Aquí
hay una referencia a la primera y segunda venida de Cristo: Dios ha fijado el
día de ambas. Los que hacen el mal, los que no temen la ira de Dios, la
sentirán. Ciertamente esto debe aplicarse al día del juicio en que Cristo será
revelado en fuego llameante para ejecutar el juicio del orgulloso y de todos
los que hacen el mal. En ambos, Cristo es luz de regocijo para los que le
sirven fielmente.
Por
el Sol de Justicia entendemos a Jesucristo. Por medio de Él los creyentes son
justificado y santificados y, así, llevados a ver la luz. Sus influencias hacen
santo, gozoso y fructífero al pecador. Es aplicable a las gracias y
consolaciones del Espíritu Santo, llevadas a las almas de los hombres. Cristo
dio el Espíritu a los que son suyos para que brillen como la mañana, es lo que
ellos esperan, más que los que esperan la mañana. Cristo vino como el Sol a
traer, no sólo luz a un mundo oscuro, sino salud a un mundo enfermo.
Las
almas aumentarán en conocimiento y fuerza espiritual. Su crecimiento es como el
de los terneros del establo, no como el de la flor del campo, que es esbelta y
débil, y pronto se marchita. Los triunfos de los santos se deben, todos, a las
victorias de Dios, no es que ellos hagan esto, sino que es Dios quien lo hace
por ellos. He aquí, otro día llega, mucho más temible para todos los que hacen
el mal que cualquiera de antes. ¡Qué grande entonces la dicha del creyente,
cuando vaya de la oscuridad y miseria del mundo a regocijarse por siempre jamás
en el Señor!
Aquí
hay una solemne conclusión, no sólo de esta profecía, sino del Antiguo
Testamento.
La
conciencia nos pide que recordemos la ley. Aunque no tenemos profetas, no
obstante, en la medida que tenemos Biblias, podemos mantener nuestra comunión
con Dios. Que los demás se jacten en su razonamiento orgulloso, y lo llame
iluminación, pero mantengámonos nosotros cerca de esa Palabra sagrada, por
medio de la cual brilla este Sol de Justicia en las almas de su pueblo.
Ellos
deben mantener la expectativa fiel del evangelio de Cristo, y deben esperar el
comienzo de este. Juan el Bautista predicó arrepentimiento y reforma, como lo
hizo Elías. El volverse de las almas a Dios y a su deber, es el mejor
preparativo de ellos para el grande y temible día de Jehová. Juan predicará una
doctrina que alcanzará los corazones de los hombres, y obrará un cambio en
ellos. Así, él preparará el camino para el reino del cielo. La nación judía,
por maldad, se abrió a la maldición. Dios estaba listo para ocasionarles ruina,
pero, una vez más, probará si se arrepienten y vuelven a Él, por tanto, envió a
Juan el Bautista para predicarles el arrepentimiento.
Que
el creyente espere con paciencia su liberación y jubilosamente espere el gran
día cuando Cristo venga por segunda vez a completar nuestra salvación. Pero los
que no se vuelven al que los golpea con una vara, deben esperar ser golpeados
con una espada, con una maldición.
Nadie
puede tener la expectativa de escapar de la maldición de la ley quebrantada de
Dios, ni disfrutar la felicidad de su pueblo escogido y redimido, a menos que
sus corazones se vuelvan del pecado y del mundo hacia Cristo y la santidad.
La
gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos nosotros. Amén.
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