} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EPÍSTOLA A LOS ROMANOS- (Estudio del Capítulo 2)

sábado, 23 de septiembre de 2017

EPÍSTOLA A LOS ROMANOS- (Estudio del Capítulo 2)


Pablo, habiendo mostrado en el primer capítulo que los gentiles estaban perdidos, y por eso necesitaban del evangelio de Jesucristo para ser salvos, ahora en el segundo muestra que de igual manera están perdidos los judíos y necesitan igualmente del mismo evangelio salvador. El apóstol, después de dirigirse a los de afuera, ahora vuelve a los que están dentro del gremio de la revelación, es decir, a los judíos, que se jactaban de su justicia, los cuales menospreciaban a los paganos considerándolos ajenos al pacto y excluidos del gremio de las misericordias de Dios, dentro del cual se creían seguros, por inconsecuentes, sin embargo, que fuesen sus vidas. ¡Ay! ¡Cuántos abrigan semejante creencia fatal, y tienen una actitud similar en la iglesia cristiana evangélica actual!

1-En este pasaje Pablo se dirige concretamente a los judíos. Su pensamiento se desarrolla de la manera siguiente. En el pasaje del capítulo anterior, Pablo ha descrito con los colores más sombríos el mundo pagano, que se encontraba bajo la condenación de Dios. Los judíos estarían totalmente de acuerdo con todos los términos de esa condenación; pero no considerarían ni por un momento que ellos se encontraban en la misma situación. Creían que ocupaban una posición privilegiada, porque Dios podría ser el Juez de los paganos, pero era el Protector especial de los judíos. Aquí Pablo les dice a los judíos que son tan pecadores como los gentiles, y que al condenar a los gentiles se están condenando a sí mismos; porque Dios los juzgará, no sobre la base de su herencia racial, sino por la clase de vida que viven.
Juzgaban los judíos a los gentiles en que pasaban sentencia contra ellos. Viendo los pecados de los gentiles, y sabiendo que eran dignos de la muerte por eso, los judíos condenaban a la muerte (y con razón) a los gentiles. Siendo correcto su juicio, se condenaban a sí mismos porque practicaban lo mismo. Esto no lo estaban dispuestos a admitir.


 Cuando la carta de Pablo se leyó en la iglesia de Roma, sin duda muchas cabezas asintieron al condenar el culto idolátrico, las prácticas homosexuales y la violencia. Pero cuán sorprendidos se habrán sentido cuando se volvió a ellos y les dijo: "¡No tienen excusa. Ustedes son tan malos cono ellos!" Pablo afirmaba enfáticamente que nadie es suficientemente bueno para salvarse a sí mismo. Si deseamos evitar el castigo y vivir con Cristo para siempre, todos -no importa si somos homicidas, irrespetuosos, ni si somos ciudadanos honestos, trabajadores, excelentes- debemos depender por completo de la gracia de Dios. Pablo no discute si algunos pecados son peores que otros. Cualquier pecado es suficiente para llevarnos a depender de Cristo en cuanto a la salvación y la vida eterna. No hay otro camino, aparte de Cristo, por medio del cual uno puede ser salvo del pecado y sus consecuencias, y todos hemos pecado reiteradamente.

            Algunos tuercen este versículo para enseñar que es malo juzgar; que si uno juzga, es tan culpable como aquel a quien juzga. Pablo no critica al judío por su juicio o condenación al gentil; por el contrario, admite Pablo que es correcto su juicio o condenación. EL punto es que se juzgaban a sí mismos culpables de lo mismo y bajo la misma sentencia o condenación.

2-3 El judío confiaba en su raza (el ser judío), en su descendencia de Abraham (linaje físico), en su circuncisión, y en tener la ley de Moisés. Pensaba que el juicio final sería según esas cosas y por eso no estaba en peligro. Los judíos siempre se consideraban en una posición especialmente privilegiada con Dios. «Dios decían- no ama más que a Israel entre todas las naciones del mundo.» «Dios juzgará a los gentiles con una medida, y a los judíos con otra.» «Todos los israelitas tendrán parte en el mundo venidero.» "Abraham se sienta delante de la puerta del infierno, y no deja entrar a ningún israelita por malo que sea.» Los judíos creían que todos tendrían que pasar por el juicio menos ellos; y que se librarían de la ira de Dios, aunque no fueran mejores que los demás, simplemente por ser judíos. Para salir al paso de esta situación, Pablo les recuerda cuatro cosas a los judíos.
Pablo le recuerda que el juicio va a ser según verdad. No será según apariencias, sino según la realidad de los méritos del caso. Si en el juicio será perdido el gentil por sus pecados, y él era culpable de los mismos pecados, y el juicio va a ser según verdad, estaba tan necesitado de la salvación en Cristo como el gentil. En el día final no escapará el judío como tampoco el gentil.
  Era falsa la confianza que tenía el judío en cuanto a su destino eterno. Pensaba que sería juzgado según términos especiales. Juan el bautista denunció esa falsa confianza del judío (Mateo_3:7-10).

4-6 La benignidad de Dios actuaba en los judíos con el fin de guiarles al arrepentimiento, pero ellos no fueron influidos por ella para arrepentimiento. La benignidad de Dios no logró su propósito en los judíos porque se oponía la dureza de ellos. El corazón no arrepentido atesora para sí la ira de Dios en justo juicio. Para esto hay un día señalado (Hechos_17:30-31; 2Corintios_5:10).

Benignidad: Es una hermosa palabra, y expresa una idea hermosa.» En griego hay dos palabras para bueno: son agathós y jréstós. Tienen matices diferentes. La bondad de uno que es agathós puede desembocar en reprensión, disciplina y castigo; pero la bondad de uno que es jréstós es siempre esencialmente amable. Jesús fue agathós cuando echó del Templo a los cambistas y a los vendedores de palomas con una ira al rojo vivo; pero fue jréstós cuando trató a la mujer pecadora que le ungió los pies y a la que había sido sorprendida en adulterio (Lucas 7 y Juan 8). Lo que Pablo dice realmente es: «Vosotros, judíos, estáis sencillamente tratando de sacar ventaja de la gran amabilidad de Dios.»

 Aguante (anojé). Anojé es la palabra para tregua. Es verdad que quiere decir cese de hostilidades, pero que tiene un límite. Pablo les está diciendo a los judíos en realidad: «Creéis que estáis a salvo porque no os ha caído todavía el juicio de Dios; pero lo que Dios os está dando no es carta blanca para pecar, sino una oportunidad para arrepentiros y enmendaros.» Nadie puede seguir ofendiendo a Dios impunemente por tiempo indefinido.

 Paciencia (makrothymía). Makrothymía es una palabra que indica expresamente paciencia con las personas. Crisóstomo la definía como la cualidad del que se puede vengar y escoge deliberadamente no hacerlo. Pablo les está diciendo a los judíos: "No penséis que si Dios no os castiga es porque no puede. El que Su castigo no siga inmediatamente al pecado no es una señal de impotencia, sino de paciencia. Le debéis vuestra vida a la paciencia de Dios.»
Hoy en  el pueblo evangélico casi todos tenemos «una vaga e indefinida esperanza en la impunidad», algo así como decirse: "No me pasará nada.» Los judíos llegaban todavía más lejos: Se atribuían abiertamente estar exentos del juicio de Dios. Jugaban con Su misericordia, lo mismo que siguen haciendo muchas personas todavía en el mundo evangélico, que están convencidos de que su decisión los ha salvado a pesar de su estilo de vida.
En su bondad, Dios retarda su juicio para darle tiempo a la gente para que se arrepienta. Es muy fácil confundir la paciencia de Dios con la aprobación de la forma equivocada en que vivimos. La auto evaluación es difícil, y más difícil aún es sincerarnos con Dios y permitirle que nos diga en qué debemos cambiar. Sin embargo, como cristianos debemos orar siempre a fin de que Dios nos señale nuestros pecados y nos cure. Es lamentable, pero es más fácil sorprendernos de la paciencia que Dios tiene con otros, que humillarnos ante la que Él tiene con nosotros.

Pablo les decía a los judíos que estaban tomando la misericordia de Dios como una invitación a pecar más que como un incentivo a arrepentirse.  
 Considerémoslo en términos humanos: hay dos actitudes ante el perdón humano. Supongamos que un joven hace algo vergonzoso, que les produce tristeza y dolor a sus padres, y supongamos que se le perdona totalmente por amor, y aquello se olvida. Puede hacer una de dos cosas: puede ir y hacer lo mismo otra vez, asumiendo que se le perdonará otra vez; o puede sentirse movido a un agradecimiento tan grande por el generoso perdón que ha recibido, que pasa la vida tratando de ser digno de él. Una de las cosas más vergonzosas del mundo es el tomar el perdón que ha inspirado el amor como excusa para seguir pecando. Eso era lo que estaban haciendo los judíos. Y eso es lo que sigue haciendo mucha gente en nuestras congregaciones. La misericordia y el amor de Dios no han de hacernos pensar que podemos pecar porque no nos pasará nada; sino quebrantarnos el corazón de tal manera que procuremos no pecar nunca más.

  Pablo insiste en que no hay nación que sea más favorecida que las demás en la economía divina. Puede que haya naciones a las que se les asigne una tarea o una responsabilidad especiales, pero ninguna a la que se le asigne un privilegio o una consideración especiales.  Toda la religión judía se basaba en la convicción de que los judíos ocupaban una posición privilegiada y favorecida a los ojos de Dios. Puede que consideremos que esa es una actitud del pasado; pero, ¿lo es? ¿Es que no existe la barrera del color? ¿Es que ya no se da tal cosa como el sentimiento de superioridad sobre «las castas inferiores fuera de la ley»? Esto no es decir que todas las naciones tengan el mismo talento; pero sí que las más avanzadas no deberían mirar por encima del hombro a las otras, sino ayudarlas a avanzar.

7-10 Este es el pasaje de Pablo que deberíamos estudiar más a fondo para comprender exactamente lo que él pensaba; porque muchas veces se dice que a Pablo lo único que le importaba era la fe; y se suele marginar despectivamente como ajena al Nuevo Testamento una religión que haga hincapié en la importancia de las obras. Nada más lejos de la verdad. «Dios -decía Pablo- tratará a cada uno según sus obras.» Para Pablo, una fe que no producía obras era una fe de pega, o no era fe ni era nada. Él habría dicho que sólo se puede ver la fe de alguien en sus obras. Una de las tendencias teológicas más peligrosas es hablar de la fe y las obras como si fueran cosas diferentes. No hay tal cosa como una fe que no produce obras, ni obras que no sean el resultado de la fe. La fe y las obras van inseparablemente unidas. ¿Cómo va a poder juzgar Dios a nadie fuera de sus obras? No podemos decir cómodamente: «Yo tengo fe», y dejarlo ahí. Nuestra fe tiene que producir obras, porque es por las obras de la fe por lo que somos aceptados o condenados.

Cada uno será juzgado como individuo y con imparcialidad. El ser judío o el no serlo no entrará en el caso. En aquel día, Dios no conocerá a nadie por judío o por gentil. Esta declaración de la verdad quitó del judío toda su confianza que tenía en la carne. Aunque todavía no especifica Pablo al judío por nombre, el judío se ve a sí mismo incluido en la expresión "cada uno.”
 Pablo no está enseñando, como algunos interpretan esta expresión, un sistema de graduación de recompensa o de castigo según los méritos, sino que cada uno será juzgado como de un grupo o de otro, según sus obras.   Así enseña Jesús en Mateo_25:31-46. Según las obras de cada uno puesto a la derecha o a la izquierda. No va Dios a sumar las cosas buenas y las malas hechas en la vida de uno para después decidir cuánto darle de recompensa, sino según la naturaleza de sus obras le dará “vida eterna”.
Pablo dice que los que con paciencia y perseverancia hacen la voluntad de Dios tendrán vida eterna. No contradice su declaración anterior de que la salvación es solo por fe. Las buenas obras no nos salvan, pero cuando entregamos nuestra vida por completo a Dios, queremos agradarle y hacer su voluntad. Por lo tanto, nuestras buenas obras son una demostración de agradecimiento por lo que Dios ha hecho, no un prerrequisito para obtener su gracia.

En el juicio de Dios cuenta la misma medida para todos: a cada uno se le recompensará según sus obras. Esta medida la establece Pablo de acuerdo con el tenor literal del Salmo_62:13. De esa máxima de la Escritura no tanto se deduce un despersonalizador principio de retribución establecido por Dios, sino más bien la sujeción de todos los hombres al único juicio de Dios. Todos los hombres tienen conocimiento de tal medida; saben que lo que importa es hacer las obras que  Dios ha preparado y que, de conformidad con ello, cada uno ha de esperar la «vida eterna» o «ira y furor». Pablo pretende recordar aquí este conocimiento general y la esperanza consiguiente. Para ello repite -con un propósito claro de impresionar- la suerte contrapuesta de quienes obran mal y de los que obran bien. Si Pablo pone aquí ante los ojos el juicio según las obras, lo hace ciertamente no sólo para recordar un principio, sino con el fin de poner en claro, mediante la contraposición de la «vida eterna», la «gloria», la «honra» y la «paz», de una parte, y de otra la «ira y furor», la «tribulación» y la «angustia», aquello que cada uno puede ganar o perder ante el juicio de Dios.

En estos versículos tampoco puede pasarse por alto que Pablo pretende dirigirse aquí de modo particular a los judíos. Es sobre todo desde la primitiva experiencia misionera cristiana con los judíos como las expresiones empleadas aquí adquieren todo su significado. A este respecto son precisamente los judíos los que se han manifestado como los litigantes, como los contradictores que recusan la obediencia de la fe a la verdad del Evangelio. También por ello les alcanzará la ira de Dios antes que a los gentiles.

11-13 El judío, con la ley de Moisés, como también el gentil sin la ley de Moisés, serán castigados por sus pecados. Los gentiles no serán juzgados según la ley de Moisés, sino según la ley que son para sí mismos. Habiendo sido pecadores, perecerán, juzgados por la ley que les gobernaba. Habiendo sido pecadores los judíos, perecerán, juzgados por la que les gobernaba a ellos.
En todo este contexto Pablo quiere establecer que todos los hombres son pecadores y todos están necesitados de la salvación de Dios. Con la máxima del versículo 11 subraya una vez más la validez universal de la acción de Dios frente a todas las pretensiones del judío, en este orden de cosas el judío no está en mejores condiciones que el gentil. Con ello se mantiene la tensión entre la primacía del judío en la historia de la salvación y la universalidad del pecado. En esta tensión debemos ver, con el Apóstol, que Dios con su acción escatológica en el Evangelio no olvida sin más la historia de los hombres, sino que somete a juicio todas sus peculiaridades logradas en el curso de la historia.
La no acepción de personas significa aquí también que no hay una acepción de la ley. La ley no protege del juicio. Por ello los gentiles, que estaban sin ley y sin ella pecaron, se pierden también sin la ley. En ese sentido, y a su manera, Pablo puede estar de acuerdo con los judíos. Mas también los judíos, que poseen la ley -y que por ello conocen las órdenes de Dios-, serán juzgados por la ley, lo cual quiere decir aquí que serán condenados. Pues -agrega Pablo a modo de aclaración- no son los oyentes de la ley los que son justos delante de Dios, sino que serán justificados los «cumplidores de la ley». Es éste el primer pasaje de la carta a los Romanos en que Pablo utiliza la palabra «justificar». Por el contexto resulta claro que se trata de una terminología forense; cosa que es preciso no perder de vista para comprender el concepto en el contexto inmediato.

¿Cómo es que Pablo llega en el 13 a poner de relieve con tanto énfasis la importancia de la acción humana, y con ella el cumplimiento de la ley, cuando por otra parte proclama «que el hombre no se justifica por las obras de la ley, sino solamente por la fe en Jesucristo» (Gálatas_2:16)? ¿No aparece en este pasaje de la carta a los Romanos, como en la acentuación del juicio según las obras, que hemos visto en los versículos precedentes, un resto todavía no reelaborado del pensamiento judío? Esta solución apenas puede satisfacer cuando se tiene en cuenta todo el entramado de la predicación paulina. Pablo compara la diferencia entre el que meramente oye lo que la ley dice, y el que pone por obra en su conducta diaria lo que esa ley manda. Está diciendo Pablo que no puede esperar ser salvo quien meramente oye la ley y no trata de poner por obra sus enseñanzas en su vida diaria.   Pablo describe la justificación legal basada en la perfecta obediencia a la ley, cosa que nunca fue hecha por el hombre pecador.  La justificación es por Cristo Jesús, pero nadie será justificado por Cristo Jesús si es meramente un oidor de la ley, y no hacedor de ella. El judío enfatizaba la importancia de tener la ley leída y oída (Hechos_15:21) y se gloriaba en su conocimiento de la ley, pero era negligente en el hacer lo que la ley mandaba. Era su error fatal, porque se justifican los hacedores de la ley y no los que solamente la oyen.
 En este pasaje, Pablo se dirige a los gentiles. Antes se ha referido a los judíos y a su pretensión de un privilegio especial. Pero es verdad que los judíos tenían una ventaja, que era la Ley. Un gentil podía objetar: "Es justo que Dios condene a los judíos, porque tenían la Ley y deberían saber mejor lo que hacían; pero nosotros nos libraremos del juicio porque no hemos tenido oportunidad de conocer la Ley, y no sabíamos nada.» En respuesta a esto Pablo establece dos grandes principios.
Cada uno será juzgado por lo que tuvo oportunidad de saber. Si no conocía la Ley, se le juzgará como a uno que no conocía la Ley. Dios es justo. Y aquí tienen la respuesta los que preguntan qué les va a pasar a los que vivieron en el mundo antes que Jesús viniera, y no tuvieron oportunidad de conocer el Evangelio. Cada uno será juzgado por su fidelidad a lo más elevado que pudo conocer.
  Pablo sigue diciendo que, hasta los que no conocieron la Ley escrita, tenían otra ley en el corazón. Nosotros lo llamaríamos un conocimiento instintivo del bien y del mal.  
El razonamiento de Pablo es que el ser humano sabe por naturaleza cómo debe vivir. Los griegos habrían estado de acuerdo con eso. Aristóteles decía: " El hombre culto y libre se comportará como el que es una ley para sí mismo." Plutarco preguntaba: «¿Quién gobernará al gobernador?» Y respondía: "La Ley, que es el rey de todos los mortales y de los inmortales, como la llama Píndaro; que no está escrita en rollos de papiro ni en tabletas de madera, pero que es la misma razón dentro del alma humana, que vive permanentemente en ella y la guarda y no la deja nunca privada de dirección.»


La gente se condena no por lo que desconoce, sino por lo que hace con lo que sabe. Quienes conocen la Palabra escrita de Dios y su Ley serán juzgados por ellas. Quienes nunca han visto una Biblia saben diferenciar entre lo bueno y lo malo, y se les juzgará por no haber tomado en cuenta ni siquiera las normas que su conciencia les dictaba. A menudo, el juicio de Dios se ve obstaculizado por nuestro sentido moderno del proceso legal y los derechos del individuo. Pero recordemos que las personas suelen violar las normas que crearon para ellas mismas.

14-16 Los gentiles no tenían una ley codificada, pero sí hacían algunos de ellos las cosas (leyes morales) de la ley revelada por Moisés, la cual ley gobernaba a los judíos. Los judíos hacían estas cosas por revelación y codificación, pero los gentiles por tradición, si en realidad hacían estas cosas, pues la mayoría de ellos (gentiles y judíos) eran desobedientes a estas cosas. La ley bajo la cual vive uno le condena si no guarda las cosas por ella mandadas. No está diciendo Pablo que los gentiles guardaban estas cosas más que los judíos. Al contrario, está diciendo que los dos grupos eran pecadores y necesitaban del evangelio de Cristo.
Pablo veía el mundo dividido en dos clases de personas: a los judíos, con la Ley que procedía directamente de Dios y estaba escrita de forma que la podía leer; y a las demás naciones, sin una ley escrita, pero con un conocimiento del bien y del mal implantado por Dios en sus corazones. Nadie podía pretender la exención del juicio de Dios. No la podía pretender el judío por el hecho de ocupar un lugar especial en el plan de Dios. Y el gentil tampoco, por el hecho de no haber recibido la Ley escrita. El judío será juzgado como alguien que ha conocido la Ley; y el gentil, como uno que tiene la conciencia que Dios le ha dado. Dios juzgará a cada uno según lo que ha conocido y ha tenido oportunidad de conocer.

“En sus corazones” significa que sabían que ciertas cosas eran correctas y que sus conciencias les dirigían a hacerlas. En el principio Dios se comunicaba directamente con los padres de familia (la dispensación patriarcal), y estas leyes de Dios eran perpetuadas por la tradición, cuando Dios ya no se revelaba a los gentiles. Además, hay ciertas cosas (como por ejemplo el matar) que el hombre sabe que son malas sin que alguien se lo diga. El gentil sabía estas cosas, su conciencia daba testimonio, y sus razonamientos les acusaban o defendían después de hechas o cometidas esas cosas.
  Desde la era patriarcal, cuando Dios hablaba directamente a padres de familias, los gentiles (como por ejemplo Abraham mismo, antes de ser llamado a salir de Ur de los Caldeos, Génesis_12:1-3; Génesis_15:7) hasta el tiempo del evangelio iban siendo dirigidos por la práctica establecida de largo tiempo de las cosas que Dios les había mandado. Estas cosas eran entregadas (1Corintios_11:2) de generación en generación por tradición; o sea, por instrucción verbal).  
            Pablo aquí no habla de alguna ley innata en el hombre, una ley con que naciera. No está diciendo que el gentil de por sí estableciera lo que quisiera para ser su ley. Está diciendo que los gentiles se gobernaban por la ley que de largo tiempo había sido entregada por tradición en forma no escrita, y esto desde la era patriarcal.

Pablo vuelve a recoger la idea, expresada ya en el v. 5 acerca del juicio que espera al judío, para poner una vez más a gentiles y judíos bajo el juicio de Dios. El día en que se celebre el juicio, el «día de la ira», es el día final en que acabará la actuación del hombre y se le exigirán cuentas de todas sus obras. Para Pablo aquel «día» no es una fecha que haya que esperar para un futuro lejano, sino que es una fecha escatológica que irrumpe ya en el presente. Y es que los acontecimientos últimos han empezado ya con Jesucristo. Por lo dicho ya no es posible separar el juicio airado de Dios de los acontecimientos escatológicos que condicionan el momento presente, y retrotraerlo hasta un futuro indefinido. Precisamente la aclaración de que el juicio llega «por medio de Jesucristo», «según mi Evangelio», da a entender que el juicio ya está en marcha al presente. El Evangelio que Pablo proclama afirma ante todo que la historia de la humanidad, cualquiera sea el modo en que se manifieste, está bajo el juicio de Dios.
17-20 Pablo menciona las cosas en que se gloriaban los judíos. Pero, ¿de qué provecho eran estas cosas si Dios demandaba el hacer su voluntad, y no el tener ciertas cosas? Los privilegios especiales de los judíos, en lugar de hacerles humildes y obedientes, les condujeron a gloriarse vanamente.
  Se gloriaban en un nombre, que de por sí es una base muy pobre para jactancia. El nombre “judío” tuvo su origen en el nombre “Judá,” en los días del reino del sur (las dos tribus, de Judá y de Benjamín). Antes de ser llevada cautiva Judá (el reino del sur), vemos que ya se usaba el nombre “judío” (2Reyes_16:6; 2Reyes_25:25  Versión Valera, 1909; Versión ASV; Versión Septuaginta). Después del cautiverio de setenta años, vemos el nombre en uso común (Ester_2:5).

21-29 El judío estaría seguro de que Dios le consideraba una persona especial sencillamente por pertenecer a la nación de los descendientes de Abraham y porque llevaba en el cuerpo la señal de la circuncisión. Pero Pablo introduce aquí una idea a la que volverá después repetidas veces. El judaísmo, insiste, no es en absoluto una cuestión de raza, y no tiene nada que ver con la circuncisión: depende de la conducta. Si es así, muchos supuestos judíos, que son descendientes directos de Abraham y que llevan en el cuerpo la señal de la circuncisión, en realidad no son judíos; y muchos gentiles que ni siquiera han oído hablar de Abraham ni se les ha pasado por la cabeza el circuncidarse, son judíos en el verdadero sentido de la palabra. A un judío esto le sonaría como la peor herejía, y le pondría furioso.

La alabanza de tal hombre no viene de los hombres, sino de Dios.  Que el judaísmo de tal hombre no viene de los hombres, sino de Dios. Las promesas de Dios no son para los de una cierta raza y que llevan una cierta señal en el cuerpo, sino para personas que viven una cierta clase de vida, sean de la raza que sean. El ser un verdadero judío no es cuestión de «pedigrí», sino de carácter; y a menudo uno que no es judío de raza puede que sea mejor judío que el otro.
Pablo dice que hay judíos cuya conducta hace que se hable mal de Dios entre los gentiles. Es un hecho que los judíos han sido muchas veces, y todavía lo son, la gente menos popular del mundo. Veamos lo que los gentiles pensaban de los judíos en los tiempos del Nuevo Testamento.
Consideraban el judaísmo como una «superstición bárbara», a los judíos como "la raza más repelente», y como «la pandilla de esclavos más despreciables.» Se tergiversaban los orígenes de la religión judía con maliciosa ignorancia. Se decía que los judíos habían sido en su origen una compañía de leprosos a los que el rey de Egipto había mandado a trabajar en los campos de arena; y que Moisés había reunido a esa banda de esclavos leprosos y los había guiado a Palestina a través del desierto. Se decía que adoraban una cabeza de burro porque una manada de asnos salvajes los había llevado adonde había agua cuando se estaban muriendo de sed en el desierto. Decían que se abstenían de comer carne de cerdo porque los cerdos suelen tener una enfermedad de la piel, la sarna, que era la que padecían los judíos en Egipto.
Los gentiles se burlaban de algunas de las costumbres judías. El que no comieran carne de cerdo se prestaba a muchos chistes.  
Algunas cosas de las que disfrutaban los judíos enfurecían a los gentiles. Era incomprensible que, siendo tan impopulares, los judíos tuvieran privilegios extraordinarios del gobierno romano.
  Se les permitía aportar a Jerusalén el impuesto del Templo todos los años. Esto revistió tal gravedad en Asia hacia el año 60 a C., que se prohibió la salida de moneda y, según los historiadores, se confiscaron no menos de 20 toneladas de oro de contrabando que los judíos estaban a punto de mandar a Jerusalén.
  Se les permitía, por lo menos hasta cierto punto, tener sus propios tribunales y vivir según sus leyes. Se sabe de un decreto del gobernador Lucio Antonio de Asia hacia el año 50 a C., en el que se decía: «Nuestros ciudadanos judíos se dirigieron a mí para informarme de que tenían sus propias asambleas privadas que llevaban a cabo según sus leyes ancestrales, y un lugar propio privado en el que resuelven sus asuntos y pleitos. Cuando pidieron que se les permitiera continuar con sus costumbres, yo dicté sentencia favorable a que se les permitiera conservar este privilegio.» A los gentiles les fastidiaba ver a una raza de gente que vivía como una especie de grupo separado y especialmente privilegiado.
  El gobierno romano respetaba la observancia judía del sábado. Estaba establecido que a un judío no se le podía citar para prestar declaración en un juicio en sábado. Y también que si se distribuían ayudas especiales entre la gente en sábado, los judíos podrían reclamar su parte al día siguiente. Y -este era un asunto especialmente molesto para los gentiles- los judíos disfrutaban de astrateía, es decir, exención del servicio militar, que era debida a que su estricta observancia del mandamiento de descansar el sábado les impedía cumplir los deberes militares ese día. Ya se entiende con qué resentimiento vería el resto de la población esta exención de un deber oneroso.
Había dos cosas de las que acusaban a los judíos especialmente:
(a) Los acusaban de ateísmo (atheotés). Al mundo antiguo le resultaba sumamente difícil concebir la posibilidad de una religión que no tuviera imágenes visibles de culto.  De ahí que no erijan imágenes en sus ciudades, ni siquiera en sus templos. Esta reverencia no se la dan a los reyes, ni a los césares este honor.»   Pero la verdad era que, lo que más hacía que los judíos no les gustaran a los gentiles era no tanto su culto sin imágenes como su frío desprecio hacia todas las demás religiones. Nadie que no sienta hacia los demás más que desprecio puede ser misionero. Esta actitud era una de las cosas en que estaba pensando Pablo cuando decía que los judíos desacreditaban el Nombre de Dios.
  Se los acusaba de odio a sus semejantes (misanthrópía) y de total insociabilidad (amixía).   En Alejandría se decía que los judíos se habían juramentado para no mostrar nunca ninguna amabilidad a un gentil, y que hasta ofrecían a un griego en sacrificio a su dios todos los años.   Otra vez nos encontramos con lo mismo: la actitud característica de un judío hacia los que no lo eran era de desprecio, lo que no provocaba sino odio como respuesta.
Era innegable que los judíos producían descrédito al Nombre de Dios; porque se encerraban en una comunidad rígida que excluía a todos los demás, y adoptaban una actitud de desprecio a la religión y de total insensibilidad a las necesidades de los no judíos. La verdadera religión se manifiesta en un corazón y una puerta abiertos; mientras que el judaísmo los tenía cerrados.

Pablo está acusando a los judíos de culpables de los mismos pecados que los gentiles, y siendo así “robar templos” es el sentido más exacto. Los gentiles hurtaban; también los judíos. Adulteraban; también los judíos. Eran idólatras; también robaban templos los judíos para adorar a los ídolos robados.

Si el gentil (el incircunciso) es obediente a las leyes morales de la ley de Moisés, dice Pablo, es como si estuviera circuncidado, porque está haciendo lo que los circuncidados deben estar haciendo (obedeciendo a la ley). La circuncisión no valía nada al judío que infringía la ley, y la incircuncisión no le era desventaja al gentil que la guardaba (es decir, la parte moral). Pero a pesar de todo, se veían iguales los judíos y los gentiles, en que no guardaban completamente la ley de Dios y siendo pecadores necesitaban del evangelio de Cristo. Pablo no está diciendo que los gentiles habían guardado la ley de Dios de tal manera que serían inocentes. Está probando que los judíos estaban tanto en pecado y tan perdidos como los gentiles.

En cuanto a la carne, todo judío era judío, y así era reconocido. Pero no era todo judío aceptado por Dios (Juan_1:47, “verdadero israelita en quien no hay engaño,” frase que implica que no todo judío era israelita verdadero). El judío que lo es exteriormente es judío, pero no es la clase de judío a quien Dios vaya a dar su aprobación en el día final. La circuncisión en la carne era necesaria para el judío exterior, pero no valía sin la del corazón. La circuncisión del corazón es el quitar (cortar) del corazón la obstinación y deseos pecaminosos. .
  Ser judío en lo interior es ser pobre en espíritu y puro en coraz6n, dos requisitos para que uno vea a Dios y reciba su salvaci6n.
            Ahora, en la dispensación cristiana, el judaísmo exterior no vale nada. “Porque nosotros (los cristianos) somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne,” Filipenses_3:3.  

 Como el judío antiguo que dependía de apariencias exteriores y por dentro era muy corrupto, así es hoy en día el hombre. Mira a lo exterior y alaba la ostentación y lo visible. Ser judío significaba formar parte de la familia de Dios y heredar todas sus promesas. Sin embargo, Pablo aclara que la membresía en la familia de Dios se basa en cualidades internas, no externas. Todos los que tengan corazones rectos son judíos en verdad, o sea, miembros de la familia de Dios (Gálatas_3:7). Así como la circuncisión no era suficiente para los judíos, tampoco lo es asistir a la iglesia, ser bautizado, confirmado o aceptado como miembro. Dios busca nuestra sincera entrega y obediencia.  
 En cambio Dios mira al corazón del individuo y alaba la honestidad y la virtud.
Pablo continúa desarrollando su argumento en el sentido de que todos somos culpables delante de Dios. Después de describir el fin de los incrédulos, los gentiles paganos, se ocupa de los religiosos privilegiados. A pesar del conocimiento que tienen de la voluntad de Dios, también tienen culpa por no vivir lo que creen.

Estos versículos son una crítica mordaz a la hipocresía. Es mucho más fácil decir a otros cómo comportarse que vivir como es debido. Es más fácil decir las palabras buenas que permitirles que echen raíces en nosotros. ¿Aconsejas a otros que hagan algo que tú no estés dispuesto a hacer? Procura que tus palabras las avalen tus acciones.

  Si tú dices formar parte del pueblo de Dios, tu vida debe reflejar a Dios. Cuando le desobedeces, deshonras su nombre y por ello la gente incluso puede hablar mal de Dios.
 ¿Qué piensa de Dios la gente al contemplar tu vida?


¡Maranatha!





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