La razón más simple del
por qué se llama Verbo al Hijo de Dios, parece ser, que como nuestras palabras
explican nuestras ideas a los demás, así fue enviado el Hijo de Dios para
revelar el pensamiento de Su Padre al mundo.
Lo que dice el
evangelista acerca de Cristo prueba que Él es Dios. Afirma su existencia en el
comienzo; su coexistencia con el Padre. El Verbo estaba con Dios. Todas las
cosas fueron hechas por Él, y no como instrumento. Sin Él nada de lo que ha
sido hecho fue hecho, desde el ángel más elevado hasta el gusano más bajo. Esto
muestra cuán bien calificado estaba para la obra de nuestra redención y
salvación. La luz de la razón, y la vida de los sentidos, derivan de Él, y
dependen de Él. Este Verbo eterno, esta Luz verdadera resplandece, pero las
tinieblas no la comprendieron.
Oremos
sin cesar que nuestros ojos sean abiertos para contemplar esta Luz, para que
andemos en ella y así seamos hechos sabios para salvación por fe en Jesucristo.
Juan el Bautista vino a
dar testimonio de Jesús. Nada revela con mayor plenitud las tinieblas de la
mente de los hombres que cuando apareció la Luz y hubo necesidad de un testigo
para llamar la atención a ella. Cristo era la Luz verdadera, esa gran Luz que
merece ser llamada así. Por su Espíritu y gracia ilumina a todos los que están
iluminados para salvación, y los que no están iluminados por Él, perecen en las
tinieblas. Cristo estuvo en el mundo cuando asumió nuestra naturaleza y habitó
entre nosotros. El Hijo del Altísimo estuvo aquí en este mundo inferior. Estuvo
en el mundo, pero no era del mundo. Vino a salvar a un mundo
perdido, porque era un mundo de Su propia hechura. Sin embargo, el mundo no le
conoció. Cuando venga como Juez, el mundo le conocerá. Muchos dicen que son de
Cristo, aunque no lo reciben porque no dejan sus pecados ni permiten que Él
reine sobre ellos.
Todos los hijos
de Dios son nacidos de nuevo. Este nuevo nacimiento es por medio de la palabra
de Dios, 1
Pedro 1:23 siendo renacidos, no de simiente
corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece
para siempre, y por el Espíritu de Dios en cuanto a Autor. Por su
presencia divina Cristo siempre estuvo en el mundo, pero, ahora que iba a
llegar el cumplimiento del tiempo, Él fue, de otra manera, Dios manifestado en
la carne. Aunque tuvo en la forma de siervo, en cuanto a
las circunstancias externas, respecto de la gracia su forma fue la del Hijo de
Dios cuya gloria divina se revela en la santidad de su doctrina y en sus
milagros. Fue lleno de gracia, completamente aceptable a su Padre, por tanto,
apto para interceder por nosotros, y lleno de verdad, plenamente consciente de
las cosas que iba a revelar.
Cronológicamente y en
la entrada en su obra, Cristo vino después de Juan, pero en toda otra forma fue
antes que él. La expresión muestra claramente que Jesús tenía existencia antes
de aparecer en la tierra como hombre. En Él habita toda plenitud, de quien solo
los pecadores caídos tienen, y recibirán por fe, todo lo que los hace sabios,
fuertes, santos, útiles y dichosos. Todo lo que recibimos por Cristo se resume
en esta sola palabra gracia recibimos: “gracia sobre gracia” un don tan grande, tan rico, tan inapreciable,
la buena voluntad de Dios para con nosotros, y la buena obra de Dios en
nosotros. La ley de Dios es santa, justa y buena, y debemos hacer el uso
apropiado de ella. Pero no podemos derivar de ella el perdón, la justicia o la
fuerza. Nos enseña a adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador, pero no
puede tomar el lugar de esa doctrina. Como ninguna misericordia procede de Dios
para los pecadores sino por medio de Jesucristo, ningún hombre puede ir al
Padre sino por Él, nadie puede conocer a Dios salvo que Él lo dé a conocer en
el Hijo unigénito y amado.
Juan niega ser
el Cristo esperado. Vino en el espíritu y el poder de Elías, pero no era la
persona de Elías. Juan no era aquel Profeta
del cual Moisés habló, que el Señor levantaría de sus hermanos como para Él. No
era el profeta que ellos esperaban los rescataría de los romanos. Se presentó
de tal manera que podría haberlos despertado y estimulado para que lo
escucharan. Bautizó a la gente con agua como profesión de arrepentimiento y
como señal externa de las bendiciones espirituales que les conferiría el
Mesías, que estaba en medio de ellos, aunque ellos no le conocieron, Aquel al
cual él era indigno de dar el servicio más vil.
Juan vio a Jesús que
venía a él, y lo señaló como el Cordero de Dios. El cordero pascual, en el
derramamiento y rociamiento de su sangre, el asar y comer su carne y todas las
demás circunstancias de la ordenanza, representaban la salvación de los
pecadores por fe en Cristo. Los corderos sacrificados cada mañana y cada tarde
pueden referirse sólo a Cristo muerto como sacrificio para redimirnos para Dios
por su sangre. Juan vino como predicador de arrepentimiento, aunque dijo a sus
seguidores que tenían que buscar el perdón de sus pecados sólo en Jesús y en su
muerte. Concuerda con la gloria de Dios perdonar a todos los que dependen del
sacrificio expiatorio de Cristo. Él quita el pecado del mundo, adquiere perdón
para todos los que se arrepienten y creen el evangelio. Esto alienta nuestra fe,
si Cristo quita el pecado del mundo entonces, ¿por qué no mi pecado? Él llevó el pecado por nosotros y, así, lo quita de nosotros. Dios pudiera haber
quitado el pecado quitando al pecador, como quitó el pecado del viejo mundo,
pero he aquí una manera de quitar pecado salvando al pecador, haciendo pecado a
su Hijo, esto es, haciéndole ofrenda por el pecado por nosotros. Veamos a Jesús
quitando el pecado y que eso nos haga odiar el pecado y decidirnos en su
contra. No nos aferremos de eso que el Cordero de Dios vino a quitar.
Para confirmar
su testimonio de Cristo, Juan declara su aparición a su bautismo, cosa que el
mismo Dios atestiguó. Vio y tomó nota de que es el Hijo de Dios. Este es el fin
y el objetivo del testimonio de Juan: que Jesús era el Mesías prometido. Juan
aprovechó toda oportunidad que se le ofreció para guiar la gente a Cristo.
El argumento más fuerte
y dominante de un alma vivificada para seguir a Cristo es que Él es el único
que quita el pecado. Cualquiera sea la comunión que haya entre nuestras almas y
Cristo, Él es quien empieza la conversación. Preguntó, ¿qué buscáis? La
pregunta que les hace Jesús es la que debiéramos hacernos todos cuando
empezamos a seguirle, ¿qué queremos y qué deseamos? Al seguir a Cristo,
¿buscamos el favor de Dios y la vida eterna? Los invita a acudir sin demora.
Ahora es el tiempo aceptable,
2 Corintios 6:2
Porque dice:
En
tiempo aceptable te he oído,
Y en día de salvación te he
socorrido.
He aquí ahora
el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación.
Bueno
es para nosotros estar donde esté Cristo, dondequiera que sea.
Debemos trabajar
por el bienestar espiritual de nuestros parientes, y procurar llevarlos a Él.
Los que van a Cristo deben ir con la resolución fija de ser firmes y constantes
en Él, como piedra, sólida y firme y es
por su gracia que son así.
La naturaleza del cristianismo verdadero es
seguir a Jesús, dedicarnos a Él y seguir sus pisadas. Todos
los que desean aprovechar la palabra de Dios deben cuidarse de los prejuicios
contra lugares o denominaciones de los hombres. Deben examinarse por sí mismos
y, a veces, hallarán el bien donde no lo buscaron. Mucha gente se mantiene
fuera de los caminos de la fe por los prejuicios irracionales que conciben. La
mejor manera de eliminar las falsas nociones de la religiosidad es juzgarla.
No había engaño
en Natanael. Su profesión no era hipócrita. No era un simulador ni deshonesto,
era un carácter sano, un hombre realmente recto y piadoso. Cristo sabe, sin
duda, lo que son los hombres. ¿Nos conoce? Deseemos conocerle. Procuremos y
oremos para ser un verdadero israelita en quien no hay engaño, cristianos
verdaderamente aprobados por el mismo Cristo. Algunas cosas débiles,
imperfectas y pecaminosas se encuentran en todos, pero la hipocresía no
corresponde al carácter del creyente. Jesús dio testimonio de lo que pasó
cuando Natanael estaba debajo de la higuera. Probablemente, entonces, estaban
orando con fervor, buscando dirección acerca de la Esperanza y el Consuelo de
Israel, donde ningún ojo humano lo viera. Esto le demostró que nuestro Señor
conocía los secretos de su corazón.
Por medio de
Cristo tenemos comunión con los santos ángeles y nos beneficiamos de ellos; y
se reconcilian y unen las cosas del cielo y las cosas de la tierra.
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