaleza espiritual del reino de Cristo impide que apliquemos mal las Escrituras que hablan al respecto.

El gran deseo de nuestra alma será ver a Jesús al participar en las santas ordenanzas, en particular de la pascua del evangelio, verlo como nuestro, teniendo comunión con Él y derivando gracia de Él.
El llamado a los gentiles magnificó al Redentor. Una semilla de trigo no produce a menos que sea sepultada. Así Cristo podría haber poseído solo su gloria celestial sin volverse hombre. O después de haber asumido la naturaleza humana, podría haber entrado solo al cielo, por su justicia perfecta, sin sufrimientos ni muerte, pero entonces, ningún pecador de la raza humana hubiera podido ser salvo. La salvación de nuestras almas hasta ahora y de aquí en adelante hasta el fin del tiempo, se debe a la muerte de esa simiente de trigo. Busquemos si Cristo es en nosotros la esperanza de gloria, roguémosle que nos haga indiferentes a los afanes triviales de esta vida, para que sirvamos al Señor Jesús con mente dispuesta, y para seguir su santo ejemplo.


El pecado de nuestras almas fue la angustia del alma de Cristo cuando emprendió nuestra redención y salvación, haciendo de su alma la ofrenda por el pecado. Cristo estaba dispuesto a sufrir, pero oró pidiendo que se le salvara de sufrir. La oración pidiendo ser librado de la tribulación puede concordar bien con la paciencia que hay tras ellos, y con el sometimiento a la voluntad de Dios en ellos. Nuestro Señor Jesús decidió satisfacer la honra de Dios injuriado, y lo hizo humillándose a sí mismo. La voz del Padre desde el cielo, que lo había declarado su amado Hijo, en su bautismo y en la transfiguración, se oyó proclamando que había glorificado su nombre que lo volvería a glorificar.
Reconciliando el mundo a Dios por el mérito de su muerte, Cristo rompió el poder de la muerte, y echó fuera a Satanás como destructor. Llevando el mundo a Dios por la doctrina de su cruz, Cristo rompió el poder del pecado y echó fuera a Satanás como engañador. El alma que estaba distanciada de Cristo es llevada a amarle y confiar en Él. Ahora Jesús se iba al cielo, y llevaría allá los corazones de los hombres. Hay poder en la muerte de Cristo para atraer las almas a Él. Hemos oído del evangelio lo que enaltece la libre gracia, y también hemos oído lo que llama al deber, debemos aceptar ambos de todo corazón sin separarlos.

La gente sacó nociones falsas de las Escrituras porque pasaron por alto las profecías que hablan de los sufrimientos y la muerte de Cristo. Nuestro Señor les advirtió que la luz no seguiría con ellos por mucho tiempo más, y les exhortó a caminar en ella antes que la oscuridad los alcanzara. Los que quieren andar en la luz deben creer en ella y seguir las instrucciones de Cristo. Pero los que no tienen fe, no pueden contemplar lo que se presenta en Jesús, levantado en la cruz, y son ajenos a su influencia, como lo da a conocer el Espíritu Santo, hallan miles de objeciones para excusar su incredulidad.

Los pecadores son llevados a ver la realidad de las cosas divinas y a tener un cierto conocimiento de ellas, para que se conviertan y se vuelvan verdaderamente del pecado a Cristo, como su Dicha y Porción. Dios los sanará, los justificará y santificará, perdonará sus pecados, que son como heridas sangrantes y mortificará sus corrupciones, que son como enfermedades que acechan.
El amor al elogio de los hombres, como subproducto de lo bueno, hará hipócrita al hombre cuando la religión está de moda y por ella se obtiene mérito. El amor al elogio de los hombres, como principio vil de lo malo, hará un apóstata del hombre cuando la religión caiga en desgracia y se pierda el mérito por ella.


Nuestro Señor proclamó públicamente que todo aquel que creyera en Él, como su discípulo verdadero, no creería sólo en Él, sino en el Padre que le envió. Contemplando en Jesús la gloria del Padre, aprendemos a obedecer, amar y confiar en Él. Mirando diariamente a Aquel que vino como Luz al mundo, somos liberados crecientemente de las tinieblas de la ignorancia, del error, del pecado y la miseria, aprendemos que el mandamiento de Dios nuestro Salvador es vida eterna, aunque la misma palabra sellará la condenación de todos los que la desprecian o la rechazan.

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