Apocalipsis 6; 9-11
9 Y cuando abrió el quinto sello, vi
al pie del altar las almas de los degollados por causa de la palabra de Dios y
del testimonio que tenían.
El
Cordero abre el quinto sello, y así revela el reposo gozado por las almas de
los mártires, y la razón por qué hay una demora en su venganza. La sala del
trono del Omnipotente se transforma en un templo celestial con un altar,
contrapartida del altar de los holocaustos en el templo de Jerusalén, a cuyo
pie se derramaba la sangre de los animales sacrificados en señal de que su vida
había sido ofrecida a Dios. El altar representa el altar del sacrificio en el
templo donde se ofrecían los animales para expiar nuestros pecados. En lugar de
la sangre de los animales al pie del altar, Juan vio las almas de los mártires
que habían muerto por predicar el evangelio. A estos mártires se les había
dicho que muchos más perderían la vida por su fe en Cristo. Al tener que
afrontar la guerra, la hambruna, la persecución y la muerte, los cristianos
serán llamados a permanecer firmes por lo que creen. Solamente los que
permanezcan firmes hasta el fin serán premiados por Dios (Marcos_13:13).
Por eso ve Juan a los mártires cristianos al pie del altar celestial,
porque los que han sido asesinados por la Palabra de Dios y por el testimonio
son personas sacrificadas.
Dice Levítico_17:11,
"Porque la vida de la carne en la sangre está". El hombre tiene alma;
los Testigos de Jehová enseñan lo contrario. En la sangre está la vida de la
carne, pero el alma es otra cosa. Ellos habían sido muertos porque defendían el
evangelio de Cristo. Su sangre había sido derramada. Murieron, pues la vida de
la carne en la sangre está. Pero ¡no dejaron de existir! ¡No fueron aniquilados
y olvidados! Juan vio sus almas, y oyó sus voces y lo que decían.
Ellos
se refirieron a los que "moran en la tierra", porque ellos estaban en
el Hades, donde moran las almas hasta la resurrección. ¡Estaban conscientes! La
muerte del cuerpo no es el fin de la existencia de uno, porque el hombre es más
que cuerpo y respiración. Este pasaje es un golpe de muerte a la doctrina del
materialismo de que el alma "duerme" y por eso no siente ni sabe
nada.
También a la descripción del «comienzo del doloroso alumbramiento» sigue la predicción de graves persecuciones (Mateo_24:9). Como «el testigo fiel y veraz» (Mateo_3:14) llevó a cabo en la cruz la entrega total
al Padre, así las víctimas de la persecución, por la virtud del sacrificio de
su Señor y como imitación de sus sentimientos y de su fidelidad, entregaron su
vida por Dios. Por eso están también ahora, como el Cordero, en el santuario
del cielo, en la proximidad de Dios.
Y se le dio a cada
uno de ellos una túnica blanca, y se les dijo que descansaran todavía otro poco
hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que habían de
ser muertos.
Al romperse el
quinto sello se presenta la visión de las almas de los que han muerto por la
fe.
Jesús no dejó a Sus
seguidores en la menor duda en cuanto a los sufrimientos y el martirio que
serían llamados a sufrir. «Entonces os entregarán a tribulación, os matarán y
seréis odiados por todos por causa de Mi nombre» (Mateo_24:9; Marcos_13:9-13; Lucas_21:12;
Lucas_21:18). Llegaría el día en que los que mataran a los
cristianos creerían que estaban prestándole un servicio a Dios (Juan_16:2).
La idea de un altar
en el Cielo se encuentra más de una vez en Apocalipsis (8:5; 14:18). No
era ni mucho menos una idea nueva. Cuando se hizo el mobiliario del
Tabernáculo, cada pieza se hizo conforme al modelo que Dios poseía y le mostró
a Moisés (Exodo_25:9; Exodo_25:40
; Numeros_8:4 ; Hebreos_8:5 ; Hebreos_9:23). Los que escribieron
acerca del Tabernáculo y del Templo estaban convencidos de que el modelo de
todas las cosas santas existía en el Cielo.
Las almas de los
que habían sido ajusticiados estaban allí, debajo del altar. La imagen está
tomada directamente del ritual de los sacrificios del Templo. Para un judío, lo
más santo de cualquier sacrificio era la sangre, porque la sangre se
identificaba con la vida, y la vida pertenecía a Dios (Levítico 17: 11 -14). Por
esa razón, se estipulaba específica la ofrenda de la sangre.
" Echará el
resto de la sangre del becerro al pie del altar del holocausto» (Levítico_4:7). Es
decir: la sangre se ofrecía al pie del altar.
Esto nos da el
sentido de este pasaje. Las almas de los mártires están debajo del altar. Es
decir: su sangre vital se ha derramado como una ofrenda a Dios. La idea de que
la vida de los mártires es un sacrificio ofrecido a Dios estaba en la mente de
Pablo. Dice que se regocijará si es ofrecido en el sacrificio y el
servicio de la fe de los Filipenses (Filipenses_2:17). "Yo ya estoy a punto de ser
sacrificado,» le dice a Timoteo (2 Timoteo_4:6).
En tiempos de los
Macabeos los judíos sufrieron terriblemente a causa de su fe. Hubo una madre
cuyos siete hijos fueron amenazados de muerte por su lealtad a la fe judía.
Ella los animó a no ceder, y les recordó que Abraham no se había negado a
ofrecer a Isaac. Les dijo que, cuando llegaran a la gloria, tenían que decirle
a Abraham que él había construido un altar de sacrificio, pero la madre de
ellos había construido siete. En el judaísmo posterior se decía que el arcángel
Miguel sacrificaba en el altar del Cielo las almas de los íntegros y de los que
habían sido fieles en el estudio de la Ley. Cuando Ignacio de Antioquía iba de
camino a Roma para sufrir el martirio, pedía en oración ser hallado digno de
ser un sacrificio para Dios.
Hay aquí una verdad
grande y alentadora. Cuando una persona buena muere por causa de la bondad,
puede que parezca una tragedia, o el desperdicio de una vida noble, o la acción
de los malos, y por supuesto que puede que sea todas esas cosas; pero cada vida
que se ofrece por el bien y por la verdad y por Dios es a fin de cuentas más
que cualquiera de esas cosas: es una ofrenda que se hace a Dios.
Hay tres cosas en
esta sección que debemos notar:
Tenemos el grito eterno de los justos
dolientes –
«¿Hasta
cuándo?" Este era el grito del salmista. ¿Hasta cuándo se les iba a
permitir a los paganos afligir al justo pueblo de Dios? ¿Hasta cuándo se les
iba a consentir burlarse de Su pueblo preguntándole dónde estaba su Dios y qué
estaba haciendo? (Salmo_79:5-10).
Lo que debemos recordar es que cuando los santos de Dios lanzaron este
grito estaban sorprendidos ante la aparente inactividad de Dios, pero no tenían
la menor duda de que Él habría de intervenir definitivamente para vindicar a
los justos.
Tenemos aquí una actitud que nos es fácil
criticar.
Los santos deseaban de hecho ver que
sus perseguidores recibían su justo castigo. Nos es difícil comprender la idea
de que parte del gozo del Cielo fuera ver el castigo de los pecadores en el
Infierno.
Tertuliano había de burlarse de los paganos con su amor a
los espectáculos, y decirles que el espectáculo que esperaban los cristianos
con más ilusión era ver a sus perseguidores retorcerse en el Infierno:
Os encantan los
espectáculos; pero esperad el mayor de todos los espectáculos, el juicio final
y eterno del universo. ¡Cómo admiraré, cómo me reiré, cómo me regocijaré, cómo
celebraré cuando contemple a tantos monarcas orgullosos, y supuestos dioses,
gimiendo en el más profundo abismo de tinieblas; a tantos magistrados que
persiguieron el nombre del Señor, retorciéndose en llamas más feroces que las
que ellos encendieron contra los cristianos; a tantos filósofos sabihondos
tostándose en rojas llamas con sus ilusos discípulos; a tantos poetas célebres
temblando ante el tribunal, no de Minus, sino de Cristo; a tantos actores, más
a tono en la expresión de sus propios sufrimientos; a tantos bailarines
haciendo cabriolas en las llamas.
Es fácil sentir
asco ante el espíritu de venganza que podía escribir cosas así; pero debemos
recordar por lo que pasaron aquellos hombres: la agonía de las llamas, la arena
del circo con sus fieras, las torturas sádicas que tuvieron que sufrir. Solo
tenemos derecho a criticarlo si hemos pasado por la misma agonía.
Los mártires deben descansar en paz un poco
más de tiempo hasta que se complete su número.
Los judíos tenían
la convicción de que el drama de la Historia se tenía que representar hasta su
final antes de que llegara el fin. Dios no intervendría hasta que la medida señalada
se hubiera alcanzado. Se tenía que completar el número de los justos que habían
de ser ofrecidos. El Mesías no vendría hasta que hubieran nacido todas las
almas que hubieren de nacer. «Te suplicamos que sea Tu voluntad ¡Oh Señor!
en Tu generosa bondad que se cumpla en breve el número de Tus elegidos y se
apresure la venida de Tu Reino.» Es una idea curiosa, pero conlleva la de que
toda la Historia está en las manos de Dios, y de que en ella y a través de toda
ella Dios está cumpliendo Su propósito hacia un fin indudable.
10 Y clamaron con gran voz, diciendo:
«¿Hasta cuándo, oh Soberano, santo y veraz, estarás sin juzgar y sin vengar
nuestra sangre de los moradores de la tierra?» 11 Y se les dio a cada uno una
túnica blanca, y se les dijo que estuvieran tranquilos todavía un poco de
tiempo, hasta que se completase el número de sus consiervos y de sus hermanos,
que iban a ser muertos como ellos.
Sabían que la Justicia Divina les vengaría, pero
no entendían por qué se demoraba. La razón se les dio en el versículo
siguiente.
No
pedían venganza personal, sino que viniera el día de la justicia de Dios cuando
los malos serán castigados. Sabían que a Dios le toca la venganza (Romanos_12:19; Lucas_18:7-8). En un gran clamor de oración se constituyen ante
Dios en abogados de sus hermanos perseguidos en la tierra. En ellos, la Iglesia
maltratada y atormentada por «los moradores de la tierra» -frase estereotipada
que en el Apocalipsis significa a los impíos-, la Iglesia de los mártires,
clama al Omnipotente, cuya esencia es santidad y fidelidad, por la pronta
liberación prometida de la injusticia y de la maldad de este tiempo del mundo,
mediante la manifestación de su gloria ante todo el mundo; este grito de
oración implora, por tanto, en el fondo lo mismo que el clamor nostálgico con
que cierra el Apocalipsis: «¡Ven, Señor Jesús!» (Mateo_22:20).
No una sed de satisfacción por ansia de venganza, sino el hambre de la justicia
y del triunfo de la verdad, de la consumación del reino de Dios, resuena en la
oración de los mártires, que ellos presentan a Dios, recordando los
sufrimientos de sus hermanos sobre la tierra («Venga tu reino»).
Podemos desear justicia inmediata, como lo
hicieron estos mártires, pero debemos ser pacientes. Dios obra en su debido
tiempo, y El promete justicia. Ningún sufrimiento por causa del reino de Dios
es un esfuerzo perdido.
A la pregunta « ¿Hasta cuándo?» reciben una doble respuesta. La
primera, que afecta a ellos mismos, se expresa en una acción simbólica con la
entrega de una túnica blanca; en otras palabras: ellos mismos reciben ya
participación en la gloria del Señor junto al trono de Dios. A continuación,
tocante a la situación apurada de sus hermanos, se les informa de que todavía
no se ha alcanzado el número de mártires prefijado; primero debe realizarse el
plan de la sabiduría, justicia y bondad eterna; entonces habrá llegado el
momento que aguarda y ansía la Iglesia con sus mártires. El martirio de los
fieles contribuye a completar la Iglesia y acelera así la hora de la
consumación del mundo. Es esencial a la Iglesia, en tanto vive en la tierra,
ver su existencia puesta ininterrumpidamente en cuestión por el mundo. Sabe que
en conjunto ni debe contar con el favor del mundo ni está mortalmente amenazada
por su repudio; como el salmista, profesa impasible su confianza en el
Omnipotente: «En tus manos está mi suerte» Lucas_18:5).
¡Maranatha!
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