1 Timoteo 1; 15
“Digno es de ser creído y proclamado
este mensaje: Que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores. De estos
ciertamente yo soy el primero,”
Jesucristo,
el Hijo unigénito de Dios, el que desde la eternidad estaba, como Hijo, junto
al Padre, vino a este mundo cuando llegó la fecha señalada. El fin de su
encarnación es la salvación de los pecadores, la redención de los hombres que,
por el pecado, estaban separados de Dios y perdidos, y habían incurrido en la
ira de Dios. Jesús había dicho a Zaqueo, el recaudador: «El Hijo del hombre ha
venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lucas_19:10).
Cuando recordamos
cuánto nos ama Dios, y lo poco que lo merecemos, cuando recordamos que fue por
nosotros por lo que Jesucristo pendió de la Cruz y murió en el Calvario debe
impulsarnos a un esfuerzo que Le diga a Dios que nos damos cuenta de lo que ha
hecho por nosotros, y que Le muestre a Jesucristo que Su Sacrificio no fue en
vano.
Jesús vino al mundo para salvar pecadores, y ningún pecador está
excluido de su poder salvador. Pablo, en su conversión, ha experimentado en sí
mismo cuál es el fin de la encarnación de Jesucristo: la salvación de los
pecadores. Su conversión, su vocación y su elección son un caso particular de
la obra redentora realizada por Jesucristo en favor de los pecadores. Estaba en
el número de los «perdidos», de aquellos sobre quienes Dios, con justicia, iba
a dejar caer su castigo; era uno de los principales de ellos, era el primero de
ellos. Es cierto que ahora su culpa ha sido borrada, pero sigue siendo para él
motivo continuo de humildad y agradecimiento. Es consciente de su total
dependencia del Dios santísimo y de la misericordia infinita de Dios, que lo
llamó y lo constituyó apóstol, a pesar de que se encarnizó contra Cristo y
persiguió a sus discípulos. Por eso se llama a sí mismo «el menor de los
apóstoles, que no es digno de llamarse apóstol, porque persiguió a la Iglesia
de Dios» (1Corintios_15:9), «el menor de todos
los santos» (Efesios_3:8). Pablo ha
experimentado la sobreabundancia de la gracia de Dios. Cuanto más profundiza en
el amor y en la benevolencia incomprensible de Dios, tanto más crece en
humildad ante Dios y tanto mayor es su agradecimiento.
Este es un dicho fiel; estas
son palabras verdaderas y fieles en las cuales se puede confiar: que el Hijo de
Dios vino al mundo, voluntaria e intencionalmente, a salvar pecadores. Nadie,
con el ejemplo de Pablo ante sí, puede cuestionar el amor y el poder de Cristo
para salvarle, si realmente desea confiarse a Él como Hijo de Dios, que murió
una vez en la cruz, y que ahora reina en el trono de gloria, para salvar a
todos los que vayan a Dios por medio de Él. Entonces, admiremos y alabemos la
gracia de Dios nuestro Salvador; y por todo lo hecho en nosotros, por nosotros,
y para nosotros, démosle la gloria al Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres
Personas en la unidad de la Deidad.
Consideramos a Pablo un gran héroe de la fe, pero él nunca se vio a sí
mismo de esa manera porque se acordaba de su vida antes de conocer a Cristo.
Mientras más comprendía la gracia de Dios, más consciente era de su propia
pecaminosidad. La vida de cada cristiano debería estar marcada por humildad y
gratitud. Nunca olvides que tú también eres un pecador salvado por gracia.
Pablo no había olvidado lo que era. Nunca se glorió a sí mismo, sino
en el Dios que lo había redimido y transformado.
Jesús no vino meramente para mostrarnos cómo vivir una mejor vida o
para desafiarnos a ser mejores personas. El vino para ofrecernos salvación que
nos lleve a la vida eterna.
Tú que lees esto ¿Has aceptado su ofrecimiento?
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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