Pablo, habiendo
mostrado en el primer capítulo que los gentiles estaban perdidos, y por eso
necesitaban del evangelio de Jesucristo para ser salvos, ahora en el segundo
muestra que de igual manera están perdidos los judíos y necesitan igualmente
del mismo evangelio salvador. El apóstol, después de dirigirse a los de afuera, ahora vuelve a los que están dentro del gremio de la revelación,
es decir, a los judíos, que se jactaban de su justicia, los cuales
menospreciaban a los paganos considerándolos ajenos al pacto y excluidos del
gremio de las misericordias de Dios, dentro del cual se creían seguros, por
inconsecuentes, sin embargo, que fuesen sus vidas. ¡Ay! ¡Cuántos abrigan
semejante creencia fatal, y tienen una actitud similar en la iglesia cristiana
evangélica actual!
1-En este pasaje
Pablo se dirige concretamente a los judíos. Su pensamiento se desarrolla de la
manera siguiente. En el pasaje del capítulo anterior, Pablo ha descrito con los colores más
sombríos el mundo pagano, que se encontraba bajo la condenación de Dios. Los
judíos estarían totalmente de acuerdo con todos los términos de esa
condenación; pero no considerarían ni por un momento que ellos se encontraban
en la misma situación. Creían que ocupaban una posición privilegiada, porque
Dios podría ser el Juez de los paganos, pero era el Protector especial de los
judíos. Aquí Pablo les dice a los judíos que son tan pecadores como los
gentiles, y que al condenar a los gentiles se están condenando a sí mismos;
porque Dios los juzgará, no sobre la base de su herencia racial, sino por la
clase de vida que viven.
Juzgaban los judíos a los gentiles en que pasaban sentencia contra
ellos. Viendo los pecados de los gentiles, y sabiendo que eran dignos de la
muerte por eso, los judíos condenaban a la muerte (y con razón) a los gentiles.
Siendo correcto su juicio, se condenaban a sí mismos porque practicaban lo
mismo. Esto no lo estaban dispuestos a admitir.
Cuando la carta de Pablo se
leyó en la iglesia de Roma, sin duda muchas cabezas asintieron al condenar el
culto idolátrico, las prácticas homosexuales y la violencia. Pero cuán
sorprendidos se habrán sentido cuando se volvió a ellos y les dijo: "¡No
tienen excusa. Ustedes son tan malos cono ellos!" Pablo afirmaba
enfáticamente que nadie es
suficientemente bueno para salvarse a sí mismo. Si deseamos evitar el castigo y
vivir con Cristo para siempre, todos -no importa si somos homicidas,
irrespetuosos, ni si somos ciudadanos honestos, trabajadores, excelentes-
debemos depender por completo de la gracia de Dios. Pablo no discute si algunos
pecados son peores que otros. Cualquier pecado es suficiente para llevarnos a
depender de Cristo en cuanto a la salvación y la vida eterna. No hay otro
camino, aparte de Cristo, por medio del cual uno puede ser salvo del pecado y
sus consecuencias, y todos hemos pecado reiteradamente.
Algunos tuercen este
versículo para enseñar que es malo juzgar; que si uno juzga, es tan culpable
como aquel a quien juzga. Pablo no critica al judío por su juicio o condenación
al gentil; por el contrario, admite Pablo que es correcto su juicio o
condenación. EL punto es que se juzgaban a sí mismos culpables de lo mismo y
bajo la misma sentencia o condenación.
2-3 El
judío confiaba en su raza (el ser judío), en su descendencia de Abraham (linaje
físico), en su circuncisión, y en tener la ley de Moisés. Pensaba que el juicio
final sería según esas cosas y por eso no estaba en peligro. Los judíos siempre
se consideraban en una posición especialmente privilegiada con Dios. «Dios
decían- no ama más que a Israel entre todas las naciones del mundo.» «Dios
juzgará a los gentiles con una medida, y a los judíos con otra.» «Todos los
israelitas tendrán parte en el mundo venidero.» "Abraham se sienta delante
de la puerta del infierno, y no deja entrar a ningún israelita por malo que
sea.» Los judíos creían que todos tendrían que pasar por el juicio menos ellos;
y que se librarían de la ira de Dios, aunque no fueran mejores que los demás,
simplemente por ser judíos. Para salir al paso de esta situación, Pablo les
recuerda cuatro cosas a los judíos.
Pablo
le recuerda que el juicio va a ser según verdad. No será según apariencias,
sino según la realidad de los méritos del caso. Si en el juicio será perdido el
gentil por sus pecados, y él era culpable de los mismos pecados, y el juicio va
a ser según verdad, estaba tan necesitado de la salvación en Cristo como el
gentil. En el día final no escapará el judío como tampoco el gentil.
Era falsa la confianza que tenía el judío en
cuanto a su destino eterno. Pensaba que sería juzgado según términos
especiales. Juan el bautista denunció esa falsa confianza del judío (Mateo_3:7-10).
4-6 La benignidad de Dios actuaba en los judíos con
el fin de guiarles al arrepentimiento, pero ellos no fueron influidos por ella
para arrepentimiento. La benignidad de Dios no logró su propósito en los judíos
porque se oponía la dureza de ellos. El corazón no arrepentido atesora para sí
la ira de Dios en justo juicio. Para esto hay un día señalado (Hechos_17:30-31; 2Corintios_5:10).
Benignidad: Es una hermosa
palabra, y expresa una idea hermosa.» En griego hay dos palabras para bueno: son agathós y jréstós. Tienen matices diferentes. La bondad de uno
que es agathós puede desembocar
en reprensión, disciplina y castigo; pero la bondad de uno que es jréstós es siempre esencialmente
amable. Jesús fue agathós cuando
echó del Templo a los cambistas y a los vendedores de palomas con una ira al
rojo vivo; pero fue jréstós cuando
trató a la mujer pecadora que le ungió los pies y a la que había sido
sorprendida en adulterio (Lucas 7 y
Juan 8). Lo que Pablo dice realmente es: «Vosotros, judíos, estáis
sencillamente tratando de sacar ventaja de la gran amabilidad de Dios.»
Aguante (anojé). Anojé es la palabra para tregua. Es verdad que quiere decir cese de hostilidades, pero
que tiene un límite. Pablo les está diciendo a los judíos en realidad: «Creéis
que estáis a salvo porque no os ha caído todavía el juicio de Dios; pero lo que
Dios os está dando no es carta blanca para
pecar, sino una oportunidad para arrepentiros y enmendaros.» Nadie puede seguir
ofendiendo a Dios impunemente por tiempo indefinido.
Paciencia (makrothymía). Makrothymía es una palabra que indica expresamente paciencia con las personas. Crisóstomo
la definía como la cualidad del que se puede vengar y escoge deliberadamente no
hacerlo. Pablo les está diciendo a los judíos: "No penséis que si Dios no
os castiga es porque no puede. El que Su castigo no siga inmediatamente al
pecado no es una señal de impotencia, sino de paciencia. Le debéis vuestra vida
a la paciencia de Dios.»
Hoy
en el pueblo evangélico casi todos
tenemos «una vaga e indefinida esperanza en la impunidad», algo así como
decirse: "No me pasará nada.» Los judíos llegaban todavía más lejos: Se
atribuían abiertamente estar exentos del juicio de Dios. Jugaban con Su
misericordia, lo mismo que siguen haciendo muchas personas todavía en el mundo
evangélico, que están convencidos de que su decisión los ha salvado a pesar de
su estilo de vida.
En su bondad, Dios retarda su juicio para darle tiempo a la gente para
que se arrepienta. Es muy fácil confundir la paciencia de Dios con la
aprobación de la forma equivocada en que vivimos. La auto evaluación es
difícil, y más difícil aún es sincerarnos con Dios y permitirle que nos diga en
qué debemos cambiar. Sin embargo, como cristianos debemos orar siempre a fin de
que Dios nos señale nuestros pecados y nos cure. Es lamentable, pero es más
fácil sorprendernos de la paciencia que Dios tiene con otros, que humillarnos
ante la que Él tiene con nosotros.
Pablo les decía a
los judíos que estaban tomando la misericordia de Dios como una invitación a
pecar más que como un incentivo a arrepentirse.
Considerémoslo en términos humanos: hay dos
actitudes ante el perdón humano. Supongamos que un joven hace algo vergonzoso,
que les produce tristeza y dolor a sus padres, y supongamos que se le perdona
totalmente por amor, y aquello se olvida. Puede hacer una de dos cosas: puede
ir y hacer lo mismo otra vez, asumiendo que se le perdonará otra vez; o puede
sentirse movido a un agradecimiento tan grande por el generoso perdón que ha
recibido, que pasa la vida tratando de ser digno de él. Una de las cosas más
vergonzosas del mundo es el tomar el perdón que ha inspirado el amor como
excusa para seguir pecando. Eso era lo que estaban haciendo los judíos. Y eso
es lo que sigue haciendo mucha gente en nuestras congregaciones. La
misericordia y el amor de Dios no han de hacernos pensar que podemos pecar
porque no nos pasará nada; sino quebrantarnos el corazón de tal manera que
procuremos no pecar nunca más.
Pablo
insiste en que no hay nación que sea más favorecida que las demás en la
economía divina. Puede que haya naciones a las que se les asigne una tarea o
una responsabilidad especiales, pero ninguna a la que se le asigne un privilegio
o una consideración especiales. Toda la
religión judía se basaba en la convicción de que los judíos ocupaban una
posición privilegiada y favorecida a los ojos de Dios. Puede que consideremos
que esa es una actitud del pasado; pero, ¿lo es? ¿Es que no existe la barrera
del color? ¿Es que ya no se da tal cosa como el sentimiento de superioridad
sobre «las castas inferiores fuera de la ley»? Esto no es decir que todas las
naciones tengan el mismo talento; pero sí que las más avanzadas no deberían
mirar por encima del hombro a las otras, sino ayudarlas a avanzar.
7-10 Este es el pasaje de Pablo
que deberíamos estudiar más a fondo para comprender exactamente lo que él
pensaba; porque muchas veces se dice que a Pablo lo único que le importaba era
la fe; y se suele marginar despectivamente como ajena al Nuevo Testamento una
religión que haga hincapié en la importancia de las obras. Nada más lejos de la
verdad. «Dios -decía Pablo- tratará a cada uno según sus obras.» Para Pablo,
una fe que no producía obras era una fe de pega, o no era fe ni era nada. Él
habría dicho que sólo se puede ver la fe de alguien en sus obras. Una de las
tendencias teológicas más peligrosas es hablar de la fe y las obras como si
fueran cosas diferentes. No hay tal cosa como una fe que no produce obras, ni
obras que no sean el resultado de la fe. La fe y las obras van inseparablemente
unidas. ¿Cómo va a poder juzgar Dios a nadie fuera de sus obras? No podemos
decir cómodamente: «Yo tengo fe», y dejarlo ahí. Nuestra fe tiene que producir
obras, porque es por las obras de la fe por lo que somos aceptados o condenados.
Cada uno será juzgado como individuo y con imparcialidad. El ser judío
o el no serlo no entrará en el caso. En aquel día, Dios no conocerá a nadie por
judío o por gentil. Esta declaración de la verdad quitó del judío toda su
confianza que tenía en la carne. Aunque todavía no especifica Pablo al judío
por nombre, el judío se ve a sí mismo incluido en la expresión "cada uno.”
Pablo no está enseñando, como algunos
interpretan esta expresión, un sistema de graduación de recompensa o de castigo
según los méritos, sino que cada uno será juzgado como de un grupo o de otro,
según sus obras. Así enseña Jesús en Mateo_25:31-46.
Según las obras de cada uno puesto a la derecha o a la izquierda. No va Dios a
sumar las cosas buenas y las malas hechas en la vida de uno para después
decidir cuánto darle de recompensa, sino según la naturaleza de sus obras le
dará “vida eterna”.
Pablo dice que los que con paciencia y perseverancia hacen la voluntad de Dios tendrán
vida eterna. No contradice su declaración anterior de que la salvación es solo
por fe. Las buenas obras no nos salvan, pero cuando entregamos nuestra vida por
completo a Dios, queremos agradarle y hacer su voluntad. Por lo tanto, nuestras
buenas obras son una demostración
de agradecimiento por lo que Dios ha hecho, no un prerrequisito para obtener su
gracia.
En el juicio de Dios cuenta la misma medida para todos: a cada uno se
le recompensará según sus obras. Esta medida la establece Pablo de acuerdo con
el tenor literal del Salmo_62:13. De esa máxima
de la Escritura no tanto se deduce un despersonalizador principio de
retribución establecido por Dios, sino más bien la sujeción de todos los
hombres al único juicio de Dios. Todos los hombres tienen conocimiento de tal
medida; saben que lo que importa es hacer las obras que Dios ha preparado y que, de conformidad con
ello, cada uno ha de esperar la «vida eterna» o «ira y furor». Pablo pretende
recordar aquí este conocimiento general y la esperanza consiguiente. Para ello
repite -con un propósito claro de impresionar- la suerte contrapuesta de
quienes obran mal y de los que obran bien. Si Pablo pone aquí ante los ojos el
juicio según las obras, lo hace ciertamente no sólo para recordar un principio,
sino con el fin de poner en claro, mediante la contraposición de la «vida
eterna», la «gloria», la «honra» y la «paz», de una parte, y de otra la «ira y
furor», la «tribulación» y la «angustia», aquello que cada uno puede ganar o
perder ante el juicio de Dios.
En estos versículos tampoco puede pasarse por alto que Pablo pretende
dirigirse aquí de modo particular a los judíos. Es sobre todo desde la
primitiva experiencia misionera cristiana con los judíos como las expresiones
empleadas aquí adquieren todo su significado. A este respecto son precisamente
los judíos los que se han manifestado como los litigantes, como los
contradictores que recusan la obediencia de la fe a la verdad del Evangelio.
También por ello les alcanzará la ira de Dios antes que a los gentiles.
11-13 El judío, con la ley de Moisés, como también el
gentil sin la ley de Moisés, serán castigados por sus pecados. Los gentiles no
serán juzgados según la ley de Moisés, sino según la ley que son para sí mismos.
Habiendo sido pecadores, perecerán, juzgados por la ley que les gobernaba.
Habiendo sido pecadores los judíos, perecerán, juzgados por la que les
gobernaba a ellos.
En
todo este contexto Pablo quiere establecer que todos los hombres son pecadores
y todos están necesitados de la salvación de Dios. Con la máxima del versículo
11 subraya una vez más la validez universal de la acción de Dios frente a todas
las pretensiones del judío, en este orden de cosas el judío no está en mejores
condiciones que el gentil. Con ello se mantiene la tensión entre la primacía
del judío en la historia de la salvación y la universalidad del pecado. En esta
tensión debemos ver, con el Apóstol, que Dios con su acción escatológica en el
Evangelio no olvida sin más la historia de los hombres, sino que somete a
juicio todas sus peculiaridades logradas en el curso de la historia.
La no acepción de personas significa aquí también que no hay una
acepción de la ley. La ley no protege del juicio. Por ello los gentiles, que
estaban sin ley y sin ella pecaron, se pierden también sin la ley. En ese
sentido, y a su manera, Pablo puede estar de acuerdo con los judíos. Mas
también los judíos, que poseen la ley -y que por ello conocen las órdenes de
Dios-, serán juzgados por la ley, lo cual quiere decir aquí que serán
condenados. Pues -agrega Pablo a modo de aclaración- no son los oyentes de la
ley los que son justos delante de Dios, sino que serán justificados los
«cumplidores de la ley». Es éste el primer pasaje de la carta a los Romanos en
que Pablo utiliza la palabra «justificar». Por el contexto resulta claro que se
trata de una terminología forense; cosa que es preciso no perder de vista para
comprender el concepto en el contexto inmediato.
¿Cómo es que Pablo llega en el 13 a poner de relieve con tanto énfasis
la importancia de la acción humana, y con ella el cumplimiento de la ley,
cuando por otra parte proclama «que el hombre no se justifica por las obras de
la ley, sino solamente por la fe en Jesucristo» (Gálatas_2:16)?
¿No aparece en este pasaje de la carta a los Romanos, como en la acentuación
del juicio según las obras, que hemos visto en los versículos precedentes, un
resto todavía no reelaborado del pensamiento judío? Esta solución apenas puede
satisfacer cuando se tiene en cuenta todo el entramado de la predicación
paulina. Pablo compara la diferencia entre el que meramente oye lo que
la ley dice, y el que pone por obra en su conducta diaria lo que esa ley
manda. Está diciendo Pablo que no puede esperar ser salvo quien meramente oye
la ley y no trata de poner por obra sus enseñanzas en su vida diaria. Pablo
describe la justificación legal basada en la perfecta obediencia a la
ley, cosa que nunca fue hecha por el hombre pecador. La justificación es por Cristo Jesús, pero
nadie será justificado por Cristo Jesús si es meramente un oidor de la ley, y
no hacedor de ella. El judío enfatizaba la importancia de tener la ley leída y
oída (Hechos_15:21) y se gloriaba en su
conocimiento de la ley, pero era negligente en el hacer lo que la ley mandaba.
Era su error fatal, porque se justifican los hacedores de la ley y no los que
solamente la oyen.
En este pasaje, Pablo se dirige a los
gentiles. Antes se ha referido a los judíos y a su pretensión de un privilegio
especial. Pero es verdad que los judíos tenían una ventaja, que era la Ley. Un
gentil podía objetar: "Es justo que Dios condene a los judíos, porque
tenían la Ley y deberían saber mejor lo que hacían; pero nosotros nos
libraremos del juicio porque no hemos tenido oportunidad de conocer la Ley, y
no sabíamos nada.» En respuesta a esto Pablo establece dos grandes principios.
Cada uno será
juzgado por lo que tuvo oportunidad de saber. Si no conocía la Ley, se le
juzgará como a uno que no conocía la Ley. Dios es justo. Y aquí tienen la
respuesta los que preguntan qué les va a pasar a los que vivieron en el mundo
antes que Jesús viniera, y no tuvieron oportunidad de conocer el Evangelio.
Cada uno será juzgado por su fidelidad a lo más elevado que pudo conocer.
Pablo
sigue diciendo que, hasta los que no conocieron la Ley escrita, tenían otra ley
en el corazón. Nosotros lo llamaríamos un conocimiento instintivo del bien y
del mal.
El razonamiento de
Pablo es que el ser humano sabe por naturaleza cómo debe vivir. Los griegos
habrían estado de acuerdo con eso. Aristóteles decía: " El hombre culto y
libre se comportará como el que es una
ley para sí mismo." Plutarco preguntaba: «¿Quién gobernará al
gobernador?» Y respondía: "La Ley, que es el rey de todos los mortales y
de los inmortales, como la llama Píndaro; que no está escrita en rollos de
papiro ni en tabletas de madera, pero que es la misma razón dentro del alma
humana, que vive permanentemente en ella y la guarda y no la deja nunca privada
de dirección.»
La gente se condena no por lo que desconoce, sino por lo que hace con
lo que sabe. Quienes conocen la Palabra escrita de Dios y su Ley serán juzgados
por ellas. Quienes nunca han visto una Biblia saben diferenciar entre lo bueno
y lo malo, y se les juzgará por no haber tomado en cuenta ni siquiera las
normas que su conciencia les dictaba. A menudo, el juicio de Dios se ve
obstaculizado por nuestro sentido moderno del proceso legal y los derechos del
individuo. Pero recordemos que las personas suelen violar las normas que
crearon para ellas mismas.
14-16 Los
gentiles no tenían una ley codificada, pero sí hacían algunos de ellos las
cosas (leyes morales) de la ley revelada por Moisés, la cual ley gobernaba a
los judíos. Los judíos hacían estas cosas por revelación y codificación, pero
los gentiles por tradición, si en realidad hacían estas cosas, pues la mayoría
de ellos (gentiles y judíos) eran desobedientes a estas cosas. La ley bajo la
cual vive uno le condena si no guarda las cosas por ella mandadas. No está
diciendo Pablo que los gentiles guardaban estas cosas más que los judíos. Al contrario, está diciendo que los dos grupos eran pecadores y necesitaban del
evangelio de Cristo.
Pablo veía el mundo
dividido en dos clases de personas: a los judíos, con la Ley que procedía
directamente de Dios y estaba escrita de forma que la podía leer; y a las demás
naciones, sin una ley escrita, pero con un conocimiento del bien y del mal
implantado por Dios en sus corazones. Nadie podía pretender la exención del
juicio de Dios. No la podía pretender el judío por el hecho de ocupar un lugar
especial en el plan de Dios. Y el gentil tampoco, por el hecho de no haber
recibido la Ley escrita. El judío será juzgado como alguien que ha conocido la
Ley; y el gentil, como uno que tiene la conciencia que Dios le ha dado. Dios
juzgará a cada uno según lo que ha conocido y ha tenido oportunidad de conocer.
“En sus corazones” significa que sabían que ciertas cosas eran
correctas y que sus conciencias les dirigían a hacerlas. En el principio Dios
se comunicaba directamente con los padres de familia (la dispensación
patriarcal), y estas leyes de Dios eran perpetuadas por la tradición, cuando
Dios ya no se revelaba a los gentiles. Además, hay ciertas cosas (como por
ejemplo el matar) que el hombre sabe que son malas sin que alguien se lo diga.
El gentil sabía estas cosas, su conciencia daba testimonio, y sus razonamientos
les acusaban o defendían después de hechas o cometidas esas cosas.
Desde la era patriarcal, cuando Dios hablaba
directamente a padres de familias, los gentiles (como por ejemplo Abraham
mismo, antes de ser llamado a salir de Ur de los Caldeos, Génesis_12:1-3; Génesis_15:7) hasta el tiempo del
evangelio iban siendo dirigidos por la práctica establecida de largo tiempo de
las cosas que Dios les había mandado. Estas cosas eran entregadas (1Corintios_11:2) de generación en generación por
tradición; o sea, por instrucción verbal).
Pablo aquí no habla
de alguna ley innata en el hombre, una ley con que naciera. No está diciendo
que el gentil de por sí estableciera lo que quisiera para ser su ley. Está
diciendo que los gentiles se gobernaban por la ley que de largo tiempo había
sido entregada por tradición en forma no escrita, y esto desde la era
patriarcal.
Pablo
vuelve a recoger la idea, expresada ya en el v. 5 acerca del juicio que espera
al judío, para poner una vez más a gentiles y judíos bajo el juicio de Dios. El
día en que se celebre el juicio, el «día de la ira», es el día final en que
acabará la actuación del hombre y se le exigirán cuentas de todas sus obras.
Para Pablo aquel «día» no es una fecha que haya que esperar para un futuro
lejano, sino que es una fecha escatológica que irrumpe ya en el presente. Y es
que los acontecimientos últimos han empezado ya con Jesucristo. Por lo dicho ya
no es posible separar el juicio airado de Dios de los acontecimientos
escatológicos que condicionan el momento presente, y retrotraerlo hasta un
futuro indefinido. Precisamente la aclaración de que el juicio llega «por medio
de Jesucristo», «según mi Evangelio», da a entender que el juicio ya está en
marcha al presente. El Evangelio que Pablo proclama afirma ante todo que la
historia de la humanidad, cualquiera sea el modo en que se manifieste, está
bajo el juicio de Dios.
17-20 Pablo menciona las cosas en que se gloriaban los judíos. Pero,
¿de qué provecho eran estas cosas si Dios demandaba el hacer su voluntad, y no
el tener ciertas cosas? Los privilegios especiales de los judíos, en lugar de
hacerles humildes y obedientes, les condujeron a gloriarse vanamente.
Se gloriaban en un nombre, que de por sí es
una base muy pobre para jactancia. El nombre “judío” tuvo su origen en el
nombre “Judá,” en los días del reino del sur (las dos tribus, de Judá y de
Benjamín). Antes de ser llevada cautiva Judá (el reino del sur), vemos que ya
se usaba el nombre “judío” (2Reyes_16:6; 2Reyes_25:25 Versión Valera, 1909; Versión ASV; Versión
Septuaginta). Después del cautiverio de setenta años, vemos el nombre en uso
común (Ester_2:5).
21-29 El judío estaría
seguro de que Dios le consideraba una persona especial sencillamente por
pertenecer a la nación de los descendientes de Abraham y porque llevaba en el
cuerpo la señal de la circuncisión. Pero Pablo introduce aquí una idea a la que
volverá después repetidas veces. El judaísmo, insiste, no es en absoluto una
cuestión de raza, y no tiene nada que ver con la circuncisión: depende de la
conducta. Si es así, muchos supuestos judíos, que son descendientes directos de
Abraham y que llevan en el cuerpo la señal de la circuncisión, en realidad no
son judíos; y muchos gentiles que ni siquiera han oído hablar de Abraham ni se
les ha pasado por la cabeza el circuncidarse, son judíos en el verdadero
sentido de la palabra. A un judío esto le sonaría como la peor herejía, y le
pondría furioso.
La alabanza de tal hombre no
viene de los hombres, sino de Dios. Que el judaísmo de tal hombre no viene
de los hombres, sino de Dios. Las promesas de Dios no son para los de una
cierta raza y que llevan una cierta señal en el cuerpo, sino para personas que
viven una cierta clase de vida, sean de la raza que sean. El ser un verdadero
judío no es cuestión de «pedigrí», sino de carácter; y a menudo uno que no es
judío de raza puede que sea mejor judío que el otro.
Pablo dice que hay
judíos cuya conducta hace que se hable mal de Dios entre los gentiles. Es un
hecho que los judíos han sido muchas veces, y todavía lo son, la gente menos
popular del mundo. Veamos lo que los gentiles pensaban de los judíos en los
tiempos del Nuevo Testamento.
Consideraban el
judaísmo como una «superstición bárbara», a los judíos como "la raza más
repelente», y como «la pandilla de esclavos más despreciables.» Se
tergiversaban los orígenes de la religión judía con maliciosa ignorancia. Se
decía que los judíos habían sido en su origen una compañía de leprosos a los
que el rey de Egipto había mandado a trabajar en los campos de arena; y que
Moisés había reunido a esa banda de esclavos leprosos y los había guiado a
Palestina a través del desierto. Se decía que adoraban una cabeza de burro
porque una manada de asnos salvajes los había llevado adonde había agua cuando
se estaban muriendo de sed en el desierto. Decían que se abstenían de comer
carne de cerdo porque los cerdos suelen tener una enfermedad de la piel, la
sarna, que era la que padecían los judíos en Egipto.
Los gentiles se burlaban
de algunas de las costumbres judías. El que no comieran carne de cerdo se
prestaba a muchos chistes.
Algunas cosas de
las que disfrutaban los judíos enfurecían a los gentiles. Era incomprensible
que, siendo tan impopulares, los judíos tuvieran privilegios extraordinarios
del gobierno romano.
Se
les permitía aportar a Jerusalén el impuesto del Templo todos los años. Esto
revistió tal gravedad en Asia hacia el año 60 a C., que se prohibió la salida de
moneda y, según los historiadores, se confiscaron no menos de 20 toneladas de
oro de contrabando que los judíos estaban a punto de mandar a Jerusalén.
Se
les permitía, por lo menos hasta cierto punto, tener sus propios tribunales y
vivir según sus leyes. Se sabe de un decreto del gobernador Lucio Antonio de
Asia hacia el año 50 a C., en el que se decía: «Nuestros ciudadanos judíos se
dirigieron a mí para informarme de que tenían sus propias asambleas privadas
que llevaban a cabo según sus leyes ancestrales, y un lugar propio privado en
el que resuelven sus asuntos y pleitos. Cuando pidieron que se les permitiera
continuar con sus costumbres, yo dicté sentencia favorable a que se les
permitiera conservar este privilegio.» A los gentiles les fastidiaba ver a una
raza de gente que vivía como una especie de grupo separado y especialmente
privilegiado.
El
gobierno romano respetaba la observancia judía del sábado. Estaba establecido
que a un judío no se le podía citar para prestar declaración en un juicio en
sábado. Y también que si se distribuían ayudas especiales entre la gente en
sábado, los judíos podrían reclamar su parte al día siguiente. Y -este era un
asunto especialmente molesto para los gentiles- los judíos disfrutaban de astrateía, es decir, exención del
servicio militar, que era debida a que su estricta observancia del mandamiento
de descansar el sábado les impedía cumplir los deberes militares ese día. Ya se
entiende con qué resentimiento vería el resto de la población esta exención de
un deber oneroso.
Había dos cosas de
las que acusaban a los judíos especialmente:
(a) Los acusaban de ateísmo (atheotés). Al mundo antiguo
le resultaba sumamente difícil concebir la posibilidad de una religión que no
tuviera imágenes visibles de culto. De
ahí que no erijan imágenes en sus ciudades, ni siquiera en sus templos. Esta
reverencia no se la dan a los reyes, ni a los césares este honor.» Pero la
verdad era que, lo que más hacía que los judíos no les gustaran a los gentiles
era no tanto su culto sin imágenes como su frío desprecio hacia todas las demás
religiones. Nadie que no sienta hacia los demás más que desprecio puede ser
misionero. Esta actitud era una de las cosas en que estaba pensando Pablo
cuando decía que los judíos desacreditaban el Nombre de Dios.
Se
los acusaba de odio a sus semejantes
(misanthrópía) y de total
insociabilidad (amixía). En Alejandría se decía que los judíos se
habían juramentado para no mostrar nunca ninguna amabilidad a un gentil, y que
hasta ofrecían a un griego en sacrificio a su dios todos los años. Otra
vez nos encontramos con lo mismo: la actitud característica de un judío hacia
los que no lo eran era de desprecio, lo que no provocaba sino odio como
respuesta.
Era innegable que
los judíos producían descrédito al Nombre de Dios; porque se encerraban en una
comunidad rígida que excluía a todos los demás, y adoptaban una actitud de
desprecio a la religión y de total insensibilidad a las necesidades de los no
judíos. La verdadera religión se manifiesta en un corazón y una puerta
abiertos; mientras que el judaísmo los tenía cerrados.
Pablo está acusando a los judíos de culpables de los mismos pecados
que los gentiles, y siendo así “robar templos” es el sentido más exacto. Los
gentiles hurtaban; también los judíos. Adulteraban; también los judíos. Eran
idólatras; también robaban templos los judíos para adorar a los ídolos robados.
Si el gentil (el incircunciso) es obediente a las leyes morales de la
ley de Moisés, dice Pablo, es como si estuviera circuncidado, porque está
haciendo lo que los circuncidados deben estar haciendo (obedeciendo a la ley).
La circuncisión no valía nada al judío que infringía la ley, y la
incircuncisión no le era desventaja al gentil que la guardaba (es decir, la
parte moral). Pero a pesar de todo, se veían iguales los judíos y los gentiles,
en que no guardaban completamente la ley de Dios y siendo pecadores necesitaban
del evangelio de Cristo. Pablo no está diciendo que los gentiles habían
guardado la ley de Dios de tal manera que serían inocentes. Está probando que
los judíos estaban tanto en pecado y tan perdidos como los gentiles.
En cuanto a la carne, todo judío era judío, y así era reconocido. Pero
no era todo judío aceptado por Dios (Juan_1:47,
“verdadero israelita en quien no hay engaño,” frase que implica que no todo
judío era israelita verdadero). El judío que lo es exteriormente es judío, pero
no es la clase de judío a quien Dios vaya a dar su aprobación en el día final.
La circuncisión en la carne era necesaria para el judío exterior, pero no valía
sin la del corazón. La circuncisión del corazón es el quitar (cortar) del
corazón la obstinación y deseos pecaminosos. .
Ser judío en lo interior es ser pobre en
espíritu y puro en coraz6n, dos requisitos para que uno vea a Dios y reciba su
salvaci6n.
Ahora, en la
dispensación cristiana, el judaísmo exterior no vale nada. “Porque nosotros
(los cristianos) somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y
nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne,” Filipenses_3:3.
Como el judío antiguo que dependía
de apariencias exteriores y por dentro era muy corrupto, así es hoy en día el
hombre. Mira a lo exterior y alaba la ostentación y lo visible. Ser judío
significaba formar parte de la familia de Dios y heredar todas sus promesas.
Sin embargo, Pablo aclara que la membresía en la familia de Dios se basa en
cualidades internas, no externas. Todos los que tengan corazones rectos son
judíos en verdad, o sea, miembros de la familia de Dios (Gálatas_3:7). Así como la circuncisión no era
suficiente para los judíos, tampoco lo es asistir a la iglesia, ser bautizado,
confirmado o aceptado como miembro. Dios busca nuestra sincera entrega y
obediencia.
En cambio Dios mira al corazón
del individuo y alaba la honestidad y la virtud.
Pablo continúa desarrollando su argumento en el sentido de que todos
somos culpables delante de Dios. Después de describir el fin de los incrédulos,
los gentiles paganos, se ocupa de los religiosos privilegiados. A pesar del
conocimiento que tienen de la voluntad de Dios, también tienen culpa por no
vivir lo que creen.
Estos versículos son una crítica mordaz a la hipocresía. Es mucho más
fácil decir a otros cómo comportarse que vivir como es debido. Es más fácil
decir las palabras buenas que permitirles que echen raíces en nosotros.
¿Aconsejas a otros que hagan algo que tú no estés dispuesto a hacer? Procura
que tus palabras las avalen tus acciones.
Si tú dices
formar parte del pueblo de Dios, tu vida debe reflejar a Dios. Cuando le
desobedeces, deshonras su nombre y por ello la gente incluso puede hablar mal
de Dios.
¿Qué piensa de Dios la gente al
contemplar tu vida?
¡Maranatha!
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