} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JUAN CAPÍTULO 4 (III)

viernes, 1 de agosto de 2014

JUAN CAPÍTULO 4 (III)



  "Dios es Espíritu" significa que el espacio físico no lo limita. Está presente en todo lugar y puede adorarse en cualquier lugar, a cualquier hora. No es dónde adoramos lo que cuenta, sino cómo adoramos. ¿Es nuestra adoración en espíritu y en verdad? ¿Tenemos la ayuda del Espíritu Santo? ¿Cómo nos ayuda el Espíritu Santo en la adoración? El Espíritu Santo intercede por nosotros (Romanos_8:26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.), nos enseña las palabras de Cristo (Juan_14:26 Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. ) y nos ayuda a sentirnos amados (Romanos_5:5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.).

  Cuando Jesús dijo "la salvación viene de los judíos", manifestaba que solo por medio del Mesías, un judío, el mundo hallaría salvación. Dios prometió que a través de la raza judía todas las naciones serían bendecidas (Génesis 12:3 Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra). Los profetas del Antiguo Testamento declararon que los judíos serían luz a las naciones del mundo al llevarles el conocimiento de Dios, y anunciaron la venida del Mesías judío que vendría a salvar a la nación y al mundo. La mujer que estaba junto al pozo sabía estas cosas, por eso esperaba la venida del Mesías. ¡Pero no se le ocurrió que hablaba con El!

  La "comida" a que Jesús se refiere es el alimento espiritual. Incluye más que estudio bíblico, oración o asistencia a la iglesia. También nos alimentamos haciendo la voluntad de Dios y ayudando a que la obra de salvación se complete. No solo nos alimentamos con lo que ingerimos, sino también con lo que damos en nombre de Dios.  
Algunas veces los cristianos se excusan para no testificar a familiares o amigos diciendo que estos no están listos para creer. Jesús, sin embargo, aclara que alrededor de nosotros hay una cosecha continua que espera la siega. No esperemos que Jesús nos encuentre excusándonos. Miremos a nuestro alrededor. Hallarremos gente lista a oír la Palabra de Dios.

  Las recompensas que Jesús ofrece son la alegría de trabajar para Él y ver la cosecha de creyentes. Por lo general, el sembrador no ve sino la semilla, mientras que el segador ve los grandes resultados de la siembra. Pero en la obra de Jesús, ambos serán recompensados al ver nuevos creyentes entrar al Reino de Dios. La frase "otros labraron"  quizás se refiera al Antiguo Testamento y a Juan el Bautista, el que preparó la senda para el evangelio.

  La mujer samaritana contó de inmediato su experiencia a otros. Sin importarles su reputación, muchos aceptaron su invitación y fueron al encuentro de Jesús. Tal vez haya pecado en nuestro pasado del que estamos avergonzados, pero Cristo nos cambia. Cuando la gente ve estos cambios, la mueve la curiosidad. Usemos estas oportunidades para presentarle a Cristo.

  Este oficial del rey era quizás un oficial al servicio de Herodes. Caminó unos treinta y dos kilómetros para ver a Jesús y se refirió a Él como "Señor", poniéndose bajo su mando aunque tenía autoridad legal sobre El.
 Este milagro era más que un favor a aquel oficial: era una señal para todo el mundo. El Evangelio de Juan está dirigido a toda la humanidad para que crean en el Señor Jesucristo. Aquel funcionario del gobierno tenía la certeza de que lo que Jesús dijera podía realizarse. Creyó, y vio una señal maravillosa.
 El oficial no solo creyó que Jesús podía sanar, sino que le obedeció cuando le dijo que se fuera a su casa, demostrando así su fe. No es suficiente decir que creemos que Jesús puede hacerse cargo de nuestros problemas. Necesitamos actuar en consecuencia. Cuando oremos por una necesidad o problema, creamos que Jesús puede hacer lo prometido.

  Los milagros de Jesús no fueron simples ilusiones productos del optimismo. A pesar de que el oficial tenía a su hijo a treinta y dos kilómetros de distancia, sanó cuando Jesús lo dijo. La distancia no era un problema porque Cristo domina el espacio. Nunca podremos poner demasiada distancia entre nosotros y Cristo al grado que no pueda ayudarnos.

Podemos ver cómo se desarrolló la fe del oficial. Primero, creyó lo suficiente para ir a pedirle ayuda al Señor. Segundo, creyó en la seguridad de las palabras de Jesús de que su hijo sanaría y actuó en correspondencia. Tercero, él y toda su casa creyeron en Jesús. La fe es un regalo que se desarrolla en la medida que lo usamos.



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