} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 29 Septiembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)

viernes, 29 de septiembre de 2017

29 Septiembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)


Lucas 22; 44
Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.”

 Jamás ningún ser humano ha llegado a experimentar “una extrema tensión emocional y angustia”, como la de Jesús;  y estaba en tal agonía aun después de ser fortalecido por un ángel; oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.   Es cierto que la palabra como se usa para comparar una cosa con otra y así se usa en muchos textos, pero autoridades médicas reconocen que bajo circunstancias de “extrema tensión emocional y angustia” la sangre puede salir del cuerpo como sudor. Si no había sangre en el sudor de Jesús, ¿por qué el médico Lucas compara el sudor, que en sí puede ser gotas, con sangre? Jesús dijo que su alma estaba triste “hasta la muerte” (Mateo_26:38) y la agonía descrita por Lucas puede resultar en muerte.
Lo que le oprime no es el temor de la muerte, sino la ansiedad por la victoria. De este combate decisivo depende la salud del mundo. El combate es duro. Después de la tentación se retiró Satán por algún tiempo. Ahora, en cambio, vuelve a apretarle de nuevo para desviarlo de su camino, que le ha sido indicado por el Padre.

Recogiendo todas sus fuerzas, derribando todas las resistencias, da Jesús un «sí» a la voluntad del Padre. El esfuerzo hace que salga el sudor por los poros. Su sudor caía hasta la tierra como gotas de sangre.
Pasajes como estos son sumamente instructivos, y nos persuaden a ser humildes. Cuando aún los apóstoles se condujeron  de esta manera, el cristiano debe estar alerta, no sea que de repente caiga en tentación. También nos hacen conformar con  la muerte, y desear la glorificación del cuerpo, pues solo será cuando eso suceda que podremos servir a' Dios día y noche  sin sentir cansancio.
Debemos orar también para ser capacitados para resistir hasta derramar nuestra sangre en la lucha contra el pecado, si alguna vez se nos llama a eso.
¡La próxima vez que en tu imaginación te detengas a deleitarte en algún pecado favorito, piensa en sus efectos como los que ves aquí! Mira sus terribles efectos en el huerto de Getsemaní y desea profundamente odiar y abandonar a ese enemigo, con la ayuda de Dios, y rescatar pecadores por los cuales el Redentor oró, agonizó y sangró.

Salmo 22; 1, 11
1 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?
11 No te alejes de mí, porque la angustia está cerca;
Porque no hay quien ayude.”


David hizo una descripción sorprendentemente acertada del sufrimiento que el Mesías soportaría cientos de años más tarde. Es obvio que David estaba pasando por una gran prueba, pero en medio de su sufrimiento, al igual que el Mesías venidero, obtuvo la victoria. Jesús, el Mesías, citó este versículo cuando estaba colgado de la cruz llevando la carga de nuestros pecados (Mateo_27:46). No era una queja, sino una apelación urgente a Dios.
En este salmo, el Espíritu de Cristo que estaba en los profetas testifica clara y plenamente de los sufrimientos de Cristo y la gloria que seguiría.
Tenemos un doloroso lamento porque Dios se ha retirado. Esto se puede aplicar a cualquier hijo de Dios, aplastado, abrumado con pena y terror. Las deserciones espirituales son las aflicciones más dolorosas de los santos; pero hasta su queja por estas cargas es una señal de vida espiritual y del ejercicio de los sentidos espirituales. Clamar: ¿Dios mío por qué estoy enfermo? ¿Por qué estoy pobre?, tiene sabor a descontento y mundanalidad. Pero: ¿Por qué me has abandonado? es el lenguaje de un corazón que ata su felicidad al favor de Dios.
Esto debe aplicarse a Cristo. Con las primeras palabras de esta queja derramó su alma ante Dios cuando estaba en la cruz. Siendo verdadero hombre, Cristo sintió una indisposición natural a pasar a través de tan grandes dolores, pero prevalecieron su celo y amor. Cristo declara la santidad de Dios, su Padre celestial, en sus sufrimientos más agudos; sí, los declara como prueba de aquello por lo cual sería perpetuamente alabado por su Israel, más que por todas las otras liberaciones que recibieron. Nunca nadie que esperó en ti, fue avergonzado de su esperanza; nunca nadie que te buscó, te buscó en vano.
Aquí hay un lamento por el desprecio y oprobio de los hombres. El Salvador habla del estado de rechazo al cual estaba reducido. La historia de los sufrimientos de Cristo y de su nacimiento explica esta profecía.
Tenemos el sufrimiento de Cristo, y a Cristo orando; en ellos somos dirigidos a buscar cruces y, bajo ellas, mirar a Dios. Se describe la forma misma de la muerte de Cristo, aunque no era la usada por los judíos. Ellos horadaron sus manos y sus pies, al clavarlos en el madero maldito, y todo su cuerpo fue dejado colgando para que sufriera los dolores y torturas más severos. Su fuerza natural falló, siendo consumida por el fuego de la ira divina que hizo presa de su espíritu. ¿Quién puede, entonces, resistir la ira de Dios? O, ¿quién conoce su fuerza? La vida del pecador fue abandonada, y la vida del Sacrificio debe ser su redención. Cuando fue crucificado, nuestro Señor Jesús fue desvestido para que pudiera revestirnos con la túnica de su justicia. Así estaba escrito, en consecuencia, correspondía que Cristo así sufriera. Que todo esto confirme nuestra fe en Él como el verdadero Mesías, y estimule nuestro amor por Él como nuestro mejor amigo, que nos amó y sufrió todo esto por nosotros.
En su agonía Cristo oró, oró fervorosamente que la copa pudiese pasar de Él. Cuando no podemos regocijarnos en Dios como nuestro cántico, permanezcamos en Él como nuestra fortaleza; y recibamos consuelo de los apoyos espirituales, cuando no podemos tener deleites espirituales.
Pide ser librado de la ira divina. Él que ha librado, debe librar y librará. Debemos pensar en los sufrimientos y la resurrección de Cristo hasta que sintamos en nuestra alma el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos.


¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!

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