Lucas 22; 44
“Y estando en agonía, oraba más
intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la
tierra.”
Jamás ningún ser humano ha
llegado a experimentar “una extrema tensión emocional y angustia”, como la de
Jesús; y estaba en tal agonía aun
después de ser fortalecido por un ángel; oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que
caían hasta la tierra. Es cierto que la palabra como se usa para comparar una cosa
con otra y así se usa en muchos textos, pero autoridades médicas reconocen que
bajo circunstancias de “extrema tensión emocional y angustia” la sangre puede
salir del cuerpo como sudor. Si no había sangre en el sudor de Jesús, ¿por qué
el médico Lucas compara el sudor, que en sí puede ser gotas, con sangre? Jesús dijo que su alma estaba
triste “hasta la muerte” (Mateo_26:38) y la agonía descrita por Lucas puede
resultar en muerte.
Lo que le oprime no es el temor de la muerte,
sino la ansiedad por la victoria. De este combate decisivo depende la salud del
mundo. El combate es duro. Después de la tentación se retiró Satán por algún
tiempo. Ahora, en cambio, vuelve a apretarle de nuevo para desviarlo de su
camino, que le ha sido indicado por el Padre.
Recogiendo todas sus fuerzas, derribando todas
las resistencias, da Jesús un «sí» a la voluntad del Padre. El esfuerzo hace
que salga el sudor por los poros. Su sudor caía hasta la tierra como gotas de
sangre.
Pasajes
como estos son sumamente instructivos, y nos persuaden a ser humildes. Cuando
aún los apóstoles se condujeron de esta
manera, el cristiano debe estar alerta, no sea que de repente caiga en
tentación. También nos hacen conformar con
la muerte, y desear la glorificación del cuerpo, pues solo será cuando
eso suceda que podremos servir a' Dios día y noche sin sentir cansancio.
Debemos orar también para ser capacitados para
resistir hasta derramar nuestra sangre en la lucha contra el pecado, si alguna
vez se nos llama a eso.
¡La próxima vez que en tu imaginación te detengas
a deleitarte en algún pecado favorito, piensa en sus efectos como los que ves
aquí! Mira sus terribles efectos en el huerto de Getsemaní y desea
profundamente odiar y abandonar a ese enemigo, con la ayuda de Dios, y rescatar
pecadores por los cuales el Redentor oró, agonizó y sangró.
Salmo 22; 1, 11
1 “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi
salvación, y de las palabras de mi clamor?
11 No te
alejes de mí, porque la angustia está cerca;
Porque no hay quien ayude.”
David hizo una descripción sorprendentemente acertada del sufrimiento
que el Mesías soportaría cientos de años más tarde. Es obvio que David estaba
pasando por una gran prueba, pero en medio de su sufrimiento, al igual que el
Mesías venidero, obtuvo la victoria. Jesús, el Mesías, citó este versículo
cuando estaba colgado de la cruz llevando la carga de nuestros pecados (Mateo_27:46). No era una queja, sino una apelación
urgente a Dios.
En este salmo, el Espíritu de Cristo que estaba
en los profetas testifica clara y plenamente de los sufrimientos de Cristo y la
gloria que seguiría.
Tenemos un doloroso lamento porque Dios se ha
retirado. Esto se puede aplicar a cualquier hijo de Dios, aplastado, abrumado
con pena y terror. Las deserciones espirituales son las aflicciones más
dolorosas de los santos; pero hasta su queja por estas cargas es una señal de
vida espiritual y del ejercicio de los sentidos espirituales. Clamar: ¿Dios mío
por qué estoy enfermo? ¿Por qué estoy pobre?, tiene sabor a descontento y
mundanalidad. Pero: ¿Por qué me has abandonado? es el lenguaje de un corazón
que ata su felicidad al favor de Dios.
Esto debe aplicarse a Cristo. Con las primeras
palabras de esta queja derramó su alma ante Dios cuando estaba en la cruz.
Siendo verdadero hombre, Cristo sintió una indisposición natural a pasar a
través de tan grandes dolores, pero prevalecieron su celo y amor. Cristo
declara la santidad de Dios, su Padre celestial, en sus sufrimientos más
agudos; sí, los declara como prueba de aquello por lo cual sería perpetuamente
alabado por su Israel, más que por todas las otras liberaciones que recibieron.
Nunca nadie que esperó en ti, fue avergonzado de su esperanza; nunca nadie que
te buscó, te buscó en vano.
Aquí hay un lamento por el desprecio y oprobio de
los hombres. El Salvador habla del estado de rechazo al cual estaba reducido.
La historia de los sufrimientos de Cristo y de su nacimiento explica esta
profecía.
Tenemos el sufrimiento de Cristo, y a Cristo
orando; en ellos somos dirigidos a buscar cruces y, bajo ellas, mirar a Dios.
Se describe la forma misma de la muerte de Cristo, aunque no era la usada por
los judíos. Ellos horadaron sus manos y sus pies, al clavarlos en el madero
maldito, y todo su cuerpo fue dejado colgando para que sufriera los dolores y
torturas más severos. Su fuerza natural falló, siendo consumida por el fuego de
la ira divina que hizo presa de su espíritu. ¿Quién puede, entonces, resistir
la ira de Dios? O, ¿quién conoce su fuerza? La vida del pecador fue abandonada,
y la vida del Sacrificio debe ser su redención. Cuando fue crucificado, nuestro
Señor Jesús fue desvestido para que pudiera revestirnos con la túnica de su
justicia. Así estaba escrito, en consecuencia, correspondía que Cristo así
sufriera. Que todo esto confirme nuestra fe en Él como el verdadero Mesías, y
estimule nuestro amor por Él como nuestro mejor amigo, que nos amó y sufrió
todo esto por nosotros.
En su agonía Cristo oró, oró fervorosamente que
la copa pudiese pasar de Él. Cuando no podemos regocijarnos en Dios como
nuestro cántico, permanezcamos en Él como nuestra fortaleza; y recibamos
consuelo de los apoyos espirituales, cuando no podemos tener deleites
espirituales.
Pide ser librado de la ira divina. Él que ha
librado, debe librar y librará. Debemos pensar en los sufrimientos y la
resurrección de Cristo hasta que sintamos en nuestra alma el poder de su
resurrección y la participación en sus padecimientos.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor
Jesús!
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